Ana García Guerrero |
Los libros están sobre la mesa del living. Odian El Principito. Es extraño. Lo odian con la misma intensidad con que aman Harry Potter. En la mayoría de los casos no han leído ninguno de los dos.
Hay una versión resumida, en formato libro álbum y también el libro original.
De ninguna manera es mi experiencia personal la que está decidiendo, me parece que hay textos que son importantes en la formación de lectores aunque confieso fracasos varios intentando la lectura de desiertos, corderos y rosas.
La elección de libros en caso de adolescentes va armándose en el transcurrir de los encuentros, tiene que ver con lo que va sucediendo. Hay aciertos y otras veces no. Las editoriales son muy buenas señales en ocasiones y la experiencia en la improvisación un signo que no puede ignorarse.
Un coordinador aprende a cerrar un libro aunque vuelva en el intento. Los grupos de pandemia son diferentes, hay mucha necesidad de juego y una demora que demanda tiempo de historias propias compartidas antes de entrar al texto.
Las maniobras de barbijos conmueven, apoyan la mano sobre los agarres cuando se ríen, en un gesto nuevo, asimilado no sin algún dolor o temor o desconcierto.
Las miradas me dicen que no piensan negociar esta lectura.
Son etapas generacionales, me digo, las pienso, las veo avanzar a mucha velocidad, hay que escuchar y pensar, sobre todo pensar los cómo, los cuándo, los porque. Tienen 11 y 12 años.
Leo. No los atrapo, no me sirve la maravillosa edición, ni la historia, ni mi voz. Lo resumen en cuatro oraciones, que han visto la peli, dicen.
Pienso en la potencia del texto, quiero que lo puedan ver y después decidir. Elijo una zona….dudo mientras hablo. No están escuchando. Hablan, se ríen, comen las medias lunas que Bautista trae en una bolsita que es discreta- dice él.
-Juan está en la cárcel- dice Zoe
-¿Quién es Juan?-contá – dicen
Zoe empieza el relato; en la mesa el libro abierto muestra al pequeño príncipe yéndose de su asteroide.
Bautista, abre grandes los ojos. Se asombra con las formas de violencia urbana, los mercados clandestinos, las cosas ilegales y el modo que el mundo tiene para resolverlas. En una pantalla cercana hay un partido de la Champion Ligue que Bauti mira en giros de cabeza porque son las finales pero Zoe lo ha atrapado con las primeras cinco palabras.
Alejo pregunta como El Principito. ¿Quién es Juan? ¿Por qué está en la cárcel? ¿Cómo sabés eso? Alejo necesita mucho contexto. De hecho, es una palabra que tiene a mano: Contexto dice y pide aclaración, es de esos lectores de primera fila, los que no resisten perder el menor indicio.
Zoe avanza en el relato, parece como si leyera. Cuenta con palabras del testimonio que tuvo de primera mano. Me sustraigo de la escena para mirar desde lejos. No solo están metidos en el cuento sino que la interacción es magnífica, intercambios, celebraciones, exclamaciones y silencio.
El relator siempre sabe lo que le pasa a su auditorio, sin perder el estilo crónica y lejos de ser editorial, Zoe continúa. Pese a ella, el relato también la atrapa y su narrador en tercera persona, omnisciente, hace pausas en aquello que es difícil responder.
Juan, en la cárcel, ignora ser el héroe de la tarde de martes.
Alejo interrumpe varias veces para entender. Lucia que tiene una impensable capacidad de síntesis, explica, para que Zoe no vuelva a recorrer algún tramo superado repitiendo cada detalle. De alguna manera Lucía ha asumido la coordinación. Casi ordena a Bauti ir al baño “ahora” prometiendo tomar ese tiempo en explicar a Alejo.
Alejo entiende todo, solo que le parece imposible el asunto. Quiere encontrar el móvil, que insiste, debe ser mucho más que un candado.
La construcción de Zoe tiene, sin duda ninguna, voces femeninas, la de su fuente de información, la de ella y la de Lucía que le alcanza las palabras cuando en la velocidad del contar al ritmo del pensamiento pierde el hilo.
Lucía traduce las explicaciones con mirada propia. Está en todo de acuerdo con la forma del relato y no tanto con los protagonistas que a esta altura son dos y ambos en la cárcel.
En la punta de la mesa está Santiago. También sumergido en la historia y viendo correr a Juan en cueros con el frio y la lluvia y la policía llegando y las mujeres gritando y los dos hermanos a piedrazo limpio por un candado.
Santiago piensa, se sirve más té. Lamenta que no haya terrones, le parece arbitraria la medida de los sobrecitos de azúcar.
Sostiene la taza y bebe a pequeños sorbos. Ha escuchado lo suficiente para apoyar la taza en el plato y observar.
-A la culpa de todo la tiene la madre. Ella ha desatado este caos desde el principio.
Lucía no está tan de acuerdo, Alejo no acepta meter a la madre en este lio, Bauti pide detalles de la prisión. Zoe concuerda con Santiago en lo de madre culpable. Ofrece detalles extras que conoce. Está fascinada y muy consciente de la escucha de sus compañeros.
La verdad, muy buena historia- dice Santiago- Me hizo la tarde, y cierra comentario a modo de anuncio porque entendió que hasta allí llegó la historia.
Lucía está sentada a mi lado, conservando la distancia. –Estira el brazo y cierra suave pero firme El Principito.
–Escribamos, propone, algo así como la denuncia a la policía.
-Que sea la madre quien denuncia- Digo yo validando mi lugar de coordinadora. Al oficial Suarez, de la comisaría 11
Todos escriben.
La pintura es perfecta. “la tarde se había ahondado en ayeres”
Afuera llueve como si nunca.
PD: Un coordinador debe saber cuándo dejar el espacio para las luces de un relato que de pronto se enciende. Cerrar el libro, abrir otra puerta y sumarse a la fiesta.
Es una escritora Tucumana. Estudió Historia y Letras en la Facultad de Filosofía y letras de la UNT. Ha ejercido la docencia en varios ámbitos de la provincia, es coordinadora del grupo Mandrágora y ha compilado varios libros producto de los talleres literarios que dirige. Su libro Zapatos editado por EDUNT, editorial de la UNT inaugura la colección «Mujeres Soberanas»
muy buen artículo Ana algo pasa con El Principito no los atrapa abrazo