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ISSN 2684-0626

 

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Es sagrado el silencio

Sobre Itinerarios del silencio, de Alejandra Díaz (Ediciones del Ente Cultural de Tucumán, 2023)

Por Teresa Mimi Gerez |

Ale Díaz sabe extraer los peces dorados del mar de la poesía.  Lo confirma su libro Itinerarios de silencio. Es un libro que se abre entre las manos como las puertas de una casa, “su” casa, y hay que dejar los zapatos en la entrada para ingresar en ese lugar sagrado; hay que dejar el ruido y las palabras que no dicen nada: “mejor no gastar palabras/ que no tienen sonido”, dice la poeta. 

En la dedicatoria a su padre “in memoriam” y a sus seres queridos, ya nos da una pista de para quién se trata. Y en el epígrafe de Natalia Litinova nos plantea un acertijo: dice pertenecer al linaje de “todas las mujeres” de su familia que tienen un talismán de protección y confiesa que ella miente que no lo tiene, como haciéndonos un guiño cómplice, para invitarnos a descubrirlo. No develará el suyo creando así suspenso, expectativa. Al recorrer el itinerario de las páginas entendemos que su talismán es, efectivamente, el silencio.

Callar nos permite escuchar una voz poética llena de ternura, pero no por eso débil, por el contrario, se trata de una voz fuerte y contundente que se duele en la deshumanización y se atreve a denunciar sin miedo la falta de solidaridad actual. Es a la vez, la voz suave y profunda de una niña interior que nos invita a adentrarnos en aguas profundas del ser, en lo esencial.

En cuanto a su estructura interna, en todo el poemario se observa una frontera entre el adentro y el afuera, el interior y el exterior.  En una suave alternancia, asistimos a ese mirar desde las ventanas “como pestañas”.  Es adentro de la casa donde sucede la magia, donde “los poemas acuden como la sangre” y la poeta afirma “todo sucede puertas adentro”. 

Así, en la primera parte, asistimos a una toma “travelling”, un paneo de los objetos amados, bellos, plenos de imágenes sensoriales, objetos mínimos y significativos de la casa donde su “yo” se reconoce totalmente; y “la orfandad” es “del afuera”. En el exterior, la ciudad tiene “jardines pequeños, los habitantes caminan “desvelados” y la poeta se pregunta “¿dónde ha quedado el sueño colectivo?”.  Podríamos decir que se trata del cielo y del infierno, para decirlo en forma tradicional y extremista, ambos no identificados con un espacio objetivo, sino recreados desde la mirada, allí, donde  focaliza el ojo poético.

Otro eje que recorre el poemario es la presencia de los seres amados con los cuales la voz dialoga: “esta soledad de la que se alimentan los muertos más amados/ a veces me preocupa no entender/ el lenguaje en que nos hablan”. No son fantasmas, (los zombies seríamos nosotros, los del afuera cuando olvidamos soñar). 

Los seres ausentes son, en aparente contradicción, presencia viva, como la de su padre (de su madre solo dirá en una breve sentencia: “soy yo/ la sin madre/ por definición”). En efecto, su “padre” -dice- “está pero ya no aquí”. Está pero insisto, no es un fantasma, es una presencia constante, un recuerdo, un dolor en los huesos, una falta de la que nunca se cura: “esta soledad de padre marchándose/ me cala los huesos/ llevo en el alma tatuada de recuerdos/ de niña a tientas/ de mujer andando y desandando lo aprendido.”  

A pesar del duelo, su recuerdo hace nacer la voz poética de esa niña que fue y perdura al mirar y decir el mundo. Creo que lo que justamente caracteriza la voz poética de Alejandra  es el lenguaje cotidiano, un tono simple y asombrado en el decir. Se trata de una mirada que encuentra la felicidad en las pequeñas cosas: “reunir a los amigos mostrarles una lista breve de deseos”. Con simples ingredientes de lo onírico y lo real, la poeta logra “concibe-regala antiguos milagritos”. 

Toda la magia proviene de esa voz de niña que le “dictaba cosas”, y desde ahí, escribe. Las imágenes fluyen en un continuum obedeciendo a ritmos del corazón más que de la razón, no parecen forzadas ni buscadas para crear impacto. Es un decir cotidiano que va asociando elementos reales y fantásticos, ecos y recuerdos.

Pero atención que estos poemas no son fruto de “magia”.  La voz de Alejandra es el resultado  de una permanente formación en su materia que se apoya en un talento innato, es el fruto de un trabajo arduo sobre el lenguaje. Ella “trama intentos de nombrar” pero confiesa que el itinerario fundamental y clave es el silencio: “es un manto sagrado el silencio” e insiste “no hay nada comparable al silencio”. Será por eso que en esta voz, reconocemos antes que nada, un oído atento: “los espejos tienen eco/ resuenan”; como también resuena la voz de su padre y sus consejos, la voz de las vecinas como una radio, y fundamentalmente, la voz de la niña que juega con total disfrute en un mundo interior que bien llama “casa”.  No puedo dejar de compartir estas imágenes-collage:

“La niña que fui a veces vuelve/ me besa la frente sin nombrarme ella sabe que/ así nada más la reconozco me lleva al patio/ las escuelas…” (…) “quebraduras de manteles blancos/ sobre los almidones de domingo/ el plato favorito/ del que sola/ acompaña la palabra YO por todos lados” (…) “los patios de la infancia/ el idéntico alboroto/ de ahogadas risas/ tajadas de sandía a la hora de la siesta/ y un duende arrojando/ piedras pequeñas/ retumbando en los techos de cinc/ como un llamado prohibido”.

El contraste, la polifonía, la magia de la infancia se suman a otro eje estructural: el dolor, el cuerpo como cárcel que limita y el dolor del alma por el vacío de la vida.  No es un dolor egoico y solitario, es el dolor de las “manos que sangran” de “un mendigo”, la “deshumanización constante”, la intolerancia, la vacuidad del ser que no se encuentra. Potente, la voz declara: “no voy a renunciar/ a nada-.” Guión y punto. Pausa. Silencio.

En cuanto a la forma, se observan los versos libres, los cambios en la métrica y extensión: poemas cortos y otros más extensos que nos sumergen en la magia del lenguaje.  Así, como decía en la introducción, descubrimos el talismán oculto y tan preciado de la poeta: el silencio. 

Justo cuando estamos hechizados, la voz calla, se acaba el libro y nos queda en el alma la profundidad de un oído y una mirada única, especial.

Cuando se termina el libro, tal vez el lector experimente lo que dice la poeta “no me es fácil volver a mí”, porque es un libro conmovedor.  En mi caso, ya tengo la respuesta si alguien me sorprende emocionada al leerlo, y me pregunta qué me pasa. Diré con las palabras de la poeta que tengo “una basurita en el ojo”.

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