Muestra de poesía tucumana inédita
Por Gabriel Gómez Saavedra |
W. H. Auden cuenta que, de niño, pensó que su vocación se dirigiría hacia la ingeniería de minas, por el creciente interés que las minas y las maquinarias despertaban en él, sin embargo, un psicólogo descubrió el autoengaño: advirtió que el talento de Auden estaba totalmente alejado de la práctica de ese ámbito, su real interés era por lo simbólico de aquél. Esa pasión se reunió con la conciencia del poeta por la pasión por la palabra, llevándolo a afirmar: “Dudo que una persona con esas dos pasiones, por la palabra y por el símbolo, pueda llegar a ser otra cosa que poeta”.[i]
En su número del 29 de septiembre de 2019 La papa editó la primer muestra de poesía Haciendo (https://lapapa.online/haciendo/), una selección de poemas de ocho autores nacidos y/o residentes en nuestra provincia que, hasta esa fecha, no habían publicado un libro personal de poesía. De ese día hasta hoy, el tránsito en desarrollo de símbolo y palabra hizo su estela y algunos de los poetas allí seleccionados sacaron a la luz la edición de sus colecciones de poemas, adentrándose con éstas en el corpus heterogéneo de la poesía de Tucumán.
En esta ocasión, la revista decide reabrir la propuesta a nueve nuevos autores. Están las costas confesionales de Fabiola Orquera y María Fernanda Rodríguez, moldeando sus arenas internas con el clima externo y el tono del tiempo. Francisco González trae poemas que entregan un efecto gótico y de paisaje “fijmaniano”, sin abandonar la economía de extensión; una oscuridad de la que Gabriela Agüero también se sirve, exprimiendo lo onírico al máximo con tintes que nos recuerdan al Horacio Castillo de “El foso” o de “Tren de ganado”. En Martín Aguierrez y en Mónica Gray lo masculino y femenino se ven interpelados; ya no más la virilidad es sinónimo de fuerza ciega o de imposición para el yugo del linaje, sus poemas despiertan el aire fresco de los cuestionamientos y abren una potencia vital desde líricas dolientes. Por último, los poemas de Fernanda Lara, Pablo Pastrana y Patricio Schifitto son un constante desafío a los límites del yo poético; en ellos, dicho yo nunca termina de ser él mismo, siempre se lee tironeado hacia lo engañosamente ajeno por una crisálida abierta a lo inacabado, por una patota de heterónimos solitarios o por la historia material —la micro y la social— como salvavidas para definir la subjetividad.
Invitamos al lector a adentrarse en estas aguas poco conocidas.
FABIOLA ORQUERA
San Miguel de Tucumán, 1968. Es Licenciada y Doctora en Letras y se desempeña como investigadora del CONICET. Algunos de sus poemas fueron publicados en las revistas El zorro Antonio (Bolivia, 1995) y La papa (Tucumán, 2020).
Corceles de papel…
Corceles de papel
briosos,
ennegrecidos.
Corceles sin el don del viento
sin el don
blanco don
de los corceles
que leí en los cuentos.
Estos son los míos
con el brío
si, con el brío
de herraduras nuevas
de crines, de espuelas.
Mis corceles de papel
suenan a cemento contra nada,
a candor
de un tiempo entretenido
en fuentes de ranas y princesas.
Corceles de papel
vienen a mí
desde un lejano reino.
Y en la grupa un arlequín
juega a ser jinete.
Todo puede ser
en el papel que pinto.
Total el tiempo pasa
dispersando los recuerdos
y puede hasta cambiar
la historia de los cuentos.
Corceles de papel
pasan por mí:
no los detengo.
Les concedo libertad
(sin palacios clausurados
en el cielo
sin hadas ni hechiceros).
Siempre van
hacia un lugar
eternamente nuevo.
Que sea sol
Voces de sol y frutas verdes
contra un aire denso
que escondía el cemento
de sueños condenados,
que crujía contra portones
de niñez y nuevos días,
que espiaba el miedo
y los recuerdos
de hermanos mayores
rescatados
entre escombros y fusiles.
Contra un silencio
mortal a ciertas horas
contra paredes
demasiado estrechas
contra la ciudad
de siesta dormida.
(Cruzan blancas.
Nadie sabe
todos saben y no saben
ellas van
a derrochar sus sueños
a creer que creer
sirve de algo.)
1967
Mudanza al confín:
calle Italia y cacharpaya
de extrañadores furtivos
de las risas de Evita y de Perón,
en la esquina El tropezón
y “el Siete” que arremete
hasta la lluvia y el barro.
Cuadras de casitas, jardines, casitas, jardines, casitas
al borde mismo
de la ciudad de azúcar y de llamas.
Urbano a duras penas
este barrio,
cielo prometido
en la agreste provincia de las cañas.
¡Ah mis padres bravos, como el pulso del deseo!
a defender sus sueños se entregaron
y se lanzaron, desafiando el aire.
Fue la intemperie.
el estar cara a cara con la nada o quizás el infinito
toreándole a la vida,
buscando algún lugar desde afuera
y de a poquito.
Tengo un año y camino hacia ellos:
los veo mirando la llegada del hombre a la luna
entre noticias de obreros y de ingenios.
Y ahora que lo pienso,
Tucumán era lucha
en un mundo de luchas
mezcladas con canciones de Heleno.
La chica de la boutique
era tal vez estudiante,
y que vivan los estudiantes,
(ya se sabe
que son la primavera
que arde de llamarada ardiente
cuando de golpe se subleva
la vida entera).
Mi hermana, el triciclo
mi papá y la quimera de los zapatos limpios
en la indomable persistencia de la tierra.
La plaza del Kennedy,
confín mágico del tiempo.
Tan lejos de todo y sin embargo,
tan corazón adentro.
Nudo ciego
Nudo ciego,
mi corazón.
Una casa incrustada en un recodo del tiempo.
Un aljibe
cañaverales
envueltos en vacío y silencio.
No hay padre.
Ya es la siesta.
Sube el polvo en nubes superpuestas,
como espasmos en el cielo.
No hay madre.
(Vivir es un rejunte harapiento del deseo.)
Una laguna cercana
como escarcha que tiembla por galopes lejanos.
Patio de tierra y viento.
Recuerdos lastimados de Monteros.
Saltar en la rayuela marcando una y otra vez
el camino de la tierra al cielo.
Rayuela en sopor y siesta,
Lúdico fantasma en tránsito perpetuo.
Y soy mi madre, niña entre ausencias,
saltando en la bruma de los días,
persiguiendo espejismos,
hilachitas en el viento.
Mamá querida,
ya habrás llegado, liviana:
ya habrás ganado esta vez el juego.
FRANCISCO GONZÁLEZ
San Miguel de Tucumán, 1974. Es un músico (contrabajista, compositor, arreglador) aficionado a la literatura y la fotografía.
Ocaso
Los perros de luz
inventaron el ocaso.
A la mañana
con ladridos secos
sintieron los golpes del espanto.
Murieron todo el día.
Después,
su obra maestra.
La palabra precisa
«Los astros
son de nadie —piensa—.
En todo caso
son ajenos.»
Se aleja de los ruidos
y comienza a embalsamar de nuevo;
puede coser la piel
y no pensar.
Sin que llegue a notarlo
se instala afuera
la noche pública.
La luz entra de lleno
Cada vez
que salgo al patio
una araña se prende al silencio
y trepa
hasta tu boca invisible,
donde cierra su tela
que se parece al mundo.
Río
Toco el río
que se mueve en su cauce
como tu pelo
con los peces de la soledad
guijarros
de la noche interminable;
canción trémula.
MARÍA FERNANDA RODRÍGUEZ
Monteros, prov. de Tucumán, 1975. Participó en el ciclo “Lunes de escritores” y en el Encuentro Nacional de Poetas, Escritores y Cantautores “Manuel Aldonate”.
Invalidez
Triste corazón de león,
la vida dio forma
a tu comportamiento.
Hiciste de la soberbia
y el egoísmo
tu ley.
No supiste
o no quisiste
aprender del amor
que tuviste entre tus manos.
Creíste que serías eterno.
Le temes a la invalidez del cuerpo
y no te das cuenta
de que tienes
inválida el alma.
Hoy te encuentras solo,
añorando lo que tuviste.
Sabes que es irrecuperable.
Debes dejar tu trono.
No sabes lo que es amar
y quedar en deuda
contigo mismo.
No sabes.
Sin valor
De todas las veces
que nos encontramos,
esta vez sentí
abrirse esa puerta
hacia nuestras respuestas.
Viniste a mí siendo
vos mismo,
leal a tus sentimientos
feliz.
Me hiciste sentir
que esta vez por mí
pelearías.
Sabes que contigo
mi armadura descansa,
y me entrego a lo vulnerable
sin necesidad
ni interés.
Porque mirarnos con el alma
era
nuestro lenguaje
y, sin embargo,
te volviste a ir.
Me quedaron mil cosas
por decir,
y otras mil
por demostrar.
Te fuiste
como esas olas que golpean
dulcemente
murallas infranqueables.
Regresaste al circo
de tu vida perfecta
en la que simulas ser
esa persona que ellos
necesitan que seas.
Y yo soy un viaje
que deseas,
que sabes cómo y por qué
hacer
como fuente inagotable
de vida, en tu vida.
Y aun así,
tratas de alterar
lo inevitable
porque crees
que dañarás
a todos los que confían en vos.
No estás a salvo,
si escondes tus verdades.
Ambos lo sabemos.
A pesar de eso
decidiste alejarte
y no sé cuándo
vas a volver.
Quizás sea mejor
no verte más.
Yo
ya no sé
si soy
tan fuerte.
Del otro lado
Nuestros encuentros casuales
tus reglas
tu lógica sin compromisos
ya no son
suficientes.
Me sentía diferente
y entendí que se terminaba
un ciclo.
Estaba vacía.
¿Era demasiado pedir
alguien que se jugara
por mí?
¿Cuál es el problema
que el mundo tiene conmigo?
Este sistema de mierda
se limita a ser
lo que su ley estipula,
y yo sólo
solicito libertad.
Todo duele.
Todo pierde significado.
Soy un fantasma
que sobrevive entre vivos
porque respirar no es
estar vivos.
Probé las infinitas formas
que existen para morir
Y ni siquiera soy
digna de la muerte.
Soy como un ángel caído
condenado a estar preso
en este envase con fecha
de caducidad,
sentenciado a un infierno
creado por ellos;
a ser un número en su lista
de corrupción.
Prioridades
Su vida ha pasado
por tantas cosas,
que al detenerse
a pensar
siente que sólo
ha logrado enseñarle
que todo en lo que creía
sólo existe
en utopías.
No se dice rara
se dice
especial,
como una bestia hermosa
sobreviviendo
a ese mundo irreal.
Las tormentas sirven
para limpiar,
en cambio,
a ella
sólo le gusta caminar;
porque la lluvia
es una mezcla de sus recuerdos
buenos, malos y grises.
En ese mundo imperfecto,
desde donde intenta
todavía,
ser sólo ella cada día.
Y sigue rondando en ella
la misma pregunta,
¿llegarán esos tiempos
de justicia
que llevan años
de muda agonía?
FERNANDA LARA
San Miguel de Tucumán, 1982. Algunos de sus poemas fueron seleccionados para la Antología Federal de Poesía Región Noroeste (Consejo Federal de Inversiones, 2017).
Brotamuere
Para ella
“La vie est belle”.
Para él
el mundo tiene un polo verde.
Y a mí…
a mí solo me queda verde
esta remera blanqueada
y una dieffenbachia
que brota las noches,
que muere
los días.
Ya fui desorden
que se expulsó
a sí misma del rancio saber.
Ya fui lluvia
cayendo junto
al sonido de una última mirada.
Ya fui túnel
y escuché la luz
languidecer mis pasos.
Ya fui mariposa,
regurgitada en bilis,
y no encontré
capullo al cual volver.
Es un misterio
aún
la forma
en que morí.
Nadie está
preparado
para desaparecer
frente a un espejo.
Una esponja psíquica
llena de todo,
vacía de sí.
Asiente,
no resigna,
la traición de los días.
Acidez en la sangre,
tormenta de arena…
Un sinfín de preguntas.
Saber
la respuesta.
GABRIELA AGÜERO
San Miguel de Tucumán, 1985. Es docente de Música.
La niña de los cabellos de lata
Me han pedido que escriba
con inmensurables palabras inmensurables
el proceso de hacer un té.
Y escribí de la revolución del agua,
de la bandera de su etiqueta,
de la ventana enorme con marco de pino en la cocina,
mientras las rayas del vestido,
flotan en el cuerpo de mi madre
sobre el techo del vecino.
Me han exigido que escriba del té
y detallé esa alquimia de hierbas enredadas,
atrapadas en ese saco transparente
todo el aroma de un jardín,
evaporándose en la caída del agua caliente;
mientras el niño famélico de Rumania me ha acercado un hueso
para que revuelva el agua oscura.
Escribí sobre un tazón blanco,
y los círculos verdes que lo decoraban,
mientras flotaban los cuerpos en el agua,
—entonces la muerte olía bien a cedrón, naranja y poleo—.
El saquito debe reposar cinco minutos,
si es posible
se lo sacude
sacarle la cabeza, darle la esperanza de que tome aire,
y volver a introducirlo en el agua.
Nadie quiere leer de saquitos de té en la basura,
de tés amargos, aguados o exóticos.
Me han pedido que escriba del té
y yo recuerdo allá en la cercanía del río,
tomar té,
escuchar las botas acercándose;
sabía a yuyos baratos,
las balas también
baratas,
el piso de tierra…
la ventana tenía el mismo marco de pino.
El marroquí que se esconde en la ducha,
toma té rojo,
mira la tacita apoyada en el piso
y sus ojos oscuros reflejan el agua de mi taza, a mí parada en la cocina,
y una guerra de hormigas en el pasillo.
He bebido el té,
he tragado lo absurdo;
dentro de la taza la soledad es más chica,
dentro del agua caliente la piel no es tan áspera,
dentro de tu garganta los cabellos no parecen de lata.
ἀλήθεια
Tan voraz el hambre
que la Orca abandonó el mar
y en su impulso
llegó hasta el portal de los cielos,
engullendo a Dios como una foca
gigante
color gris.
Lo despedazó con una furia abominable;
algunos pedazos cayeron en los platos de hombres
que almorzaban arroz.
Los hombres masticaron durante cien años
a todos los dioses,
y el estómago se les volvió una licuadora
donde los libros convertían la historia
en agua negra que los Santos beberían.
La Orca vomita las costillas
que caen velozmente
sobre las cabezas de mujeres que van a parir,
y los niños nuevos del mundo nuevo
no saben más que del caos clavado que los recibe.
Los intestinos celestiales se han abierto en flor
y construyen toboganes
entre los portales y la tierra,
los ángeles erectos
se deslizan a colonizar todos los sexos;
bajan con sus correas,
cadenas y martillos.
La Orca se ha devorado un hambre mucho más grande,
Dios-vacío la hace temblar; mira los alrededores del portal…
Ni un jardín de flores tiene,
la cabeza de Dios entre los dientes le molesta
y la escupe hacia una lanza
de alguna tribu lejana
que ahora mismo conoce el rostro
de un nuevo dios deforme.
La bestia marina mira el mundo
se acomoda en el trono,
hace frío
y se acurruca en la piel de su víctima.
Mira el mundo,
se contrae el estómago del hambre,
la sangre se pasea por las canaletas de las casas
y cae sobre la leche de los gatos.
Mastica el esternón para engañar
la desesperación de que no ha comido nada,
mientras en la lengua
de Dios,
que se posa sobre un parque,
se acurrucan dos enamorados que se columpian
como si el mundo estuviera por terminar
y las misas se fusionan en un bullicio incomprendido,
toman formas de manos que le arrancan las ropas a todo
el que se les cruza en nombre del Padre y de una paloma asesina blanca.
La Orca mira el mundo
y busca el impulso que la baje,
hay cuerpos que la tientan,
quiere saborearlos,
pero su peso se ha pegado al trono
y está triste,
intuye que en el portal de los cielos
todos mueren de hambre.
Observa los alrededores,
ni pan tienen…
intenta que sus dientes la desarmen, la hagan descender
a pedazos,
el mundo no tiene dios, no tiene orca.
He querido ser tu madre,
porque de esa forma, la única,
nada podría, ni siquiera el odio que pudieses suscitar en tu pecho contra tu propia sangre, partir los filamentos de nuestra existencia congénita…
era un sueño,
un deseo que mojaba la vereda al pasar,
de otro sueño extraño de tenerte en forma de canario en la punta de mi cama,
saltando en el respaldar,
aspirando ninguna libertad,
picoteando la madera,
picoteando los pezones erectos que se extendían hasta el techo como barrotes que delimitaban el mundo de tu cantarina existencia.
Vino un demonio,
tuvo el atrevimiento de tocar la puerta
me pidió permiso
para sentarse en tu silla,
barrió las migas del desayuno
con la mano
y posó un manuscrito en la mesa,
que leyó en voz alta.
Dijo que estamos desgraciados
que la noche nos ha servido
solamente
para beber la sombra podrida
que han dejado las primeras horas
de la mañana.
Dijo que nuestro cuerpos
son un lengua gigante
de hambre convulso.
Tuve que interrumpirle…
Le pregunté qué castigo
iba a concedernos.
Me miró sorprendido
y respondió:
Ustedes no lo necesitan.
No pidió un vaso con agua antes de irse
Ahí quedé,
parada,
había borrado la tibieza
que dejaste en la silla
entonces me pregunté:
Quién era
yo?
MARTÍN AGUIERREZ
San Salvador de Jujuy, 1987. Es Licenciado y Doctor en Letras. Ha publicado Palimpsesto profano: La escritura de Washington Cucurto (IIELA – FFyL, UNT, 2016). Prologó libros de poesía y narrativa de autores tucumanos y escribió colaboraciones en La Gaceta de Tucumán, La Papa y Sin Miga.
La multiplicación de los peces
El agua estancada le arrebató la palabra. Tenía que mascar coca como ellos; orinar fuerte como le habían enseñado; practicar con la mirada arqueada los beneficios de la seducción.
Todo estaba escrito; y sin embargo el agua lo dejó mudo apenas bajaron de la camioneta blanca. Un mareo le subió a la lengua como cuando las uncas se mueven sobre la palma de la mano.
Una congoja.
La sangre ordena las cosas; nos tira hacia la sombra del agua. Algo en nuestra estirpe quiere barrer la palabra, apresar el silencio. Se da cuenta que es más fuerte la orilla del dique, los acuyicos rascando las piedras. Que la tragedia del pescador no es volver con las manos vacías, sino engullir los ecos estancados del dique repitiendo la canción muda de los peces.
Mi cristo roto
Rompe el vientre de Dios para que la Navidad no siembre los tonos metálicos de la rutina. Sabe que el infierno es una campana ruidosa: atormenta a los chicos que se portan mal. Sin embargo, entra al campanario, juega con un niño blanco, sagrado. Lo viste. Lo pinta. Como si en cada intervención se sumergiera en el desierto.
Rompe el cuerpo frágil, despedaza la inocencia y organiza los trozos de manera discontinua. “Eso se llama torcer”, aprende. Le da otra forma a Dios, lo envuelve en pañales y lo acuesta en el infierno.
Afuera los fariseos se multiplican buscando caricias de mármol con rezos desesperados. No saben que en el interior del campanario Herodes renace: moldea con sus manos un sinfín de ficciones.
Linajes
Un susto le abre la boca
le atora el pecho.
Descubre que no hay animales con quien compararse
sólo las trenzas en los cables
removiendo aire caliente.
No hay nietos para referir historias
no hay logros
edades
matrimonios.
No hay
todo el tiempo
es un susto.
Rompe la foto del cofre
mientras una cámara dispara
y lo proyecta a miles de kilómetros.
Un eco profundo repica en el pecho;
un asma aprieta el gatillo;
emerge la sombra.
No hay
todo el tiempo
es un fantasma.
Pone en crisis los ritos
tantas veces practicados,
revienta
la corteza de los linajes.
Bordes
I
El charco del ojo aprisiona la basurita. Arruga la cara y deforma el contorno de las cosas.
Llueve en la Tacita de Plata. En las periferias, la borra de café acumula desprecios. Nadie sabe más que el río: encauza éxodos de dolor, se lleva tanta mugre.
Cómo nos pesa la frontera.
II
1
La ausencia lo obliga al mutismo de los bordes. Ahí, en el desierto de las costuras, el dedo se regodea con los excesos del mundo. Abre el libro, mutila la lengua, paraliza el cuerpo.
Recoge restos.
2
El niño hereda los libros de la familia como los mudos amontonan gritos. Sí. En el margen de la página habita el abismo, el secreto, los pétalos que se oscurecieron. Apretados, tesoros peligrosos.
3
El niño lee para paliar el terror. Sin saberlo, devela la memoria familiar, la forma filosa del borde inaprensible. ¡Cómo pesa la frontera!
PABLO PASTRANA
San Miguel de Tucumán, 1989. Es Licenciado en Química y docente.
La extensión*
Las líneas y curvas
se tornan verdes en la oscuridad.
Hambre que me lleva
a caminar por sombras,
acariciarlas lenta y dolorosamente
hasta que estallan.
Explotan
entre tanta anatomía.
Continúo.
Ahora mi lengua,
sobrepasa tus límites
y la palabra
pierde sentido.
No existe el significado.
Somos
dos cuerpos,
o quizás uno,
sin lenguaje en común.
Nada en común.
Estamos.
Al fin y al cabo,
existimos.
Vos,
tu cuerpo,
yo,
mi lengua.
*Escrito bajo el heterónimo “Cecilia Derbez”
Escenas de una tarde-noche**
Pasas tan rápido
que las sombras no tienen tiempo
de crearse y crecer.
Ves a lo largo de tu camino
que los costados son otra porción
de la vasta extensión material.
Te detienes, un segundo
y contemplas la escena:
una oscuridad mezclada
con una luz de potencia baja.
La mesita afuera, cerca de la puerta.
La casilla humilde,
la pava
y unos mates, quizás amargos
o quizás no.
Una mano extraña,
que a cierto intervalo alcanza
un sorbo de paz,
sin azúcar,
para no acostumbrar al estómago,
ese órgano inservible
que sólo genera sensaciones
de las cuales experimenté lo peor.
¡Maldito órgano inservible!
Pero,
pasé rápido.
Sólo el recuerdo queda,
por diez segundos,
gracias por tener una memoria
tan poco capaz. Por ser una persona más
que no siente nada.
**Escrito bajo el heterónimo “Pascual Ayala”
Sensaciones***
Ni frio,
ni calor.
Ni pasto verde,
ni hojas secas.
Bebo un sorbo de agua,
aquí y ahora.
Pasa.
El momento
que hace un segundo fue,
ya no existe.
Ni sol,
ni nublado.
Ni sexo,
ni sacerdocio.
El brillo lo invade;
Figuras celestiales de varios colores.
Mano derecha cansada.
Dar vueltas a la vida,
escuchando conversaciones ajenas.
Ni cierto,
ni falso.
Ni cuerdo,
ni loco.
***Escrito bajo el heterónimo Eduardo Kohn
Paz, pan y trabajo ****
Es la tierra que te llama.
Ser uno con la extensión.
Mirar de lejos como todo
se desmorona.
Edificios viejos.
Es continuar empujando
la sangre que nos condena
a un movimiento perpetuo,
en cada contracción pierde
horas,
días,
años.
¿Acaso mis manos
no están cansadas?
¿No ves cómo se me inundan las venas
con esperanzas que no calman
mi hambre?
Es mirar el no presente
a través de un color negro,
divisando, o quizás no,
algo que no distingo.
Realidad o imaginación.
****Escrito bajo el heterónimo “Pascual Ayala”
MÓNICA GRAY
San Miguel de Tucumán, 1993. Es estudiante de Psicología y de Intérprete de Lengua de Señas Argentina.
Mujeres
No pedir permiso
ni perdón
por bailar descalza en esta brasa
donde el filo de la sombra no me llega.
Extiendo mis brazos a la infinita luz,
burlo a la manada que me acecha.
Siempre nos perteneció el jardín.
Hacia el otro lado vamos
a plantar nuestro árbol de manzanas
sin culpas,
de mordidas
sin penas.
III
¿Cómo se cuentan los días
donde nunca amanece?
En la espera crece el tiempo.
VI
Ya vienen a buscarme.
Me acuesto sobre mi cuerpo cansado
desnudo
solo carne.
Mi cabeza es un reloj de arena.
Soy la mosca en la telaraña,
estoy despierta
esperando la muerte que me acecha
pero nadie viene a comerme.
VIII
Debería ser más fácil
encontrar las palabras precisas
que pueda habitar
para llamarte en esta noche,
en las que fueron, y las que faltan.
El tiempo será despeñado,
ellos devorarán tu cabeza
y custodiarán tu recuerdo.
Abrazarás la duda, y jamás regresarás
al paño en la fiebre,
al beso en la llaga.
Un rostro hueco te acompañará
y las preguntas que arden en la piel
cesarán.
Los nombres que me nombran
ya no azuzarán al corazón inquieto,
estar lejos del vientre
será un alivio.
Pesará sobre tu espalda un linaje
desierto
un enigma.
Llegará el día
en que te encuentren
todas mis voces que te han llamado,
y al fin, rompiendo el muro de tus ojos
con la memoria agazapada
me nombrarás recordando.
PATRICIO SCHIFITTO
San Miguel de Tucumán, 1994. Es estudiante de Letras y Auxiliar de cátedra en Literatura Latinoamericana II (Fac. de Filosofía y Letras-UNT).
Palabras tristes para la Chacha
Hoy que tus miedos no están en la realidad,
ponele que sos asunta en cuerpo y alma
entre arcángeles rosados y nubarrones grises.
Ponele que tenías los párpados rosados y
los pelos grises, ponele que cuando él se
fue a vos se te enfermó la memoria y
ponele que te quedaste con un pie
adentro y otro afuera cuando él puso
los dos afuera.
Ponele que tenías ochenta y un años
En los ojos y en las manos,
ponele que tus ojos traspasaron las generaciones
como el agua,
tu boca el salmo 23 y tus manos vestidos y manteles.
Ponele que servías el té en la tetera
y hacías el budín inglés con cerezas.
Ponele que Evita te había regalado la única muñeca
en los reyes magos y que vos le lavaste los pies
en la palangana de agua tibia y se los secaste
con los cabellos.
Ponele que te decían flaca y eras flaca,
porque andabas en bicicleta.
Ponele que el cigarrillo se reparte uno por día
con las amigas para fumarlo multiplicándolo
como los panes y los peces.
Ponele que hay tardecitas de cumbias
y bailes de carnavales en los clubes y cruces.
Ponele que la tortilla de papas se hace con la papafrita,
el arroz con el ajo
y el fideo jamás sin salsa
y la salsa siempre con tomate perita de la verdulería.
Ponele que no te gustaba geometría,
que en cuarto grado te llevaron a rendir en un rincón
y que ahora lo sabés todo en sus medidas de perímetro y superficie.
Ponele que el guardapolvo se plancha tabla por tabla,
que las tablas son blancas
como tu memoria,
que se blanquean con tiza y sol.
Ponele que hoy estás tan blanca,
tan ala,
tan salida,
tan amor.
Ponele que te fuiste con tus últimas inocencias,
pero te volviste metáfora y canción.
V
Entre tu palabra
y la mía, un
muro.
Berlín, pasando
1989.
Vos oriental, yo
occidental, y
viceversa.
Soviéticos o
capitalistas,
así
públicamente
irreconciliables.
Atómicos,
nucleares,
armamentistas,
sin diplomacias.
Al margen de la
guerra y de la
paz: el silencio.
Un árbol para
trepar y cruzar.
Una nube para
mirar y cruzar.
Un avioncito de papel
caído.
Una hojita bajo el sol
caída.
Así somos.
Entre tu palabra
y la mía, un
muro.
VI
El arabesco de tus clavículas
El noble diseño de tus omóplatos
El lunar grande en el cuello
La sonrisa que se agranda como la noche.
Me dejé engañar por el cíclope de tus ojos,
Máscaras africanas.
Mi brazo en torno de tu cintura.
Ce soir le ventquifrappe à ma porte
Te negás a creerlo.
Tu elegancia es un don natural como en los gatos.
Seguías soñando y yo te servía de almohada
Antes de que terminara la película.
Se puede amar?
Se puede comer pollo en Semana Santa?
Se puede vivir con un solo pulmón?
Se puede bañar a los conejos?
Por qué los cables se enredan cuando están solos?
Te espanto las mariposas negras que se meten
En tu casa en el verano
Chau!
No puedo decir tu nombre.
Soy el que no tiene un día feliz.
El ascensor para catorce pisos arriba.
También se escucha el ascensor desde tu cama
Cuando despertamos.
Desde ese día dejó de gustarme la manzana.
Mi respiración se detuvo con tu perfume seco
Que me deja con sed.
Te acompaño a buscar alimento para tus perros
El domingo a la noche
Cuando todos los kioscos están cerrados
Y la calle es un patio de desaparecidos.
VII
A veces amamos en la plaza.
A veces observamos amar en la plaza.
El poema es una plaza
Que está llena de personas que no se hablan,
Y el final del poema
Es cuando las personas salen y se saludan.
La plaza es el lugar donde
El otro se abre al otro,
Y su medio de apertura es el lenguaje.
Pero si digo tu nombre,
Las palabras no hacen el amor en la plaza.
Tengo un nombre que me recuerda
A vos en la plaza.
Cuando hablamos, bailamos encima de
Todas las personas y las cosas de la plaza.
En la plaza el camino de la salvación
Está abierto para los humildes.
Pero vos no querés ir nada más que hasta el fondo.
O vida.
O lenguaje.
Pienso en el hijo de Tetis que debe llevar a cabo el combate.
De no hacerlo habría quedado inmóvil
Junto a las cóncavas naves
Siendo objeto de risa e inútil peso sobre la tierra.
Pienso en la plaza como en un río.
La suerte está de cabeza.
Por eso Cristo de las redes no nos abandones.
Alea jacta est.
En dónde encontrarte ahora que las personas no ocupan
Los bancos de la plaza?
Asumir actos de lengua,
Tomar consciencia de lo tremendo
Y darse cuenta de las cosas:
Hay un amor en la plaza.
Si no estuviéramos en la misma plaza,
Correríamos el riesgo de no ser los mismos.
Pero vos no querés ir nada más que hasta el fondo.
O vida. O lenguaje.
Pienso en la plaza como en un río en donde
Los barcos llegan y se van.
Pienso en tu cabeza y en tus pies sumergidos.
Soy el hombre que nada,
Soy el hombre que quiere ser aguada,
Para beber en tus lluvias y en la piel de tu pecho.
Por eso Cristo de las redes no nos abandones.
Si cerrás la puerta, la plaza puede durar para siempre,
Como un pájaro, pero de vidrio.
Y vos no querés ir nada más que hasta el fondo.
O vida. O lenguaje.
En tu palabra al final todo es música,
Y un banco de madera en la plaza no puede ser aislante para tanta electricidad.
Si pudiéramos entendernos con los mosquitos de la plaza,
Que tocan las cornetas sin ser arcángeles,
Advertiríamos que en ellos también flota el aire pesado del pathos,
Y ellos podrían ser el centro alado del mundo que es la plaza.
Pero en dónde encontrarte ahora que
Las personas no ocupan los bancos de la plaza?
O vida.
O lenguaje.
Por eso Cristo de las redes no nos abandones.
Vos no querés ir nada más que hasta el fondo.
La vida supera a la poesía,
Aunque la poesía sea la plaza.
Y el amor, o lo que sea,
Algo sin decir,
Una plaza llena de personas que no se hablan.
*
Imagen 1: Corceles de papel, de Carolina Ramos.
Imagen 2: Brotamuerte, de Carolina Ramos.
Imagen 3: Bordes, de Carolina Ramos.
Imagen 4: Mujeres, de Carolina Ramos.
Carolina Ramos (Tucumán, 1982)
Fotógrafa, docente
Se desarrolló en diversas ramas de la fotografía. A lo largo de su carrera profesional y docente se desempeñó como organizadora y coordinadora de grupos de trabajos y capacitaciones. Participó con su trabajo en la publicación de libros y revistas nacionales e internacionales.
Contacto:
Instagram: https://www.instagram.com/carolina.ramos.fotografia
Nota del autor: Las fotografías de Carolina Ramos fueron tomadas entre los años 2018 y 2020. La edición y montaje se hicieron a fines de octubre de 2020, inspirados en poemas de Haciendo 2: Muestra de poesía tucumana inédita.
[i] Auden, W. H. (1996). El prolífico y el devorador (Horacio Vázquez-Rial, prol. y trad.). Barcelona: Edhasa.
Concepción, prov. de Tucumán, 1980. Publicó la plaqueta Huecos (Ediciones Del Té, 2010), y los libros Escorial (Editorial Huesos de Jibia, 2013), Siesta (Ediciones Último Reino, 2018) y Era (Falta Envido Ediciones, 2021). Entre otras distinciones, ganó el Premio Municipal de Literatura San Miguel de Tucumán – Género Poesía (Región N.O.A.) y fue seleccionado por el Fondo Nacional de las Artes como becario del programa Pertenencia: puesta en valor de la diversidad cultural argentina.
Gran hallazgo esta muestra de poesía inédita compilada y presentada por Gabriel Gómez Saavedra.
Gracias Pablo por la confianza en la propuesta.
Qué bueno leer ésta notícia (para mí)de autores que yo no conozco…
Gracias, Gabriel.
Gracias Nicolás!