Por Blas Rivadeneira |
Si mal no recuerdo, en alguna reunión preparatoria del FILT (Festival Internacional de Literatura Tucumán) conversando con mis amigos Ezequiel y Sofía les dije que a la imagen del escritor tucumano había que pensarla como una inversión del Thomas Pynchon de los Simpson. En lugar del genio que busca recluirse de la atención de la cultura de masas –a la vez, claro está, que produce una imagen atrayente al mercado–, en Tucumán los escritores nacen ya con la bolsa de papel incorporada en sus cabezas y el primer gesto es sacársela. Los outsiders ermitaños como Pynchon o Salinger, que rehúyen a las entrevistas, se encontrarían en una situación paradojal en nuestras tierras porque aquí lo más probable es que nadie pretenda entrevistarlos: la arcadia soñada para alejarse de los titulares y la superficialidad mercantil o el desierto, ese infierno tan temido; quizá ambas cosas. En mi relato “Time for heroes” traté de sintetizar esa paradoja en una imagen: un joven poeta, Tomás, organiza un recital al que titula Regreso a Ibatín donde una banda punk re-versionará temas emblemáticos de la tucumanidad como “La felicidad”, “Luna tucumana” o “La pollera amarilla” al mismo tiempo que la Acción Poética escribe sus frases en un muro de telgopor en el escenario. A ese the wall tucumano no va nadie, solo unos diez viejos confundidos. Ahora pienso que podría radicalizar la idea y escribir un cuento sobre un superhéroe que, con una bolsa en la cabeza, intenta combatir el crimen y difundir la literatura tucumana –en realidad lo único que le interesa es publicitar lo suyo–: pinta paredes con versos optimistas y cursis, arma plaquetas, tendederos literarios, poemas “chistosos” para leer del celular e incluso llega a tirarse en parapente con una bandera que dice “poesía eres tú”. Paro un segundo, busco la carpeta “ideas” y anoto: cuento sobre superhéroe escritor, bolsa en la cabeza, gracioso y triste. La persona detrás de la máscara sería Tomás ya retirado del “mundillo literario”. Pensar: ¿bolsa de papel de McDonald´s o mejor gris del papel del sanguche de milanesa?
Salvo en ese posible relato de superhéroes, el escritor tucumano no existe; como toda abstracción, se desvanece cuando nos enfocamos en lo concreto. De hecho, contradictoriamente o como excepción que confirma la regla, en Tucumán nació uno de los escritores más populares de Argentina y el que ostenta el record de ventas de una novela con Santa Evita: Tomás Eloy Martínez. Alguna vez leí que llevaba vendidos diez millones de ejemplares de ese libro. Se trata, entonces, de un autor sin ningún tipo de bolsa en la cabeza. Al analizar el caso, lo primero que salta a la vista es que TEM antes que escritor fue un periodista, lo que le dio ciertas ventajas para hacerse de esa visibilidad tan esquiva para el resto. Sin embargo, en este punto no es tan sencillo seguir su ejemplo porque tampoco hay demasiadas posibilidades de ejercer el periodismo en la provincia, por lo que los autores, en general, fueron deviniendo en esa categoría tan ambigua que es la de hacedores o, peor aún, gestores culturales sin remuneración. En Tucumán el escritor si puede escribe, pero antes es organizador de eventos de lectura, de ferias editoriales, editor, RRPP con instituciones varias y medios periodísticos. Y, además, labura de otra cosa, en el poder judicial o en un call center, porque todo el esfuerzo no redunda en ganancias materiales sino en pérdidas. La falta de tiempo explica que se practique tanto el microrrelato y la poesía, aunque de esta última hay otra razón que develaré más adelante.
El otro hecho notorio del caso TEM es el más abordado en las “mesa debate”: para hacerse escritor, el tucumano se tiene que ir de la provincia. Además de Martínez, otros autores notorios como Elvira Orphée o Juan José Hernández parecen confirmar esa tesis, también están las trayectorias de Hugo Foguet que se iba como marino o más complejas como la de Eduardo Perrone que se fue, llegó a ser best seller, pero eligió desaparecer completamente, como dice la canción, entre las vías del tren de su Tucumán natal; eligió ponerse la bolsa en la cabeza.
La diferencia del escritor tucumano con el porteño o el provinciano que vive en Buenos Aires (que también son distintos entre sí aunque no viene al caso ahora) es una cuestión de teatralidad. El título La ciudad de los sueños de la novela de Hernández no puede ser más apropiado, porque en Buenos Aires todavía persiste, al menos como fantasma, la fantasía de la literatura: hay una gran puesta en escena con muchos medios, librerías, ferias, eventos, festivales grandes, medianos y chicos, personas que esperan al escritor en el aeropuerto, todo esa parafernalia aunque no le importe a casi nadie. En Tucumán esa fantasía no tiene de dónde sostenerse, desde el momento que se tiene la bolsa en la cabeza la épica ya no puede existir ni como farsa y deviene en comedia.
Cesar Aira, quizá por su condición de autor del interior, supo entender este panorama y narrarlo en su relato “El cerebro musical”. El texto es una vuelta al interior, en su caso a Coronel Pringles, y a la infancia, al momento fundacional del escritor que coincide, en la arbitrariedad de la memoria, con el de la biblioteca municipal. Pero en este caso no hay lugar para una fundación mítica borgiana quien recrea Buenos Aires para incorporarla a su poética y a la modernidad literaria. En Aira el acto inaugural, como escritor del interior, es hilarante y está marcado por la sangre de un triángulo amoroso entre enanos que deviene en crimen y en un embarazo monstruoso.
Vuelvo a la carpeta “Ideas”. Escribo: el superhéroe tucumano tiene como principal razón de ser el cuidado del Cerebro Musical. El cerebro es la causa de lo prolífico de la práctica de la poesía en la provincia. Se trata del cerebro de Rubén Darío que según Sergio Ramírez fue sustraído del poeta por el gobierno nicaragüense para estudiar las razones de su genialidad. Pasan diversas situaciones y se termina perdiendo. Quizá el que lo trae de contrabando a la provincia es el boliviano Jaimes Freyre y su discípulo suicida Luis Eulogio Castro organiza sus primeros recorridos. Ahora circula por las casas de los poetas tucumanos como si se tratara de una imagen de la virgen. Como lo demuestra el relato de Aira con el caso de Pringles, parece que existen otros cerebros musicales, por lo que seguramente el tucumano no sea más que una de las tantas copias que circulan por distintas provincias y ciudades del interior. Lo más probable es que el cerebro original de Darío esté en Estados Unidos o en su tumba, pero eso poco importa porque los poetas creen en su fetiche y la tarea de nuestro héroe con la bolsa en la cabeza es mantener viva esa llama, el pálido fuego de la poesía.
*Imagen Rosalba Mirabella.
Es escritor, Doctor en Letras y docente de la Escuela de Cine, Video y Televisión de la Universidad Nacional de Tucumán y de las carreras de Letras de la UNT y de la Universidad Nacional de Santiago del Estero. En lo referido a su producción crítica publicó Más allá del centro y la periferia. Mario Levrero: una estética del raro (IIELA 2013) y artículos en revistas especializadas de diversos países. Sus textos también están incluidos en los libros Caza de Levrero: Asedios críticos a la obra de Mario Levrero (Rebeca Linke 2014), Escribir Levrero. Intervenciones sobre Jorge Mario Varlotta Levrero y su literatura (EDUNTREF 2016) y Relatos Infieles: Tomás Eloy Martínez (EDUNT 2016). En relación con su obra narrativa publicó Ibatín (Culiquitaca 2015) y Álbum de figuritas (Monoambiente 2022). Integra las antologías Raros Peinados Nuevos (Eterna Cadencia 2017, Premio Cuento Bienal Arte Joven Buenos Aires), 40° (Blatt&Ríos 2015), Reñidero (Culiquitaca 2012), entre otras. Algunos de sus relatos se publicaron en medios como Clarín, El tucumano y La Papa. Organiza el Festival Internacional de Literatura Tucumán.
Y estaría todo bien, siguiendo a Saer, con el tema desterritorialización, alegorías y vete a saber. Pero una dilución tan grande no necesitaría los cholulos ejemplos de tucumanidad cumbiera, habría que responderle al festival de Tomás, si lo que se plantea es que no hay una tucumanidad. ¿La paradoja es necesaria para que el patetismo hiperbolice la bolsa en la cabeza? Si es así, mejor creer, en contra de todo Letras, que sí hay una tucumanidad. Ante contradicciones así, mejor ridiculez con blasón que cinismo obligatorio porque sí