Por Diego Puig |
En este perfil-entrevista-ensayo que cierra el año de La Contratapa, una conversación con el escritor, traductor y director de la colección de cuentos de Chai Editora, Federico Falco, es la excusa perfecta para bajar a la página algunas ideas-conclusiones sobre el valor literario, el presente de la literatura argentina y el sentido de todo esto para los que leemos y escribimos. No se pierdan el video de la conversación con Fede.
1. Hablar con Federico Falco es lindo porque él tiene la cadencia de cierto GCU porteño (Gente Como Uno; Gente de bien se dice ahora en algunos ambientes, jaja). Fede suena como una cascada en las sierras cordobesas (creció en General Cabrera, tiene 45 años) y, para usar palabras que ya nadie usa, es un potentado. O al menos viene de una familia con campos y cabezas de ganado (esto me lo contó, por lo bajo, un amigo en común). Tal vez por eso, Fede no necesita imponerse. Tiene el aplomo de cierta clase social. No es ruidoso, no se acelera: va a su propio ritmo y es tremendamente dulce.
Sí, un poco enamorado de Falco estoy: primero me pasó cuando leí Las aventuras de la Señora Ema, pero con Flores nuevas, su cuento sobre una banda de adolescentes en Cabrera (¡Y la cansada Blanquita Calzolari!), alcancé un estado de amor como el que siento por John Cheever. Los llanos -su novela ganadora del premio Medifé-Filba 2021 y finalista del Premio Herralde, los premios de novela más prestigiosos de Argentina y España respectivamente- me conmovió como hace mucho no me conmovía la literatura argentina. Pero mi plan, en principio, en esta ocasión, no es hablar con él desde su rol de escritor. Esta vez, me interesa escucharlo en tanto director de la colección de cuentos de Chai Editora -todas traducciones de literatura anglosajona so far-. La colección es brillante y, gracias a él, he conocido a Deborah Eisenberg y a Donald Antrim.
Como soy un snob confeso (e intenso), es Fede la encarnación de lo sutil y/o relajado, el culpable de que tengamos la conversación más amigable y luminosa de La Contratapa.
Falco acaba de volver a instalarse en Córdoba, luego de vivir algunos años en Buenos Aires. Cuando lo conocí en el 2011, vivía en Córdoba y hacía poco que estaba de vuelta en Argentina luego de haber completado su Máster en Escritura Creativa en Nueva York. Ya entonces era el autor de 222 patitos y La hora de los monos. Una noche en la Terminal de Ómnibus de Tucumán, mientras esperábamos el colectivo que lo devolvería a su casa, me regaló una copia de Cielos de Córdoba con la ternura y la humildad que lo caracterizan.
Chai Editora también es cordobesa.
2. La diferencia entre gusto personal y valor literario: “A mí, hay un montón de cosas que me parecen super bien escritas, que tienen gran valor literario, que son impecables, que tienen un nivel de excelencia y que no me gustan. Pero no me gustan por una cuestión subjetiva. El gusto tiene más que ver con algo muy subjetivo o muy individual… (con) reconocer que esto está buenísimo pero no es para mí”, dice Fede.
Coincido con Federico en que ambas cosas existen y son bien diferentes. Y una de las razones de hacer La Contratapa fue intentar entender o poner en discusión la diferencia entre el gusto literario personal y el valor literario en general. Porque de ninguna manera me gustaría caer, con mis lecturas o con mis recomendaciones, en esa cosa que hacen las madres que no pueden dejar de hablar de sus hijos y que confunden su amor incondicional con talento, belleza, inteligencia o, en este caso, valor literario. No puedo, o no me interesa, confundir mi relación personal con un texto (siempre válida, por supuesto, pero solo útil y necesaria para mí y bastante inútil e innecesaria para el resto de la humanidad) con el interés o el valor que pueda tener para-mí-junto-con-los-demás, es decir para nosotros. Sin ese ejercicio de descentramiento, ninguna conversación literaria tiene mucho sentido.
Y la lectura, en tanto práctica social, debe estar al servicio de la coconstrucción de sentido que se da en las conversaciones a partir de los textos. Para lo otro, están el psicoanálisis, el diario íntimo y, con suerte, los amigos a los que no les molesta escucharte desvariar.
Es justamente esta dimensión social del texto la que nos devuelve a la cuestión del valor literario, porque se trata de una convención entre lectores y nunca el valor literario es una opinión o una experiencia individual de lectura, personal, privada. El valor literario es aquello que nos permite comunicarnos sobre lo que es bueno y lo que no es bueno en la literatura, lo que está bien hecho y lo que está mal hecho, lo que funciona y lo que no funciona. Uno puede colgar cualquier cosa en las paredes de su casa, pero los museos tienen criterios sociales (u objetivos en tanto socializados) para exhibir obras de arte.
La experiencia de lectura comienza siendo individual e intransferible aunque sí puede devenir comunicable, pero no permite el enriquecimiento entre lectores como cuando existe un sistema objetivo que conecta las subjetividades. Para que haya valor literario debe haber consensos, sentidos compartidos, criterios más o menos firmes que pueden revisarse y van cambiando, y requieren ser negociados y que son los mismos que nos evitan discutir burdamente si algo es blanco o negro para poder apreciar matices y sutilezas. Por definición, el valor literario debe poder compartirse. El valor literario es algo que nos excede como individuos porque va más allá de la pura subjetividad pero encausa el encuentro con el otro. Nos permite relacionarnos a partir del texto y seguir construyendo, explorando y articulando sensaciones, pensamientos y experiencias más profundas, más honestas, más reveladoras, más poderosas y tal vez transformadoras. O al menos estas hipótesis me surgen después de escucharlo a Federico.
3. ¿El valor literario es diferente de acuerdo a las posibilidades de lectura de cada uno?
“Con el tiempo, el gusto y el valor literario van cambiando. Es más difícil volver a ser un lector inocente. Me suele pasar que disfruto de ciertos movimientos en la trama o en la estructura de un texto, que pueden ser muy particulares y que a mí me obsesionan, me parecen geniales y que para otro lector no hay nada en ese terreno que lo interpele o le interese. Es como una deformación profesional.
Es como la idea del mago, de ir a ver un espectáculo de magia. No es lo mismo ir a ver un espectáculo de magia cuando sos una persona común y corriente que cuando sos un aspirante a mago. Hay un poco de resignar o sacrificar, perder cierta ilusión en pos de leer de otra manera.
Con los años, cada vez más, me dejó de interesar la perfección. Y hay cosas que me interesan mucho más por otros valores que no tienen nada que ver con la perfección, cosas que no están tan bien escritas a nivel técnico, pero tienen algo muy original en la voz, o en la mirada, o en la postura o que están haciendo algo realmente asombroso desde otro lugar, que le da valor al texto por otros motivos. Porque si no el peligro es que los textos que son muy perfectitos sean o muy planos o algo que ya leíste.
Si uno siente que el escritor no está corriendo riesgos y bueno no sé… no es lo mismo ver el equilibrista caminar por un alambre con mucha seguridad y mucha elegancia que a un equilibrista que a la mitad trastabilla, está a punto de caerse, se recompone. Tal vez no es tan buen equilibrista a nivel técnico pero la emoción que me hizo pasar es ‘uhhhh se va a caer, no se va a caer’ y después el texto sale a flote y logra algo que me parecía imposible o imprevisto y valoro mucho eso.
En los talleres de escritura que coordino noto que, con los autores jóvenes, todo el mundo tiende a encontrarle más el pelo a la leche. Hay ahí como un mirar con una especie de desconfianza extra,” dice Fede.
4. ¿Qué es lo que nos está pareciendo interesante en este momento? ¿En dónde está el valor literario hoy?
Otra de las cosas lindas de la charla con Federico -algo que comparte con no muchos escritores- es que es muy claro a la hora de recomendar a dos autoras jóvenes y contemporáneas. Ya sea por pudor, timidez o mera mezquindad, muchas veces los escritores retacean sus recomendaciones o solo se arriesgan a nombrar autoras y autores consagrados. Federico, en cambio, elige mencionar a dos escritoras argentinas jóvenes para ilustrar su idea presente de valor literario. En los cuentos de Gianina Covezzi, en especial el cuento Angelito, la sensación de “¿Qué está haciendo acá?, ¿cómo lo logra?” es sinónimo de valor literario. “Y con varios cuentos de Delfina Korn me pasa lo mismo”, agrega. “Me parece que es una autora que juega al borde todo el tiempo. Y que te deja como muy asombrado, (diciéndote) qué está haciendo, cómo llega a este lugar, cómo sacó a flote esto”, remata Falco.
En ambos casos, lo que parece señalar Federico es una especie de apuesta que parece improbable que tenga éxito, pero que de alguna manera se las ingenia para volver exitosa la apuesta y el texto. En las preguntas y la incredulidad que caracterizan estas experiencias de lectura -¿qué está haciendo? ¿cómo lo logra? ¿cómo sacó a flote esto?- parece insinuarse una apuesta novedosa, un riesgo y un truco al que no se le ven los hilos.
Inmediatamente después de conocer sus recomendaciones, busco textos de Covezzi y encuentro Las intrusas de Delfina Korn. ¡Lo que me rio con ese cuento! Y pienso un rato largo en esta experiencia de lectura y su valor literario. Ensayo una definición propia de valor literario que se toca de alguna manera con las ideas de Federico. Lo primero que pienso es que en el cuento de Korn hay malicia con luz. Las intrusas describe unas vacaciones en Punta del Este de una abuela, su mejor amiga, una hermana, tres nietas, una sobrina y la mucama. La historia prescinde de la noción convencional de conflicto, pero compensa su laxo arco narrativo con detalles desopilantes, esplendentes y con descripciones, observaciones e ideas que revelan una sensibilidad que no dramatiza las asperezas o lo amargo de las personas y de la vida. Una sutil malicia redimida por la luz de los personajes (y en especial de la narradora) hace que el cuento funcione pese a tener muchas probabilidades en contra. Creo que el texto es un éxito porque subvierte algo, en este caso la noción de que no se puede querer a un familiar desagradable. La rae lo dice mejor que yo: subvertir es “trastornar o alterar algo, especialmente el orden establecido”. Ahí seguro hay valor literario.
Y por esto, también pienso en Los llanos, la premiada novela de Falco, que va más allá de describir o narrar un duelo y logra que el lector “viva”, “habite” un duelo amoroso. Los llanos no es sobre el paso del tiempo o el habitar un fuera-del-tiempo propio del duelo: es la mismísima experiencia del tiempo o del fuera del tiempo del duelo.
Flores nuevas, su cuento más genial en mi opinión, tiene una línea temporal muy clara que estructura la historia (un ciclo lectivo de marzo a diciembre) pero todo el tiempo hace pequeñas escapadas a otras temporalidades que exceden o son diferentes a la temporalidad central. La destreza técnica ahí es descomunal. Y desde los nombres de los personajes a la alternancia entre comedia y drama pasando por una prosa cadenciosa que mece al lector pero que de a ratos se puntúa con staccatos, todo en este cuento está al servicio de subvertir una historia de iniciación (que además es bastante fallida).
5. Escribir una contratapa. “A veces me piden que escriba una contratapa o un blurb, y como regla general lo que hago es pedir leer el libro primero y no escribirla si el libro no me gusta. Son momentos un poco incómodos cuando te piden que escribas sobre algo que no te gustó… Rechazar es una palabra muy fuerte, pero me parece que es importante mantener como una cierta lógica o una coherencia en el sentido de que me tiene que gustar, por alguna razón me tiene que atraer. Tiene que tener algo interesante, algo que me atrae, que me intriga, que me hace disfrutar.
En general (para las contratapas de la colección), Soledad (Urquía, directora de Chai junto con Santiago La Rosa) hace como una primera versión y con eso hacemos un google doc que vamos editando entre todos. A mí me gusta mucho editar las contratapas, es algo en lo que encuentro mucho placer. No me gusta escribirlas en una primera instancia, esa situación de la página en blanco me da un poco de fiaca. Editar las contratapas me parece muy divertido. Es muy lindo cuando vas viendo quién acepta los cambios, quién agrega cosas. Uno pone una idea, otro la completa. Da vuelta la oración, cambia el verbo”.
Una contratapa, como dice Falco, es el lugar donde el editor puede explicar por qué eligió publicar el libro en cuestión; el inicio de una conversación sobre su posible valor literario. Pero lo que la dinámica de Chai, que Fede ilustra con su relato, es algo todavía más concreto y hermoso: el trabajo colaborativo de pensar y redactar la contratapa de un libro: alguien escribe algo primero. Después otra persona agrega algo. Completa una idea. Se parece mucho a conversar.
Escribir una contratapa conversando: no se me ocurre una mejor forma de que suceda.
Video de la entrevista: https://youtu.be/2mtzHNcZW-E
Nació en Tucumán en 1982, pero se siente más o menos tucumano porque vivió gran parte de su vida fuera de la provincia. Es autor de la novelas Nadar sin luz (Ed. Milena Caserola, 2013) e It girl (Gerania Editora, 2020) y de los libros de cuentos Vírgenes infinitas (Ed. Mulita, 2018) y El problema de la luz (Gerania Editora, 2022). Actualmente sus escritores favoritos incluyen a Jhumpa Lahiri, John Cheever, Federico Falco, María Gainza, Rafael Pinedo, Hebe Uhart, Fogwill, Mavis Gallant, Lucia Berlin y Magalí Etchebarne. Dicta talleres de escritura y de lectura (con ¿excesivo? entusiasmo) online.
Falcón, buen tipo parece.
Sin dudas buen escritor.
Interesantes reflexiones sobre gusto y valor literarios.