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ISSN 2684-0626

 

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Anibal Costilla

Nació en El Mojón, Dpto. Pellegrini, Santiago del Estero, Argentina, en 1980. Es escritor y docente. Escribe poesía y cuento. Ha publicado los libros de poesías “Mojonerías” (2008), Historia del Vacío” (2009), “El árbol de los pájaros secos” (2011), “Los días solitarios” (Subsec. de Cultura de Santiago del Estero, 2016) y “De este lado del río” (Equinoxio, 2018), “Memoria del canto” (Camelot América, 2018), Colección “2 Poemas” (Ed. Arroyo, 2018), “Dejarse llevar” (Niña Pez Ediciones, 2019), “Esto parece eterno” (Caleta Olivia, Rangún, 2019). Fue incorporado a la “Antología de Poetas Santiagueños” de Alfonso Nassif (2013). Integra la “Antología Federal de Poesía, Región Noroestedel Consejo Federal de Inversiones (2017). Publicó textos en diferentes revistas literarias y en los diarios El Liberal y Nuevo Diario (Santiago del Estero, Argentina).Se encuentran en prensa los libros de poemas “El paraíso podría esperar” (Camelot América) y “La urdimbre del miedo” (Buenos Aires Poetry).-

Pronóstico revelado en Mi aporte a que el Puerto No Importe

Unos cuantos años después Por Aníbal Costilla | Mi Aporte a que el puerto no importe es un espacio que visibiliza la poesía del NOA. En esta entrada, su curador, Aníbal Costilla, hace un balance de estos años de trabajo. Escucho un río cruzar sobre las altas ramas. Jorge Boccanera Mucha agua ha corrido ya por estos ríos. Y el pronóstico es más que confiable, se revelan abundantes corrientes que

Barcos de poemas, mejor a la deriva

Espera para sublimar el deseo mientras el puerto no importa Por Aníbal Costilla | El escritor italiano Alessandro Frezza, en su libro “El capitán y el mozo”, le hace decir al capitán: “Todo lo que podemos obtener en seguida, rápido, no es interesante. Esperar sirve para sublimar el deseo y hacerlo más poderoso”. Es probable que alguna pulsión recóndita accione en nosotros una necesidad impostergable y de urgente complacencia, cuando

UN CAFÉ A PESAR DEL CALOR

Por Aníbal Costilla | Eran las once de la mañana del sábado veintiocho de septiembre del año en curso. Faltaba media hora aún para que saliera el colectivo. El chofer nos dice, a mi compañera y a mí, que podíamos subir, pero que ya no podríamos salir, porque el aire estaba prendido. A pesar de esa advertencia, preferimos esperar sentados arriba a aguantar el calor que amenazaba con calcinarnos con