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ISSN 2684-0626

 

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Enantiodromia (Parte 3)

Por Gabriel Amos Bellos |

La disputa entre Fé y Razón (ratio), que tal vez sea el lugar común más trillado en la descripción de la Modernidad, atraviesa la cultura occidental desde la época premoderna (Siglo XIII) hasta nuestros días. Tiene para mí sólo un aspecto atendible: contra lo que suele enunciarse en colegios y academias, no ha sido dirimida ni es sensato considerarla concluida, y mucho menos concluida en favor de la Razón. Basta para constatarlo una mirada a cualquier periódico: no se avanzará más de tres o cuatro páginas sin dar con una o más noticias relacionadas con la Iglesia, cuyas intervenciones en asuntos seculares alcanzan a muchas políticas estaduales relativas a toda clase de asuntos, incluyendo temas científicos.

Más interesante es notar que pese a esto, en el curso de esa disputa, la Razón Instrumental Occidental –ni siempre ni solo representada por la ciencia y la tecnología–, fue apropiándose (no necesariamente para cumplirlas) de lo que podríamos llamar “las promesas de la religión”: autoerigida en redentora de la humanidad, la razón instrumental prometió y promete a Occidente la libertad de la necesidad, de la carne, de la enfermedad, de la miseria, de la naturaleza, del pecado… ¿de la muerte?

En ese camino, quizá por derivación de los –implícitos, preconcientes–, supuestos metafísicos en los que se funda la idiosincrasia[1] occidental, se produjo un desplazamiento importante, un movimiento que podría calificarse de enantiodrómico pues, al parecer, la Razón Instrumental no ha sido capaz de hacerse cargo de las promesas de la Fé, sin convertirse –ella misma–, en un asunto de convicciones o creencias que, con notoria frecuencia, combinan bastante bien con cualquier irracionalidad[2], desembocando en éstas nuestras formas mal entendidas de “eficiencia” (Homo Demens, nos clasifica Morin). Es curiosa la necedad a que condujo la pregnancia cultural de ciertas metáforas por sobre otras: así es como estamos agobiándonos unos a otros y al planeta.

El moderno modo occidental de ocupar[3] la tierra se funda en un indisociable plexo de nociones/percepciones/interpretaciones del universo, del mundo, de la condición humana, los otros humanos (culturas no blancas, no cristianas), la vida, la naturaleza, los animales, que de partida los tiene por útiles; en esa cosmovisión –en esa episteme, Foucault sensu–, la utilidad (en todos sus sentidos) es el valor supremo[4]. Cuando menos desde las invasiones llamadas Cruzadas, las cualidades y formas en que la ratio romano-cristiana se forjó, y aquellas de que durante 17 siglos se ha ido dotando –patriarcado, misoginia, autoritarismo, inclinación hacia la violencia e ilusión de dominio, adscripción incuestionable, cosificación de los otros humanos y animales, competición innecesaria, consumismo, capitalismo neoliberal financiero–, se reproducen bajo débil crítica y se imponen al planeta todo por convicción o por fuerza. Lejos de haber renunciado a la Fé, la humanidad occidental ha elevado a la Razón Instrumental a la condición de religión; dos de las tres que conviviendo sin combatirse, dominan el planeta. La inquisidora razón, así, ha devenido razón inquisitorial.

Ha mostrado sobradamente sus insuficiencias y falacias. No sería esta la única racionalidad posible, por fortuna; o estaríamos –como especie–, perdidos. Tal y como nos muestran muchas culturas no occidentales, lo técnico/tecnológico no necesariamente va asociado a esa racionalidad instrumental; tampoco al expansionismo imperial/colonialista; no es ésta una asociación indisoluble, sino uno de los rasgos de nuestro particular derrotero cultural. Los humanos –incluso los occidentales, bien que excepcionalmente–, hemos creado tecnologías no necesariamente disociadas de, ni forzosamente opuestas a lo biótico; de ser integradas a otras lógicas, podrían convertirse en las tecnologías que nos posibiliten un nuevo modo de habitar respetuoso, que releve (ya es tiempo) a nuestro pretendidamente racional “ethos del habitar bajo relaciones de dominio”.

Visiblemente se le sigue creyendo con fé ciega que en muchos bordea el fanatismo. Ha cumplido, sobre ello no cabe duda, algunas de sus promesas, aún si el costo se juzgase demasiado alto: algo más de dos siglos de industrialismo, sumados a un siglo de obsolescencia planificada y sobreconsumo inducido, han llevado a la cultura occidental –devenida sistema-mundo–, ante la necesidad de urgente resolución o búsqueda de soluciones a algunos de los problemas más candentes que enfrenta la humanidad desde el último tercio del SXX y en los que se pone en juego la supervivencia misma de la especie, si no la de la biósfera toda del planeta. Ni siquiera el hecho de haber creado las condiciones de desequilibrio ambiental que sobrelleva en situación de permanente crisis, logra que se la desplace de su lugar de redentora: al contrario, es justo ahora, en la urgente emergencia socioambiental, cuando más ciegamente se confía (¿porfía?) en que ratio sea capaz de resolver la totalidad de los problemas humanos. Estos complejos problemas, para peor, parecen estar vinculados en múltiples modos, por lo que algunas de sus soluciones posibles desembocan en paradojas o se contraponen: el cambio climático y la crisis ecosistémica derivada de nuestro estilo civilizatorio, y la extensión y profundización nunca antes vista de las diferencias socioeconómicas (según los más recientes informes de OXFAM), que ha provocado la pauperización de un porcentaje ampliamente mayoritario de la población humana.

Post scriptum: Seríanos posible permitirnos la co-laboración, la anuencia con los modos de lo vivo, la sensibilidad empática como condición de la existencia, sin más; conviviendo (co-viviendo en el mundo al que nos nacen) no haría falta siquiera proponer la necesidad de respeto, o una forma de eficacia no opuesta ni excluyente al pensamiento lógico discursivo. Tampoco sería necesario renunciar a la creación ni al uso de (algunas) tecnologías; incluso unas altamente complejas (sin ellas somos un animal demasiado inerme).

Tal es la complejidad de lo vivo que, estoy seguro, nuevas formas culturales están por sí mismas intentando emerger, emergiendo (múltiples, multiformes, variadas) o al menos se están gestando sus condiciones de posibilidad; ojalá me sea dado asistir (en ambos sentidos del verbo) a la emergencia de alguna forma que perciba grata, afín a mí. Pienso, sin embargo, que tendremos que esperar todavía algún tiempo: es probable –vista la forma en que solemos hacer las cosas en los últimos milenios–, que debamos pasar por una o varias catástrofes antes de poder intentar esas otras vías.-


Para ayudarme a pensar e hilvanar estas conjeturas he contado con

(entre otros que injustamente olvido):

· Angel Maya, Augusto; La tierra herida. Las transformaciones tecnológicas del ecosistema. En Cuadernos Ambientales #2. Universidad Nacional IDEA y Ministerio de Educación Nacional, Bogotá, Colombia, 1994;

· Capra, Fritjof; La trama de la vida. Anagrama; Barcelona, 1998;

· Chatelet, Francois. Una Historia de la Razón. Nueva Visión; Buenos Aires, 1983;

· Ferrater Mora, José. Diccionario de Filosofía. Alianza Editorial; Madrid, 1979;

· Foucault, Michel. Las palabras y las cosas. Siglo XXI editores; México, 1997;

· Freud, Sigmund. El porvenir de una ilusión. Ed. Biblioteca Nueva; Madrid, 1981;

· Gianella, A. E. (1986) La relación de la epistemología con la ciencia [En línea] Revista de Filosofía y Teoría Política, (26–27), 261–266. Actas del V Congreso Nacional de Filosofía. Disponible en Memoria Académica: http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/art_revistas/pr.1309/pr.1309.pdf;

· González Gaudiano, Edgar; Educación y cambio climático: un desafío inexorable. Trayectorias, vol. IX, núm. 25, otoño 2007; Universidad Autónoma de Nuevo León,  Monterrey, México;

· Jung, Carl Gustav. Respuesta a Job. Fondo de Cultura Económica; México, 1992;
· Jung, Carl Gustav. Tipos psicológicos. Edhasa; Barcelona, 2008;

· Labatte, Beatriz. Racionalidad técnica y cuerpo danzante. Ed. Fil. UBA; CABA, 2017;
· OXFAM; varios informes 2021-22; Cfr. datos del Banco Mundial  2017-22;

· Sloterdijk, Peter (1997); Normas para el Parque Humano, una respuesta a la Carta sobre el Humanismo. Ediciones Siruela, Madrid, 2006;

· Svampa y Viale; El colapso ecológico ya llegó. SXXI Ed. Buenos Aires, 2020;

· Zizek, Slavoj; Sobre la violencia: seis reflexiones marginales. Paidós, Buenos Aires, 2009.


[1] · El término es utilizado aquí en el estricto sentido que se le atribuye en medicina psiquiátrica.

[2] · Es un fenómeno social innegable el resurgimiento y creciente auge global, en las primeras dos décadas del siglo en curso, de una amplia variedad de fanatismos e irracionalidades de toda índole, la polarización violenta de las opiniones, la proliferación de sectarismos, autoritarismos y “nuevas” moralidades, la multiplicación de noticias falsas, planteos o postulados absurdos, paralogismos, argumentos insustanciales, oráculos apocalípticos, conspiranoia e ideas delirantes masivizadas, de lo que pueden ser buenos ejemplos el movimiento terraplanista, la pseudorreligiosidad doctrinal del neoliberalismo (devenido sentido común contra toda contrastación empírica), el culto u odio hacia figurones políticos, como las –más recientes y probadamente letales–  manifestaciones antiASPO y/o movimientos antibarbijos, antivacunas, etc.

[3] · Es intencional –como un llamado a la reflexión–, la elección aquí de un verbo tan rico en su polisemia.

[4] · Nada que no sea útil es valioso, todo lo que no es posible utilizar u obstaculiza la utilidad de alguna otra cosa (material o inmaterial, inerte o viviente), todo lo que pueda estimarse inútil deberá ser eliminado en aras de la utilidad; su eliminación es útil o, dicho en modo aún más cruento: es útil precisamente para ser eliminado.

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