Por Maira Rivainera |
Padezco la sensación difusa de una idea acerca de una ciudad. Algunas capitales hacen ciudad, las personas migran en busca de algo a los núcleos mercantiles de las urbanizaciones. Hay distintos tipos de veredas, transitadas o pobladas. Onetti dice la piedad sea otra forma del amor, una forma degradada de estar ligado. Un amor depurado que linda con el rechazo y por una suerte de ética, se torna piedad –lo que es diferente de la caridad. Al parecer Buda rezaba que la compasión es la estrella que guía. Quiere decir no haya claridad si no a través del dolor por el mundo.
Desde un entrepiso tengo la perspectiva de un señor muy limpio tomando café con leche y tortillas. No tiene dientes y remueve la infusión con pan. Troza el pan y sumerge fragmentos en la taza, los rescata con la cuchara. El café con leche más largo que haya visto, disfruta mucho cada paso. Es un procedimiento. Un método. Contengo las ganas de llorar –porque las lágrimas turbarían la nitidez. Cuando aprenda a no llorar, el dolor va a poder ser escuchado. Lo que habla en el dolor es una escena cargada de significados que se detienen.
El señor, un agujero negro en medio del bar. Es una mesa que elijo con frecuencia, desde esa perspectiva me imaginé una escena en una novela pero esto, ¿a qué viene?, a los fines de la evasión. Contemplar es difícil, es parecido a rasgar la carne y seguir vivo. La carne propia.
Me pregunté qué dirían las personas con fe acerca de la distribución en la obra de Dios. Él no ha elegido solamente dispuesto las cantidades o bien, lo del libre albedrío. Pero quería una respuesta a qué diría Dios al ver eso. El señor había sido obsequiado con una merienda común en el bar a la hora de la comida nocturna. Me hice una idea del blanco que representaba la vida pasada de ese cuerpo, un incognoscible mesurable mío. No podía saber contenido pero contaba con la forma, una forma vacía: su vida casi terminaba o había ya transcurrido en gran parte. Un señor de sesenta. Recordé a mi padre, la pérdida de dientes en las mandíbulas de mi viejo. Tuve que transcurrir esta lateralidad para soportar el origen de mi sentimiento piadoso. No es cualquier cosa sentir la ley de lo humano realizarse para el propio padre. Una forma de aproximarme a la muerte.
Cuerpos usados. A donde volviera, iría con ese recuerdo: una merienda sabrosa y simple en un ambiente climatizado. Sabía de su precariedad por la manera en que se tomaba tiempo para vivir. Quizá de quien sentí lástima fuera Siddhārtha. Tal vez fue ahí a reírse conmigo. Las ciudades tienen eso, personas apuradas con cuerpos como herramientas para producir para el consumo que les enfermará después por sumatoria de ingerir para morir luego. Los cuerpos mueren, cada cual elije cómo –observaba Freud; que es parecido a cómo Tolstoi inauguraba Ana Karenina.
No es lástima por la pobreza, es lástima de las fragilidades. En una mesa dos adultos, dos niños, los primeros esperando a que estos últimos coman. Packaging, marcas, modos de realizar la alegría. Lo que me ensordecía era la felicidad en las expresiones de los niños en contraste con la de los cuidadores. Desde cuándo tratan de llenarnos la boca y desde cuándo empezamos a sufrir del vacío como de una carencia.
En una mesa le alcanzan un licuado rosa, una tostada con queso y mermelada. La niña tiene la tostada opulenta en la mano pero elije empezar chupándose los dedos. Qué maneras extrañas, qué pasión por el todo, que nada quede fuera, abolir la pérdida. Muy expresiva de rostro, se estremece cuando prueba la frutilla ácida y se estremece cuando le alcanzan soda. Muy abierta de sentidos a la experiencia, ¿cuándo empezará a olvidar eso?
Madre, en cambio, come con tanto reparo. Con cuidado extremo, pide disculpas por el placer obtenido además de la cuota de hambre saciada. Recuerdo sus gestos, las arrugas en el gesto cuando sorbe mates, la manera idéntica de sus gestos a lo largo del tiempo. El gurú dice: ¿han notado que las personas se ponen de pie de una manera particular siempre?
De dónde aprendemos los propios gestos. Aquello llamado personalidad.
Una capital para ser ciudad, cuenta con algo de eso. Una abrumadora manera del movimiento colectivo de sobreponerse a las individualidades. Las ciudades son masas de agua agitándose en un balde medio vacío. O en un balde medio lleno de aire. Una ciudad es una ventana en algún lugar con la luz encendida siempre. No parpadean las ciudades pero son ciegas. Una presencia que te sostiene, por eso en ellas la inmensidad resulta cognoscible: la ciudad no puede dejarte soledad. Por eso también, a veces oprime.
El ruido nunca cesa, quizás hayas ya perdido la cuenta del tiempo que haga desde que no escuchas silencio. Podes no escuchar la ciudad pero para eso escuchas música por ejemplo, también de esa manera la ciudad se presenta y saluda. Te tiñe la música, no pintás las calles con sonido ambiente. Se es actor lúcido en el sueño de otro, lo que es diferente de estar dirigiendo la lente.
El ojo de la ciudad nos mira, en cualquier lugar en busca de algo de descanso una ella irrumpe: fijate esta persona con un solo brazo. O esta casa matriarcal de paseo en la plaza: madre, hijas y nieta. Tres generaciones coexisten, cadenas de mujeres. Se aprende a pensar con imágenes para economizar lenguaje, te enseña la habilidad de observar en silencio: pasa cada situación con velocidad, hay matices, detalles. El que quiere vender bolsas de consorcio, ante la negativa te desprecia. Un sufrimiento pasivizante que te mantiene de pupilas abiertas.
En una palabra: silencio. Meditar en un momento tiene que ver con dejar de lado el comentario y arrojarse a la herida del curso del río. Dejarse tajear por el frenetismo del tiempo. El niño que pasa a repetir un speech de venta, entonación acompañada de cabeza girada levemente hacia un lado, mirada suplicante. Decía también Buda: suplica, sé humilde. Pero no hay humildad donde hay sueño agotado. Niños que han pasado por cada mesa humillándose con el mismo resultado: no, gracias. Se supone haya líneas paralelas de tiempo incomprensible, las cuales a la par de la propia tornarían legible el caos incorpóreo. Basta una discordancia entre el vocabulario del que se dispone y la escena que se pretende normalizar para desatar el furor del lenguaje.
Tengo el recuerdo difuso de haber tenido algo como una idea de aprehensión de lo que era tratar de sacar la cabeza en el mar de esta multitud de impresiones.
Parecido a: aquí el afuera pide que vengas desde tu cuarto. Pero aquí no tengo cuarto.
Debe haber sido la versión ciudad/presencia para soledades. Un cuerpo al caer, en castellano neutro, no pasaría del concreto.
Maira Rivainera ha publicado Cielo, verde, agua (Gerania Editora, 2019) La realidad es más intangible (poemario formato digital, Edición de autor, 2020. Disponible en Tiendita de lapapa.online) y Hacer nada (letradecarta, 2022). Hace letradecarta.blogspot.com (blog de poemas).