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El padre, la piedra, el poema

Por Verónica Juliano|

El dolor
será largo
y no por eso sin nombre.

Silvia Camuña

La reunión de una serie de objetos preciados, ¿puede contrarrestar la muerte? Precisar en un listado zapatos, anteojos, campera, camisa, bolsillo con cigarros, ¿constituye una invocación lo suficientemente poderosa para conjurar a quienes se han ido? ¿O es un gesto vano, una empresa inútil, un mero rejunte, un inventario utópico que sólo refuerza el vacío que deja a su paso, como estela, la muerte? Agujero negro que funda una paradoja: devora todo pero es incapaz de fagocitar el dolor. Agujero negro que encuentra su réplica terrestre en la boca de la tierra que se cava para el padre yacente, tumbado.

Los poemas reunidos en Tumba do de Silvia Camuña demandan leerse en clave de elegía. Se trata de catorce piezas breves (la primera a modo de prólogo) que gravitan en torno a la muerte del padre y de otros muertos, germen y fundamento para la escritura. En la “Nota” que da inicio al poemario leemos: […] aquí no importa mi nombre, sino lo que él fue y seguirá siendo a través de mis poemas. Como médium o como copista, la poeta presta la boca y la mano para que el padre reencarne en la poesía. El padre ha muerto pero sobrevive en la escritura de la hija. El padre ha colocado la piedra basal en donde la hija cimienta un proyecto poético. El padre se convierte en la piedra angular que habilita la edificación de la palabra. El padre deviene en murmullo que cincela, en la piedra, un epitafio posible: Walter Camuña, que también quiso ser escritor.

En los trazos del arte de tapa resuena una fotografía lejana, ecoica, que nos permite recuperar el álbum familiar. Un padre joven tiene a upa a la niña y rodea con sus brazos a los dos niños, mientras toman un helado. Se sabe, al tórrido calor de la siesta tucumana se lo combate a fuerza de palito-vasito-bombón-helado, ¡oh, corneta salvadora! Se sabe, la temperatura desciende cuando se está a pata pila y en calzones. Se sabe, el único abrigo admisible en el verano es el abrazo pegocho de quienes uno ama.

Unos versos de Marosa di Giorgio ofician de epígrafe y despliegan una serie poética de evocación al padre en la que se inscribe la poesía de Camuña y de tantos otros, como Jorge Manrique o Arturo Carrera (por mencionar sólo algunos de mis predilectos). Leemos en el poema 14: yo te di un poema / que para la muerte / fue un regocijo. Ignora la muerte lo que sabe la poeta: nadie se va del todo mientras haya alguien que lo diga. Así, el padre que es piedra de toque se eterniza como patria y, también, como poema.

Imagen: Tumba do de Silvia Camuña, Editorial Huesos de jibia, 2017.

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