Crónica sobre mi visita al Festival Internacional de Literatura de Tucumán (FILT)
Por Marta Lopetegui |
El vuelo llegó de noche y, al salir del aeropuerto, se notaba claramente que había estado lloviendo hasta un rato antes.
Los taxistas u ofrecedores de taxis revoloteaban serios y distantes, elegantemente, sobre nosotros, los pasajeros llegados desde la Capital, ¿o dicen Buenos Aires aquí? Creo que usan la Capital para referirse a San Miguel de Tucumán ni bien se distancian 30 cuadras del Centro.
Las advertencias sobre seguridad ya nos las han hecho tucumanos que viven en Buenos Aires pero por las dudas las repiten a cada paso, desde el aeropuerto en adelante.
A la mañana siguiente de mi llegada salí a caminar rumbo al Centro, a pesar de todas las indicaciones en contrario, pero era media mañana. Había frutas grandes y perfumadas en varios puestos en la calle -naranjas sanguíneas, pomelos y frutillas-. Las frutillas de un tamaño que de tan grande las hacía sospechosas, pero no, eran muy sabrosas. Las naranjas, que parecen ser recorridas por sangre en sus venas y que tienen un color rojo, me llevaron a la confusión de pedirlas como naranjas sangrientas. El puestero, cazando al vuelo mi extranjería, me dijo: -sanguíneas nomás, son muy ricas también.
Parece ser un tema grave y sin solución las motos robadoras. Me anoté para ver El Motoarrebatador y también Los Dueños, me las recomendaron en el FILT (Festival Internacional de Literatura de Tucumán), no es que me las recomendaron sino que me dijeron que “cómo sería la cosa, que hasta una película habían tenido que hacer”.
A pesar de que la temperatura subía de grado en grado cada 40 minutos, los locales, sobre todo las locales, me parecían demasiado abrigados: echarpes, bufandas de lana, botas y abrigos con capuchas de piel artificial. En el FILT también pregunté por eso y me dieron dos razones: “la gente sale temprano y temprano hace frío”, fue una y la otra: “que sino cuando se pone uno la ropa de invierno”.
Sofía de la Vega dijo con mucha tonada: “me molesta cuando dicen interior para referirse a algo del Norte, de Tucumán o del NOA en general». No tengo respuesta a la duda que me atravesó: si esto es el Interior, Capital Federal es el… exterior, ¿de qué cosa en todo caso será mejor decir de adentro y de afuera, pero de adentro y afuera de qué cosa?
La tonada, el acento, se usa y se deja de usar a piacere, entre tucumanos vale, con no-tucumanos se intenta un neutro que sale muy naturalmente, un bilingüismo al uso.
A muchos de los tucumanos con los que hablé no les gusta su ciudad, dicen que es fea y no creen que tengan que dar datos después de esto, que solo hay que mirar.
Me pareció una ciudad muy linda con sus naranjos silvestres, arbolada con plazas amplias y edificios potentes. La Casa de Gobierno que visité con una guía durante una hora es muy interesante de ver, bastante bien mantenida, construida cuando en Argentina se hacían las cosas para varias generaciones. En el salón principal, sus techos están entelados con lienzos bien conservados, con alegorías muy hermosas. Ninguno de los tucumanos a los que les comenté esta visita demostró el más mínimo interés en aceptar que era un bello edificio y mucho menos en visitarlo.
A poco de llegar se me indicó: Casita de Tucumán, no, se dice Casa Histórica, no les gusta que le digan casita… Esto dicho por un tucumano hablando de otros tucumanos para no decir a ellos no les gusta, sin saber si al que lo dice le da igual o qué opina. Esta manera de cargar posiciones, vetos, gustos en los otros del mismo lugar no deja de ser una forma de otredad, que seguro no se encuentra solo aquí, pero es cierto que lo escuché tupido.
La ciudad que parece haberse puesto en valor en algunas zonas en particular lo ha hecho siguiendo los códigos del desarrollo desigual y combinado: se sacó la puerta de madera y vidrio de una vieja tienda y se puso en su lugar, para estar acorde con toda la renovación, una puerta de cristal blindado con detección por cámaras de movimientos que se activan si se cumplen reglas previstas y probadas en Múnich y Boston. Lo que se actualiza se pone a nuevo novísimo.
Es bastante barato comer en la ciudad, comparado con los precios de Buenos Aires, casi la mitad de precio se paga por un menú de entrada, plato fuerte y postre con bebida. Hay mucho menos empanada de lo esperable. Solo comí tres en los cinco días. Hay un mítico sándwich de milanesa tucumano con un pan muy rico y perfecto en tamaño. Se ve gente sentada tomando algo o comiendo como quien ejerce un derecho: parecen haber llegado hace rato y estar dispuestos a estar bastante más.
Salir en Tucumán
Consulté en el hotel cómo ir hasta Yerba Buena y me dijeron levantando el teléfono si me pedían un taxi. No, no, dije, quiero viajar como viajan por la ciudad los tucumanos, si no tienen auto.
Colgó desalentada el teléfono y me dijo que eso era muy difícil, que transporte público había, pero que no había donde comprar la tarjeta, que si uno ya la tenía, buscando encontraba donde cargarle saldo. Me dijo que pregunte por las dudas en una agencia de lotería y me indicó qué micro tomar y dónde paraba. También me dijo que por qué mejor no tomaba un taxi.
Llegué a la parada después de haber preguntado en varios kioscos y las dos agencias de lotería por las que pasé. En una, me dijo el señor que hacía mucho él había tenido boletos descartables, como para turistas, pero que no le habían seguido mandando. Estaba esperando una señora que como todas las personas a las que le había preguntado algo por la calle me respondió muy amablemente que ahí paraban los 3 micros que iban a Yerba Buena: le conté que no tenía tarjeta, le pregunté si le podía pagar a ella y me dijo que por supuesto que me convidaba. Me alegró escuchar la palabra convidar que no deja de ser una invitación a algo placentero.
Hice algunos intentos por pagarle pero se negó sonriente. Me preguntó que hacía ahí en Tucumán, como se consulta a alguien que cometió el error de haber ido. Viajamos charlando y me contó cuestiones de su vida con la certeza de que no me vería nunca más. Me preguntó a qué iba a Yerba Buena y cuando le dije que a nada en particular me dijo que eso estaba muy bien y que me bajara en el Shopping nuevo, y que camine por ahí que era bonito. Ella iba a cuidar a sus nietos y se bajaba antes que yo. Una mujer muy grande que iba sentada adelante le dijo que ella me avisaba donde debía bajarme, que fuera tranquila, que ella se encargaba, y dio a entender con simpatía que había escuchado toda nuestra charla.
Me bajé y una chica joven que se bajó en la misma parada me dijo que cruce por acá. Acá era por la mitad de cuadra de la avenida Mate de Luna, que ella me ayudaba a saltar la parecita de la rambla que dividía la calle. Llena de risa me dijo que pasee por el shopping y que de vueltas por los alrededores; que era bonito.
El lugar era muy moderno y conseguía el propósito que al entrar se podía imaginar uno que entraba a un lugar pequeño y exclusivo del sur de España o de la parte rica de Miami. Recorrí el lugar que abusaba de aire libre y lujo, y salí a dar vueltas por la zona, pero ya era casi mediodía y decidí volver al centro antes de la siesta. Otra vez el temita de la tarjeta para viajar, por supuesto no encontré, me acerqué a una policía que parada a la sombra y plantada de tal manera parecía clavada al piso, conseguía eso abriendo las piernas de manera experta. Me dijo que no iba a conseguir la tarjeta porque no había, ni en Yerba Buena ni en la Capital, me dijo que suba y que le diga al chofer, y que probablemente él mismo chofer me tomaba el efectivo y pasaba su tarjeta.
Habré hecho un comentario sobre lo lindo que era el lugar y arrancó a responderme diciendo que era lindo, sí, pero sobre todo era seguro y eso que ahí era donde estaba la plata. Bueno, dijo, no solo la plata, la plata y el poder: acá aprendí la diferencia. Me recomendó que camine 8 cuadras largas hasta la otra avenida paralela, la Perón, que ahí estaban los countries nuevos, que no vería más que paredones altos y rejas custodiadas.
Llegué a la parada del micro y había un chico joven esperando el micro, le propuse el intercambio de efectivo por pasaje con su tarjeta, aceptó y volví a la Capital con la sensación que haber estado en una burbuja de corrupción y elegancia.
La pertenencia al NOA está muy presente y naturalizada; como siempre el uso de LA y El antes del nombre de alguien connota distinto, es innegable la ternura que implica, los pone más cercanos.
La única discusión que escuché sobre la siesta fue si se la duerme arriba o debajo de las sábanas. Esto hace que los horarios del día queden marcados de una manera tácita. El registro de la dictadura militar de los 70 es muy fuerte, si se va al Cerro San Javier, en voz más baja que alta se menciona que fue allí donde se combatía, en la Yunga.
Hay una producción literaria abundante, intensa y sacrificada, en fin, como muchas de las actividades que se hacen en esta región calurosa y alejada de los centros de abundancia de becas y subsidios.
Una de las noches del FILT, del Patio de los naranjos del Museo de la UNT fuimos, en los autos disponibles, hasta el auditorio de la Facultad de Derecho a ver el corto de Lucrecia Martel. Me tocó viajar con cuatro chicas jóvenes que campaneaban de alegría, con esa tonada hermosa, y alcancé a distinguir algunas frases hermosas:
– Las porteñas toman sol en bikini en las plazas, ¡qué lindo!
– Hay ola de calor en Europa y se quejan, si vienen acá en verano con 50° se mueren todos.
Para el vuelo de regreso, G y su padre me pasaron a buscar por el hotel; él vive en Tucumán y fue categórico: no me preguntó a qué había ido, directamente dijo “no hay que venir a Tucumán”.
Me fui con ganas de volver, es una ciudad inquieta y dinámica, con gente amable, buen clima y hermosos paisajes. Cuando vuelva intentaré enterarme de más cuitas que se ve que los tienen enojados a muchos tucumanos.
El FILT
Casi me olvidaba que a Tucumán fui para ir al FILT, el Festival Internacional de Literatura de Tucumán. Este Festival fue una fiesta, de recuperación, de lectores, de jóvenes, un hermoso festival-fiesta del NOA.
Fueron tres días de felicidad. Se empezaba más bien temprano, casi a la hora de la siesta, arrancaba con mesa livianitas, de autores o gestores locales, alguna presentación. Se prometía una hora y ya todos sabíamos que por lo menos era media hora más tarde, como muchas promesas.
Los tres organizadores eran pocos para semejante tarea: Sofía, Ezequiel y Blas tenían una mesa al pie del escenario, se sentaban de espaldas a la entrada, en ese patio hermoso, con una tranquilidad absoluta de que vendrían los que tenían que venir. Así fue que ni bien caía el sol y refrescaba el patio, la sala estaba llena de gente feliz, escuchando. Las mesas tenían una consigna y, a partir de ahí, libertad absoluta.
Sobrevolaban huellas de la dictadura, de daños viejos, de lejanías, de conocimientos íntimos que conforman y constituyen la identidad de estos tucumanos. Se aplaudía un poco o un poco más, había corrillos, gente picoteando en las mesas de los libros, mucho mate, algunas cervezas, muchas risas, mucho encuentro.
A veces estaba previsto usar la sala y los organizadores cruzando solo miradas entre ellos anunciaban que se haría en el patio; claro, si había tanta gente que no entraría en la sala.
Hace mucho tiempo, demasiado para mi gusto, que no veía una coordinación tal entre tres personas con un objetivo. Se han hecho cargo de lo pesado de su tarea, no se han dejado engañar por lo ligero que parece manejar la avidez por la convocatoria.
Muchos profesores de la UNT han ido a ver a sus alumnos gestionar una parte de la cultura de la ciudad como si tuvieran muchos recursos, para verlos demostrar que han llevado la imaginación al poder.
La clase de Lucrecia Martel fue una de las actividades más convocantes y fue muy interesante, alertó sobre las series que no nos muestran ni muestran nuestros mundos, habló de paredes que de tan bien pintadas son sospechosas. El interés que tenían los escuchantes, muchos alumnos de cine, era un gusto verlo.
Hubo reportajes con autores del “exterior” de Tucumán, sobre cómo escriben, cómo editan, cómo reman. Segura estoy que han salido con un empuje lindo para lo que les espera: escribir, publicar, contar sus mundos.
Tres días
Al próximo FILT seguro ya lo están pensando los tres, que ni se dan cuenta del registro de época que van dejando. Hace tiempo que no veía a tres que no solo interpretan el mundo, sino que consciente o inconscientemente lo están transformando
No sé de quién es la aspiración, pero parece que hasta no traer a Paul Auster y a César Aira no paran, quién te dice…
Marta Lopetegui nació en 1955 en la Ciudad de Buenos Aires. Fue empleada bancaria, vivió en España y ahora trabaja en la industria textil. Publicó el libro de cuentos La permanente y otros relatos (Blatt & Ríos, 2015).
Me encantó la crónica. Y coincido en que el tucumano, pero creo, sobretodo el capitalino reniega mucho de la ciudad. Me incluyo. Me parece que no pasa lo mismo con el taficeño o el luleño que de ellos siempre escucho una pertenencia a su ciudad muy marcada. Una vez escuché a un amigo que vivió en Italia que por fin allí había escuchado a gente quejarse casi tanto de su ciudad como aquí.