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ISSN 2684-0626

 

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«está comprobado que una comunidad que apoya su literatura tira menos papeles en el piso»

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La Biblioteca Sarmiento

Por Fabián Soberón

a Gabriel Gómez Saavedra y Fernando Ríos Kissner

Pero la verdadera biblioteca popular…

fue la Biblioteca de la Sociedad Sarmiento,

que subsiste todavía. Creada en el 82 (1882),

unos meses después de la fundación de la Sociedad,

fue al principio exclusivamente de los socios;

mas, a mediados del 84, se resolvió que fuese

eminentemente popular, esto es, pública.

Lizondo Borda


   En 1992 llegué a la ciudad con el deseo de estudiar. Vivía en una pensión de la calle Libertad. Mi cuarto medía tres metros de ancho por cuatro metros de largo. Solo guardaba unos pocos libros debajo de mi cama y un tocadiscos de madera.
   A la siesta o a la noche ponía la bandeja giradiscos y me tiraba en la cama de abajo a escuchar. A veces salía al patio de cemento rugoso de la terraza, una terraza baja que tenía un techo de zinc. Entre las chapas gastadas escuchaba la sinfonía Fantástica o un concierto para piano de Schumann.

   Aún no trabajaba como ayudante estudiantil y solía cruzar la ciudad con una roja bicicleta Fiorenza.

   Mi madre me enviaba una caja de alimentos. Era un método para la esperanza esa caja.

   Por la mañana y la tarde me instalaba en la biblioteca Sarmiento. Era mi Palacio de Versalles: entre las gradas de vidrio llenas de libros leí el Diccionario de música, las enciclopedias, los volúmenes de historia argentina, novelas, poemas y cuentos.

   Le pedí cientos de libros al bibliotecario. Nunca le pregunté su nombre y él tampoco me lo preguntó. Bastaba un intercambio de miradas y el nombre del autor.

   Sin el riguroso y amable trabajo del bibliotecario y las nítidas tardes anónimas hoy no sería el que soy. Ese hombre supo mostrar en cada gesto el amor por los libros. Él sabía –y sabe– y yo también lo supe que teníamos la dicha de habitar en el paraíso. Quizás por eso no necesitábamos hablar.

   Como dijo Virginia Woolf y Borges luego lo citó: la biblioteca es una forma del paraíso.

   Años después, leí Ciudades argentinas, del poeta Enrique Banchs. Banchs viaja en1910 por varias provincias de Argentina y deja una crónica a partir de su visita. Al recorrer la ciudad de San Miguel de Tucumán se refiere a diversas cuestiones. El poeta de La urna pone el ojo en la Biblioteca Sarmiento y destaca a Tucumán como una ciudad culta; la opone a Córdoba y dice que esta es una ciudad muy católica.

   Los textos de Ciudades argentinas son un ejemplo de género híbrido, ese “ornitorrinco de la prosa”, como Juan Villoro nombró a la crónica.  Se podría pensar que, por momentos, Banchs usa sus observaciones sobre las ciudades para dejar que la escritura sea el eje principal. Claramente el autor hace encender el río de la prosa resbaladiza con el agua del poema. A propósito de la ciudad de Bahía Blanca, por ejemplo, Banchs –no Borges– usa de forma memorable el adjetivo unánime. Después de referir la belleza quieta y silenciosa ligada al océano, Banchs arremete con su prosa lírica para sintetizar las virtudes escuetas de la Pampa bonaerense. Allí, de modo anticipatorio, dice que el tren en la soledad suena como «un anapesto de hierro golpeando en la unánime paz de los campos». Borges leyó seguramente con admiración y en secreto este secreto libro. Los lectores distraídos le adjudican hallazgos a Borges que no merece. Borges los tiene pero no en el curioso caso del incomparable uso del adjetivo unánime.

   Por otra parte, en el texto sobre Tucumán, Banchs ve una ciudad utópica, una ciudad que pertenece al pasado. El tiempo que ya no es vacila como un viento  en mi memoria.

   Entre las palabras y las imágenes de Banchs creo recuperar mis visitas repetidas a la biblioteca Sarmiento, en los años noventa. Intento que esa zona de la ciudad no se desvanezca del todo. Tengo entre mis ojos la madera de la vieja biblioteca que rozaron el poeta bonaerense y Lizondo Borda, el silencio unánime, las lecturas abarrotadas. Y creo retener las mañanas y las tardes que pasé entre los libros; quiero evitar que el pretérito sea también polvo.

   Pero sé que es en vano. La madera, la humedad que carcome los libros y los cuerpos, el silencio acogedor, la biblioteca intacta se pierden en el océano arrollador del olvido.

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