Por Nacho Jurao |
Hay una paradoja evidente en todo nuestro encuentro: dos escritorxs todavía muy vinculados a su provincia de origen se citan en el corazón cosmopolita del país. Una charla que podría haberse ambientado en cualquier bar de la norteña ciudad de San Miguel de Tucumán ocurre, sin embargo, en un restorán de avenida Corrientes, una de las calles más concurridas de Buenos Aires, ese desproporcionado montón de edificios que de una u otra manera componen una capital de mundo. Pero, ¿por qué ocurre todo en un escenario que es exagerado, desmesurado, interminable? La respuesta aliviana un poco: se trata de una mera casualidad. Hacia el momento en el que le escribo para proponerle la entrevista, Flor ya lleva un tiempo viviendo ahí. Tras el todavía reciente fallecimiento de su padre se ha dado cuenta de que, salvo por sus hermanxs y algunxs amigxs, ya no encuentra motivos para permanecer en Tucumán. Su madre, tal como lo señalan los mejores poemas de su libro, también ha muerto hace un par de años, de manera que la decisión de irse a vivir en otro lugar no se hace esperar. En Buenos Aires comparte departamento con una gran amiga suya, Fernanda Mugica, que es también escritora (una poeta muy buena, atendiendo a la recomendación de Flor). Ambas se conocieron luego de que los libros de cada una (el de Fernanda se titula Un billete de mil australes encontrado en un libro de Carl Sagan) recibieran una mención en el Primer Concurso Nacional de Poesía organizado por la Editorial Municipal de Rosario en 2018, y fuesen publicados por ese mismo sello, en una colección que incluye a todas las otras obras galardonadas en el concurso. Recuerda Flor que el primer contacto que tuvieron fue a través de redes sociales, y luego en persona, cuando Fernanda visitó Tucumán como invitada del FILT en su edición del mismo año. Pronto ambas se leyeron y quedaron encantadas entre sí. Flor, por su parte, comenta del libro de Fernanda que «leerlo me devolvió el alma al cuerpo». Incluso, su trabajo final para obtener el título de traductora consistió en trasladar al inglés desde el primer hasta el último verso de Un billete de mil australes…
Entre mensajes cruzados, problemas de datos móviles, e indicaciones confusas por parte de ambxs, finalmente nos encontramos con Flor hacia el mediodía. Más allá de que con anterioridad nos habíamos visto en un par de ocasiones, como la vez que compartimos una mesa de narradorxs en el FILT de 2016, ésta es la primera vez que conversamos largo y tendido, y los dos caminamos las primeras cuadras haciendo esto que se conoce como pisarnos un poco al hablar. Dice que Buenos Aires le gusta. Siente que la arquitectura de la ciudad va hacia cualquier lado. «Es muy grande todo, te queda el ojo tonto de tanto que hay para ver.» Asegura que la ciudad tiene una arquitectura «muy filmable». Flor irradia una confianza sencilla y contagiosa que vuelve a nuestra charla un entretenimiento inagotable, una suerte de sitcom instantáneo en la que los chistes y la risa se disparan a cada minuto y en la que no escasean referencias musicales o cinematográficas. Encuentro yo una velocidad agradable en su forma de hablar y referir cosas. De hecho, la entrevista inicia de manera improvisada cuando yo me detengo en mitad de la calle para sacar mi libreta de la mochila. Comienzo a anotar al vuelo algunas frases y pedazos de anécdotas que ella me va compartiendo, mientras ambos seguíamos caminando en busca de algún bar no muy concurrido para sentarnos y empezar a grabar. Quedamos en uno que ella ya conoce: Don Victoriano (anteriormente llamado El Gato Negro), que a esta hora, más o menos la una de la tarde, ya cuenta con una clientela numerosa.
Pongo sobre la mesa mi ejemplar de Deseo y decepción para abrir la ronda de preguntas, pero Flor lo toma y lo curiosea un rato. Me dice dos cosas; primero, que se siente identificada con dos palabras que figuran en el texto de contratapa (desparpajo y profusamente), está segura de que ambas resumen la idea de todo el conjunto de poemas; lo segundo, que no conserva ningún ejemplar del libro. El dato me toma por sorpresa y le pregunto a qué se debe esa desaprensión. Regaló unos pocos, vendió la mayoría y conservó uno solo para sí, pero luego una amiga le pidió que se lo prestara y hasta la fecha no lo ha recuperado. «Casi compro uno la otra vez», confiesa, y ambos nos reímos. De cierto modo esta anécdota funciona como una metáfora de su obra: algo que sobrevive sin mucho esfuerzo. Una cosa que se conserva incluso aunque nos olvidemos de ella y la dejemos por ahí, porque no exige nuestra atención y tampoco la necesita. Un gato que sólo se muestra cuando tiene ganas. En este punto se me hace inevitable compartirle a Flor un comentario que dos escritorxs, cada unx en un lugar y un momento distinto, me hicieron: que ella, Florencia Méttola, es el secreto mejor guardado de la literatura tucumana. «¡A la mierda!» contesta Flor, sorprendida. Saca su celular de un bolsillo, decidida; «esto lo tengo que tuitear.» El epíteto, no desprovisto de un tono rimbombante e incluso inverosímil, alude no sólo a cierto humor particular en su literatura, o a una manera informal de escribir que sobresale entre otrxs autorxs que practican un estilo semejante, sino también a la tendencia de Flor a mantener un perfil bajo en los circuitos literarios de Tucumán, y, aparentemente, ahora incluso en Buenos Aires.
F.M. Desde que estoy acá no he tenido contacto con ningún tipo de actividad literaria. La poca que he tenido… medio que no me interesa. Yo no soy de hacer lobby. De hecho, conocí la palabra hace poco. Lo entendí cuando lo vi. Y eso de el secreto mejor guardado… hay una canción que dice eso en una parte… ya me la voy a acordar después. No le voy mucha bola a las cosas cuando no me las acuerdo. Renuncié a cualquier cosa que no me deje dormir, que no me deje estar. Hay obsesiones mejores. Prefiero obsesionarme con ser la que más videos de Beach House ha visto en su vida.
N.J. Beach House es una bandita indie, ¿no?
F.M. No. (De repente se pone muy seria.) ¡Es una gran banda! Una gran banda. La mejor banda del mundo. Igual no, no es indie.
N.J. ¿Dream pop?
F.M. Exactamente. No es indie porque hay una guitarra ahí, sí, pero no está haciendo ahí lo que hacía la guitarra de Pavement en los noventa, ni lo que hacía Guided by Voices, esa guitarra está haciendo una atmósfera espacial, futurista, muy emocional. Y ella [Victoria Legrand] está ida. Está en otro nivel.
N.J. ¿Cómo se pasa de escuchar Beach House a escribir poemas sobre Taylor Swift?
F.M. ¡Me encantaría tener un libro de poemas sobre Taylor Swift! El del libro es como una especie de ensayo poético sobre discos. A mí me gusta mucho la música pop. Muchísimo. A Ariana Grande también, la amo, la amo profundamente. Además, es de cáncer, como yo. Y vos sos de cáncer también, ¡es verdad! ¡Ésta entrevista es de cancerianxs!
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NJ. ¿Qué escritorxs te gustan?
No leo mucha literatura contemporánea, la verdad. Mark Fisher me gusta. Se suicidó en 2017. Era de cáncer él también. Leo mucha crítica de arte. A Boris Groys, por ejemplo. Una de mis novelas favoritas es Amo a Dick, de Chris Kraus. También me gustó mucho Eros, el dulce amargo, de Anne Carson. Me gustan mucho investigar sobre artistas. Ver videos donde hablan sobre su arte. Si me obsesiono con alguien busco muchas entrevistas. Me gusta un montón Weyes Blood. Puedo pasar horas viendo o leyendo entrevistas suyas.
NJ. Entonces, para escribir literatura te inspira más la música que la literatura.
FM. No sé bien qué me inspira. Me gusta leer un montón de cosas y absorber todo. En este momento de mi vida leer algo no necesariamente me lleva a escribir. No leo específicamente poesía para escribir poesía, para nada.
NJ. ¿Cómo conviven todos tus talentos en una sola persona? ¿Cómo se lleva la cocinera con la DJ, o la traductora con la artista visual?
FM. Soy una esquizofrénica, imaginate. (Risas.) Se llevan bien, porque todo es parte de una misma cosa. Vi antes de ayer que va a salir un libro de Caja Negra Editora sobre este artista… Federico Manuel Peralta Ramos. Es hijo del creador de la ciudad de Mar del Plata, de familia patricia. Me fascina su personaje, lo que él ha generado como artista, como persona. Su obra era él mismo. Era rico, no tenía que trabajar. Regalaba mucha plata. Cuando se aburría de hacer una cosa hacía otra. No se destacó mucho en nada. No vi muchas cosas de él, porque tampoco hay mucho en internet para ver. Pero cada vez que escucho hablar de él… La primera fue por mi amigo Gustavo Urueña. Me parece fascinante la idea de ser diletante, pero no con una intención de hacer muchas cosas. No sé, para mí es lo mismo. Yo soy traductora, y para mí todo tiene que ver con eso. Es como una relación conmigo misma, con muchas etapas y variantes. No sé si me llevo bien conmigo misma, pero he aprendido a lidiar con esa forma de tratar de entenderme. Es una traducción todo el tiempo. A mí me fascinan las ideas, me encanta tener ideas. La otra vez pensaba en una especie de teoría del dibujo. No sé si dibujo bien o si dibujo mal, o si escribo bien o si escribo mal, no sé qué eso, porque cuando consumo algo no voy por ahí. Imagino que cuando uno dice que alguien escribe bien es porque esa persona se expresa gramaticalmente bien, porque respeta las leyes de la gramática. Eso para mí es básico, se empieza por ahí. Para mí se trata de hacer algo que me guste. No sé, ponele, tengo una idea, y si eso se parece un montón a lo que me imaginé entonces está re bien. No sé, capaz no tengo técnica alguna. Convivo bien con ese aspecto mío. Que mi neurosis no pase por donde suele pasar. Escribir bien, ¿para qué? ¿Para quién? ¿Hacia dónde? Yo no pienso eso. Capaz esta decisión es sumamente hedonista, vanidosa, lo que vos quieras.
Estoy muy como en una lucha constante contra las neurosis que te hacen daño. Tratar de no neurotizar mucho las cosas en las que está quizás el único placer que te ofrece la vida, ¿no? Si querés satisfacer al mundo, estás ido. Federico Manuel Peralta Ramos. El tipo era un personaje en sí mismo. Su propia obra. “Pinté sin saber pintar, escribí sin saber escribir, canté sin saber cantar, la torpeza repetida se transforma en estilo”. Me identifico con esa frase suya. Siento que soy una buena para nada, pero creo que en esa repetición de una-buena-para-nada hay algo, aparece algo, al menos para mí.
N.J. La inesperada virtud de la ignorancia.
FM. Algo así. Mi forma de relacionarme con las cosas es haciéndolas. Igual… sí me considero una persona habilidosa. Cuando alguien viene y me dice eso, suena medio raro, porque no sé desde qué lugar pararme. Pero sí, puede ser que yo sea habilidosa. Tengo facilidad con mi cuerpo, con mi mente. Puedo manejarlos bien. No sé manejar un auto pero puedo manejar mi cabeza. Me sirven, hago que me sean útiles. La mayor parte de las cosas tiene que ver con una destreza física. Soy medio ambidiestra.
N.J. Quizás sos el secreto mejor guardado de otras disciplinas, no sólo de la literatura.
FM. Soy intuitiva para hacer las cosas. Se me ocurre algo y trato de llevarlo a cabo. Para mí la vara es si eso se parece a lo que me imaginé. Me salió mal el risotto la otra vez. Suelo ser muy buena haciéndolo, aunque bueno, ahí no fue mi culpa, sino que la hornalla era de esas mierdas eléctricas y el fuego es distinto. No estudié eso en ningún lugar que valide mi conocimiento, pero sé que el fuego es fundamental para la comida, y sobre todo para el risotto, porque necesita como cierta temperatura, el caldo tiene que estar ahí al borde de pegarse pero no se tiene que pegar. Esos anafes eléctricos que hay en un montón de departamentos acá, por ejemplo, son una cagada. Eso no es fuego. Es eléctrico, es como una estufa. Calefacción para cocinar.
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FM. Sigo escribiendo, sigo dibujando, pero no tengo ningún plan ahora mismo.
NJ. Tengo entendido que has escrito una novela. ¿Has pensado en publicarla?
FM. Y está ahí. Al final no va a salir… Pobrecita, mi reina. Viene de ser ilusionada por tanta gente. Los románticos perdidos, se llama. Ha pasado por las manos de Claudio Rojo Cesca, otro gran amigo, que la iba a publicar con Larvas Marcianas, pero le pasó lo mismo que a Minibus. A mí me gusta la novela, me encantaría que fuese posible su publicación, pero no voy a andar golpeando puertas para lograrlo. No porque yo sea orgullosa, sino porque me da vergüenza. Además, no sé si habrá alguna editorial acá en Buenos Aires a la que le mandaría la novela para ver si la leen y la quieren publicar. Creo que ya estoy vieja para eso, para andar haciendo lobby.
Ahora la he mandado a un concurso. Tampoco es que tengo expectativas. Era lo único que podía hacer con la novela. Tengo dos o tres libros de poemas de este tamaño, terminados. Capaz que necesitan algún tipo de revisión. ¿Se lo voy a mandar a alguien para que lo lea? Nadie se ha interesado hasta ahora. No me gusta promocionarme. Me empinga, me moriré así, siendo un secreto. O ganaré otro concurso, no sé. No me gusta andar publicando mis cosas en redes sólo para esperar que alguien me dé bola. Si en mi vida sexoafectiva no lo hago, menos lo voy a hacer con las cosas que escribo. Me parece como un Tinder literario, o incluso peor. Pero está todo bien si otros lo hacen, sólo que yo no funciono así. Prefiero, no sé, trabajar. Enseñar inglés, traducir.
Tengo una historieta que la mandé a un concurso de la EMR [Gran Concurso Nacional de Historieta de Temática LGBTI 2017]. La terminé con ese propósito, pero no obtuve nada. Me gustaría publicarla, o hacer aunque sea un fanzine con ella. Pero tengo serios problemas como para ser mi propia editora. Si ya me ocupo de eso también… Es como cuando tenía una banda indie; yo hacía las canciones, yo las tocaba, yo gestionaba el recital, yo llevaba los instrumentos, yo vendía las entradas, yo vendía la cerveza, yo te hacía pasar gratis si no tenías plata, yo te regalaba el disco… no, boludo, ya está.
N.J. Hiciste un disco.
F.M. Dos discos hicimos, con Hernán [Lucero]. Los dos solos, en la casa. Unos experimentos. Pero ya está, ya me he cansado. Si alguien se interesa por las cosas que hago, ahí tengo un montón, te las paso. Pero no me voy a andar metiendo en ningún ambiente literario. En Tucumán me dieron bola recién cuando gané un premio. ¡Hace años que vivo aquí y hago cosas! Todos me empezaron a forrear porque salió un libro re lindo, porque lo publicaba esta editorial, y porque lo conseguí por un concurso. Nadie me daba nada de bola, ni siquiera me dirigían la palabra. Y todo es así, todos los circuitos son endogámicos, se validan los unos a los otros. Me parece horrible. Y nunca voy a poner un poema en Facebook.
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Me gusta cuando veo que, aunque todo se haga con y por la plata, porque el arte no está excento del mundo del dinero, pero que haya algo que… una especie de… No sé, soy medio romántica, a pesar de que ahora esté bastardeado ese adjetivo. No sé, esa cosa como medio aurática. Me refiero al romanticismo de la poesía inglesa, a esa literatura que yo más he absorbido.
N.J. Shelley, Byron, Wordsworth, Colleridge…
F.M. Sí, todos esos. Wordsworth. ¡Cómo te vas a llamar Wordsworth! Cuando leí un poema de él quedé… Para el final de esa materia, Literatura Inglesa, tenía que analizar uno de sus poemas. Yo rendía libre, y estaba por desaprobarla. Pero me aprobaron, porque la profesora me dijo “tu gramática es incomprensible, bajo cualquier punto de vista, pero nunca en mi vida, en toda mi carrera, he leído un mejor análisis de ese poema. Por eso, y sólo por eso, te voy a poner un siete, porque de verdad me ha dado placer leer tu análisis.” Era un poema que a ella le parecía medio choto, sobre los puentes de Londres. Wordsworth estaba en esa etapa de su romanticismo contemplativo de las ciudades industriales y qué sé yo. Como estuve muy mal en el oral, la profesora me puso un seis como nota. Pero bueno. Tengo ese encanto, creo. (Sonríe.) Ser un desastre por este lado, pero mirá qué análisis de poema que hago, ¿eh? (Guiña el ojo.) La tipa tenía cincuenta y cinco años y nunca le había dado placer leer ningún ensayo, ni nada, de ningún alumno, porque todos eran una mierda, y a ellos tampoco les interesaba la literatura. Para mí fue muy gratificante. Imaginate tener una gramática de mierda y poder plasmar algo bello. Eso me define, creo. ¿Cómo una persona tan poco dedicada académicamente puede reproducir con tanta claridad algo, pese a esa torpeza en la escritura? Capaz suena muy narcisista, o vanidoso, pero a mí también me impresiona. Por ese lugar he ido. En algún momento dije, bueno, voy a usar este defecto como una potencia. No olvidándome de que es un defecto, porque después sí me puse mucho las pilas con eso. Ahora amo la gramática y sé un montón sobre eso. Cuando lo escribí al libro ya me preocupaba un montón.
Ahora hay una cosa medio de pendejo, de decir “quiero escribir como se me cante el choto”. Esa boludez rebelde. Yo también la tuve. Creer que yo voy a cambiar la escritura y que no respondo al mandato de la Real Academia Española, que escribir poemas con minúscula, y cortando… todo… el tiempo… las líneas… así. Está loco eso, ¿no? Qué culiados que son. (Risas.)
N.J. ¿Y qué opinás de la gente que usa emojis en sus poemas?
F.M. Que son genios absolutos.
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NJ: Entonces, te gustan los gatos.
FM: Más o menos. Me gustan los animales en general, la idea de mascota me re gusta. Yo no tengo, pero me gustan los gatos ajenos. Esa idea del gatito -en el poema- tiene algo que ver con Bojack [Horseman], ya que lo mencionamos. Yo hago esto del antropomorfismo. En la literatura más clásica se le llama personificación, cuando los animales se vuelven humanos. Yo lo uso al revés, los humanos se vuelven animales.
Cuando estudiaba inglés en Filosofía y Letras, tenía Literatura Inglesa, quizás la única materia que me gustó, me costaba mucho entender la parte analítica de la poesía y de los géneros literarios en general, sobre todo estudiándolos en inglés. Igual siempre me pareció algo complejo. Probablemente nunca aprenda la diferencia entre una sinécdoque y una metonimia. Nunca me puedo explicar qué es un oxímoron, pero sé que lo uso. Lo mismo con la versificación. Como verás, no hay plan alguno. Capaz la versificación sea… Sé que no es arbitrario. Lo arbitrario viene después. El libro tiene un orden. Son distintos momentos de un mismo yo. Hay un crecimiento. Un ir desde un lugar hasta el otro. Hay una especie de sanación. En el final hay un poco de esperanza, entre tanta decepción, entre tanto deseo. Un anhelo de dicha, de que la dicha es posible, pero fugaz. Como el deseo. Viste que uno quiere que el deseo sea estático, pero es imposible que sea estático, porque cuando está parado deja de ser deseo. Cuando vos querés algo y lo obtenés, ahí ya fue el deseo. Se arma otra cosa, vaya uno a saber qué empieza ahí, pero como dice Fernanda Mugica en un poema que lee de vez en cuando: «El deseo también acaba con el deseo». No hay mucho más.
El nombre del libro vino de una película donde actúan Richard Gere, Kim Basinger y Uma Thurman. Es vieja, de los ochenta, del director de Atracción fatal. La película fue doblada al español con el título Deseo y decepción. Me acuerdo que cuando era más chica y quería estudiar cine iba a un videoclub, en esa época no había internet, ni torrents, ni Netflix, y siempre veía el poster de esa película. En ese momento no pensaba que las películas tenían un doblaje al español donde ponían cualquier cosa. La película en inglés se llama Final Analysis. (Ambos reímos.) ¡Pero está muy bien! La persona que hizo el doblaje… no sé quién habrá sido, para mí un genio del lenguaje que conoce perfectamente de qué se trata el psicoanálisis. La película es sobre un analista, Richard Gere, que empieza a tratar a una chica, Uma Thurman. Nunca la vi, leí mucho sobre ella pero nunca la vi entera. La empecé varias veces, pero me pareció una cagada. (Sonríe.) Me encanta saber cosas sobre algo a lo que no voy a acceder salvo por ese conocimiento. Como eso que decía Borges de que no necesitás leer el Ulysses para saber de qué se trata. Ya fue. Yo nunca lo voy a terminar de leer. No sé si quiero leer un libro de más de mil páginas con un montón de notas. Capaz leo el estudio preliminar y ya está. Después, ¿con qué cara te aproximás al libro?
El poema Análisis son las notas que tomaba a la salida de mi analista, cuando iba dos o tres veces por semana. Él murió ahora en enero. Eran notas que grababa o escribía. Después las recopilé, las edité, hice un análisis de mi análisis. En alguna de esas sesiones yo pensé que esto era el fin de mi análisis. Luis fue para mí un gran analista, un gran hombre, una gran persona. No sé qué hubiera sido de mi vida sin su trabajo. Tengo mucho que agradecerle. Eso fue en el 2015. Ahí empecé a tomarme las cosas de una forma más seria, a decirme, bueno, o hago esto o sale corchazo. Yo estaba muy mal en esa época, muy deprimida. Decidí ponerme las pilas. Dejé de tomar pastillas, dejé de ir al psiquiatra, hice un buen análisis. A veces, en serio, iba tres veces por semana. Dejé la facultad, eso también fue importante. El día que dejé la facultad fue lo mejor que me pasó en la vida, la abandoné para siempre.
Volviendo al título, también es un chiste. Aunque no parezca, trato de ser muy graciosa. Intento serlo. Me encantaría ser muy graciosa, de verdad.
RESEÑA, APUNTES
- Una creatividad fértil y arrulladora, a la manera de Daniel Johnston.
- Todo el libro puede leerse como una especie de diario en verso, a veces como la transcripción de audios de whatsapp a una amiga cercana.
- Leer estos poemas es como correr una maratón con las trenzas de las zapatillas desatadas y bamboleándose al aire. Provocan esa placidez un poco desarreglada que siente quien luego de un día muy agotador finalmente se echa a dormir en una cama que es un absoluto caos hecho de arrugas, olores y humedades.
- Tres secciones, que se pueden leer como una especie de novela con sus tramas y personajes recurrentes.
Fue miembro fundador de la editorial Minibus, y actualmente forma parte de Gerania Editora. Publicó Prolegómenos, poesía reunida (2016-2020) (Gerania Editora, 2021).
Me encantó la entrevista! Ágil,bien escrita e interesante. Tal vez también porque la escritora es genial.