Por Verónica Juliano |
“Indecisa, apenas articulada, se despierta la palabra”.
María Zambrano, Claros del bosque
La pregunta subrepticia es, ¿se puede engendrar la belleza o es la belleza quien engendra las formas bellas? Se sabe, existen diversos tratados de estética que aproximan respuestas a un interrogante que asedia la curiosidad humana desde siempre. La tradición filosófica, con sus pliegues y despliegues, busca contestar. O, mejor aún, procura inquietar. También la poesía.
La puerta de entrada al Bosque de Emilia Gutiérrez tiene grabada, en su acceso, una cita del filósofo surcoreano Byung-Chul Han. El fragmento traduce la experiencia estética de su lectura de Platón. Pues sí, la filosofía produce –entre otras sensaciones– belleza. En sus líneas se lee: “Al contemplar lo bello, el Eros despierta en el alma una fuerza engendradora”. Se sabe, sólo puede despertar aquello que está dormido. Y, como decía Macedonio (que siempre andaba bien despierto), No todo es vigilia la de los ojos abiertos. Adentrarnos en el bosque (literal y poético) es un llamado a despertar. Sólo quien anda con el alma despierta se topa con la fuerza. ¿O es la fuerza la que nos despabila?
Emilia prefigura al bosque como principio de su escritura. Su estancia en San Martín de los Andes, durante la residencia de Arte Manta, significó para ella un retorno al universo de la infancia, habitado por voces y lecturas fundacionales. Su viaje personal a la semilla dio lugar a la creación poética. La hizo germinar. En “Fábula” la voz del poema dice: “Mis ideas / se han desagotado / en el papel; / me volví animal / que sólo quiere / recorrer el bosque”. Y luego, en “Verde”: “He unido mi experiencia / a la virtud del bosque: / Allí aprendí lo siguiente: / las cosas mueren, / resucitan, viven, lamen, recorren, / desean, sufren, faltan”. El bosque aparece como espacio de transformación para quien lo recorre: perderse en él es condición sine qua non para encontrarse y, tal vez, recobrar el tiempo perdido o lo que perdimos con él (Marcel Proust gravita en uno de los epígrafes).
Una de las dedicatorias construye un anclaje para la emergencia de la voz de Emilia: son sus “amigas inmensas”, las poetas Candelaria Rojas Paz, Sylvina Bach (cuya Niña de humo se hace presente en otro epígrafe) y Alejandra Díaz, quienes acompañan sus pasos ya no en el espacio físico del bosque sino en el camino de la poesía (y, también, en la presentación del libro). Otro epígrafe, esta vez de Luciana García Barraza, sella esta alianza poderosa, ya explícita, ya silenciosa, a través de la cual las poetas tucumanas se reconocen como parte de algo que las excede, que las abriga, que las hermana. En “La noche en la isla”, la voz poética sentencia: “He sido muchas y / siempre yo misma, / siempre yo misma, / más ahora”. Ese ahora es, también, el clamor que se escucha en las calles: “ahora que estamos juntas, ahora que sí nos ven…”. Ese ahora es la urgencia de una lucha que se gesta con determinación: «No huyas / de aquello que te espera: / llega antes«.
La voz lírica de Emilia Gutiérrez se construye desde la conciencia sensible (o el anhelo intenso) de pertenecer a algo más grande, inclusivo, homeostático. Acaso como el bosque y las leyes secretas que lo regulan. Dice: “Necesito una fórmula / que me ayude a hablar del mundo / sin hablar de mí”. Esa fuerte necesidad de experimentar colectividad sin pérdida del yo es su confianza y, también, la ética de su poesía: “mínima / como el rumor de una gota / tan pequeña / y sin embargo / cabe ahí / todo un mundo / que se llama / Nosotros”.
El espacio poético que se abre en Bosque resulta propicio para la revelación del deseo. En “Visita al jardín” leemos: “Ojalá tengamos / cada vez menos / de lo que tenemos, / –te dije despacio– / hasta que no haya / ninguna otra opción / más que encontrarnos”. Emilia intuye que a ella el bosque le concede la oportunidad de despojarse para embelesarse y no la desestima: es entonces cuando el Eros despierta en ella las fuerzas creadoras y la belleza, finalmente, sucede.
Emilia Gutiérrez: Bosque. Ediciones en danza, Buenos Aires, 2019
Este libro está disponible para su compra en la Tiendita
Verónica Juliano nació en San Miguel de Tucumán, donde reside. Es docente e investigadora en la UNT. Lleva a cabo diversas acciones vinculadas a la promoción de la lectura. Eventualmente, escribe.
La belleza es parte del Eros esencial de la poesia, aún cuando no es bosque y luz para mirarse sino oscuridad de la existencia
Siempre precisa y meditada tu escritura.
Muý bueno.
Un lujo de lectora ♥️
Una reseña escrita desde por alguien sabe de bien de qué habla, con palabras justas, com mirada sensible y corazón de lectora. Bosque se la merece!!
Una reseña escrita por alguien sabe de bien de qué habla, con palabras justas, com mirada sensible y corazón de lectora. Bosque se la merece!!
Gracias Syl, un abrazo inmenso.
Un bello libro el bosque. Escrito con una sensibilidad sutil y muy precisa. Poemas con una impronta muy propia y reflexiva. Recomendadisimo libro de mi amiga emilia Gutiérrez!
El libro es la perfecta concatenación entre las experiencias de vida, producto de una biografía dilatada en vivencias, pese a la juventud de la exigua poeta, y la decantación de las mismas en el suceso que refiere con el nombre de «Bosque»; en este último paraje, a mi entender, se diluyeron y licuaron todas ellas casi en un acto de inteligencia abúlica -puño y letra mediante- en un sólido presente, inexorable. Lejos de sórdidas, a nuestro favor, estas experiencias llegan como ecos desde San Martín de los Andes para narrar una historia imperdible, que exuda beldad e intriga en demasía, traslúcida por los ardides propios de la poesía, desde el momento mismo en que se filtra por los ojos y la mente del lector.
Gracias Vero. Qué hermoso leerte, y saber que este bosque fue recorrido también, por un alma curiosa, inquieta, enamorada de las letras – también creadora – como la tuya.
Abrazo fuerte.