Por Pablo Toblli |
El Rosedal es un jardín peculiar que está en el Parque 9 de julio de San Miguel de Tucumán. Es una construcción dotada de cierta armonía griega que presenta una fachada circular. Si uno observa desde afuera, parece un estadio de fútbol o un coliseo antiguo, una construcción algo exótica y milimétricamente pensada. Sin embargo, cuando ingresamos encontramos un jardín colorido con alma propia y matices, cobijado por un paseo con techo de enredaderas que miran a una vereda, por donde algunos corren y otros, sumidos en el mundo de la cavilación circular, caminan apacibles, obsesivos o líricos tratando de desentrañar el misterio de la existencia.
Está precedido de una callejuela a la entrada, calma y anunciante de algo colosal y misterioso, con algunas estatuas solemnes a los costados. Algunos se estacionan a chapar a la noche y otros la usan por la siesta para aprender a manejar.
Es sorprendente cómo la sintonía que se pinta durante el día cambia durante la noche. Aunque es un lugar que aparentemente está teñido sobre semblanzas dulces y primaverales, las veces que fui nunca me sentí del todo relajado, quizá sea por la arquitectura circular que te hace no saber con qué te vas a encontrar a cada paso que das, o por la ruta que te hace entrar en un mapa cognitivo de caminatas ritualistas con paso repetitivo del tucumano más obsesivo. Otros se embeben con las panaceas naturalistas y hablan así:
-Este lugar no es feliz, aunque la gente lo vea así. Siempre todas las historias son de corte dark. Las viejas conchetas de calzas alegres no vienen a correr aquí, como que tienen prejuicio, no sé.
-El otro día un amigo, Martín, me contó que en una etapa de su vida estaba muy solo y que este es un lugar para sentir más la soledad, que aquí uno viene a no sentir vergüenza de que anda solo. Y me dijo que una vez se vino a tocar la guitarra, a hacer unos temas para él solo, aquí en El Rosedal, y que de pronto pasó una chica que le dijo que cantaba muy bien, que siga tocando. Después se volvió a su casa y comenzó a grabarse a él mismo para ver si era verdad. Y le gustó cómo cantaba. Esa noche se durmió tranquilo, me contó.
-Yo, por ejemplo, le digo cosas a la flor, soy testigo de ella y la hago existir, y ahí nos hacemos existir los dos. De alguna forma nos íbamos a encontrar.
-Y sí, con algo te tenés que encontrar, sino te dejas pudrir en una habitación como me estaba pasando a mí.
El Rosedal es un lugar para saber que las cosas no son ni alegres ni tristes, que tienen matices, este jardín tiene esa carga ambigua que hace que las existencias logren discurrir por cierto monólogo interior, que los hace aceptarse y lograr irse con algún símbolo en el que erigir las banderas del destino, pero eso no fue siempre así.
En algún momento, El Hormiga, un vecino de la zona, me contó que fue un lugar más oscuro, más definido y relacionado con la noche de otra época de la provincia, con los suburbios en los que corrían la prostitución y las drogas duras. “La gente venía a buscar tríos aquí”, concluye El Hormiga. Ese es el Rosedal de los hombres tucumanos que nacieron en los años 50 y 60, y vivieron su juventud hasta los años 90, al que iban ahí “cuando no quedaba otra”, como dice un amigo.
Otro es el que extraigo de las charlas que escuché y guardo del 2011 0 2013 en adelante, como una plataforma más metafísica, o un jardín epicureista del alma:
-Esas enredaderas parecen eternas, han renacido mientras yo me perdía en la garganta de la locura .
-Cassirer decía que el lenguaje es una mera extensión del espíritu. Siempre construimos las cosas como si fuésemos mitos, que nos cerramos ante el esfuerzo arbitrario, por más que hablemos de esos signos, de esa flor que ves ahí y le demos un significado. Dice que hay que vivir estéticamente libres, que lo contrario es la verdadera muerte del espíritu.
-Creo que los poetas son los que aprendieron mejor eso, los líricos que nos hicieron salir del olor a tufo de la habitación de Kafka y trataron de mostrarnos que se puede vivir de otra forma, buscando símbolos que sean de uno, sin miedo al capitalismo y esas cosas, para no ser toda la vida un boludo resentido. Sino mirá Martín… capaz que esa noche se mataba.
Dos jóvenes se levantan del pasto, se van con las manos en los bolsillos; es comienzo de septiembre, todavía corre una brisa fresca que es el epílogo de un invierno más de quietud conquistada. Suben al auto, ponen un cassette de Paul Mc Cartney, el disco Flaming pie, creo; lo conozco, no es feliz ni triste, tiene cosas acústicas y rompe con algún rock de repente. El que conduce no tiene para poner cd ni mp3, la radio no les interesa; ese cassette es la única música que pueden escuchar.
Fotografías disponibles en https://www.smt.gob.ar/
Es Licenciado en Letras por la UNT. Publicó los libros de poemas Nace en lo próximo (Ediciones Magna, 2015), Lucero de ruinas (Ediciones Último Reino, 2017) y el libro de ensayo Una lectura del imaginario poético de Tucumán (2000-2020) (Fundación Artes Tucumán, 2022). Es editor de La Papa Revista y redactor en Indie Hoy. Nació en Tucumán, en 1987. Su e-mail es pablotoblli@gmail.com, por cualquier contacto.