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ISSN 2684-0626

 

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Indicios del Indie en Tucumán

por Luciana Tagliapietra |

El primero que conocí fue el “Chueco” Ferrer. Creo que es el año 1999. Cada vez que pasaba por el Pasaje Padilla en pleno centro tucumano llamaba mi atención una casa con un estilo particular, entre medieval, español, y ochentoso, entre locales de artículos de cotillón y el servicio funerario al frente. Un día pasé y la reja estaba abierta, se escuchaba música y salía luz desde la primera habitación. Me acerqué intrigada y divisé una feria de ropa. Entré. A mis 16 años, no había visto antes una feria así. Ropa rara, antigua, ultra pop, colgada con mucha gracia en las paredes de ese sucucho, junto con una pantera rosa inflable, y objetos de todo tipo que convivían en las paredes con total naturalidad. Entre esas cosas encontré una remera con una estampa arabesca que parecía de los 60, y a pesar de que me la probé y me quedaba chica, conseguí los -si mal no recuerdo- $50 que costaba y volví a la semana siguiente. Estaba cara. Para ser usada, vieja, y encima no me quedaba bien. Pero yo quería volver, entender qué pasaba en esa casa del Pasaje Padilla 69.

El Chueco (fotos tomada de mi fotolog personal, el blog de fotos de ese momento, hoy borrado de las redes)

El primer día me atendió una chica, de la que no me acuerdo nada, pero cuando fui a comprar la remera conocí al chueco. Era un flaco súper simpático. Ahí nomás nos pusimos a charlar y me contó que estaba buscando guitarrista para su banda. Yo, que hace poquito que tocaba una electroacústica Yamaha y que apenas sabía Blackbird  y Durazno Sangrando, le dije que a mi me gustaría. Me parece que me convocó al día siguiente o algo así, para que tengamos una entrevista. Pasamos al living de la casa, y nos sentamos en la mesa del Rey Arturo y los caballeros de la mesa redonda.Yelmos y Armaduras, de las que colgaban tiras de colores, una estantería con botellas raras y únicas, un fun machine que, después de varios años, conocí mejor en largas tomasiones y juntadas musicales. No pasé la entrevista. Creo que el Chueco detectó rápidamente que yo no sabía ni lo que era un arpegio y además él quería guitarrista con guitarra eléctrica. Pasaron unos meses, quizás un año pasó, y lo vi de nuevo, con su banda Norman Bates, tocando en el Bar Einstein. Era el bar de Pablo Pacífico -¿creo?-. Ahí estaba su joven guitarrista “shoegaze” y un público reducido que los escuchaba con seriedad. 

En esas épocas, ya para el 2000 y 2001, yo terminaba el colegio, comenzaba mi primer año en la carrera de Filosofía y la verdad es que andaba por todos los ambientes, sobre todo de recitales, aún sin definir mis gustos ni estar atrapada en alguna movida en particular. De niña, hasta los 12 años, mis viejos y mis tíos manejaban unos lugares de música, primero un café concert y luego el conocido antro Dick Tracy, donde vi ensayar a Euskadi, 448, Ajo de Porlan, Karma Sudaca, El Negrex y otros que no recuerdo. Había asistido tempranamente a la movida del heavy, con Sinedad Furaz, Harakiri, y a los combos que armaba la radio Rockanpop de Tucumán, con bandas todas mezcladas. A los recitales de la Sánchez No te Enganches (donde escuché por primera vez a Los Chicles); las fiestas de la Facultad de Artes; el pub Rata Mahatta, donde tocó Babasónicos; a todos los recitales de las bandas porteñas que venían a tocar, en el club Caja o en el Virla. También iba los jueves a escuchar Gran Valor en el Aleph, a las fiestas estupendas de Amanda, a los miércoles de Jazz en Costumbres Argentinas. Ah, sí, también estaban La Zona y La Sodería. 

En esta edad plena de búsqueda y ebullición conocí a Patricio García, quien me prestó el disco de My Bloody Valentine. Se lo devolví consternada diciéndole que estaba mal grabado, porque las voces estaban bajitas. Un día en la casa de Patricio volví a ver al Chueco, que venía a grabar unas voces para una versión de “Lady Godiva”, de Velvet Underground, que preparaban para un homenaje. En ese entonces yo tenía una banda con mi prima, La loca de la Pastilla, con la cual no tocamos nunca en vivo, pero Patricio nos grabó en su computadora. Ese fue mi primer acercamiento, creo, a una grabación casera, a grabar desde la cama, a meter ruidos del ambiente que aumenten las capas de sonido. Sigo sin recordar exactamente el año, pero fue por ahí, quizás en 2004, cuando conocí al Vampiro Vardiero. Él venía de una trayectoria por distintas bandas; me hizo escuchar Cocteau Twins, Sonic Youth, Lali Puna, Wilco, Morrisey, entre otras bandas y músicas que partieron mis elecciones en un antes y un después. Íbamos al bar Velvet, bar de tragos y disquería de Jorge Piñero de Estación Experimental, y un lugarcito que creo que se llamaba La Pieza, donde una vez tocaron las Águilas Panamericanas, envueltos todos en una misma ropa que había diseñado para la banda Alejandra Mizrahi. Llegué tarde a la fecha, confieso. Pero me acuerdo patente lo maravillada que me sentía con este grupo de gente, tan exclusiva para Tucumán, tan jugada desde su propuesta, tan poco rockera, que se salía del molde tucumano que venía posicionado desde los 90. 

Mp3 de Mandarinas

Un recuerdo inolvidable y a la vez prueba de todo esto, fue cuando tocó Juan Diosque en La Zona, quien creo que estaba teloneando a Gomez Salas o a Willy Crook, o a ambos. Recuerdo que la gente estaba toda en el patio, mientras que escuchando a Juan éramos muy pocos. Cantaba una canción increíble, sintonizando una radio, que me emocionó hasta las lágrimas: yo nunca había visto un tucumano así. 

En ese tiempo fui conociendo a quienes más o menos eran de ese ambiente, y no volví a frecuentar los miles de recitales a los que solía asistir cuando buscaba algo.

Es que a ese algo ya lo había encontrado. Un grupo selecto, muy fino, melómano, y que conectaba con otras ramas del arte. Se estaba gestando un colectivo artístico del que luego surgieron varias voces. 

Año 2006. Me ofrecí como tecladista para tocar en Proyecto Conzelmann. También estaban las bandas Simón de Fulken, Los Municipales, entre otras. Creo que ese año todo eclosionó. Tocábamos un montón y también grabamos el disco debut de Monoambiente, donde sumé Mandarinas. Artistas plásticos y actores devenidos músicos, escritores, fotógrafos, intervenían en la escena que brotó como cuando brota una semilla, aunque medio que ya venía y medio que se dio todo de golpe. En ese año también salió el disco del Posavasos, Dfol, que fue un nuevo quiebre en mi vida musical por su lírica y su melancolía profunda y a la vez cotidiana. 

La escena se instaló en Tucumán y amplió su convocatoria. Nacieron un montón de poquitas bandas, ciclos, discos, editoriales, puntos de encuentro, muestras de arte, toda la movida. Había algo que sucedía especialmente en este grupo “Indie” y era que las letras estaban llenas de contenido aunque nos decíamos apolíticos, lúdicos y desentendidos. Jóvenes cultos sobre todo, mucho cine, literatura y poesía. Otra diferencia al grupo es que de alguna manera excluía a quien no encajara en sus principios. En mi caso, me sentía un bicho raro aún entre los raros… Quizás hoy comprendo mejor que había tensiones, competencia y aspiraciones que no lograba percibir; eso pudo haber sido lo que evaporó, disolvió el grupo y abrió nuevos proyectos individuales. 

Fue una hermosa época, combinada con el descubrir del mundo y de mis límites, reviente incluido. La intensidad del instante, la fiesta, los amigos, el despertar del deseo que suponía estar generando un espacio por donde pasaba todo. 

Cabe mencionar, que aquella casa del Pasaje Padilla, donde conocí al Chueco, fue uno de los lugares donde nos juntábamos a tomar y a compartir las canciones recién nacidas. Hoy esos lugares son un valioso recuerdo.


http:/www.lucianatagliapietra.bandcamp.com

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