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Trilogía: una propuesta de lectura

Por Valentín Julián Monroy |

Quienes han sido heridos por la literatura, antes que nada, tienen que dar cuenta de heridas previas. Desgarros y cicatrices que suturan con letras. Trilogía de Eduardo Perrone es uno de esos libros de los que no se sale sin marcas. Marcas nuevas sobre marcas previas, porque a Perrone se lo lee con la piel.

Bubby Perrone, su mito, circula por la literatura de esta ciudad casi como una deuda. Deuda que transciende las lecturas y las intervenciones críticas. La reposición de una ausencia, como bien dice Verónica Juliano, toca de cerca a quienes siguen apostando por un campo literario, que hoy, con Trilogía, se fortalece.

Trilogía, más que la obra de un autor, de uno de los nuestros, es una intervención política, en tanto la literatura es la política y no al revés. Es, en última instancia, un acto de justicia poética por un escritor cuya política personal fue siempre intentar ponderar “los papeles”. Como si las letras valieran algo, como si los papeles fueran a redimir lo real que llevamos pegado a la suela.

En las distintas obras que componen Trilogía, personajes exculpados de los delitos que se les imputaban salen a la vida pública esgrimiendo papeles, la reposición del honor y el buen nombre mancillado, entre otras cosas, por otros papeles, veloces y mortíferos como los titulares de prensa. Pero el desagravio no espera a la salida de los patíbulos. Lo real sigue pegado a otras suelas, suelas de zapatos italianos bien lustrados o de pesados borceguís.

Trilogía narra de manera descarnada y brutal, brutalidad proporcional a los vejámenes de ayer y hoy cometidos en los centros de detención, el circuito por el que transitan personajes desbastados por la marginalidad, atenuado por un humor ácido, pero también con profundas convicciones acerca de lo que la vida les depara una vez hundidos en ese circuito.

En Preso común, primera novela que compone la obra, además del ojo crítico, y por qué no clínico, de Perrone sobre las terribles condiciones de quienes están privadados de su libertad, también podemos apreciar la postura del narrador, hombre de la clase media caído en desgracia, quien lejos de juzgar a sus eventuales compañeros de presidio, percibe la singularidad de cada uno de estos abriendo la posibilidad de empatizar con muchos de ellos, más allá de las razones que los llevaron a su situación actual. De alguna manera, esta postura es la que le permite sobrevivir sin cargar con estigmas intracarcelarios como el del “logi” o el “traidor” o el “cobani”. Entre ladrones, transas, asesinos, locos y “vagos”, el narrador intenta pasar desapercibido. A cambio nos ofrece una descripción minuciosa de poderes, cuerpos y estructuras edilicias que componen el rosario de penas del preso común. El relato finaliza con el largo dictamen del juez exonerándole de culpa y cargo. Allí la pregunta, ¿por qué yo estoy sentado aquí frente a un juez escuchando esto? Allí la nostalgia, por Julito, el último orejón del tarro y su suerte, quizás el personaje más inocente y vulnerable de la novela. Allí la esperanza, a pesar de todo lo que le tocó vivir, todavía tiene fe en la justicia, su espíritu no se ha quebrado. Y finalmente, luego de invocar a Dios, llega la sentencia: no serán los primeros… ni los últimos.

Ésta sentencia (la del narrador) abre paso, dentro de Trilogía, a los relatos por venir –Visita, francesa y completo; Días de reír, días de llorar– donde realidad, ficción y verdad, se tensionan más que nunca. Perrone utilizará la literatura como Gervasio Moreno el gillete con el que le corta la cara al tipo que le niega un trabajo por su pasado en el presidio. Cortes y papeles.

En el primer capítulo de Visita…, el autor nos narra la muerte de Ramón Loyola, otro preso común injustamente encerrado: “Tiempo después me enteré que Loyola había conseguido la libertad de lo que él llamó su segundo proceso. Lo encontraron muerto en la puerta de un zaguán, una de las heladas del mes de julio lo sobreseyó definitivamente… Sin que esto afectase su buen nombre y honor”        

Puede verse en el documental Perrone, escritor, una escena en la que un uniformado le impide a Bubby la entrada a su vagón, él la pelea y entre los papeles que sacá para identificarse está su carnet de escritor. El título del documental se resignifica al escuchar a su autora en la reciente presentación de Trilogía, cuando, palabras más palabras menos, narra que ella, al principio, quería salvarlo, se le pagó una pensión, se lo llevó a círculos de escritores, pero Bubby era Bubby y se robó algunos libros de la biblioteca, en un gesto que parece sacado de una novela de Arlt. No podía ser de otra manera. Nadie puede salvar a nadie, dice Peri Azar, entonces, Perrone, escritor eso es lo que nos queda, lo mejor, sus papeles.

La relación entre literatura y política, o para no ponernos abstractos, entre literatura y compromiso político, no puede faltar en ningún buen texto. Pero tal vez haga falta decir, o repetir, que el compromiso político de un texto literario no es la explicitación de las posturas del autor respecto de un tema determinado, la famosa bajada de línea que busca la aprobación de un público previamente convencido o la reprobación de un público previamente convencido de lo contrario. La relación entre literatura y política, siempre que valga la pena, será intrincada, contradictoria, tensa y sutil, de lo contrario, si la literatura duplica el discurso político, estaremos en otro terreno, según el caso: propaganda, panfleto, marketing, fan service, buenas intenciones que emergen de vaya uno a saber que infierno.

Literatura-Política, tópico inevitable en cualquier discusión seria sobre una obra literaria, está propuesta en Trilogía. El libro arranca desde ese tópico. Así como en el prólogo del Quijote, poetas imaginados por el mismo Cervantes le dedican a la obra toda clase de cantos y sonetos, Trilogía tiene su riguroso prólogo. Lleva un sugerente título, Ficciones legales, lo que nos daría a pensar en cuáles serían las ilegales pero el prologuista, sin más rodeos, responde a la yugular: se trata de leer la trampa. Hacer de la ficción un espacio que libere la sombra y ponga en primer plano la maquina incesante de la escritura. La trampa es, justamente, “ficciones legales”. Ficciones legales que llevan a Perrone a pasar dos años de su vida como procesado. El prólogo coquetea todo el tiempo con los términos de la jerga judicial, significantes como ley, proceso, género, testigo y autor, se encadenan y desencadenan en esa tabla de disección que no deja un “punto” por interrogar. Ficciones legales es el alegato político de un letrado de literatura que hace de contrapunto al horroroso dictamen del juez, letrado legal, del último capítulo de la primera novela.

Mientras que el letrado literario recorta, reordena y resignifica sin abandonar nunca la interpelación al lector, el letrado legal ordena, dicta y falla. Falla en dos sentidos, en tanto libera a Perrone y en tanto esa misma ley es falluta y no le devuelve nada al procesado.

Trilogía es una propuesta total, no se pueden tomar atajos. Los nombres de Arrieguez o Juliano pueden confundirse con los de Perrone, Moreno, o Antonio, o los más laterales de Alejandro, la Gorda, o el Caschi Molina, no hay externidades. Tanto el prólogo como el epilogo forman parte de un proyecto de lectura, de una propuesta narrativa y política.

Una narrativa en cuyo horizonte no está el imaginario de “la invención de una ciudad”. Si como dice Fabián Soberón, en el prólogo de Preterito Perfecto de Hugo Foguet, Toda ciudad aspira a tener un Joyce. Toda ciudad desea que un novelista que haga de esa ciudad el material de su escritura, bueno, creo que ninguna ciudad aspira a tener un Perrone, lo lleva tan metido adentro que es imposible desearlo. Trilogía no es una posibilidad de nada, es un artefacto contundente, un ladrillazo en la cabeza a las especulaciones sobre las posibilidades de una narrativa por venir o una narrativa perdida.

Con Trilogía podemos decir hay esto. Y hablar sin acomplejarnos.

Recuerdo una charla de hace más de diez años, cuando comencé a asistir a los talleres del Virla que coordinaban, según la ocasión, algún escritor o escritora, en aquel momento jóvenes, principalmente venidos de Buenos Aires. Juan Terranova y Blas Rivadeneira conversaban. Yo escuché a Terranova decir, sí, el Joyce tucumano, y luego recibir un mamotreto fotocopiado por parte de Blas. Salimos a la vereda y, otra vez, Terranova diciendo, sí, el best seller tucumano, y otra vez las fotocopias que Blas le entregaba.

Uno barco, el otro vagón. Uno gaznates, el otro alcohol con seconal. Como consta en alguna nota al pie de Trilogía, lo que Foguet decide no mirar, Perrone sí. Tal vez la elipsis que hace Perrone sobre la contingencia política (aunque no deja de mencionar el cierre de ingenios) le dé a su ciudad una actualidad que a la vez que asombrosa resulta alarmante, porque si bien, y por suerte, hace muchos años que no vemos desfilar tanques para aplacar protestas, todos vimos y seguiremos viendo Sargentos glotones y ladrones, abuso de autoridad policial, eternos procesados en el purgatorio de alguna comisaría. Vamos a decir lo obvio, no se trata de quién es el Diego de Villarroel de la literatura, se trata de leer las poéticas narrativas que se desprenden de esas obras, hoy podemos decirlo, inevitables.

 En eso estamos desde hace algunos años. En narrativa han aparecido libros que trabajan sobre la memoria y el imaginario de la ciudad de formas variadas. No es este el momento de hablar de ellos. Pero si podemos leer las intervenciones públicas de escritores y escritoras sobre el “estado actual de la literatura tucumana”. Entrevistas, ensayos, encuestas, sátiras, todo alrededor de la “posibilidad” de escribir y ser “bien” leídos. Seguiremos discutiendo sobre origen y posibilidad, centro y periferia, oportunidades aprovechadas y desaprovechadas, en buena hora. Pero las obras están ahí. Nuestros clásicos ya están ahí. 

Desde 2016 a la fecha vieron la luz obras que nos permiten pensar que hubo una historia previa y sacarnos la pesada mochila de que cada texto publicado es la piedra fundacional de una literatura por venir.

Trilogía­-y la obra de Eduardo Perrone en general-se suma a Preterito Perfecto, En la Casa-Barco, Así es mamá y tantas otras obras, que puestas en circulación otra vez nos permiten pensar en nuestros propios clásicos modernos y urbanos.

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