Por Guadalupe Hidalgo Gil |
«La voz es un privilegio, y el canto su celebración» Liliana Herrero
Mi nombre es Guadalupe. Me dedico a la música, al canto, y en específico al canto jazz. No siempre fue así, pero eso fue lo que me atravesó durante toda mi vida sin darme cuenta.
A los ocho años comencé a cantar en escenarios. Un poco antes, un par de años antes de eso, tenía seis y recuerdo una visita que mi abuela “Lelé” nos hizo a mi hermano y a mí un día de semana. Estábamos armando los juguetitos que venían en el huevo Kinder, mientras de fondo sonaba un disco de jazz en donde el saxo interpretaba todas las melodías. Recuerdo que con mi hermano las sabíamos de memoria y las cantábamos por encima del saxo a gran volumen. Nos sabíamos el disco completo y la “Lelé” nos decía que eso no era para cantar porque nadie estaba cantando. Era música para instrumentos. Mas tarde el disco se perdió y nunca supe si era un compilado de artistas, tampoco el nombre del disco, ni de les músiques del disco. Solo recuerdo algunas melodías que con los años voy reconociendo y agendando en un archivo que llamo “el disco de saxo”, como en una especie de búsqueda del tesoro para recomponer ese disco tabú de la infancia, que no se podía cantar y no entendía el por qué no, si a mis ocho años yo sabía muy bien como hacerlo.
En eso se basó de manera inconsciente al principio y elegida al avanzar los años, toda mi vida musical. Quería descifrar el por qué algunas músicas se cantaban y otras no, como había dicho mi abuela. Cuál era el parámetro para que una música se pueda cantar y otra no deba ser interpretada por una voz. Mi conclusión hoy, a días de cumplir treinta años, es que todo se puede cantar. Si tu voz quiere cantar y tiene ganas de arriesgarse hasta el borde de un abismo, nadar en océanos profundos, flotar y volar a la vez… Si tu voz tiene ganas de transitar todo eso, lo puede hacer. Ella primero tiene que querer.
Entiendo día a día, y cada vez más profundo, lo que la música representa para mí como cantante y artista. El poder inventar una melodía, el poder utilizar acordes sin ningún estereotipo previo más que mi oído e ir decodificando poco a poco como avanza la armonía, hacia dónde quiere ir esa música, esa voz. Mi voz. Confiar y dejarme llevar a donde me guía mi intuición. Entiendo todo eso, y es por eso mismo que quiero contar de lo que una voz es capaz de hacer, de cantar, y no podemos ni imaginarnos.
No nos enseñaron a jugar con la voz. Nos enseñaron a que una canción tiene letra, tiene contenido, eso está muy bien. Pero qué hay de la música y la textura vocal y el permiso de variar una melodía y poder jugar como juegan los demás instrumentos que no están condicionados por un texto. El texto enmarca. También limita. Es un arte poder decir, saber decir lo que el texto nos cuenta y compartirlo con alguien más, sumándole en un interlineado invisible, nuestro discurso y nuestra mirada, nuestro vocabulario expresivo y también nuestra versión de la historia. No tenemos idea de lo que nuestras voces son capaces. Nos acostumbramos a usar la voz de un modo “correcto”, para cuidarnos de los daños que podría provocar una mala técnica. Pero ¿qué hay de lo que entendemos únicamente cuando lo decimos? El percatarnos de lo que estábamos diciendo, de lo que estamos sintiendo, recién cuando se lo contamos a un otre.
«Necesito decir, necesito romper, necesito empujar para entender
esa energía justa que quiero y requiero en cada sonido.
Necesito salir al mundo exterior y mostrarme».
Podemos decir muchísimo más si no estamos atades a una letra. Si usamos el texto como trampolín y no como reja a través por la cual mirar.
“Yo creo mis letras en el momento. Solo tienen sentido para mí. Voy recreando una semántica diferente cada vez que canto.”[1]
Siempre digo que hay, por lo menos, tres miradas de una canción. La primera, es de quien la compone. Todo lo que dice, en el contexto y la historia que está contando, el “desde dónde” se está contando. La segunda, es lo que se entiende de esa composición. La persona que va a interpretar tiene una visión y una comprensión distinta de la de le compositore, por lo tanto, puede entender y empatizar, pero nunca comprender realmente lo que ese compositore sintió y pensó a la hora de escribir la canción. Y la tercera mirada, se trata de lo que esa persona que va a interpretar quiere contar de la historia original. Lo que entiende, claro está, y también lo que elige contar por sobre todo. Sumado a ese “interlineado” nuevo e invisible del que hablé antes, resignificado por la nueva interpretación y reperfilado al presente, aunque la canción hable en pasado o en un posible futuro. Puede que las tres miradas estén unidas, si hablamos de una misma persona que compone e interpreta. Aún así, la música nunca es la misma. Esa persona cambia a lo largo del tiempo y resignifica conceptos. Deja más aire entre ciertas palabras y enfatiza otras que antes no hubiese acentuado. Es decir, siempre somos varias las personas que estamos cantando juntas una misma canción y siempre lo hacemos diferente aunque no queramos. Estamos vives.
Y de eso se trata la interpretación del presente y la creación del ahora. El jazz y la posibilidad casi obligada dentro del género de variar la melodía, creando nuevas líneas de énfasis e improvisando lo que querés decir en el momento presente.
Quiero aclarar un concepto que daría para muchas páginas más, pero solo hago mención de que la improvisación no se improvisa. Se estudia, se practica, se entrena, para que cuando sea el momento de improvisar cuente con todas las herramientas necesarias para decir lo que quiero en ese momento y no me vea limitade en el discurso. La improvisación es libertad y la libertad conlleva en sí una responsabilidad.
Si bien en el jazz de por sí nos tomamos la licencia de variar la melodía, es algo que está implícito y forma parte del estilo, lo cual nos brinda mayores posibilidades discursivas. Cuando comienza el “scat”, la improvisación vocal, es ahí donde realmente se abre una “tabula rasa”. Y es ahí donde tenemos infinitas posibilidades de decir. Son infinitas las combinaciones, pero las direcciones no son tantas. Por ejemplo, una dirección puede ser continuar con la idea de una canción improvisando en el mismo mood, en el mismo estado, e ir desarrollando esa idea poco a poco a través del solo (improvisación), para luego volver al tema original o idea original. O podemos también contrastar drásticamente la energía en el solo resaltando sonidos y texturas opuestas a las que se venían escuchando en el tema original, y de esa manera ir acercando nuevamente la música hasta retomar el tema original de la canción. Ambas direcciones tienen un discurso a desarrollar y un camino de combinaciones que transitar. Ese camino y ese discurso son infinitos.
Y justamente son esos infinitos los que me hicieron viajar a Buenos Aires. No pude encontrarlos en Tucumán. El motivo principal por el cual me fui es, básicamente, todo lo que acabo de contar. Yo quería cantar esos infinitos y no encontraba a nadie que pudiera enseñarme a hacerlo. A saber cómo se aprende, si es que existía alguien que pueda enseñarme a cantar y a pensar como un instrumento. No que me enseñara a cantar y a tocar un instrumento por separado como aprendí en el Conservatorio y en la Escuela universitaria de Música de Tucumán. Sino que mi voz se convierta en un instrumento melódico y piense y sienta como tal. A la vez, que pueda enseñarme a crear en tiempo presente ideas concretas e improvisadas. Fluyendo en un contexto musical y creándolo también. Todo eso lo encontré en la carrera de Canto Jazz de la Escuela de Música Popular de Avellaneda (Buenos Aires). Encontré eso y mucho más. Ahora puedo ponerle nombre a lo que estaba buscando. Buscaba la libertad. Libertad en el decir, en el qué decir. En el cómo decir, en el cuándo, a quién y desde quién decir. No quería ser siempre la misma, haciéndolo igual una y otra vez. No. Quería aprender cómo transitar ese camino y lo encontré. Sigo aprendiendo cada día. Si quiero usar una, dos, cinco sílabas, o moverme musicalmente como me guste. Si quiero adornar con texturas o cromatismos inexistentes alguna letra. Si quiero omitir o tal vez modificar. Quiero libertad y dinamismo, quiero actualidad y presente, quiero renovación y reivindicación. Quiero cantar mi infinito siempre y ser responsable completamente de mi voz.
Hoy encuentro ese infinito en mi voz, cantando jazz, folclore y música popular en general. Desde el lugar donde me encuentre siento que tengo las herramientas y el poder de decisión para usar mi voz y mi interpretación como lo requiera en ese momento, creando mi presente. Hoy aplico y enseño a personas de todo el país lo que he aprendido hasta ahora. Encontrar un canto infinito, libre y responsable con la propia voz.
Quiero agradecer a mi amiga del alma Valentina Pucci por invitarme y animarme a compartir este texto y agradecer también a La Papa por la iniciativa y el espacio de esta revista.
[1] Las citas en texto son de mi autoría.
Foto: Ella Fitzgerald, la maestra del canto jazz, en París en 1960 / © Herman Leonard (extraída de https://musicadecomedia.wordpress.com/2017/04/25/ella-fitzgerald-1917-2017/)
Nací en San Miguel de Tucumán. A mis ocho años comencé a cantar en coros. Estuve bajo la dirección de Mariana Stambole en el “Coro Municipal de Niños”; de Juan Pablo Cadierno en el CUT “Coro Universitario de Tucumán”; y, más tarde, en Bs. As., junto a Camilo Santostéfano con “Música Quántica – Voces de Cámara”, coro reconocido y premiado internacionalmente en Austria, Alemania, Francia, Italia y Corea del Sur. Con este último canté en escenarios internacionales y nacionales como el CCK, el Teatro Colón, el Gran Rex, entre otros.
Como solista comencé en la música popular a mis quince años junto al pianista Nino Aredes y luego participé de varias agrupaciones de música popular entre ellas “El Viaje Psicodélico” y “Maluco Beleza”. En BsAs el dúo “AnimaNova” (contrabajo y voz), “La Papa Cantora – Ensalada de Voces” (ensamble vocal femenino que dirigí), dúo “Hidalgo-Martel” con quien tengo un disco en las plataformas virtuales llamado “Abriendo el Universo” y actualmente “GE Jazz duet” con un disco en mano Homenaje al dúo de Ella Fitzgerald y Joe Pass.
Dentro de mi formación musical académica, cursé un año de canto lírico en el Conservatorio provincial de Música de Tucumán y un año de dirección coral en el Instituto Superior de Música de Tucumán. Luego en BsAs hice la carrera de Canto Jazz en la EMPA (Escuela de Música Popular de Avellaneda). Paralelo a eso seguí formándome en jazz e improvisación junto al trompetista Mariano Loiácono. También tomé clases, cursos y seminarios del Método Rabine (canto) con Eugene Rabine, Renata Parussell, Roxana Peralta, y me formé en pedagogía del canto con Renata Parussell, Marcela Pietrokovsky y Leonor Vila. Actualmente continúo en constante formación también desde el canto lírico acompañada de Constanza Díaz Falú.
Me dedico hace diez años a dar clases de canto y recientemente estoy dictando cursos de canto jazz, improvisación vocal y lenguaje musical para cantantes, ahora todo online. En enero de este año coordiné junto a Andrea Barbá y Ramiro Grignola el “Retiro Vocal” en Amaicha, donde todo esto sumado a herramientas corporales y teatrales estaba en juego, fue una convivencia y aprendizaje muy intensa y hermosa que duró tres días. Espero que pronto pueda repetirse.
Hermosa frase..no nos enseñaron a jugar con la voz…