Sobre Celeste de todos los colores, de Máximo Olmos (Ediciones Trompetas, 2022)
Por Pablo Toblli |
Celeste de todos los colores rememora los viejos modos del ser artista, hilvanando la búsqueda de un grupo de músicos que siente que está a punto de perder terreno, de que su falo ya a nadie le importará, aunque siga erguido como un monumento ante las inclemencias y el paso del tiempo, o aunque flamee como una bandera junto a las últimas brisas del universo. Pero esta no es para nada una novela anacrónica y nostalgiosa. Máximo Olmos logra una frescura de la lengua sin precedentes en la literatura del NOA, mixturando su dúctil conocimiento del acervo lingüístico tucumano con una pluma de escritor aceitado que sabe embeber la tinta para trazar metáforas, condensaciones, superposiciones cubistas en el final de una noche o codearse con la poesía del altiplano y suspirar junto a los yungueros, con una montaña de fondo, en confluencia de planos y retazos de tucumanidad por toda Latinoamérica.
Tal fusión da como resultado una novela ligera y profunda, clásica y contemporánea, con un trabajo finísimo y humorístico de las citas al pie que amplían la jerga geolectal, lo que constituye una obra ineludible que será de vital relevancia para incluirla en las currículas de la educación secundaria de la provincia, porque el autor hace un recorrido por el tucumano más primitivo hasta los nuevos modismos de la juventud. Al mismo tiempo, no le queda grande el saco cuando decide vestirse de elegante narrador para escribir cosas como: El horizonte eléctrico era un médico escribiendo el cielo, rayoneando con una buena mentira el día de la fecha (…). El paisaje desaparecía hacia atrás como si se fugara apresurado hacia el pasado.
El autor dispone de un ramillete de ingeniosos recursos literarios para convidarnos el fruto del ápice de su búsqueda estética en un viaje novelado, junto a personajes que no les hace falta nada para ser célebres de la literatura tucumana como Niño Charuto, El Mayuato, poeta y hombre reflexivo, El Jaguar, El León Jipi, El Búho, El Príncipe, entre otros. Es indudable que los nombres parecen sacados de esas tiras televisivas de finales de los años 90´: masculinidades blancas[1] resuenan, pero la novela utilizará este elemento para hacer uso de la ironía y esbozar una crítica a viejas estructuras del refinamiento artístico y la sensibilidad, lo cual funciona de manera lateral dentro de la obra, cuyo tópico se amplificará encontrando como excusa perfecta la reunión de un grupo de músicos en el final de sus 30 años. Por lo tanto, ¿qué mejor escenario que las últimas experiencias artísticas, de conciencias acrecentadas, de sentidos distorsionadas, de voces y pensamientos excéntricos y destellantes de este grupo de artistas para proponer una crítica, el humor y una última celebración? ¿Porque qué es la desacralización y la sátira sino un susurro de sacralidad, reverencia y homenaje para este conjunto de hombres?, que se definen como artistas intuitivos, con convicciones firmes, que crecieron mirando Playboy en el encanto fálico, leyendo los poetas malditos, consumiendo el romanticismo alemán; que en algún momento fueron los típicos niños latinoamericanos que crecieron entre el dilema de ser una estrella del futbol mundial o laburar, para luego debatirse entre ser un artista varón y heroico o un hombre ordinario.
Olmos pertenece al grupo de poetas tucumanos que ha cultivado el instante, la contemplación de la naturaleza, el tiempo suspendido y la ensoñación bachelardiana como sinónimos de poesía. Por momentos, el instante, esa manera de llevar adelante la narración por los detalles, más que por los bloques dramáticos, adquiere una nota estructural en la novela, haciendo que las aventuras de los personajes que urden la trama se transformen, por intervalos, en el fondo. El autor, entonces, afincado en esa coherencia estética, repasará sus anteriores obras, interviniendo el devenir de peripecias con retazos poéticos, lo que hace descansar al lector en parajes de bellezas y gráciles reflexiones:
Cuando tengas un hermano
detente seguido en un espacio
no más ancho que la trocha
por donde pasan tus ojos,
porque allí en la cautivante y atemporal
atención a los ojos -a ese gesto
que marca el vivir-, allí
(…)
está el detalle
por donde empezar
a hermanar la sangre
El escritor regresa al dorado apunte de la juventud, porque contempla en sus tempranas obras una verdad condensada que sigue irradiando el sendero. Y así, como sus colegas músicos, seguirá proponiendo un espacio; no se quedará en la oscura crítica del pasado o en el tufo inactivo de una nostalgia, porque junto a su poesía y a estos nuevos personajes persigue la grandeza, los sentimientos más excelsos del ser; se aferra a ello aunque siempre el resultado haya sido la errancia, el retorno, el ir nuevamente para después volver; porque Olmos entiende que en los nobles sentimientos, en las grandes proezas e inocencias -precedidas por calmos ensueños- está la clave para empezar a entender nuestro lugar en el mundo. Por lo tanto, para lograr este objetivo, es eje vertebral la situación de viaje, de caminatas, el montañismo, los espacios ilimitados que albergan tan bien a esa poética de lo eterno, de lo sublime o, mejor dicho, a ese mapa de lo eterno en lo efímero. Precisamente eso último es lo que van a buscar Niño Charuto, El Mayuato y compañía en este viaje por toda Latinoamérica; en consecuencia, aparece la naturaleza como tópico, pero fundamentalmente como una figuración del espacio íntimo y sagrado de estos artistas treintañeros.
El desembrollo es constante: tirar la carga de lo superfluo para dejar de sentirse “hombres ordinarios”, porque ellos quieren ser poetas de la inspiración divina para proponer otras realidades, por eso Olmos es un poeta del espacio alterno, como dice Philippe Dolie: “viajero lleno de sueños, hay que vivir el desierto tal como se refleja en el interior del hombre errante”[2]. En esa errancia está la persecución por otras materialidades, que no sean la del típico hombre urbano adaptado y frustrado sin poder desprenderse de sus percepciones estereotipadas. Es así que el espacio se desboca por representar y encontrar esa hendija de lo sublime:
El Príncipe soñó que regaba helechos mientras el sol asomaba. El motor encendido los durmió desde La Paz hasta las primeras mesetas de altura, verdes, grisáceas, parientes cercanas de los valles tucumanos (…). Trajinados yungueros que seguían rastrillando sus conciencias con las sorpresas del viaje. (…). Refinar la sensibilidad dándole de sorber matices del horizonte. Una vez más la contienda del viaje se justificaba en lo imponderable. La paradoja de acariciar lo inaudito. “Pellizcame”, es una muletilla verbal que delata aquel momento bisagra donde se salta desde la lisura de lo consabido hacia el frenesí del asombro. El paisaje como una pacífica acuarela realizada por una fuerza superior.
Bachelard en La poética del espacio sostiene: “Con frecuencia es en el corazón del ser donde el ser es errabundo. A veces es fuera de sí donde el ser experimenta consistencias. A veces también está, podríamos decirlo, encerrado en el exterior”. La novela recorre cada espacio: el exterior, el mundo intravincular de los personajes, el frenetismo de una fiesta o un recital, el ahondamiento psicológico y filosófico de algunos personajes, y los enmarca en un tiempo suspendido, que avala la contemplación y la reflexión. El viaje, en este sentido, persigue el retorno: un estar volviendo al rincón en donde alguna vez fuimos, en suma, a la casa del ser, cuyo hogar -rememorando a Heidegger- es el lenguaje, la materia de los símbolos que creemos propios.
Dentro de esta línea de lectura, en la topografía Bachelardiana se ubican en la misma cadena de significación la casa, el ser y la poesía[3]. En Celeste de todos los colores, dicha trama de sentidos se amalgama junto al significante del trayecto, constituyendo desplazamientos que ensayan la búsqueda de un espacio y tiempo diferencial. Así, para Bachelard, como la casa se eleva hacia los cielos, acantilando concentraciones en su interior, del mismo modo la invención poética dispara una verticalidad -como el poema en la espacialidad de la hoja- en la que el poeta valoriza, encolumna y centraliza un conjunto de sentidos, desvalorizando y desechando otros, en ese eregir el cuerpo del poema. En este orden de cosas, el filósofo francés, remarca la similitud de la casa con el poema: “La casa es imaginada como un ser vertical. Se eleva (…). Es uno de los llamados a nuestra conciencia de verticalidad. […] La casa es imaginada como un ser concentrado. Nos llama a una conciencia de centralidad”. Del mismo modo, Celeste de todos los colores entiende el trayecto, como una búsqueda poética que debe devolver a los personajes y al lector -por qué no- al cálido hogar del ser:
Si yo fuera de viaje hasta Lima
para saber cómo allí se conversa, se camina…
si yo fuera hasta el Caribe
para sentir cómo allí se cocina…
…mis ojos no entrarían a los templos
ni a los parques, ni a los bares;
sólo buscaría entrar, osadamente,
al corazón simple y calmo
de quien viaja como uno
por la casa propia
Asimismo, sobre la fértil significación de la casa está una de las claves humorísticas de la novela, porque ¿qué otra cosa quieren estos hombrecitos mameros y edípicos que siempre andan buscando representaciones del lecho maternal, buscando la mujer que sea pura y cocine como mamá, sino un lugar de cobijo y cuidado que capte todo su amor como un poema sagrado?
Como anticipamos, es poética la proeza que se proponen los personajes de esta novela, entendido lo poético como un gesto revelador que, en este caso, intenta desestabilizar ese tiempo y espacio de las existencias repetitivas y monótonas que toma carnadura en la prosa de la vida ordinaria, “que se desvanece como el agua del río, como el viento que pasa”, en palabras de Bachelard. Son esas coordenadas espacio/temporales de la infertilidad de la que ellos se fugan desde el caluroso verano tucumano al periplo por toda Latinoamérica, en esa idealización de un tiempo y un espacio que los encuentre con lo sagrado de su ser, del hogar de la intimidad o, al menos, con una porción de lo que no están pudiendo advertir entre el magma del orden común. Y aquí radica esa celebración de los viejos modos del ser artista porque el arte, para toda esta generación de hombres que coquetean con el romanticismo, toma la tónica de la evasión y la elevación para trasvolar por otras coordenadas que no son albergadas en la temporalidad que los constriñe, lo cual se plantea en el punto de partida de la novela.
A tal punto, David Lapoujade[4] se pregunta por esas otras existencias que se encuentran agudizando las fenomenologías perceptivas que atienden a esas formas de existir imperceptibles o menores -como él les llama- entre el Gran tiempo ordenador tecnocrático y productivo, lo cual hace ser testigo al sujeto de estratos hasta el momento indescubiertos o al “momento bisagra donde se salta desde la lisura de lo consabido hacia el frenesí del asombro”, en palabras de Máximo Olmos. Sobre esta inquietud, Lapoujade responde:
Se produce una distensión -constitutiva del alma misma-, una apertura del psiquismo entre su base y las cumbres que atisba, entre sus estados ordinarios y esos momentos “sublimes”, entre su vida profana y esos instantes sagrados. Distensión que constituye su “amplitud” eventual o al menos la envergadura de su alma. Caída, elevación, distensión, el alma se crea con la aparición de nuevas dimensiones en el psiquismo. […] De una manera general, hay alma desde el momento en que se percibe en una existencia dada algo inacabado o inconcluso que exige un “principio de ampliación”, en suma, el esbozo de algo más grande, más consumado, capaz de aumentar la realidad de esta existencia (Lapoujade, 2018: 55-56).
El desplazamiento que, como observamos en Lapoujade, adquiere el matiz de una elevación o caída psíquica que amplía la participación del sujeto en sus percepciones, en Celeste de todos los colores, paradojalmente, implicará un retorno que invita el trayecto de los personajes al encuentro con sus conciencias y con sus espacios más íntimos donde estos hombrecitos han -por fin y escasas veces- sido.
* El presente texto forma parte del epílogo de la versión en papel de Celeste de todos los colores, recientemente publicada por Ediciones Trompetas
[1] Entiéndase lo blanco como metonimia de estos hombres ilustrados y educados, cuyo refinamiento artístico e intelectual subyace en sus perfiles. Son hombres leídos, que buscan desplazarse en el espacio y vivir otras experiencias, aunque estén fuertemente amarrados a sus bibliotecas.
[2] Citado en Bachelard, Gaston (2022) [1957]. La poética del espacio. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
[3] Aspecto desarrollado en Bachelard, Gaston (1973) [1932]. La intuición del instante. Buenos Aires: Ediciones Siglo Veinte.
[4] Aspecto desarrollado en Lapoujade, David (2018) [2017]: Las existencias menores. Buenos Aires: Editorial Cactus.
Es Licenciado en Letras por la UNT. Publicó los libros de poemas Nace en lo próximo (Ediciones Magna, 2015), Lucero de ruinas (Ediciones Último Reino, 2017) y el libro de ensayo Una lectura del imaginario poético de Tucumán (2000-2020) (Fundación Artes Tucumán, 2022). Es editor de La Papa Revista y redactor en Indie Hoy. Nació en Tucumán, en 1987. Su e-mail es pablotoblli@gmail.com, por cualquier contacto.