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II. Perrone, un preso nada común

Por Federico Soler |

Preso común es la primera novela de Eduardo Perrone y la que lo consagró como escritor, de manera imprevista, incluso para él. Perrone puede considerarse un escritor marginal, no porque provenga de una marginalidad social, sino porque provenía de los márgenes de la literatura y de la cultura solemne. La novela del ignoto escritor tucumano logró ser best seller nacional, algo extravagante aún para nuestros días. Su primera edición data de 1973, y luego se llegó a repetir en varias oportunidades más.  El ejemplar que tengo entre mis manos se corresponde a la sexta edición del año 1981. Todas las novelas de Perrone fueron editadas por Ediciones de la Flor.

Esta novela es un gran epílogo de su pasaje por la cárcel. Perrone se ubica de esta manera en el grupo de escritores que escriben a partir de la experiencia del encierro, como lo fueron el Marqués de Sade, Jean Genet y ya en nuestro país Enrique Medina.  La experiencia de encierro como constituyente de una marca subjetiva importante, que te hace mirar la vida de otra manera, como cualquier experiencia límite.

El mismo Genet decía “que no hay mejor lugar para escribir que la cárcel”, por supuesto,no porque fuera un ambiente cándido, armonioso y de paz como los aposentos de un monasterio, sino porque se cuenta con abundante tiempo sin utilizar, sin las preocupaciones por el sustento diario. Sin embargo, como el mismo Perrone relata en su novela, no basta el encierro para escribir. El consiguió hacerlo recién después de más de un año de confinamiento: “Pasaba el día en mi pieza leyendo o durmiendo. Dijo alguien que el tiempo es la sustancia de que está hecha la vida. No encontraba forma de aprovecharlo y empecé la escritura de estas notas. Aliviaron mi situación y me ayudaron a tener mejor visión del caso”.

La novela pivotea con la idea del autor de demostrar su inocencia. Esto el narrador no lo esconde. Quiere limpiar su buen nombre y honor, primero de lo que se lo acusa. Pero también pretende quedar sanitizado de la contaminación que te deja la experiencia de encierro.  Demostrar que no fue corrompida su moralidad por coexistir con personas del mal vivir.  A partir de estos supuestos el narrador construye su personaje que aparenta de la literalidad histórica que otorga la estrategia testimonial, lo que no deja de ser un señuelo para atrapar al distraído lector. Esta complejidad plantea la novela, una confusión constante entre autor y narrador. Realidad testimonial y ficción.

Pero además Perrone utiliza como artilugio de su escritura la lógica de la desmentida. No de forma evidente, sino como un artificio de soslayo. Utiliza un ramillete de desmentidas que el autor despliega con maestría durante el desarrollo de su novela.  En primer lugar con el título, Preso común, busca que no se asocie su obra con una participación o tendencia política. En ese tiempo, por la década del ´70, se diferenciaba a los presos en comunes y políticos, los primeros por estar acusados de delitos “comunes”: robos, hurtos, estupro, asesinatos y los otros por algún tipo de participación subversiva en contra del Estado. A esto lo expresa el narrador en la página 87, al hablar de unos presos recién ingresados el penal de Villa Urquiza, que son separados del resto en el hospital, que se encontraba abandonado, “Los internaron en el hospital para evitar su contacto con los presos comunestemiendo que se dedicasen a adoctrinarlos”.

La novela funciona también como una gran desmentida de su propio título, ya que el narrador de la novela es el menos común de los presos, según se va develando en el transcurso del relato. En varias oportunidades  se muestra separado de los presos comunes, iletrados, deshonestos o perdidos. Se percibe de otra clase diferente. Sin decirlo, se reconoce de clase media teniendo que vivir una circunstancia inusual, que en general está destinada a los pobres y a los marginales. El no quiere que el lector lo asocie a los presos vulgares, a los bárbaros, por eso elige como forma de salvar su honor la escritura.  En varios pasajes de la novela se dedica a demostrar su honestidad, muchas veces subrayándolo tanto, que da cierta desconfianza. Por otro lado, para dejar clara su condición de preso poco común, como el mismo relata, cuenta que tiene un abogado defensor particular, esta peculiaridad lo coloca en una situación diferente, con ciertos privilegios, con respecto a los otros reos allí confinados.

Perrone es un preso nada común. En Villa Urquiza, se hace amigo del Alcaide y obtiene los favores de esta relación. También cuenta cómo algunos presos de su estima, justo antes de que él fuera traslado a una comisaria, lo eligieran por su condición algo culta para representarlos, en una comisión del penal. De esta manera empieza a mostrase como un héroe en decadencia, que logra atravesar infortunios no buscados y aprovechar esta desventura para ayudar a los desprotegidos.

A diferencia de Genet con su “Nuestra Señora de las Flores” o Enrique Medina en “Las Tumbas”, quienes se asumen narradores orgullosamente maleantes, enfrentados a un sistema torturador, sin avergonzarse de esta condición, Perrone ensaya otra postura, diferente y contraria. Y a diferencia también de Genet y Medina, Perrone no usa el argot o lenguaje carcelario. Esta distinción es importante. Mantiene un lenguaje que se corresponde con la clase social de  la que él se siente parte, que se encuentra  por fuera de la cárcel y a dónde espera volver.

En Perrone no está clara la diferenciación entre autor y narrador, quizás se deba a su falta de experiencia en el oficio de escribir, es difícil lograr fundamentar esta conjetura, sin embargo en su segunda novela esto se encuentra diferenciado de manera más clara.

Con una narrativa realista melodramática de lo marginal, al estilo de la novela de Sade “Justine o los Infortunios de la virtud”, Perrone  despliega  sus propios infortunios, que de manera inesperada empiezan a sucederle, desde un grado cero, a partir de la sorpresiva e inesperada detención. Experiencias impensadas en su acomodada vida de joven laburante informal de clase media. También a Justine le suceden un sinfín de malas vivencias, en principio haber perdido a sus padres y desde ahí pasar por ultrajes de todo tipo, sin embargo Justine jamás dejará de elegir el camino de la virtud.  Así sucederá con el narrador de Preso común, sigue la creencia de que a pesar de padecer un destino infausto, si conserva la honestidad, la vida le ofrecerá un rostro más amable. Se asienta aquí la fantasía moral de que al que obra bien la vida le devuelve bienestar.

Será recién en su segunda novela, donde esta creencia se caerá como un castillo de naipes. Conservar la moralidad y la honestidad no sirve de nada. Por el contrario, los despiadados son los que gozan de los placeres de la vida. La moral es un límite para los débiles. Aquí Perrone se acerca la otra novela de Sade “Juliette o la prosperidad del vicio”. Juliette es hermana de Justine, pero a diferencia de esta última, elige “la prosperidad del vicio”, disfrutando de los placeres y encontrando una vida acomodada, rica y dichosa.

Preso común empieza con una tórrida lluvia en una noche tucumana, cuando un grupo de muchachos amigos, sin lugar a donde dirigirse para pasar el rato, tienen el desafortunado encuentro en la calle 25 de mayo con dos chicas de la calle, que lo llevarán a un derrotero de sucesos trágicos.

Es interesante advertir como está estructurada la novela, que es simple, pero que muestra un derrotero a través de diferentes instituciones de encierro.

La novela se divide en cuatro secciones:

  1. De los Tribunales a la Jefatura de Policía.
  2. La Cárcel de Villa Urquiza: la muerte fácil.
  3. Peregrinación por las comisarias.
  4. Apéndice.

La narración de la primera parte de Preso común relata el desconcierto de los jóvenes que en la madrugada son llevados a comparecer ante tribunales. El narrador junto a otros son acusados de violación en banda. Esto conmociona a la ciudadanía tucumana, alarmada por el medio gráfico único de comunicación masiva de ese entonces.

El narrador cuenta los acontecimientos que le suceden despojados de cualquier valoración moral. No enuncia un pregón de su inocencia, pero da a entender que lo es.  Tampoco en su enunciación adquiere una posición objetiva o neutral. Pero si logra cierta distancia con los hechos, llegando a describir situaciones cruentas sin cargarlas de valoración moral, que condenara o justificara esos hechos. Sin embargo, esta postura es oscilante, a veces el narrador toma una postura moral cuando quiere mostrarse ante el lector como alguien honesto, que debe padecer el convivir en un submundo de indecencias, donde no se salvan ni policías, ni empleados judiciales, ni por supuesto condenados.

En esta novela narrador y autor se confunden. Así mismo, los hechos tienden a mostrase como literales o realistas, como si el autor estuviese realizando una larga declaración testimonial. Realidad y ficción se confunden. Artilugio que el autor utiliza de manera fluida. El narrador es un preso nada vulgar que  se transviste de común y que, llamativamente, no se muestra afectado por la gravedad de la acusación. Este artificio logra cierta complicidad con el lector, lo que potencia su escritura. De esta manera, describe situaciones brutales,  pero sin criticar al sistema carcelario, ni al judicial. Tampoco busca levantar estandartes anarquistas.  Pretende eludir que su novela sea leída como un panfleto político contra las cárceles y las comisarias. Eso sí, no deja de describir el estado deplorable de los calabozos de las comisarias y las celdas de la Bombonera (así llamado en el argot carcelario al penal de Villa Urquiza), así como de las condiciones lastimosas en que algunos internos se encuentran alojados allí.  

El peor calvario e infierno lo vive en el penal de Villa Urquiza, donde se las tiene que ingeniar para sobrevivir.  Recién en la tercera etapa, cuando además logra tener algunas salidas transitorias, es que se le ocurre y logra registrar su historia por escrito, poniendo en perspectiva los infortunios vividos, y lograr desentrañar que había sido víctima, junto a sus amigos, del “armado de una causa judicial”.  Pero esto lo describe, no como una queja, ni como una tragedia injusta, sino como parte esperable del modus operandi de vivir en Tucumán, dónde los amigos te pueden elevar en andas o hundir hasta el fondo.

Es interesante el relato de la tercera parte de la novela. Ya que  en esta parte el infortunado joven narrador se dedicará, no solo a imaginar la construcción de este relato, sino también su ser de escritor. Un escritor caído en desgracias, que se dedicará al auxilio de los desvalidos que pernoctan en las comisarias, aquellos personajes raros. De esta manera nuestro antihéroe, mostrándose injustamente encerrado, pretenderá revelase al lector como alguien muy bueno y honesto, que no solo vive sin reclamos este injusto mal trago, sino que puede ayudar a otros y exponer las falencias del Estado. En este último capítulo la fauna carcelaria va perdiendo las líneas divisorias entre presos y carceleros, condenados y guardadores de la ley. Hay policías que roban y presos que ayudan a otros presos.

El apéndice, la cuarta y última sección, tiene la particularidad de tratarse de la transcripción de casi la totalidad de una sentencia judicial. Lo que pareciera más constituir un epílogo que viene a justificar la escritura de su libro: su grito de inocencia. Necesitaba el autor/narrador que su inocencia sea confirmada por escrito por la autoridad máxima competente: el Juez.

Este último capítulo, podría ahorrarse, es tedioso, al tratarse de una resolución judicial. Solo algunos fragmentos pueden ser interesantes al relato. Resolver así la novela, muestra que su autor no tenía la intención de ganarse al lector, menos aún ser un éxito en ventas. Quería ante todo demostrar que la Justicia lo declaraba inocente y de esta manera justificar su novela. Al parecer poco le interesa al autor lo que pueda pensar un posible lector sobre su validez literaria,  sino que su apuesta es a la potencialidad de su testimonio, con un grito final de inocencia. Este grito, para el Perrone de esta novela, es fundamental.

La novela, 47 años después de su primera edición, no solo es un  símbolo exótico dentro de la literatura tucumana, tiene además otros condimentos metaliterarios. Por ejemplo, posibles aportes para ser leídos desde una clave antropológica y sociológica, ya que describe las diferentes situaciones adversas que deben afrontar las personas en situación de encierro y sus familiares. Pero además esta novela tiene también un valor histórico. Debe ser el único registro documental de lo que sucede en el Penal de Villa Urquiza en Tucumán. Quizás existan registros de crónicas periodísticas o alguna investigación científica, dando cuenta del horror carcelario tucumano, pero no de alguien que haya padecidos los tormentos de Villa Urquiza en carne propia y haya vivido para contarlo. De esta manera nuestro narrador se convierte en un antihéroe bastante particular, por circunstancias distintas a las que él pretendía promocionarse.[1]

Deberemos esperar a su segunda novela, para encontrar a un escritor consagrado, que logra tomar distancia del narrador.  En “Visita, francesa y completo”, el narrador mostrará otra cara. Dejará de lado el empeño por mostrarse honesto.  A estas orillas lo llevará el estigma de ser un  ex-convicto, lo que le impide el retorno a su círculo social y laboral de persona común, pues la experiencia de encierro lo ha estigmatizado. De esta manera no le quedará otra opción que recurrir al mundo del hampa para sobrevivir y encontrarse reconocido y valorado otra vez socialmente.

Por eso estas dos novelas funcionan como una misma obra en Perrone. Pero de esta obranos nos ocuparemos en el siguiente artículo.


[1] Hay interesantes registros históricos, entre ellos en la página 13, cuando comenta que lo empieza a representar legalmente el estudio de unos jóvenes abogados. Estos son los hermanos Exequiel y Santiago Ávila Gallo. Exequiel adquirirá renombre en la década del ´90, ya que entusiasmaría a Antonio Domingo Bussi (ex dictador  y represor de Tucumán) para candidatearse democráticamente a gobernador, por su partido Bandera Blanca.

Una respuesta a “II. Perrone, un preso nada común”

  1. Lilana Massara dice:

    Comparto mucho tu mirada sobre esta novela de Perrone.
    Un aporte interesante.

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