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Correr, caminar y escribir: anotaciones a la deriva de un Tucumán

Por Leopoldo Silva |

El otoño es la estación bendita para salir a campear Tucumán. Se sabe que esta luz dorada con los cerros más celestes y la ilusión de un aire limpio se quedarán poco tiempo. Vendrá el invierno corto y después el calor eterno. Por ahora, suenan en las plantas de mis zapatillas diferentes tipos de hojas. La nueva epidermis de las calles de barrio Sur crujen mientras camino.

Cuando comencé a escribir también comencé a correr, dos, tres veces por semana. Después pasé a caminar. Con caminar me refiero a vagar, caminar por caminar; sin rumbo definido. Como si la escritura viniera con la necesidad del paso. Y al trote o al clásico estilo caminante, sigo calibrando textos en movimiento.

I

Si corro, siempre elijo el mismo escenario; desde hace un tiempo es el Parque Avellaneda, lo tiene todo: la espalda de un cementerio, un jardín de infantes, el lateral a un hospital donde nacen bebés todo el tiempo, un paseo de juegos noventoso.

Si camino, en cambio, nunca repito el recorrido.

Salir a vagar también es salir a leer, a leer escenas, rostros, paisajes. La forma en que esa madre mira a su hija subir al colectivo o este pasaje silencioso donde se escuchan palomas jugar; saltan en el techo de un Fiat Uno, las patitas retumban en el metal.

Las caminatas de los domingos son para observar los balcones, las cúpulas de Barrio Norte, las ventanas de los edificios de la calle Muñecas. El poco movimiento en las calles invita a elevar la mirada y posarla en aquellos detalles que siempre han estado allí, pero que nunca nos hemos detenido a ver. Por eso disfruto en particular de los domingos, sobre todo en la mañana temprano. 

II

Me despiertan especial simpatía los escritores que han hecho del correr o caminar parte de su mito de autor. Son muchos, pero en mi caprichosa constelación están:

Murakami desde hace treinta años que corre, mínimo, una maratón por año. Entrena sistemáticamente todos los días. Corredor de fondo, escribió De qué hablo cuando hablo de correr, una joya. Planea sus entrenamientos con obsesión y controla sus tiempos con precisión, kilómetro a kilómetro. Empezó a correr después de publicar su primera novela.

Leila Guerriero, corre de 30 minutos a una hora todos los días, generalmente escuchando música. “Corro porque me gusta sentir la furia de los músculos, la arrogancia del cuerpo, y porque cada vez es la primera: porque cada vez hay que remontar el agobio y las ganas de no correr y el horror de los primeros minutos hasta que, en algún momento, todo desemboca en un cono de silencio en el que no hay tiempo, ni frío, ni calor, ni cansancio, ni desesperación: sólo la voluntad de permanecer allí para siempre, en ese lugar horrible como si fuera el paraíso. Corro. (…) Corro para escribir. Corro porque escribo. Porque es igual de inútil, igual de necesario, igual de pavoroso.”

Juan Forn. Caminante playero. Poco después de cumplir los 42 dejó la ciudad y se refugió en Villa Gesell. Esos años, los de las contratapas que escribió para Página 12 pueden leerse en clave caminante. Para él, tan importante era leer a esos autores sobre los que escribía, como sus paseos por la playa para darle sentido -y desvíos- a ese dispositivo narrativo que publicaba cada viernes.

Al reverso de la ciudad, del lado salvaje, el caminante por excelencia: Henry David Thoreau, que en 1845 edificó con propias manos una cabaña y se fue a vivir aislado, muy cerca del lago Walden (EEUU), y se pasó por décadas dando paseos por el bosque. Para Thoreau caminar era un arte que, como la escritura, había que practicarlo a diario: “Paso al menos cuatro horas al día -y por lo general un poco más- peregrinando entre los bosques y por las colinas y campos, absolutamente libre de las ataduras del mundo.”

Como si en cada caminata por el bosque leyera con todos sus sentidos aquello que la naturaleza susurra. Pero no solo leer, Thoreau iba un paso más allá de la huella que sus botas iban dejando: “Detecté, cuando el viento se calmaba y podía oír desde lejos, el murmullo de la música más delicada que pueda imaginarse -como el de una colmena distante, en mayo-, que tal vez fuera el sonido de sus pensamientos.”

III

En inglés, deambular (sauntering) deriva de la palabra peregrino (saunterer). En la edad media se calificaba así a los hombres que pedían limosna con el pretexto de seguir caminando hasta Tierra Santa (Sainte Terre). Se la pasaban la vida caminando. ¿Hacía qué tierras santas van los caminantes de nuestro tiempo?

 IV

Troto lento por la Mate de Luna al 2000 cuando escucho sonar un saxo. Es una elegante casa con jardín vertical muy cuidado. Están todas las ventanas cerradas, no hay luces encendidas, el pasto cortado de como hace dos días. El sonido del instrumento sale desde la corteza de la casa. Va a contramano de los dos autos que rápido avanzan por la avenida. Detengo la marcha, no hay más personas en la cuadra, imagino arbitrariamente a un pelado cuarentón tocando aquel instrumento, descalzo sobre el parqué y contento de saber que su familia no está en casa, seguro pasando año nuevo en otro país. Después, aumento el ritmo. El tiempo trae otra consistencia.

V

“Mi cuerpo es ciertamente más viejo que yo, como si conserváramos siempre la edad de los temores sociales con los que por el azar de la vida nos hemos topado. Entonces, si quiero vivir debo olvidar que mi cuerpo es histórico, debo arrojarme en la ilusión de que soy contemporáneo de los jóvenes cuerpos presentes y no de mi propio cuerpo, pasado. En síntesis, periódicamente tengo que renacer hacerme más joven de lo que soy” escribió Roland Barthes en El placer del texto.

VI

Vinimos de vacaciones familiares. Son las once de la noche y hace cuatro horas hubo un tornado aquí. De los más fuertes de la historia de Miramar, salió en las noticias. Para mí, fue el primero y lo miré desde una pieza encerrado.

Horas antes, por la siesta, no había nubes, hacía calor en exceso y la arena quemaba las plantas de los pies en la playa. Hablaba con la esposa de un primo. Me gustaría quedarme en Amaicha unas semanas en el invierno, le contaba a ella que tiene familia ahí.

Es la temporada donde la gente se suicida, su respuesta resuena ahora que corro por la costanera. El mar está calmo y el asfalto apenas mojado. Voy saltando las ramas de los árboles caídos que se desparran en cada esquina. El aire me parece más liviano y corro más rápido. Es la temporada donde la gente se suicida, la frase continúa ahí.

 VII

Para caminar, las galerías céntricas de Tucumán ofrecen al paseador ocasional una oportunidad única para recorrer transversalmente esa porción de la ciudad.  

Deambulo por las galerías -paso de una a la otra- imagino el paisaje de un cuento que nunca voy a escribir:  Apocalipsis zombi en Tucumán. El narrador atrincherado en la galería La Gran Vía. Las galerías, por alguna razón se han convertido en el único lugar de resguardo; están todas interconectadas.

VIII

Ya sea corriendo en un parque o caminando -vagando de Barrio Sur a Barrio Norte y volviendo hasta Ciudadela- el movimiento así, para mí, forma parte de los rituales colaterales que trae la escritura. Y aunque corra por correr, camine por caminar, suele ser ahí, en esas pequeñas cápsulas de tiempo, en ese estado de atención flotante donde algunas veces algo parece revelarse.

Entonces, sí. Salir. Volver escupiendo frases. Medir con las palabras, a nuestro ritmo, al trote o al paso, la melodía del mundo. 

A veces, con dos vueltas al Parque Avellaneda alcanza.


Imagen de portada: Parque Avellaneda, San Miguel de Tucumán

5 respuestas a “Correr, caminar y escribir: anotaciones a la deriva de un Tucumán”

  1. Pancho Matorras dice:

    Hermosotexto Leopoldo. Que lindo sería caminar por Tucumán un mañana de domingo. Me hizo recordar el libro «Andar, una Filosofía» de Frederic Gros. Saludos desde Walden.

  2. Lucas Daniel Cosci dice:

    Excelente ensayo. Me encanta la conexión que haces entre caminar/correr y escribir. Siempre la he pensado. Antes caminaba y, como vos, se me ocurrían cuentos, historias, partes de poemas; extrañamente esos pensmientos nunca llegaban a ser un texto. Eran puro amague. Sin embargo, escribía otras cosas, historias alejadas de mis caminatas. Pero estaba convencido, y lo estoy aun, que hay una secreta conexión entre esas escrituras y los miles de millones de pasos dados.
    Caminar es escribir en el suelo.
    Muy bueno, me has hecho re-pensar ciertas cosas.
    Saludos

  3. Nora lía dice:

    Una belleza este texto Leo. Esto de recorrer la ciudad con ojos vírgenes, ojalá no se te pase nunca. Me hiciste acordar a mi admirado Walter Benjamin, que decía que la mejor manera de conocer una ciudad es perderse en ella.

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