Por Lucas Cosci |
La historia tiene rebotes tardíos, explosiones que detonan cuando hace años que ha finalizado el combate. En 1969 Witold Gombrowicz muere en Vence, Francia, al cabo de una vida de lucha con sus enfermedades. Medio siglo después, en el año 2013, Rita Gombrowicz, su viuda, sorprende al mundo literario con la publicación de un misterioso, inesperado manuscrito. Se llama Kronos. Había mantenido su existencia en secreto los cuarenta y cuatro años transcurridos desde la muerte de su esposo.
Tuve las primeras noticias de Kronos en el mismo año 2013, mientras escribía una ficción sobre los días de Gombrowicz en Santiago del Estero. Noticias. Literalmente. Por la prensa. Del libro en concreto, nada. Estaba editado solo en polaco y había que esperar su traducción.
Para el año 2015, Ewa Kobyleska-Piwonska –investigadora polaca que ha seguido de cerca la obra de Gombrowicz y sus efectos en la literatura argentina– me regala un ejemplar de Kronos, en polaco. Una bellísima edición, de lujo. Por cierto, era muy poco lo que podía rescatar de ese libro por razones obvias. Una cosa sí pude hacer. Buscar nombres. Y los encontré. Encontré los nombres de los santiagueños que habían tenido trato con el polaco. Son los mismos que aparecían en el Diario: Canal Feijóo, Santucho, Mariano Paz, entre otros.
Yo había escrito entonces: “Un libro sin traducción es una puerta trancada. Estoy frente a ella. Giro el picaporte. Golpeo los puños. Sigue cerrada. Escucho voces del otro lado. Incomprensibles voces traspasan endebles la hoja de la puerta, pero no las entiendo”.
Ahora, año 2020, al fin se ha abierto aquella puerta. El caudal de voces se ha derramado como un susurro postergado. Ahora empiezo a entender un poco –solo un poco, lo aclaro– lo que antes solo eran sonidos ininteligibles.
La edición de Kronos en español que recién ha ganado la calle es de Cuenco de Plata. Traducción de Bożena Zaboklicka y Pau Freixa. Introducción de Rita Gombrowicz, tal como la edición polaca.
Pero, entonces, empezamos por preguntarnos ¿qué es Kronos? ¿Es otro diario? ¿Es un libro de memorias? ¿Una miscelánea? ¿Notas casuales? Quizás haya algo de todo esto, pero al mismo tiempo es otra cosa.
En principio, para situarme en un plano más objetivo, Kronos es el nombre de un corpus de folios manuscritos, confeccionados en forma paralela al Diario. El autor los lleva en simultáneo. El tiempo de escritura es el mismo: 1952-1969, aunque Kronos remonta varias décadas hacia atrás, hasta el año 1922.
Witold Gombrowicz ha sido un virtuoso de la escritura de diarios. Como Kafka, como Cesare Pavese, como André Guidé. Su obra se ha abierto camino entre los lectores del mundo en buena medida por las publicaciones de fragmentos de su Diario en la revista Kultura. Ahora bien, ¿es Kronos en sentido estricto un diario? Lo es, si uno tiene en cuenta el rigor cronológico de su desarrollo y su afán minucioso por apuntar acontecimientos en el tiempo. Pero a la vez se vuelve sobre las fronteras difusas del género, en la medida que abandona la sintaxis del relato para inscribir el discurso en el orden de los datos seriados. El registro tiene sintaxis de lista, de notación abreviada, de punteo de agenda. Frases incompletas, sustantivos sin verbos ni complementos, nombres y cifras al azar, la prosa de Kronos es un encadenamiento de datos inscriptos no sin cierta vaguedad en el tiempo.
Entonces, para volver a la pregunta, ¿es un diario este manuscrito? Habría que reconocer que sí, pero un diario otro, que construye alteridad respecto de la versión consagrada del Diario Gombrowicziano. Si el autor ha llevado en paralelo dos libros separados que comprendían el mismo período de tiempo, fue porque eran de naturaleza diferente.
Estamos ahora ante una escritura que recoge lo que el Diario despoja: lo personal, lo íntimo, hasta lo doméstico. Y lo hace desde una austeridad extra literaria, instrumental.
Kronos es un registro en crudo, un inventario, un mapa. Se trata en todo caso de una cartografía del tiempo vivido. Un texto que intenta desplegar un sistema de señales para que una secuencia de tiempo -el periodo que comprende casi la vida completa de Gombrowicz- pueda ser leída como una unidad de sentido. Pero insisto: son solo señales. Su articulación como relato corre por cuenta del lector.
Al menos esta es la línea de lectura que proponen sus traductores al español, Bożena Zaboklicka y Pau Freixa: “A medida que se acerca el final nos damos cuenta de que no estamos (solo) ante un inventario vital, sino ante una crónica del paso del tiempo y sus inseparables compañeros de viaje: la decadencia y el dolor”. [1]
Y entonces, la otra pregunta inevitable, ¿quién es el lector de este texto? ¿Para quienes escribe este anuario? Si pensamos en el lector como un destinatario elegido de manera deliberada, pareciera ser escrito para sí mismo. La austeridad de su sintaxis es indicio de ello.
Sin embargo, la voz que habla presupone un otro, alguien para quien tiene sentido el cúmulo de datos que el texto colecta. La sistematización cronológica, el ordenamiento de parágrafos numerados, la progresiva urdimbre que asume a medida que encuentra resolución, nos indican que la voz que habla supone un lector. Lo mismo el título: Kronos. Según el testimonio de su viuda, es el modo en que el propio autor nombraba a aquella carpeta. No caben dudas de que se trata de un título al mejor estilo Gombrowicz. Sus obras se nombran con una sola palabra, un sustantivo desnudo: Trans–atlántico, Pornografía, Cosmos, por dar algunos ejemplos. El caso de Ferdydurke lo dejo en suspenso porque ni siquiera existe como palabra. Entonces, si es un título gombrowicziano, nos sentimos autorizados a suponer que ocupa el lugar de un libro más en el corpus. Y todo libro tiene un lector.
¿Con qué nos encontramos? En lo formal, el libro tiene tres partes, reconocibles en sus títulos: 1) Polonia. Mayo de 1922 – Agosto de 1939; 2) Argentina. Agosto de 1939 – Abril de 1963; 3) Europa. Abril de 1963 – Mayo de 1969.
Cada una de estas partes se subdivide en capítulos que son el número correspondiente a cada año de la serie y los capítulos en parágrafos numerados.
Pero en su construcción como texto pueden distinguirse a su vez dos momentos.
Primero, la exhumación de la memoria. Según Rita Gombrowicz, heredera universal e introductora del libro, el autor de Ferdydurke empieza a escribir Kronos ya en Argentina, más o menos para fines de 1952. Si tenemos en cuenta que el registro toma desde el año 1922, hay un periodo de treinta años (la mayor parte) que es el resultado de un esfuerzo de desandar el tiempo montado sobre el trabajo de la memoria, para recuperar la claridad de ciertos datos. El trabajo de la memoria está visto en las dudas y vacilaciones con las que reconstruye los datos. Es en esta parte adonde la escritura se revela como una indagación del autor sobre sí mismo, sobre su pasado y su presente, sobre la trama de tiempo en la que está parado.
Una segunda parte seria el resto del texto desde el año 1953, hasta su interrupción en 1969, justamente por su muerte, que ha sido escrito al calor del tiempo vivido.
Aunque no encontremos una forma narrativa en la escritura, no me parece equivoco afirmar que Kronos tiene urdimbre de relato. Hay una intriga, hay una tensión entre la dispersión y la unidad. La función narrativa resulta de una construcción oblicua que se apoya en la estructuración secuenciada del tiempo y en los indicios que permiten el reconocimiento de peripecias. Incluso, hay un final precipitado que agrega dramatismo y tensión, como el final de una novela intensa.
El relato se articula a partir de la ilación de cuatro tópicos: su salud, su situación económica, la literatura y el erotismo. Los cuatro puntos cardinales de esa cartografía. Cada uno tiene su desarrollo en los años con un inventario detallado en una inscripción objetiva, despojada de valoraciones. El final de cada capítulo se cierra con un balance que articula y, ahora sí, pondera el desempeño de cada uno de los tópicos.
La salud está referida en las recurrentes alusiones a sus enfermedades y sus síntomas, los tratamientos, la medicación administrada, las mejoras y desmejoras del proceso.
La situación económica se asienta en las menciones de los ingresos y los egresos, la llegada de cheques, pagos, sueldos, las carencias y los saldos. Compras.
La literatura y el erotismo son quizás los registros de mayor intensidad.
En lo literario las alusiones son a los tiempos de escritura y de corrección de sus libros, con el fechado de sus comienzos y finalizaciones, las noticias de la circulación de su obra en Europa, ediciones, traducciones y críticas, como también los indicadores del crecimiento del prestigio del autor hasta llegar a su nominación como candidato al premio nobel en 1967, que al final se lo queda Migue Ángel Asturias.
El erotismo es quizás el aspecto que más expectativas escandalosas ha producido. No creo, sin embargo, que sorprenda mucho a los lectores del Diario, que ya nos había anticipado sus merodeos eróticos, y en esto es en particular elocuente el pasaje correspondiente a su visita a Santiago del Estero. Se insinúan ahora posibles encuentros pederastas, nombres y lugares, en un itinerario erótico intenso y variado, que asume la particularidad de terminar donde muchos empiezan: la pareja monogámica heterosexual, con el periodo de convivencia y posterior casamiento con Rita Labrosse, en diciembre de 1968, un año antes de morir.
Sobre el final del libro, resulta conmovedor el anticipo del fin con la inscripción de la palabra “muerte” entre paréntesis, repetida cuatro veces en la misma página y la mención de la idea del suicidio en el año 1964, cuando aún no había empezado su relación con Rita. Y después, ya en el año 1966, escribe: “Me enfrento a multitud de enfermedades, me muero, con Rita en general mejor, pero no siempre… Dios mío, ¿Hasta cuándo?”.[2] Y en el año 1968, cuando apunta su casamiento, ironiza “Conde agonizante, 65 años, se casa con su secretaria en su lecho de muerte”.[3]
Al finalizar de la lectura, nos sentimos llamados a preguntarnos si el personaje que habla es al fin el “Gombrowicz real”, la nuda y escurridiza subjetividad de alguien que se inventa a sí mismo en cada libro. Pero propongo cambiar el eje de la pregunta. ¿Existe un Gombrowicz real? ¿No es acaso Witold Gombrowicz aquella pura posibilidad de la reinvención indefinida? Quizás este interrogante solo encuentre respuesta en la intimidad de cada lector.
Por lo pronto, ya podemos leer Kronos. Su voz está entre nosotros. Una voz que quizá no signifique
mucho, si antes no hemos transitado otros libros del autor. Es esta una
advertencia necesaria. Para los lectores de culto, sin embargo, para los
exégetas de su obra, para sus biógrafos e historiadores, para todos aquellos
que, después de haber leído su literatura, nos descubrimos palpitantes de
preguntas, resulta una lectura interpelante. Un aporte invalorable de datos,
sentidos, orden y desorden (y más preguntas, por cierto) a la obra y a la vida de
uno de los escritores más enigmáticos del siglo XX.
[1] Gombrowicz, Witold, Kronos, Edit. Cuenco de Plata, Buenos Aires, 2020, Nota de los traductores, pag. 18.
[2] Ibid., pag. 304.
[3] Ibid., pag. 323.
Vive en la provincia de Santiago del Estero. Es doctor en Filosofía por La Universidad Nacional de Córdoba. Docente e investigador en la UNSE y en la UNT. Autor de libros de ficción, entre los que se encuentran Faustino (novela, 2011), La memoria del viento (cuentos, 2012), 1958, estación Gombrowicz (novela, 2015), Ciudad sin Sombras (Novela, 2018); y del ensayo El telar de la Trama. Orestes Di Lullo, narrativa e identidad (2015). Es autor del blog El cuaderno de Asterión, en línea desde el año 2009, donde publica artículos literarios y de actualidad política
Precioso artículo sobre este enorme escritor. En «Peregrinaciones Argentinas» también tenemos referencias a su paso por Santiago del Estero y su inmensidad. Muchísimas gracias y un saludo a esa tierra «montaraz» y plena de misterios.