Por Maira Rivainera |
Al Jardín de Apolo; a la Asociación Monteverdi
A la espera de frase alguna que abra este texto, en imagen recurrente como toda respuesta, flashbacks de la cúpula de la Basílica de San Francisco haciéndole obstáculo a la vibración de onda. Sentada yo, la mirada fuera de foco, el lente en la música y esa sensación ambiente de dorado, efecto de luces cálidas y pinturas, soporte material al raciocinio para tolerar la experiencia. Su desborde. El poco lugar que el cuerpo es.
¿Qué idioma es la música o qué deja entrever, cuando el oído no habla el lenguaje de su técnica? Un músico llega a escribir su idea musical si cuenta con algún dominio de la notación de partitura, aunque sucede también que la idea no se presenta sino primero como sonora. ¿Qué se está haciendo cuando se escucha música?
Un imposible de negar es la atención capturada por la sucesión temporal de variaciones del espectro del sonido, sus vueltas, repeticiones y desvíos. Para un oído pagano, el menor daño que puede esperar al dejarse atravesar por la música, es quedar embelesado. Algo saben esas sirenas en su arcaica lengua decir acerca de la vida que torna irremediable el deseo de arrojarse a sus sales. La música sucede en el tiempo y lo que requiere a la atención es un estado de tolerancia hacia las diferencias transcurriendo sin freno, aunque con orden, cuyo deleite consiste en el discernimiento de los colores que van pasando. Algunos compositores se han abocado a producir estertores orquestales o incertidumbres resolutivas pero otros, rigurosos de la arquitectura del sonido, se han dedicado a producir la armonía y arreglos que inventan dentro del orden melodías nuevas. A estos últimos quisiera inclinar la preferencia durante los siguientes párrafos.
Dada la hipótesis de que la música sea una experiencia en lugar de algo que pasa por los oídos al cerebro, la música se explica cuando se la presencia. Algo de aura subsiste en los conciertos en vivo. En el caso de no estar asociada a la experiencia de lo colectivo, ni al ritual de prepararse para, al suspenso hasta que la banda aparece con el primer acorde, ¿en qué consistiría esa singularidad?
El sonido existe en un espectro que se expande entre los extremos de lo grave y lo agudo, la notación musical escribe de ello intervalos convencionales que indican los puntos que son figurados en cada instrumento para señalar un momento de esa recta. En realidad la secuencia es inversa, diseñado el instrumento, la notación existe. Entre los más conocidos, el pianoforte es, físicamente, un despliegue material de los lugares del arco de audición. Tenido por antiquísimo, antes aún, lo que existía era un extraño espécimen llamado Clave. Detalles, los instrumentos se afinan en diferentes tonalidades y el piano típico que conocemos es en relación a esa aspiración lo que se llegó a acordar como estándar. Es un buen momento para poner entre paréntesis aquello de que la música sea un lenguaje universal, en realidad a partir de un afán técnico, se redujo el rango del sonido occidental a 12 semitonos.
Que estuviera afinado el instrumento, antes que oído implicaba habilidad mecánica y ajuste a leyes físicas. Había que construir el diseño que admitiese la realización del sonido lo más próximo que fuera posible al “sonido natural”. El problema es que no hay sonidos naturales, y en último término, la música es una cosa matemática; de manera que, un instrumento construido bien afinado era aquel que distribuyera con mayor proporción entre intervalos, el margen de error en la relación tecla – sonido natural. Lo que da la noción de música como bella proporción y también como equilibrio, a partir del momento en que a ningún intervalo le cabe más o menos que a otro. En este sentido el clave es excepcional, fue el primer instrumento cuyo diseño alcanzó distribuir tanto como era deseable, el margen de error matemático entre sus posibilidades sonoras. Hay diferentes diseños, algunos con dos teclados, pedales, variables que permiten alcanzar distintos umbrales del sonido; lo importante es que dentro de lo “natural”, el clave era lo que más logrado se encontraba en cuanto a concordancia de nota y “afinación” de sonido, a la vez que tiene la bondad de ofrecer al oído más detalles de intervalos. Por ejemplo, entre A y B, admite que se escuche A ½, A ¼, etc. Pero para un clave la afinación no existe, lo que se hace es ajustar las cuerdas a intervalos entre los dos extremos del sonido, tal que ninguna se equivoque tanto en su número de vibraciones al ser pinzadas, tomando como referencia el número de veces que debiera vibrar para hacer un Mi, por ejemplo.
La necesidad que va a dar con el clave era puramente práctica, dado que el instrumento de teclas y cuerdas que todavía no era él, contaba con la dificultad de requerir ser afinado según la escala en la que se deseara ejecutar o estuviera escrita la pieza. Se buscaba tocar de corrido diferentes partituras en un mismo instrumento, es decir un concierto sin interrupciones, unas buenas horas de música de fondo para animar cualquier fiesta. Inventado el instrumento, se desprendía de él un sistema de afinación. Detalle dos, la gente exquisita de aquellos banquetes encontraba de mal gusto el sonido que no fuera puro o no sonara casi puro. Cuando no había alcanzado la técnica solucionar este ruido a los oídos, el genio de un tal Johann Sebastian Bach escribió piezas cuyas notas concordasen con aquellas que el diseño del instrumento más hubiera logrado aproximar a lo “afinado”, y recuérdese lo afinado era la reproducción del “sonido puro”; su mérito reside en parte, con ese anhelo haber derivado en un sistema cromático particularísimo sobre el cual se yergue, y no culpo por esto al músico, la noción de que habrían canciones que suenan tristes y otras más bien alegres.
Bach dejó escrito esto en lo que se conoce como dos libros de El Clave Bien Temperado (ECBT); el nombre de la obra se explica, aproximadamente, con lo mencionado más arriba sobre la notación y el sonido. Musicalmente, su proyecto podría parafrasearse diciendo que quería poner de relieve lo bueno que hay en cada tonalidad en cuanto a sus características sonoras. La obra está construida con Preludios y Fugas para cada tonalidad de la escala cromática (lo que sería: de posibilidades de sonido para el oído humano). Hacen un total de 48 Preludios y 48 Fugas dispuestos en pares, cada uno de ellos en las tonalidades Mayor y Menor. Se dice que lo habría escrito con fines didácticos, sin embargo nótese la maestría por ejemplo del primer par Preludio – Fuga, pura armonía sin melodía. Es como si se pudiera vivir en una casa que sólo contase con vigas y columnas, a la vez que no pasar frío, calor, ni estar al descubierto. De modo que, si hubiera fines didácticos, lo primero que ahí entiende algo es el oído. Es como que a una le enseñen la estructura de la música: su mecanismo, su cómo funciona, sin que deban aprenderse los nombres de las cosas. Este parece ser el encantamiento que sustrae al ente en los conciertos de música clásica, y en particular de esa pieza cumbre del barroco de Juan Sebastián.
El clave es el instrumento más específicamente musical que me acuerde haber escuchado, sólo que no he escuchado un Arpa y no por nada se la habrá asociado a todo cuanto está fuera del universo de lo permitido a lo humano. El sonido me llevaba a Kafka en el teatro con sus amigos, tumultos de gente con vestidos y trajes, ese humor polvoriento de Franz; escuchando la música estaba o parecía estar en otro lugar, a la vez que encontrábame propiamente hablando: en el tiempo, donde nunca habito por cuanto el presente está hecho de irrealización fundada en esa espera de lo desconocido o en busca de lo que aconteció. Estaba sin poder huir de mí, resbalando sin agarraderas al no-lugar, mal llamado placentero, de la imaginación pero voy a los sonidos y arribo a la materia inerte próxima. Un banco donde me apoyo, encuentro a los otros, mientras dura que se expande lo incógnito.
Música, espacio sin tiempo. El clave hacía incontables reverberaciones de unidades heteróclitas, imagen de simultaneidad antes que de discurrir, constante superficie de agujas intermitentes. Sucesión de heterogeneidades, vacío intacto y vario.
La música hace superficie, lo que es asombroso en un mundo vasto en pliegues.
ECBT captura al oído en sus bucles, enseñando del sonido en las secuencias sus contracciones y dilaciones. Hay armonía, es decir hay orden. Vendría a ser la música temporalidad vacua, en lugar de presente absoluto. Si fuera captación directa de lo actual, se estaría al interior del concepto angustiado de sí en un punto entre lo anterior y lo incierto por venir al ahora; es muy necesario aclarar que la escucha sin mediación de las notas en la multiplicidad en que las torna la composición, no hace todavía la experiencia musical aunque sí aproxima, dispone, habilita.
El drama de la música es el intersticio nebuloso del yo escucho, yo estoy aquí discerniendo estos sonidos, muy probablemente porque yo se resiste al estallido. El sonido del clave empieza a existir ya disperso, no admite en la ejecución sobresaltos del cuerpo que hagan subidas o bajadas de la intensidad más que la marea de la pieza, es una tranquilidad la intuición de que no habrá irrupciones ni qué se salga del rango de las escalas. Hay una cierta admiración por todo lo que transgrede lo establecido, la música antigua en estos días sea quizá rebeldía del espíritu en busca de algún descanso.
De haber tenido qué decir sobre la música para hablar de ella, habría escrito onomatopeyas de tarareos e igualmente, faltado ella que es sonido. Aunque puesta a sonar en casa la lista de canciones, imposible ha sido reproducir ECBT en Do Mayor envuelto en aire de incienso y madera, los murmullos y la sonrisa idiota esa de desdén y asombro ante lo divino. Si la idea de Dios ha sido dada entre los unos a los otros, tiene que haber albergado como esperanza una explicación para conformar a la lógica acerca del buen uso de esa geometría anatómica cuando trae a la vida lo demoníaco de un recuerdo sin lenguaje; la posibilidad del número en lugar de las palabras.
*A propósito del concierto Antiguas sonoridades, nuevos tiempos. https://drive.google.com/file/d/19XLYRDqdXkK8mlbzNEK6MNpwK8334v-0/view?usp=drivesdk
Maira Rivainera ha publicado Cielo, verde, agua (Gerania Editora, 2019) La realidad es más intangible (poemario formato digital, Edición de autor, 2020. Disponible en Tiendita de lapapa.online) y Hacer nada (letradecarta, 2022). Hace letradecarta.blogspot.com (blog de poemas).