Cuando me senté a pensar cómo presentar esta novela –rehuyendo las casillas de novela policial o de intriga- no dudé demasiado en calificarla como una “novela de acción”. Sé que esas tres palabras no dicen nada -nada específico al menos- pero aquí sirven para compartir mis impresiones, mi experiencia personal de lectura. Justifico: en esta novela no hay largos soliloquios, no hay especulaciones sociológicas ni teológicas, no hay torsiones teóricas sobre la existencia, la vida, o el sentido. Lo explicito porque la voz principal –un profesor de filosofía y literatura (doctorando en la Universidad Complutense)- podría haber incurrido en esos tipos de discurso, afines a su oficio. Pero en la narración de este profesor que luego deviene periodista, predominan las acciones, suceden cosas, peripecias, tensiones entre los actos de los personajes. Reitero: esta es una novela de acción, y ese es su primer punto favorable. Casi me olvido: hay crímenes, suspenso, y horrores. Desde la portada del libro nos encontramos con la existencia de no sabemos qué cosa escondida, restringida. Ignoramos en qué consiste ese secreto que guarda La Quebradita. A medida que avancemos en la lectura iremos develando preguntas y aproximándonos a algo que no sólo está oculto sino que va perfilándose como terrible. Al comienzo del libro, Cabaleiro incluye una nota previa en la que aclara que su novela es una obra de pura ficción. Así nos sitúa de lleno en el ámbito del divertimento literario, y nos ahorra el desliz de trazar paralelismos con resonantes casos policiales que hayan tenido lugar en Tucumán. El prólogo (o las páginas iniciales que funcionan como tal) nos sitúa temporal y espacialmente. El desarrollo de la novela abarca cuarenta y dos capítulos cortos, brevedad que aporta dinamismo y agilidad a la lectura. Respecto al par de páginas finales que tomaremos como epílogo (el tramo que más he disfrutado) quiero destacar la fuerza dramática, teatral –y el despliegue de un dramatismo franco, cargado de giros inesperados- que Cabaleiro imprime a esa suerte de “último acto”. Un narrador/personaje abre la novela en primera persona. Desconocemos su nombre -lo desconoceremos a lo largo de toda la novela- y es por eso que algunos incautos (me permito el pronóstico y el adjetivo) pueden llegar a identificar al personaje narrador con el autor de la novela). Del narrador sí sabemos que es tucumano, profesor -como dijimos más arriba- y que tiene como objetivo escribir un libro periodístico sobre un crimen ocurrido en Tucumán. La figura del sargento Osores es primordial, ya que su memoria proveerá los hechos que serán filtrados por la pluma del periodista. Es decir que desde el principio se nos anticipa que vamos a leer el relato de un relato. Ese desdoblamiento de la voz narrativa, entiendo, es la gran clave del libro. Narrar la propia versión de un hecho es complicado -quiero decir, relatar un hecho, incluso un hecho común y corriente es ya un desafío (pido disculpas por el escepticismo: maldito atomismo lógico). Cuánto más dificultoso entonces puede resultar transmitir el relato de otro, sobre todo cuando los hechos aludidos no son para nada ordinarios o banales sino todo lo contrario. Digresión aparte, no será por ese motivo “epistemológico” que el personaje del periodista terminará decidiendo que no escribirá un relato de investigación (donde debe primar la veracidad) sino una novela: “Me convenció de que todo lo que me contaba era cierto, pero al mismo tiempo, su relato me resultaba una clase de verdad tan extravagante, tan alejada de nuestra concepción mundana de la autoridad y del poder, que terminó conmoviendo mi idea inicial, y el relato periodístico de investigación se transformó, para tranquilidad de todos, en una novela (…)”. Ese desdoblamiento operado en la voz narrativa resulta efectivo para proponer una trama donde el realismo llano es socavado, conmovido, burlado, por un descubrimiento ominoso y delirante, propuesta que hace de la verosimilitud una gambeta elaborada que nos regocija. Siempre quise leer novelas (no tanto cuentos –sean largos o cortos, sino novelas) que ocurrieran en Tucumán. Si alguna vez Tucumán ha sido novelado, esas obras y esos autores (salvo exiguas excepciones) no fueron difundidos en esta provincia (!). No me parece menor la apuesta de ficcionalizar a Tucumán, novelarlo, recrearlo -pero sobre todo crearlo- como territorio literario. Invito a leer a Cabaleiro, que en este caso ha encarado un tipo de texto particularmente difícil de escribir, difícil por el trabajo que demanda sostener el ritmo narrativo de manera atractiva –y dosificar el avance de las acciones- a lo largo de 252 páginas. El Secreto de la Quebradita ha obtenido por unanimidad, en 2017, el XX PREMIO FRANCISCO GARCÍA PAVÓN DE NARRATIVA POLICÍACA (España), y ha sido publicado, en formidable edición, por la editorial Reino de Cordelia.
*Imágen: El secreto de La Quebradita de Juan Angel Cabaleiro, Reino de Cordelia, 2017.
Estudiante moroso de la carrera de filosofía en la UNT. Integra el Dpto. de Artes Visuales y Literatura de la Dirección de Cultura de la Municipalidad de S. M. de Tucumán.