Suscribirme

ISSN 2684-0626

 

1/4 KILO
1/2 KILO
1 KILO
5 KILOS

«está comprobado que una comunidad que apoya su literatura tira menos papeles en el piso»

Libros Tucuman

libros tucuman

 

 

 

 

 

 

 

Elogio de la iconoplastia

Por Gabriel Amos Bellos |

Se llamaron a sí mismos iconoclastas (del griego eikôn, imagen, y klastôs, romper o quebrar en partes) quienes fueron, en el octavo siglo de la era cristiana, los activos miembros de una rama herética ocupada en derribar y destruir a mazazos las imágenes religiosas paganas. Por afinidad ideológica o vocacional, el más antiguo iconoclasta del que exista registro escrito pudiera ser Abram, un joven caldeo nacido en Ur (S XIX a.C.), bastante conocido más tarde por el nombre de Abraham: el primer Patriarca semítico, padre de Ismael (hijo de Agar) e Israel (hijo de Sara).

Por extensión de sentido, el epíteto se aplica actualmente a quien no respeta convenciones, maneras, valores y –especialmente– autoridades tradicionales.

Las condiciones particulares en que se instaura el Complejo de Edipo en las actuales culturas occidentales, propician que los sujetos en ellas nacidos desarrollen marcadas tendencias hacia alguna clase de idolatría, tomadas siempre de entre las –solo al parecer– muchas y muy variadas que occidente ofrece… Dicho al pasar, que el Psicoanálisis desnude, explique y sea capaz de revertir los casos individuales de este rasgo cultural, es probablemente el motivo por el que ha sido, es, e indudablemente seguirá siendo rechazado, censurado, cuestionado y combatido (en fin, temido) con cualquier tipo de argumentos, por autoritarios y autoritarismos de todas las vertientes.

Si se ha llegado –en mi caso puede que por hebraica inspiración–, a considerar a la idolatría como el peor de los males de este mundo y sus alrededores, y se ha pensado dedicar (empezando por casa, pues nobleza obliga), la propia existencia a combatir su flagelo, a poco de emprender la puesta en obra se le habrá dado a notar la inconsistencia, flexibilidad, maleabilidad, insustancialidad, en fin, blandura de nuestros ídolos, sea cual fuere su especie y área de pertinencia.

Como es rápidamente evidente, tal casi completa carencia de solidez –lejos de fragilizarlos– convierte la tarea de quebrarlos en algo tan poco conducente como la célebre quijotada de los molinos: más que tener apenas los pies de barro como los más decentes ídolos de la antigüedad, los del presente parecen estar hechos de plastilina.

Iconoplastia –ya es posible imaginarlo– es un derivado de esa moderna condición: para construir mi neologismo, he reemplazado «clastia» por «plastia», en referencia a la plasticidad, cualidad que ciertos materiales poseen de ser moldeables bajo las condiciones adecuadas de temperatura y/o presión.

Para mí, desde entonces, el modo de sostener y validar mi anhelo de oposición o al menos resistencia a idolatrías y fanatismos –evitando así que mi vida perdiese el rumbo– ha sido transformarme lenta, suave, esforzada y cuidadosamente, de iconoclasta en iconoplasta, en la convicción de que, en tanto nuestros fetiches no sean lo suficientemente duros como para poder quebrarlos, siempre se los podrá amasar, moldeándolos a imagen y semejanza de lo que fuese que nos resulte amable.

Y en esa tarea prolongada, minuciosa, silente, vengo siendo.-

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *