Por Pablo Toblli |
¿Cómo te encontraste con la poesía?
Para responder voy a rememorar dos momentos:
El primero: Hay un par de experiencias que considero iniciáticas y que me acompañan hasta el día de hoy, pero que no están relacionadas con la poesía, sino con la narrativa. La primera se dio cuando tenía unos 3 años y mi abuela me leyó “El príncipe felíz”, de Wilde. La segunda, cuando dando mis primeros pasos como lector y después de hurgar en la modesta biblioteca de casa, leí el cuento “La jaula vacía”, del catamarqueño Carlos Villafuerte. Con ambos textos me enfrenté, por primera vez (o, por lo menos, esos son mis primeros recuerdos importantes vinculados a la literatura) con el poder del lenguaje y su impacto en las emociones. Hasta el día de hoy me queda esa sensación que podría describir como una invasión de angustia (el argumento de los textos lo justificaba), pero que era algo más amplio y extraño, que me sorprendió y excitó de sobremanera: sentí que el lenguaje moldeaba mis emociones, sin que yo tenga ningún control sobre él. Hasta eso sólo me habían leído, o había leído textos que siempre iban acompañados de ilustraciones que, se podría decir, direccionaban mi interpretación, pero sin un impacto tal. En las lecturas que rememoro, esas palabras desnudas y sin el apoyo de ilustraciones, me habían sacado del tiempo por un rato y se habían apropiado de mí. Esto —lo sabría mucho tiempo después— fue la apertura a la conciencia de que el lenguaje contaba con una vitalidad propia, y que esa conciencia sería fundamental a la hora de escribir.
El segundo: Ya con unos cuantos años encima, y a instancias de mi hermano que comenzó a estudiar guitarra, me adentré en el conocimiento del cancionero de raíz folklórica; especialmente en las obras que surgieron en las décadas del 50, 60 y 70. Esto me puso al frente a los poetas que habían desarrollado gran parte de su trabajo en el campo de la letrística de la música popular argentina, y a quienes empecé a disfrutar desde una cercanía casi “filiatoria”: Manuel J. Castilla, Ariel Petroccelli, Hamlet Lima Quintana, José Augusto Moreno, Armando Tejada Gómez, Homero Manzi, Homero Expósito, Pablo Raúl Trullenque, etc. En ese tiempo intenté, sin éxito, escribir unos versos que tenían aspiraciones de ser letras decentes para canciones. Cuando pasé de la obra para la canción de aquellos autores, a la incluida en libros, los poetas que a ellos los habían formado o que eran sus compañeros de generación, me abrieron las puertas de la poesía que empezaría a conocer desde una lectura más regular. Llegaron el Siglo de Oro, Vallejo, el Neruda de “Residencia en la tierra”, la generación española del 27, Issa, Baudelaire, Rimbaud, Whitman, Juan L. Ortiz, el grupo La Carpa, los tucumanos y salteños de la generación del `60, Rilke, la Generación Beat y un largo etcétera que se sigue agrandando hasta el día de hoy.
¿Tenés escritores que admirás?
Sí, son muchos los que me acompañan como una constelación. Pero siempre estoy volviendo a César Vallejo, Manuel J. Castilla, Mario Romero, Inés Áraoz, Olga Orozco, Francisco Madariaga y Antonio Gamoneda.
¿Adherís a alguna corriente estética de
la poesía?
No. Cuando comencé a ser un lector de poesía con cierta regularidad, leí a varios poetas clasificados como neorrománticos. Pero mayoritariamente es el caos el que gana en mi lectura y eso, por suerte, dificulta la adhesión a alguna estética determinada.
¿Existe alguna poesía que no te guste?
Supongo que la que comete los mismos errores que yo como poeta, especialmente, la que no sabe comunicar.
¿Qué cuestiones, estados de percepción, objetos o temáticas te disparan a
escribir?
Ninguno en concreto. Pero sí me considero un escritor de poemas que parte de la experiencia material. No hay poema que haya nacido de la abstracción pura. Creo que podría recordar de qué lugar salió cada uno. Quizá mi imaginación es un fracaso en este campo, pero necesito del empirismo para luego buscar cuál es el lenguaje y la estética que pide la experiencia.
¿Qué lugar crees que ocupa tu obra
dentro de la poesía de Tucumán?
No sé, pero de seguro uno muy pequeño. Es una pregunta que deberían responder otros.
Además, ¿desde qué parámetros medir ese “lugar” y darle validez? Por ejemplo, por un lado, he sido tenido en cuenta para compartir mis escritos en distintos espacios de divulgación que se gestan en la provincia, pero, por otro, sólo una vez una editorial local se interesó en incluirme en su catálogo con una plaqueta…
¿Buscás cambiar alguna cuestión
existencial personal o del mundo en general cuando escribís poesía?
Si fuese posible, de puro pretencioso nomás, me gustaría que el lector se suspenda y sea apropiado en el instante que propone el poema, como me pasó de chico con “El príncipe felíz” y “La jaula vacía”. Pero eso es una ilusión; es el lector el que completa al poema y, si es algo para él, lo va a recrear, recordará alguna línea o imagen, o vendrá a su rescate el olvido.
¿Qué opinás del panorama histórico y
actual de la poesía en Tucumán? ¿Te identificás con la obra de algún poeta?
Opino que pasa por una gran vitalidad, y eso es muy valioso para conocer nuevas voces. Ha crecido el circuito de recitales y festivales de sobre manera, y las editoriales se dan maña para sortear las dificultades económicas apostando a nuevos poetas todo el tiempo. Por otra parte, hay una nueva generación de docentes o futuros docentes de Letras que no esperan que la poesía llegue a la academia, la salen a buscar en cada cueva donde se ofrece y comparte. Ahora bien, ¿qué ha de quedar de eso en el futuro? Supongo que el tiempo hará su trabajo, porque, como escribió Borges: “el Tiempo acaba por editar antologías admirables”.
No sé si identificación es la palabra, pero de poetas que podría considerar de mi generación, me siento cercano a la poesía de Javier Foguet y Denise León.
¿Pensás que la poesía es solo un género
literario o algo más?
Bueno, los seres humanos necesitan de clasificaciones para ordenar el mundo (e imponer categorías)… Para mí sólo es la condensación de la experiencia en el poder del lenguaje, la atención que pide y el conocimiento que me regala o me cobra.
¿Buscás algún tipo de trascendencia
cuando escribís?
No. El escribir poemas es para mí, en sí mismo, una forma de trascendencia, porque responde a una necesidad ontológica y cruda. Se trasciende con las cosas que a uno le dan la vida, ¿no?
¿Qué opinás de las siguientes frases?
La poesía es el lenguaje de lo inefable.
Escribir sobre lo inefable es escribir sobre lo que no puede ser alcanzado por las palabras, y eso significaría el fracaso de la poesía antes de intentarla.
La poesía es el entendimiento con lo
sagrado.
Nunca toqué esas altas instancias. Como mucho, a veces tengo la suerte de ser testigo de la trascendencia de lo finito.
La poesía es un estado de conciencia
alterado.
No estoy de acuerdo. La poesía exige bastante atención entre el ruido del mundo.
La poesía es la alerta por lo humano a
punto de perderse.
Más que alerta, es una posibilidad que tiene lo perenne para hablar.
La poesía es el reverso de las cosas.
Es una dimensión de las cosas.
La poesía es el perfecto equilibrio y
atracción de todas las cosas.
No creo en la perfección.
La poesía es resistencia de los órdenes
hegemónicos.
Es más que resistencia. Es una prueba de vida de la humanidad.
La poesía es evasión.
No. Escribo a tropezones y dentro del mundo que me tocó en suerte, y atento a él.
La poesía es comedia.
La comedia es un ingrediente posible de la poesía.
La poesía es libertad y levedad.
Ns/Nc
La poesía se escribe en la
discontinuidad.
En la acción, para mí, sí; escribo con escasa regularidad. Pero en conciencia, no; es una presencia permanente.
La poesía nos hace sentirnos apartados
del resto.
No, usamos el lenguaje como herramienta y el lenguaje está hecho por todos.
La poesía es para unos pocos.
No. Está cerca siempre, aun cuando no somos conscientes de eso o no tuvimos la oportunidad de mirarla así (aquí habría que pensar un paréntesis para hablar del acceso de la sociedad a la cultura). La poesía es un acto del espíritu y todos caemos, cada tanto, en nuestro espíritu.
Gabriel Gómez Saavedra: Concepción, prov. de Tucumán, 1980. Publicó la plaqueta Huecos (Ediciones Del Té, 2010), y los libros Escorial (Editorial Huesos de Jibia, 2013) y Siesta (Ediciones Último Reino, 2018). Entre otras distinciones, ganó el Premio Municipal de Literatura San Miguel de Tucumán – Género Poesía (Región N.O.A.) y fue seleccionado por el Fondo Nacional de las Artes como becario del programa Pertenencia: puesta en valor de la diversidad cultural argentina.
Es Licenciado en Letras por la UNT. Publicó los libros de poemas Nace en lo próximo (Ediciones Magna, 2015), Lucero de ruinas (Ediciones Último Reino, 2017) y el libro de ensayo Una lectura del imaginario poético de Tucumán (2000-2020) (Fundación Artes Tucumán, 2022). Es editor de La Papa Revista y redactor en Indie Hoy. Nació en Tucumán, en 1987. Su e-mail es pablotoblli@gmail.com, por cualquier contacto.