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ISSN 2684-0626

 

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«está comprobado que una comunidad que apoya su literatura tira menos papeles en el piso»

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La novela total

Por Valentín J. Monroy |

La situación es la siguiente: imaginemos un taller literario, una lectura pública, una antología de cuentos o la clínica de alguna personalidad destacada de las letras, y en todas esas instancias un Avatar que lee una y otra vez el mismo texto, en permanente corrección, en permanente acumulación. Pero en realidad nunca es el mismo texto, claro que no. De una instancia a otra cambia el narrador, los registros, la trama, los personajes, no hay texturas, todos son importantes. Los personajes, las tramas y subtramas, los registros, no avanzan sino que engordan en el mismo lugar intentando llenar un espacio inabordable. El Avatar escribe como si le fueran a cobrar un impuesto por cada espacio en blanco y si no alcanza la hoja sigue en la mesa, si la mesa se acaba va a la pared y después sigue en la piel, la propia y la ajena. Okey, tal vez no sea para tanto. Un archivo de Word podría evitar tantos excesos, pero hay uno que será inevitable y es el exceso del propio texto. Lo único que se sostiene de instancia en instancia, digamos, de fragmento a fragmento de la novela es la voluntad de construir todo ese mundo en un solo libro y, por supuesto, cierta estructura formal desbordada. El Avatar más o menos convive con eso hasta que alguien, un tallerista, un editor o su psicólogo, le informa que eso que está haciendo se llama novela total. Pasaran años, trabajos, amores y enfermedades, todo irá a parar a la boca terrible de ese gordo angurriento que no deja de tragar ni cuando duerme. Y si queda algo de resaca poética, el autor, el Avatar, morirá cuando el gordo explote o esté a punto de explotar.

No solo hay novela total sino también un imaginario de autor total, imaginario que puede transformarse en mito, y mito que en algunos casos acompaña a la lectura de la novela, en otros se pone por delante y en otros tantos ni aparece. Supongamos por un momento que el Avatar del que hablábamos más arriba se llama Roberto, nació en Chile- pero es más o menos chileno que cualquiera- y su gordo angurriento se llama 2666. Supongamos también que su gordo nos almorzó en la edición de Anagrama, estaremos advertidos desde el principio que nuestro amigo la escribió con medio pie en la tumba y, por si acaso lo olvidáramos después de 1200 páginas, sobre el final y por fuera del texto alguien nos filtra una anotación al margen, un supuesto final que no llegó a colocarse, dice: Y esto es todo, amigos. Todo lo he hecho, todo lo he vivido. Si tuviera fuerzas me pondría a llorar. Se despide de ustedes, Arturo Belano. Chau Roberto, buen viaje y siempre te recordaremos por dejar tan oportunas notas para que un más oportuno editor las encuentre y las publique. Okey, es un montón, pero si bien la novela no necesita aditivo alguno, a esta altura solo nos queda ganas de decir gracias, y agradecemos hasta los golpes bajos, porque el libro ya no es solo un libro sino un fetiche. Volvamos al Avatar, ahora imaginemos que se llama Salvador, es argentino, medio esquizoide y su gordo angurriento se llama-y nos ponemos de pie- El traductor. En este caso el autor llegó a terminar su novela, un texto que agota todas las posibilidades de la perversión menemista en la vida y las relaciones de un solo argentino, Ricardo Zevi- alter ego de Salvador-, transformando el mal de todos en el mal de uno. Una prosa avasallante que te acribilla todos los pruritos morales, Salvador te muestra como una persona culta, sensible y honesta hasta la estupidez, se transforma en un hijo de puta, así de simple, un hijo de puta sin matices. Pero lo realmente increíble es que la perversión moral, sexual y política que propone el texto no pasa por los clichés típicos del individuo de clase media que salta el umbral hacia el delito culpa de la sociedad capitalista, no, nada de eso, Ricardo Zevi sigue yendo a laburar todos los días, traduce su filósofo alemán, se mete en la interna sindical, habla siete idiomas, lee el diario y come peceto, tortura y hace prostituir a la mujer que ama, y además se da tiempo para tener un delirio místico con extraterrestres y caer internado en el Borda para luego organizar una revuelta con los internos, finalmente fugarse y que ninguno de sus compañeros de trabajo se entere de que está loco a pesar de haber estado desaparecido como dos semanas, ¿querés más?. Son pocos los personajes, los escenarios y registros, pero la totalidad está en la cabeza misma de Ricardo Zevi que en una lógica tan brillante como disparatada logra hilvanar la caída de la URSS, la flexibilización laboral de los noventa y su obsesión con una salteña adventista y anorgásmica en cada uno de sus actos a lo largo de 670 páginas, al cabo de las cuales tenemos un final feliz con casa, auto y familia- Ricardo Zevi tiene un hijo al que llama Román, que en varias lenguas significa novela-, en este punto alguien podría exclamar: si el menemismo no hubiese existido Salvador Benesdra lo hubiese inventado. Okey, todo muy lindo, pero qué paso con Salvador, nos preguntamos con la lengua afuera. Resulta que Salvador era muchas cosas- escritor, periodista, psicólogo, experto en economía internacional, militante trotskista, traductor poliglota, encargado del house organ de una empresa de Macri y un largo etcétera- pero sobre todo era un optimista así que terminó su mamotreto y lo mandó al premio Planeta de 1995. Obviamente perdió contra la obra raquítica de un escritor más conocido y por lo tanto más comercializable. Mirá vos que ese jurado de notables le iba a dar el premio a un autor desconocido y cuya opera prima era una ficción que ninguno de ellos podría escribir jamás, ni en esta vida ni en Valhalla. Pero nunca se pierde del todo. Elvio Gandolfo, jurado de preselección, la lee y se da cuenta que está buena. Entonces Salvador y el tío Elvio se ponen en campaña para buscar una editorial que se anime a publicarla. En eso estaban cuando en enero de 1996 Salvador, en medio de un brote psicótico, se arroja desde un décimo piso. Chau Salvador, buen viaje y siempre te recordaremos por escribir frases larguísimas sin poner nunca una coma y usar constantemente adverbios terminados en mente que hacen que uno al final del párrafo termine agitado y demente. Es en este preciso instante donde Virginia Lagos podría cerrar esta triste historia. Pero no, la muerte de nuestro Avatar y sus particulares circunstancias despertaron la curiosidad de un editor, y por fin El traductor fue publicada en 1998. Y ahora sí, como en una película obvia, vulgar y oportunista, que dirigiera un pelado basándose en la novela de otro pelado, hubo un final feliz. O algo parecido.

¿Se podrá hablar de novela total sin tener que señalar un mamotreto y el particular derrotero de su autor? Sí, seguramente. Pero no es la idea de este texto. Así que ahora imaginémonos que el Avatar nació en el Perú y se llama Marito, tiene treinta y pocos años y a diferencia de los dos anteriores a éste le va bien. Digamos que con su primer gordo, La ciudad y los perros, ya puede vivir de la escritura y disfrutar de un muy merecido prestigio, hasta se muda a Europa donde conocerá a otros escritores latinoamericanos con los que vivirá un montón de aventuras en la exitosa serie de los sesenta el boom latinoamericano. La banda se completa con Gabo, el colombiano que escribió Cien años de soledad; Don Julio, el argentino que pronuncia raro las erres; y Carlitos, el mexicano que no escribió Pedro Páramo. Un día Mario se despierta en su departamentito en París y se dice ya me calenté, voy a escribir una novela total, que joder ¿qué mi plata no vale?. Marito se dispuso a cocinar, le metió Balzac, Flaubert, un poco de Joyce y lo sazonó a la Faulkner, le agregó abundantes chismes políticos y costumbres de clase alta, variedad étnica y racial. En eso estaba cuando se encontró con la lista de los libros favoritos de Cervantes y en primerísimo puesto estaba Tirant lo Blanc de un tal Joanot Martorell publicada en Valencia en ¡1490!, si parece que fue ayer. La cuestión es que a Marito le agarra la curiosidad, se mete en una biblioteca y pide que le habiliten la novela que había sido traducida al castellano en 1511, pero como él es Marito la lee en su lengua medieval original, le gusta y se le ocurre que esa también es una novela total, entonces se da cuenta que en realidad nadie sabe con certeza qué carajo es una novela total y ahí sí se le ocurre la gran idea: ¡voy a escribir un ensayo sobre novela total antes de que se publique mi novela total, cosa que cuando salga parezca más total que la de Gabo! Entonces nace Carta de batalla por Tirant lo Blanc. Marito va a decir que Martorell es el primero de una clase de escritores suplantadores de Dios que pretenden crear en su novela una realidad total- ah bueno, te mataste Marito-, pero después si elabora algo así como una hipótesis. Lo primero que pasa con la novela total, va a decir, es que es imposible calificarla porque todas las definiciones le convienen pero ninguna le basta, como un solterón histérico y arrogante, y entonces dice que a Tirant lo Blanc prefiere llamarla novela total porque es de caballerías, fantástica, histórica, social, erótica, psicológica, todo eso a la vez y ninguna exclusivamente, ni mas ni menos que la realidad, y con realidad no está diciendo realismo. Aquí la cosa se pone interesante porque Marito se pregunta: ¿es menos real lo que las personas hacen que lo creen y sueñan? ¿Las visiones, pesadillas y mitos existen menos que los actos? Y se responde: cada época tiene sus fantasmas representados en sus guerras, su cultura y sus costumbres. En la novela total esos elementos coexisten como en la realidad. El Dublín del Ulises o el condado de Yoknapatawpha de Faulkner están hechos a partir del enjambre de verdades y mentiras confundidas de un tiempo y lugar determinado. Finalmente Marito publica el ensayo y al poco tiempo sale la que es, en mi humilde opinión, la mejor novela del boom: Conversación en La Catedral. Con el tiempo Marito se convertirá en Don Mario y le darán el Nobel y se hará operador político de la derecha a nivel internacional, pero para nosotros lo importante ya pasó y nuestro Avatar deja el cuerpo del peruano. Chau Marito, buen viaje y siempre te recordaremos por escribir diálogos que se saltan el eje temporal y espacial y hacen que no entendamos quién carajo está hablando, igual todo bien.            

Y ahora que ya sabemos más o menos de qué va esto de la novela total, al Avatar le toca transformarse en Albertito para protagonizar la historia más triste de este texto: la novela total en la Literatura del Río de la Plata. Albertito es un chico huérfano del interior que vive en un orfanato llamado Literatura del Río de la Plata. Allí Albertito conocerá a otros chicos huérfanos como él que son internados y adiestrados para que cuando crezcan puedan transformarse en escritores porteños. El orfanato está bajo la tutela patriarcal del abuelo Jorge, que es inspector de aves y escritor, y medio que se caga en Proust, Joyce y todas las novelas largas. Un día el abuelo junta a todos los huerfanitos de la Literatura y les dice que no se necesita escribir novelas para pensar la totalidad y les cuenta la historia de un chino medio boludo que quería hacer un mapamundi que tuviera el tamaño del mundo, esa noche todos los niños se van a dormir convencidos de que nunca hay que escribir más de diez páginas, todos menos Albertito. El viejo sigue macaneando y se dedica a parodiar y ridiculizar la desmesura de las “grandes epopeyas literarias” a través de Piere Menard, Tlön y otros, él demuestra que no hace falta escribir esos proyectos sino que alcanza con imaginarlos en sus dimensiones. Dentro de la Literatura junto con Albertito están los mellizos Foira, César- que es callado y le gusta ir al gimnasio- y Rodolfo- que está loco y tiene problemas con las drogas-, también está Juan José- que es más grande, sabe hacer asados y después se va a Francia- y Ricardo- que se lleva como el orto con los mellizos Foira y después se va a EEUU-. Finalmente llega el día en que nuestro Avatar se anima y escribe su primer librito de cuentos: Matando enanos a garrotazos. Y va a mostrárselo al abuelo Jorge que ni bien escucha el título le dice que un libro que comienza con un gerundio no puede ser bueno. Albertito se re calienta y se dice a si mismo, ya me hinché las pelotas, ahora voy a escribir una novela total que sea más larga que toda la obra completa del viejo Jorge ¿Qué se creen que mi plata no vale?, manda a la mierda a todos y se va de la Literatura. Entonces comienza la invención de su propio mundo, donde él gobierna y vive a sus anchas, pero como no tiene un mango se dedica a hacer trabajitos de cualquier índole que le quitan tiempo para escribir y hacer lobby literario, así que poco a poco todos se olvidan de Albertito. Mientras tanto en la Literatura el viejo Jorge se muere,Rodolfo se pasa de rosca con dos gramos de merca y escribe Los pichiciegos, y César queda a cargo del orfanato pero todavía no tiene idea qué es lo que quiere hacer. Veinte años después, Albertito ya es el tío Alberto y por fin logra que le publiquen Los sorias, el cúmulo de todas sus experiencias, lecturas y obsesiones en la módica suma de 1400 páginas. ¿Al tío Alberto lo esperan por fin la fama y la fortuna literaria? La respuesta es que no. Resulta que en esos veinte años César, que ya es el tío César, tomó la posta del abuelo Jorge y en la Literatura se pasó de la idea conceptual de totalidad a la idea elusiva de totalidad. La obra del tío César se propone como obra total o monumental solo en el conjunto de todas sus novelitas de prosa uniforme, temas disímiles y, en muchos casos, disparatados finales que a veces logran sorprender y otras tantas solo aburrir. Pero nada importa porque el tío César es un artista conceptual y, más que una obra, impone un método. Si en el patriarcado del abuelo Jorge escribir una novela total era vulgar, con el tío César ya es directamente al recontra pedo. Pero nunca se pierde del todo. Alberto se hace actor y consigue algunas changas en cine y televisión, tardíamente logra el reconocimiento de todos en la Literatura, y aunque ya está viejo y sabe que es genial todavía se preocupa por la suerte de su obra. Y un día, con esa preocupación en el pecho, se muere en un asilo de ancianos. Cuando la raza humana se extinga y vengan los extraterrestres y quieran saber cómo era el mundo, tendrán Los sorias para entender de qué iba nuestra civilización. Chau Alberto, buen viaje y siempre te recordaremos por tener el bigote más sucio y desprolijo de la literatura argentina.

Por último, nuestro Avatar se viene a Tucumán para escribir la novela total tucumana. El tío Hugo es marinero, y un día estando en su camarote se da cuenta que extraña mucho a sus afectos, entonces se le ocurre que si pudiera inventar a su ciudad y a sus amigos los llevaría con él por los siete mares, y así nunca más volvería a sentirse solo. Hugo se pone en campaña pero sabe que allá lejos, en la Literatura del Río de la Plata, medio que se cagan en Proust, Joyce, el boom y las novelas totales. Le agarra la duda pero piensa también que él está más cerca del Altiplano que del Río de la Plata, entonces piensa que se cague, yo le voy a meter novela total ¿o qué acaso mi plata no vale?, le da una patada al armario y sale al mundo para escribir Pretérito perfecto. Ésta es la historia de Clara Matilde Navarro Páez de Sorensen, una vieja abolenga que tiene como cien años y por las dudas guarda el ataúd debajo de la cama, y Ramón Furcade, un periodista que por razones que todavía tratan de establecerse va todas la tardes a tomar el te con gaznates al caserón de la vieja, y juntos vivirán un montón de aventuras en… bueno, en realidad no vivirán ninguna aventura se pasaran toda la tarde conversando sobre las familias francesas de clase alta que fundaron el Tucumán industrial, y su posterior decadencia. Clara Matilde y Furcade están en eso cuando en la Quinta Agronómica se arma alto bardo y así se inicia el Tucumanazo, pero como a los milicos que gobiernan no les cabe una mandan a los tanques para persuadir a los rebeldes, y los persuaden. El tema es que entre los revoltosos están dos nietas de Clara Matilde que parece que salieron medio zurdas. Ellas son Celita Sorensen y Solanita Jimeno, que está bien jodida porque justo le tocó ser personaje en una novela donde todas las que se llaman Solanita se mueren. Y para empeorar las cosas Celita le cae a Clara Matilde con un tal Surya que es morocho, místico hindú y medio pervertido, porque estando con Celita no deja de mirarle el culo a Solanita y cuando ella está hablando de política, él la interrumpe para tirarle un piropo que nada que ver. Bueno, la cuestión es que Clara Matilde está indignada con Surya porque, mas allá de ser degenerado, es morocho y ella no se banca los morochos. Y todo esto es una excusa para hacerles el vacío a las chicas y seguir hablando con Furcade de las familias blancas, católicas y francesas. Celita y Solanita se toman el palo para ir a reunirse con su grupo de amigos que son re snobs, re inteligentes y re cultos, y todos juntos vivirán aventuras increíbles en… bueno, en realidad no, pero la pasarán piola conversando sobre los temas mas diversos mientras la violencia y la muerte se apoderan de la ciudad. Y en la medida que el texto avanza uno empieza a perder los hilos argumentales en los cortes temporo-espaciales a cambio de sumergirse en un montaje de imágenes y sonidos que disuelven la realidad transformándola en puro lenguaje. El tío Hugo termina la novela y la publican en 1982, y a pesar de dialogar animadamente con Joyce, Proust, Faulkner y el boom es bien recibida en la Literatura por su condición de texto periférico. Al poco tiempo el tío Hugo muere dejándonos la enseñanza de que se puede escribir en español por más que uno haya nacido y viva en Tucumán, porque Dios está en todas partes aunque atienda en Buenos Aires y no todos los días. Chau Hugo, buen viaje y siempre te recordaremos por tu increíble habilidad para arrojar a la ciudad autos lujosos en paracaídas.

2 respuestas a “La novela total”

  1. Muy buen artículo!

  2. Moni Moreno Morán dice:

    Excelente «paseo» por los mejores escritores y títulos, realizado de una manera única, amena y muy atrapante. Realmente interesante. Quedó en la espera de más artículos de éste escritor.

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