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Una mirada sobre el arte en el penal de Villa Urquiza. Experiencias docentes

Por Leandro Basso |

 Quizá la intención de no sentirnos alienados nos lleva a buscar a veces que nuestro trabajo tenga materialidad. Lo abstracto nos cansa, nunca es suficiente. Algo similar en este contexto de pandemia sucede con la saturación de virtualidad, donde tenemos que replantearnos las maneras de relacionarnos y buscar formas cada vez más cercanas a la presencia de los cuerpos, pero que nunca termina por reemplazarlos. En el arte, poder ver los resultados concretos de nuestro esfuerzo, coincide con la sensación de satisfacción que buscamos; un libro que se escribe termina cuando se convierte en objeto, cuando podemos sentir la presencia del papel en las manos, aunque ahora podemos ver que salen a la luz nuevas formas de libros virtuales y seguramente terminaremos por acostumbrarnos a estas nuevas formas.

 Pensando en las distintas maneras de producir y/o de experimentar el arte, la concreción de nuestros proyectos puede tender hacia lo abstracto o hacia lo concreto o una síntesis de ambos. Puede ser dicotómico y reduccionista, pero útil para abordar las ideas próximas. La valoración por las experiencias abstractas siempre ha estado por encima de lo concreto: lo abstracto asociado a saberes intelectuales, el manejo del lenguaje, la hegemonía a partir de ciertas prácticas discursivas con mayor valor símbolo/cultural, ideas, que con palabras más precisas nos explicaron algunos filósofos posmodernos. El montaje discursivo desde los sectores del poder como una forma de dominación, siempre buscaron definir al otro, al negro, al inmigrante, al pobre y darle el lugar de subordinado. El lenguaje es imprescindible para nombrar la realidad y transformarla, ninguna acción se realiza sin su justificación. Nuestra identidad y nuestro aparato legal y estatal se construyen a partir de discursos. La construcción de lo concreto nos brinda otras posibilidades, pero se necesita del discurso para valorarlas.

 En mi corta experiencia transcurrida en instituciones penitenciarias como docente, pude observar que para ellos (alumnos y el resto de los internos), la estética artística está aparejada a la materialidad a la que me refiero, por un lado, y por otro, asociada a la funcionalidad, es decir buscando fines útiles en las producciones. Todo esto a partir de experiencias tanto dentro como fuera del aula, tan limitada como muchas otras formas de delimitar o describir lo que pasa ahí dentro. Podríamos decir entonces que las prácticas asociadas al arte están más relacionadas con lo plástico, lo tangible y lo útil. Sin ánimos de entrar en la polémica de la utilidad del arte, convencionalmente llamamos artesanías al arte que también tiene un fin o una utilidad, como un arte menor y algunas veces pensado más para un uso que para ser observado, apreciado o ser el objeto de una experiencia de disfrute, rol que cumple específicamente el arte abstracto. Un libro sólo sirve para leerlo y en algunos casos para que no se nos vuelen otros papeles, un cuadro que no cumple ninguna función más que estar colgado adornando alguna pared de una casa o un museo. Podríamos tener distintas opiniones en relación a la preponderancia de la utilidad o la estética, pero no nos interesa discutirlo acá. Lo que sí nos interesa es mostrar cómo la valoración del arte es producto de distintas experiencias y accesos a las herramientas de aprehensión de las mismas. Si nunca formamos parte de un círculo o entendemos los mecanismos que ahí dentro funcionan, nada nos parecerá atractivo y nos quedaremos afuera.

 En charlas con mis alumnos muchas veces me contaban o mostraban los trabajos que hacían en madera, herrería, cuero, pintura y adornos de goma eva. Desde diseños de camas con formas hasta cocinas ecológicas hechas con tubos y la reproducción de obras artísticas famosas con materiales ya inútiles. Como muchas otras prácticas, los aprendizajes que entre ellos comparten forman parte de una actitud solidaria con los otros. Al estar pasando por una misma experiencia, una de las formas de ayudarse mutuamente es enseñarse.  Los que trabajan en el taller de herrería no ingresaron sabiendo este oficio, ya hay alguien más experimentado que enseña a los nuevos. Recuerdo un alumno que contaba que había aprendido a hacer adornos para centros de mesa en una comisaría, que lo había aprendido de otro compañero estando preso. Él a su vez comparte ese saber con su amigo en la cárcel y aprovechan los momentos de visita para vender lo que producen. Otro aprende a hacer cintos con cuero, tejiendo hilos y creando diferentes diseños, también con el fin de poder vender a los guardias, a sus compañeros o a familiares de las visitas. Sus charlas están colmadas en gran parte por las enseñanzas que implican el aprendizaje de estas prácticas.

 El ingenio y la creación son inimaginables para cualquier persona que no comparta con ellos. Por nombrar algunas cosas más: dos alumnos contaban cómo fabricar una máquina para hacer tatuajes con una lapicera, una aguja y un motor de bandeja de DVD, y como si fuera poco la tinta hecha a base de dentífrico. Dos veces me tuvieron que explicar porque me costaba creer. Otro alumno con quien compartíamos el gusto por la carpintería, siempre nos dábamos el espacio después de alguna clase para charlar sobre algunos trabajos que estaba realizando. Recuerdo un cartel hecho para navidad que decía “Amor” con la precisión de un profesional.

 Silvia Rivera Cusicanqui en una entrevista hecha por Boaventura de Sousa Santos[1], reflexiona sobre las prácticas de los oprimidos y menciona la “pulsión comunitaria” y la “solidaridad”. No sabemos si Cesar González hizo una lectura de ella pero también propone un concepto inspirado en el concepto creado por Aimé Césaire, el senegalés Léopold Senghor y el guayanés León Gontran Damas en la década del 30 del siglo XX, sobre la “negritud” y la reivindicación de lo negro, al que llama la “villeritud”[2]. Esto es los aspectos positivos que en la villa o el villero hereda y aprende de sus vecinos, entre los cuales menciona la solidaridad y el ser comunitarios. Veo coincidencia entre sus conceptos y las practicas reales de mis alumnos dentro del penal. Continuando, en la propuesta de Cusicanqui, la socióloga boliviana sugiere en reiteradas ocasiones que el manejo de la palabra siempre ha sido una destreza de los dominadores, en contrapartida las prácticas del hacer ha sido un legado entre los oprimidos. Esta división que puede ser un poco tajante, pero no es determinante.

  Muchas veces he visto cómo la producción de discursos y lenguajes propios dentro del penal forman un nicho que se construye en base a su cotidianeidad, y no adopta formas ajenas, pero estamos seguros de que no ocuparán nunca sectores de poder. Aun así, muchas veces podemos ver cómo producciones artísticas, maneras de hablar, de vestir o de gesticular, son tomados por sectores de clases más altas, siendo adoptados por ellos y apropiándose de un discurso que no es suyo sólo por reproducir sus formas pero nunca sintiendo empatía por los sujetos reales que los crean; por ejemplo boliches que ponen cumbia villera, pero en los que jamás dejarán entrar a un villero, brindando un lugar protegido donde no exista ese otro que incomoda. También podemos verlo en la producción y consumo de la serie «El Marginal» que estuvo tan de moda hace unos años, y que tomó la cultura carcelaria deformándola para el morbo y consumo de un público que desde la comodidad de su casa pueda ver en Netflix una realidad muy distinta a la que se vive dentro de una cárcel.


[1] https://youtu.be/xjgHfSrLnpU

[2] http://cosecharoja.org/cine-migrante-la-construccion-de-la-villeritud/

Foto de Leandro Basso – «Reproducción de la estatua El pensador con materiales reciclados»

Una respuesta a “Una mirada sobre el arte en el penal de Villa Urquiza. Experiencias docentes”

  1. Julio ARGAÑARAZ dice:

    Hace 16 años que ingreso al penal de varones y a todas y cada una de las comisarias de SanM.deTuc, me interesa tu artículo pero debo ser sincero no lo entiendo. Me gustaría saber donde apuntas motivo por el cual, pasada esta situación me gustaría una charla personal contigo. Atentamente

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