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ISSN 2684-0626

 

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«está comprobado que una comunidad que apoya su literatura tira menos papeles en el piso»

Libros Tucumán es una librería especializada en literatura de Tucumán ubicada en Lola Mora 73, Yerba Buena – Tucumán.

 

 

 

 

 

La costura del universo

Por Pablo Toblli |

Tombé de Rafael Divizia se inscribe en la gran tradición literaria de viajes iniciáticos, pero no sólo hace resonar a Dante Alighieri, a Julio Verne, o a hasta el celebrado Principito, sino que refresca cierta herencia del cuento maravilloso reflexivo, sin descuidar su anclaje en una prosa poética compleja. El yo se matiza y oculta en un ángel caído, que junto a él, al sujeto que enuncia, trazará una búsqueda lírica de la existencia; entonces, existe una necesidad de volver el universo al punto cero de los sonidos, de los espacios, de las desdichas, mediante un caminar, por momentos, errante que se ancla en la fantasía de este ángel Tombé, que no es un ángel para nada cristiano sino que se abre a la búsqueda constante y es crítico porque se busca a sí mismo, combatiendo una desmemoria que lo desconcierta.  

Es necesario no caer en infatilismos al leer esta prosa, porque elípticamente va tocando temas complejos con un lirismo que hace gala de la metáfora. Es así que la imagen del ángel es en tanto transparencia o trascendencia, impulso evocador, y es por eso que esta obra, además, es literatura del origen porque puede ser pensada como un itinerario capaz de resolver las grandes preguntas del universo, a partir del heroísmo principal de Tombé que no es otra cosa que un poeta.

“Hay una belleza que solo puede soñarse”, declara el autor en las primeras páginas. Y esta será su verdad rectora en toda la prosa poética, y sospecho, conociéndolo un poco a Rafael, que es su ambición existencial. La Verdad no es algo tanto que se busca, sino algo que siempre estuvo de alguna manera y que por espejismos opacos no podíamos verla; basta despejar un poco el mapa, volver a los silencios para evocarla. Esta premisa se estetiza en bellas imágenes que la obra nos va enseñando, como la de la crisálida que esconde una unidad resguardada del desconcierto a la que los organismos móviles se abalanzan y de la cual son víctimas inocentes. Por el contrario, la verdad pura, “los surcos gastados de la crisálida y el hueco vacío en su interior le recuerdan a algo, algo demasiado lejano… Una torre antigua, quizás, un valle nocturno… una estrella temprana o acaso, la luna muriendo sobre la playa… ¿una pregunta perdida, tal vez? […] Seducido por lo eterno, separado de tu cuerpo como el vino del orujo, por vez primera sueñas.”

La prosa está intervenida por retazos poéticos aislados en dibujos y en pequeñas estrofas descolgadas de alguna ensoñación paralela al devenir del paquete de sucesos, como si fuesen un coro pero con pinceladas sutiles que no ensordecen. Son atmósferas con las que Rafael nos hace entrar en un mundo más amplio que la peripecia que va relatando: “Despliega los ojos y derrámate. Nacete nueva gota, niño, sobre el ombligo de mi tierra húmeda.” Son paisajes de una belleza visual que hacen descansar la gran plataforma de cuestiones a la que el poeta nos hace ingresar, como un bálsamo o una escena de alguna película de Antonioni que nos deja el bamboleo de unas hojas de un bello y apacible parque por tres minutos seguidos.

Como anticipamos, el ángel que cae de repente al planeta Tierra no es un tradicional símbolo cristiano, sino que es signo del deseo, de cierto jardín limpio en el cual empezar a desandar lo conocido, los errores de un sujeto, a partir de la ayuda de un Pintor y un Pescador que conoce en su itinerario. Este personaje recorre un bosque en busca de la Tejedora capaz de otorgarle el hilo perdido que le falta para saber quién es, de dónde viene y hacia dónde va: “Para recordar su rumbo vuelven al origen. ¿Eres un hilo suelto en la trama del mundo? Ella es antigua y podrá re-unirte.” Sin dudas, la magnificencia del entorno, las inclemencias del tiempo que va afrontando el ángel hacen reconstruir toda una suerte de penitencia universal que redima, como la de Dante Alighieri pero más bucólica, por momentos.

La prosa oscila entre la tercera y la segunda persona en una suerte de puente, a veces relata lo que va sucediendo en un omnisciente pero de repente cambia a segunda persona con el uso de cursiva para hablarle a Tombé o al lector, quizá. Es así que el ángel es la misma epifanía que el poeta cobija: “Has caído en mis brazos… te sueño. […] Las palabras en tu cabeza se cerraron como los puntos de un mágico macramé… cerrándose sobre sí mismas.” Es decir que la voz de ese ángel nunca se distancia de un yo, hay una revelación que hace que toda búsqueda se afinque en un tiempo que tiene potencia en el presente. Como todo sueño hay un deseo que prevalece y se libera, existiendo una sensación de tiempo lleno: todo tiempo es aquí, todo es ahora, la búsqueda y el encuentro está por ser.

Rafael se anima a la prosa poética como ningún otro autor tucumano pudo concretar, explora un modo de decir hasta extasiarse en la lengua, se zambulle en las cascadas frenéticas y exquisitas de la prosa poética; así nos hace rememorar Una temporada en el infierno de Rimbaud, abandonando por momentos la dulzura de un lenguaje para resolverse en algún verso más combativo: “¿Te preguntas si arderemos algún día? ¿Si un intrépido sol encenderá estas palabras? […]. Aliento de flama, danzas de chispas, canto de brasas. Semilla de fuego […]. No falta el hombre que siembre un nuevo bosque, mas ¿quién se atreve a enfrentarse en semillas expectantes de un nuevo invierno?”

Este Ángel se erige como símbolo de lo puro, y para signarse con las marcas de un nombre, deberá atravesar una espeso bosque, en el que la materia simbólica quizá haya vuelto a cero y haya que reinventarla. En ese recomenzar son los silencios los que van marcando las huellas de un nombre, ya no las palabras apabullantes, marchitas y en vano: “Muchas palabras se han dicho, hay que dejarlas ir. Algunos silencios andan sueltos, hay que saber atraparlos.”

Entonces no hay un pasado, sólo un avanzar que no asegura un futuro. El sujeto encubierto en esta obra está plenamente tomado por su descubrirse y todos los tiempos son uno solo en la envergadura del deseo: “Volaban como el sueño, se mezclaban fuera del tiempo y sus pasos parecían inútiles: en lo profundo de la impiadosa espesura no se distingue el atrás del adelante.” Porque de todas maneras encontrarse supone una muerte, por momentos, o un desconcierto, tópico que arroja un juego de luces y sombras que atraviesa todo el libro: “Desde la oscuridad subió con impaciencia una sabia blanca, una pequeña muerte llena de vida.” Es por eso que el poeta de este libro no le teme al destino de lo que ya es, que no es otra cosa que la ruta de un sujeto signado por un despojo, como las cosas con las que se permite subyugarse en la mirada primigenia: “Le enseñó a observar la vida y a moverse en ella, con la misteriosa quietud que escondida en las cosas nos hace vagar por el mundo.”

Finalmente, luego de atravesar diferentes escollos, llega a la Tejedora, el otro personaje clave que se posterga. Cualquier lector podría suponer -por indicios de la prosa- que la Tejedora sería una instancia de madre nutricia, una entelequia autoindulgente, tal vez. Sin embargo, la tejedora dibuja el mundo a partir de un interesante mapa crítico, a través de las distancias entre las cosas; es la gran benefactora del punto que aclara y hace brillar los diferentes parajes: “Yo inventé el punto […]. Cosí sus corazones, ovillé el tiempo y desaté el mar, corté el hilo entre el día y la noche. De mi urdimbre nació el cielo y de mis manos volaron los primeros pájaros sobre el azul inmemorial de un viejo día. Yo, mi niño, hice tu primer nudito y, cuando aún eras semilla, desaté los hilos de tu destino dándote voluntad y vida.” Entonces el ángel comprendió todo: “La caricia del tiempo mismo, que por un instante quedó suspendida, sostuvo su cuerpo a centímetros del piso… libre de todo peso, desatado, ligero, desintegrado, sin fronteras. Infinito.”

La ironía poética de esta prosa radica en el hecho de que el ángel ya sabía su destino, sólo restaba desandarlo, encontrar el temple de un instante capaz de conectar los vaivenes de una existencia, porque así como él, “la mariposa no se transforma: es el mundo que se prepara mientras ella aprende a volar sueño adentro.”


Tombé de Rafael Divizia es una de las últimas obras del ciclo de publicaciones de Ediciones Trompetas, una editorial que salió del seno de la revista Trompetas completas y que presentó un catálogo coherente de libros hermanados hasta el año 2015, constituyéndose en una autentica editorial; unidos en el caminar, a veces errante, que devela la mácula de la existencia, entre los senderos de la ciudad o las intermitencias de los signos de la naturaleza, con una dinámica de trabajo sostenida durante 10 años.  

Este libro está disponible para su compra en la Tiendita

https://lapapa.online/producto/tombe/

Datos del libro: Tombé, de Rafael Alejandro Divizia (Ediciones Trompetas, 2012)

Contacto con el autor: divizia.rafael@gmail.com

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