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ISSN 2684-0626

 

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Dos libros, una huella

Por Lucas Cosci |

Veo en Facebook el anuncio de una novedad editorial; en realidad dos, casi en simultáneo. Perros de tribunales de Daniela Rafael; y 25 Watts, de Néstor Mendoza. Colección “Literaturas”, editorial EDUNSE. De los autores tengo noticias previas y motivos para leerlos. De los textos tengo la incitación improrrogable de sus títulos.

Que la editorial de una universidad publique obras literarias, ya en sí es un hecho para celebrar, aunque hay que reconocer que es algo cada vez más frecuente. No menos para celebrar es el hecho de que sean dos las propuestas lanzadas.

El rastreo de novedades en las colecciones de las editoriales, es una forma efectiva de estar al tanto de lo que se escribe últimamente. Buen pretexto para salir a buscarlos en las librerías; los compro, los leo sin demoras, me dejo tramitar por sus sentidos.

Algunas anotaciones.

Avenida de la memoria, justicia perra

Perros de tribunales es una colección de cuentos dividida en dos secciones: “Avenida” y “Perros…”, propiamente. El título general es más bien una jugada del segundo tiempo. Tiene la potencia de prometer un inquietante doble sentido, que  se posterga de cuento en cuento y, por fin, sobrenada con sutileza entre los últimos.

La primera sección reúne relatos de un mítico Fernández, en un tiempo no menos lejano que difuso. ¿Por qué Fernández? ¿Será porque todos sabemos que en un pueblo suceden cosas que no pasan en las ciudades? ¿Será porque todo pueblo guarda sus secretos? ¿Porque hay entre sus callejas y paseos racimos de historias embrionarias que esperan la voz de un narrador que las rescate? Sabemos también, claro, que Fernández, Capital del agro, no es un pueblo ni mucho menos; es una ciudad, una de las más importantes de la provincia de Santiago del Estero. Pero en la memoria de la autora –con todo derecho– se recupera como pueblo. Y no hay razones para que no lo sea. No voy seguido a Fernández, pero seguro, como muchas ciudades del interior, al día de hoy todavía mantiene cierta atmosfera pueblerina que los textos logran recrear con acierto. No cabe duda. Estas historias solo podían suceder en una tranquila villa a la vera de la Ruta 34.

De un tono tímidamente costumbrista, este primer segmento recupera sucesos de los tiempos en que la ciudad (el pueblo) era atravesada por una sola calle doble mano pavimentada. Las historias narradas tienen la capacidad de construir intrigas desde lo cotidiano; de crear atmósferas reales en las que los detalles juegan de punta. Hay una gran sutileza en el armado, sentidos indirectos, alusiones que quedan colgadas como signos de pregunta. Hay un uso cuidado y selectivo de las técnicas narrativas: saltos en el tiempo, repeticiones intencionales, diálogos sin narrador a la vista, insinuaciones, finales en suspenso.

En la segunda parte cambia el escenario. De Fernández nos trasladamos a la Ciudad Capital. Y nos descubrimos en medio de una constelación de relatos urbanos que tienen lugar en el Palacio de Tribunales, en sus bulevares y calles adyacentes. Las historias están conectadas por el merodeo de una jauría de perros callejeros. Perros dueños de sí mismos, que han hecho territorio en los espacios edilicios de la Justicia. Es preciso recordar que, tanto los ambientes tribunalicios como las historias de perros, no han sido ajenos a la literatura (Kafka y London, como ejemplo de cada caso). La combinación de esos dos ingredientes, sin embargo, deja un resultado más que interesante. Cada cuento es la crónica de los sucesos en torno a uno de los perros de tribunales  y sus incidencias en la vida de los actores. Habitantes de los oscuros pliegues de la burocracia judicial, los perros de tribunales llegan incluso a incidir lateralmente en el curso de los expedientes.

Como lector, me arrogo el derecho –y el capricho, por qué no– de elegir. Me quedo entonces con “Un domingo cualquiera”, de la sección “Avenida”. Desde la primera línea, la autora despliega su arte narrativo con los mejores pases, generando un fascinante juego entre lo dicho y lo encubierto, la solapada sugerencia, los silencios y las alusiones truncas. Como en un sueño nunca del todo recordado, las cosas pasan y uno ni siquiera se da cuenta, o se da cuenta a medias, en el vértigo de una gran incertidumbre que no cierra, que es imprescindible que no cierre. Desde el principio arranca con una enunciación que nos sacude sin anestesia. Después la trama se teje en punto cruz, con hilos que van y vienen, atrás y adelante, entre el pasado y el presente y termina con una confesión que obliga al lector a repensar el conjunto de los hechos. Redondo. Como lectores somos llevados a completar el círculo. A lo cual hay que sumar la impecable construcción del personaje, Domingo Reyes, que asume un contorno soberano; domina la tensión del relato, de la primera a la última línea. Es, sin dudas, un cuento que se destaca.

Más allá de que no todos los textos logran la misma intensidad narrativa,  Perros de tribunales es una propuesta en la que hay audacia, hay oficio, hay arte narrativo.

25 Watts, luz de baja intensidad

Cambiamos de registro. Ahora nos internamos en la vibración de la poesía.

25 Watts es la mínima intensidad con la que venían las viejas lámparas de filamento, anteriores a la era led. Eran luces mortecinas que apenas arrojaban un manto ambarino sobre los objetos. El título, ¿funciona como metáfora de una condición de la existencia? ¿La baja intensidad como desaliento?, ¿como melancolía?, ¿como el desplome venido encima cuando “el fin justifica los miedos”, cuando se pide luz “antes que todo se apague”?

Néstor Mendoza es en este novedoso poemario un auténtico y renovado bardo de la tradición lírica, un poeta que recoge los motivos del habla popular y los procesa en textos de alta intensidad comunicativa.

Los poemas parecen fluir espontáneamente, como escritos al dictado de la voz. Hay, sin embargo, un riguroso trabajo de la palabra, la construcción de un régimen de tensiones con las que se busca producir sentido. Expresiones del lenguaje popular combinadas con retoricas sofisticadas, una siembra de nombres propios al voleo, anglicismos injertados en el habla más prosaica, el humor melancólico, la parodia, la ironía, la provocación satírica, la apelación a símbolos populares que se mezclan con resonancias ilustradas, la desacralización y re sacralización de íconos cristalizados.

25 Watts nos arrastra hacia límites existenciales adonde todas las preguntas caen como lluvia; los límites de una fantasía en blanco y negro; los límites de hacer poesía en una ciudad “que le dicen madre”: los límites del “animal de afuera” y los del “animal de adentro”; los de estar “vestido para nada”; los límites de escribir “lo que puedo” o “lo que muerdo”; los de “un pensamiento con perfume de flor destrozada”. Centro. Eso es 25 Watts: “un pensamiento con perfume de flor destrozada”. Porque hay en esta propuesta un pensamiento incompleto, incipiente, roto, escurridizo; un pensamiento que juega a las escondidas entre las múltiples galerías del sentido, y entonces, el gran “interpretador” “no entiende nada”, solo le cabe el arte como ejercicio hermenéutico: “escribir un poema”.

De nuevo. Me arrogo el capricho de elegir. “Manifiesto –para ser poeta en la Abuela de Ciudades– “  El texto juega a desacralizar un mito fundacional, martillando con ironía los epítetos y formas de nombrar a la Noble y Leal Ciudad, “para mí, por lo vieja/, es abuela de ciudades”; la desmitificación de los orígenes, “porque la duda está en el origen/ ¿a quién se le ocurre llamar Barco/ a una ciudad sin mar?”; el desenmascaramiento de sus contradicciones, “porque el poeta dice sí/ cuando es no”; la exhibición de nuestros complejos, “y uno de incognito/ en silencio para no parecer tonto”; de nuestras precariedades, “pagar EDESE, tener el split a punto”; de nuestros éxodos, “viajar alguna vez a Buenos Aires”; “trabajar en la construcción/ o de empleada doméstica”; de nuestra fatalidades políticas, “Y el sol aquí ha parido tiranos”; de nuestras angustias, “desflorame esta pena”; de nuestro “lenguaje ovillado” en santiagueño. Una desafiante parodia de nuestros mitos y creencias de origen, que desbarata consagrados estandartes de nuestros discursos de identidad. Y en el medio de todo, la hazaña de ser poeta con “todas las derrotas tragadas”. El poema se cierra con la declaración trágica de una estética popular según la cual el poeta “se calla” para que quede el cantor.

Al final, los 25 Watts quedan en el título. Porque el libro despliega una poesía de alto voltaje, que nos hace ver con el último resplandor “antes que todo se apague”.

Géneros diferentes, estilos irreductibles, entonaciones a la distancia, estos dos libros tienen algo que los conecta en secreto. Están modulados desde el barro de Santiago, desde la quietud de nuestras siestas y la falsa cordialidad de nuestras calles. Gravita un mismo suelo y una misma historia, pero sus voces peregrinas buscan, sin embargo, la salida de este redil. No le hablan a Santiago. Le hablan a un lector ubicuo, que asoma a sus páginas desde cualquier rincón de este ancho mundo.

Terminada la lectura, al fin, vuelvo a al anaquel adonde está decidido que queden los libros, junto a otros títulos de la misma colección. Ya son varios. Ya se puede seguir la huella.

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