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ISSN 2684-0626

 

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¿Qué es real?

Por Gabriel Amos Bellos |

Suele oírse hablar de “hechos objetivos” y de “experiencias subjetivas” como si los primeros fuesen reales, sólidos, probados, en tanto la experiencia subjetiva, sujeta a duda cuando no imaginaria o –al menos–, distorsionada. El conocimiento científico tanto como el sentido común presuponen la existencia –concreta, efectiva–, de un conjunto de hechos objetivos (el Cosmos) fuente de la siempre dudosa experiencia subjetiva, cuando puede también (y por cierto se ha hecho) afirmarse que el proceso es el inverso y las cualidades las opuestas: la experiencia subjetiva es indubitable; la ocurrencia de la percepción es una certeza, incluso cuando “medien” artefactos –receptores, amplificadores, medidores–, como suele darse en Física. La existencia real del percepto es –contrariamente–, una suposición, una conjetura, una hipótesis

El mundo (energía-materia, tiempo-espacio) consiste de procesos o eventos, no de cosas. Los llamados objetos son procesos siempre cambiantes (Capra, 1975); su aparente unidad y estabilidad la debemos a la manera en que opera nuestra percepción, erigiendo un objeto concreto y definido basándose en regularidades perceptuales, lógicas y conductuales (memoria, anticipación). La postulación de un Cosmos de objetos, espacio y tiempo con definidos estados ontológicos no es más que una de las posibles “interpretaciones” del constante flujo de información provisto por nuestro sensorio; tal como lo conocemos, el mundo es nuestra creación conceptual (Gamow, 1966).

Empero, la certeza subjetiva (aportada por el acto de percibirse percibiendo), apenas puede explicarse. No implica referencia obligada alguna a la naturaleza de las cosas o los conceptos, ni aún a su relación entre sí. Lo que se obtiene mediante tal experiencia es una pura certeza existencial, tautológica prueba de existencia –atemporal, instantánea–, de la subjetividad –temporal, ella sí–, que la goza o padece. Tal existencia –sole ipse–, no requiere de mayor demostración, aún cuando no sea posible localizarla salvo por el dato de que se identifica con el individuo que le sirve de sostén: el “caso” Descartes… Para cada uno de nosotros, sólo es real la propia subjetividad, percepción, sensibilidad.

Avanzando en ello, podríamos llegar a considerar el modo en que la subjetividad de cada uno está entramada con las subjetividades de los demás, y esto –necesariamente–, en el tiempo (Schkolnik, 1996), locus obligado de la representación y la anticipación: las eventuales coincidencias entre las descripciones de lo que nos rodea –y ocupa–, suelen ser tan abundantes que parece posible estar razonablemente seguros de que aquello que estamos describiendo es una misma experiencia fuente, a la que acordamos llamar realidad. Es decir, las descripciones de lo que nos rodea, por parte de cada subjetividad, convergen, más o menos, hacia una presunta realidad común, uniforme al menos en muchos de sus aspectos. Esto nos permite, en innúmeras situaciones, hablar de las “mismas cosas” y “entendernos”, independientemente de si aquello de lo que hablamos es o no real.

En nuestro beneficio, deslinda Popper (1994) tres mundos: el mundo 1, el material [sic]; el mundo 2, el de la experiencia, y el mundo 3, el de los productos de la mente humana. A juicio suyo, es de toda evidencia que, por su naturaleza, el mundo 1 (objetivo, real) es el creador y la fuente del mundo 2 (subjetivo, imaginario). Tal afirmación presupone pasivo –entre otras cosas–, al proceso perceptual (si no dispusiese de otros argumentos en contra de la fe positivista, éste sólo bastaría para impulsarme a rechazarla). Solo así, por supuesto, se puede hablar de un objeto externo, entidad concreta y definida que mantendría estables ciertas características, independientemente del sujeto perceptor. Aunque todo parece indicar que el mundo 1 provoca la creación del mundo 2, es el mundo 2 –me atrevo a sostener–, el locus* desde el cual podemos permitirnos suponer la existencia del mundo 1. Es decir, nuestra percepción, Ser, sensibilidad, subjetividad, Ego, yo, Alma, psiquismo, espíritu o como nos plazca llamarle, es lo que nos permite postular la existencia del mundo material. Esta suposición acerca de la existencia del Universo es evidentemente útil para la supervivencia, pese a lo cual hubo quien afirme (Castaneda, 1987) que nos aliena de la propia subjetividad, de la “auténtica realidad”, pudiendo incluso llevarnos al extremo de creer a ciegas en el hipotético mundo material consensuado, olvidados completamente de “nosotros mismos”, excepto en tanto que formamos parte del tal mundo 1.

Indica Popper que se denomina materialistas o fisicalistas a los filósofos que sólo consideran real al mundo 1, e inmaterialistas a los que sólo consideran real al mundo 2. Entre estos últimos destaca a Ernst Mach y al obispo Berkeley. Conforme a esta clasificación, el autor de la presente reflexión admitirá ser considerado un inmaterialista en tanto el rótulo suponga, no una negación absoluta de lo real del mundo material, sino una contundente afirmación de la inimpugnable realidad del mundo subjetivo.

Notoriamente fácil, por contraste, es reconocer la falta de realidad auténtica –sea esto lo que fuera–, de los objetos del mundo 3: el de los productos de la mente humana; con todo, no falta quien, por el contrario, les asigna aún más realidad que a los objetos físicos: el dinero –ominoso ejemplo–, no es un objeto material sino un concepto (con los más diversos soportes materiales y/o virtuales), pese a lo cual es altamente improbable encontrar a alguien que le considere inexistente o irreal (¡puede decirse esto con casi total certeza, incluso tratándose de dinero falso!). Por lo demás, que no todo objeto asignable al mundo 3 llega a estar dotado de tan alta atribución de realidad queda probado por la jamás suficientemente exigua población de nuestras instituciones manicomiales.

Tan importante se considera el consenso en cuanto a la realidad exterior, que existen personas dedicadas a establecer descripciones y explicaciones coherentes de este “exterior”, proponiendo, estableciendo, experimentando, demostrando y difundiendo teorías. Este útil procedimiento ha demostrado ampliamente su eficacia, pues cada vez que se aplica, todo parece confirmar una ocasión tras otra que la realidad (objetiva) que nos rodea e incluye es Una (o al menos exhibe una marcada tendencia a comportarse como tal). Cuando esto no sucede (Rueff, 1967), las inconsistencias generan diferencias de interpretación tan extremas que en ocasiones impulsan un cambio de paradigma (Kuhn, 1962), permitiendo restablecer el statu quo ante.

Que la realidad sea exclusivamente producto de un consenso, sin embargo, es también asunto discutible: hay quien la considera un efecto derivado del ejercicio de poder, bajo cualquier forma en que éste se manifieste y en la medida en que esa manifestación amenaza la concreta existencia de cada subjetividad, invitándola –más o menos amablemente–, a la sumisión (Rousseau, 1762. Véase también Machiavelli, 1532).

Que una realidad externa sea reconocida –más o menos de buen grado–, por casi todos, resulta así fundamental para la supervivencia de cada uno, independientemente de hasta qué punto la tal realidad –o alguna interpretación consensuada o aún inducida–, sea realmente verdadera (léase aquí: externa, objetiva, incluso material). Sea o no una auténtica realidad, su descripción acorde al criterio comúnmente aceptado es fundamental desde el punto de vista de la supervivencia de cada individuo (y, por ende, de la especie), y esto hace que en nuestra cotidianidad práctica la consideremos incuestionablemente existente. Sin embargo, aunque se tratara de una “misma realidad”, esto no prueba que la realidad percibida, aún siendo consensual, sea real. Extender de este modo los límites de la noción de consenso parece –cuando menos–, algo forzado. La realidad percibida es percepción, como la descripta es descripción, no realidad, aún en el caso de que “todos” concordemos en percibir y/o describir lo mismo. Un “objeto” o “cosa”, a mi entender, es un constructo, una entidad formada y sostenida por procesos enormemente complejos de conductas motrices, perceptuales y lógicas, muchas de ellas aprendidas (lo que es decir, socialmente transmitidas).

Podría quizás denominarse “constructo semántico” al mundo percibido tal como lo es por un humano, con su separación “sujeto-objeto”, que me parece ser fruto del lenguaje. La noción de objeto está tan incrustada en nuestras estructuras lingüísticas que es difícil, al menos en principio, imaginar que aquellos sean otra cosa que entidades perfectamente definidas y aislables, con nítidos estados ontológicos (después de todo, solemos considerarnos incluso a nosotros mismos como objetos inmersos en un mundo de objetos).

Me es posible admitir que tal vez exista una realidad objetiva: de momento no tengo modo de confirmar si esto es cierto. Mas no puedo asumir –tal como pretenden positivistas y neopositivistas–, que existan “puntos de vista objetivos”; si lograse esquivar este para mí nítido oximoron (Bellos, 2012), y consiguiera “observar sin un punto de vista” –es decir, sin locus–, captaría hechos objetivos o –por enunciarlo más apropiadamente–, los propios hechos objetivos se observarían a sí mismos sin ningún tipo de interferencia o distorsión subjetiva. Y, supuesto fuera dable el caso, ¿quién relataría el evento?

Todo punto de vista es subjetivo. Todo sistema de creencias, sistema político o método científico, es axiomático, indemostrable. Siempre faltará un sistema de referencia último. No considero en lo más mínimo deplorable que ésta –como las anteriores reflexiones–, se desprenda igualmente de sistemas de referencia arbitrarios e indemostrables.-

BIBLIOGRAFIA REFERIDA:

· BELLOS, Gabriel Amos (2012); Noccidental. Ediciones de La Eterna, Tucumán

· CAPRA, Fritjof (1975); El Tao de la Física. [2000] Sirio Ed. Málaga

· CASTANEDA, Carlos (1987); El Conocimiento Silencioso. [1988] Emecé. Barcelona

· GAMOW, George (1966); Treinta años que conmovieron la Física. [1971] EUDEBA

· KUHN, Thomas (1962); La Estructura de las Revoluciones Científicas. [1971] FCE. México

· MACHIAVELLI, Niccolo (1532); El Príncipe. [1994] Plaza & Janés. Barcelona

· POPPER, Karl R. (1992); En busca de un mundo mejor. «El conocimiento y la configuración de la realidad«. [1994] Paidós Ibérica. Barcelona

· ROUSSEAU, Jean Jacques (1762); El Contrato Social. [1993] Altaya. Barcelona

· RUEFF, Jacques (1967); Visión Cuántica del Universo. [1968] Guardarrama. Madrid

· SCHKOLNIK, Samuel (1996); Tiempo y Sociedad. Universidad Nacional de Tucumán


*             N.B.: La utilización por mi parte de una misma voz latina –locus–, para referirme en una ocasión al tiempo y en otra a la subjetividad, es –se comprenderá–, completamente intencionada.


Imagen: Claude Monet, Crepúsculo en Venecia (1908)

Una respuesta a “¿Qué es real?”

  1. Muy interesante artículo. Un tema siempre presente el de la línea que «separa» al sujeto del objeto, o al menos que pueda reflexionar sobre ello. La biografía del autor también muy buena.

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