Una obra de Camila Kaese, con curaduría Rocío Rivadeneyra
Por Cecilia Vega |
La naturaleza es una de las temáticas más trabajadas de la historia del arte. Desde el siglo XIX el paisaje logró independizarse como género gracias a corrientes filosóficas que buscaban una comunión del hombre con la naturaleza y relacionaban ésta con la divinidad y el autoconocimiento. Las obras de Camila se encadenan de alguna manera con esta tradición de pintura de paisaje. Representando la inmensidad de la montaña y contraponiéndola a elementos cotidianos, nos enfrenta a una naturaleza de la que somos parte pero nos abruma en su inmensidad: “Un trampolín gris que se queda corto en su trayecto, no llega a ser puente y fracasa en su intento de unir la simpleza de nuestros esfuerzos y nuestra comprensión con la complejidad, por momentos indescifrable, de la naturaleza”, escribe la artista sobre una de las pinturas que estuvo expuesta en la Sociedad Francesa. Por lo tanto, las obras de Camila poseen propiedades de lo sublime que, según Kant, se refleja con una naturaleza infinitamente grande ante el hombre infinitamente pequeño, quien desarrolla ante aquella un sentimiento de sobrecogimiento.
La muestra estuvo formada por dos momentos: primero nos encontramos con pinturas de gran tamaño y, luego de una pausa, una sala a oscuras, más íntima, donde se exhibía un video acompañado por dibujos. En esta sala se entraba en contacto con las preguntas e ideas que rondaron y rondan la mente de la artista. Las obras expuestas, en su mayoría, tienen como protagonista el paisaje, la dualidad naturaleza/ciudad y más específicamente las montañas de Jujuy; lugar donde la artista residió durante todo el 2020 y realizó los trabajos expuestos.
La exposición estaba atravesada por el contexto, imposible de evitar, la pandemia y cuarentena del año pasado fueron el marco donde se desenvolvió Camila al momento de realizar estos trabajos. 340 km lejos de su familia, de su taller, sus búsquedas personales la llevaron a explorar un nuevo lenguaje plástico al acercarse a la montaña: “Las montañas, las olas y el cielo, ¿no son acaso parte de mí, como yo lo soy de ellos?”. escribió Byron, un poeta romántico. Las montañas siempre fueron consideradas un lugar privilegiado para la contemplación: en una de las pinturas más famosas del romanticismo, El caminante ante el mar de nubes, del pintor romántico alemán Caspar David Friedrich, observamos un hombre que contempla ensimismado un paisaje montañoso, pero las obras de Camila no contraponen al ser humano a la naturaleza, en su lugar coloca objetos de nuestra cotidianeidad, como ser una estufa o un matafuegos, concibiéndolos como una posible respuesta a la incertidumbre, una hazaña condenada al fracaso. Y es que en lugar de albergar a la divinidad, las montañas jujeñas parecen poseer el secreto del yo interior, siendo la búsqueda del mismo un viaje que se realiza de afuera hacia adentro, un recorrido donde la artista toma “La experiencia sensible como forma de ensayo frente a la intemperie, como forma de acceder a la realidad”.[i]
Registro fotográfico: Lourdes Rivadeneyra
[i] Texto de sala de la exposición “¿Cuál es el horizonte del próximo paso?/Una especie de fenómeno de inmediatez,/tratando al error como disonancia,/ nos plantea la necesidad de sentirnos suficientes./La experiencia sensible como forma de ensayo frente a la intemperie, como forma de acceder a la realidad./La resistencia ante la pausa diagnostica que a lo mejor ya no tenemos capacidad/Para entender lo lineal, lo simple./Lo que somos, frente a lo que no podemos acceder/La estrategia de saberse derrotado./La ilusión de haber vencido la distancia,/De haber borrado el tiempo”.
Nació en San Miguel de Tucumán el 24 de junio de 1994. Es Licenciada en Artes Plásticas por la Facultad de Artes de la UNT y forma parte del grupo de investigación en artes independiente Linde Contemporánea. También realizó talleres de poesía y participó de las últimas ediciones del FILT (Festival Internacional de Literatura de Tucumán).