Sobre Cuadernos de Penélope, de Liliana Massara. La aguja de Buffon Ediciones. Colección Narrativa Breve, 2021
Por Verónica Gutiérrez |
¿Cuál es el tiempo que enreda estos relatos breves? Es el tiempo de la transformación, del instante en el que alguien advierte la música de la muerte, de lo que es imposible, un momento de quiebre gracias al cual, por una grieta, por la mirilla de una puerta se filtra la luz que puede iluminar lo que hasta entonces permanecía sin ser visto.
Me gusta pensar que para Liliana Massara la escritura es un artefacto, en el sentido de estudio o de experimento. Pacientemente teje -como la otra Penélope- para perturbar el orden de las cosas.
En estas pequeñas ficciones lo que prevalece es el instante, lo que se escapa entre los dedos. Como lectores alcanzamos, sin embargo, a vislumbrarlo entre las palabras y los gestos cotidianos de los personajes. Por eso, las 68 microficciones de Cuadernos de Penélope (2021) se acercan definitivamente a la poesía, a su condensación, a su modo de operar y de mostrar, a su intensidad: lo que se quiere decir no está dicho y la escritura merodea un vacío al que podemos, gracias a la escritura, asomarnos.
El tiempo, la vida moderna, el miedo aparecen como tópicos en estos cuadernos cuya lectura deja cuando se los recorre una sensación movilizante en el cuerpo (sensación que no se piensa ni se explica, sino que se experimenta).
Coincido con lo que dice Esther Andradi en el prólogo del libro. Hay en esta escritura algo del tejido, y de la paciencia. Una labor muy sutil con las palabras –se me viene a la mente la imagen una orfebre- que las vas engarzando una a una para lograr decir algo de ese “hueco” sobre el que se construye el relato. Aquí las microficciones no hablan de acontecimientos; los acontecimientos son la excusa tal vez o una puerta hacia eso que solamente se puede tantear un poco en la oscuridad, asediar cuidadosamente hasta rodearlo (la imagen de la cazadora es también posible). No es prosa sobre hechos, sino sobre iluminaciones, prosa/geografía donde puede habitar, como un animal salvaje, lo que escapa a la razón. La palabra está cerca del vaticinio o de la locura. Los personajes de este libro se vuelven locos, devienen animales, escuchan una música inaudible.
Las ficciones/artefactos de Liliana Massara vuelven sobre esa pregunta que nos hacemos ante textos-tejidos que invitan a mirar de otro modo: ¿qué puede el arte? ¿Qué es lo que ilumina? Jacques Rancière en “Política de la literatura” dice que lo político en el arte tiene que ver con un nuevo reparto de lo sensible. Hacia ese nuevo reparto es que nos conducen estos relatos.
Los personajes de pronto, en medio de una situación cotidiana, se encuentran con un objeto, con una llave que les abre el mundo. Abrir el mundo en el sentido de que se les muestra de pronto el envés de lo familiar, de lo naturalizado o de la rutina, o la continuación bajo otras formas de la existencia. Las situaciones que experimentan las mujeres y los hombres de estas microficciones, sobre todo las mujeres, porque los relatos de Liliana Massara están poblados de figuras y de voces femeninas, es la de la transformación. Personajes que se convierten en pájaros, en la otra del espejo.
Si por un momento podemos tentarnos a leer esa transformación como la transformación propia del viaje, del periplo del héroe, de Odiseos cotidianos que parten, se transforman y vuelven; a poco andar nos damos cuenta de que los cambios que viven los sujetos aquí tienen menos que ver con el viaje que con los hallazgos y las revelaciones. No son estas “fábulas del yo”, sino relatos que bordean lo imaginario.
El libro está lleno de transformaciones, de mutaciones, de metamorfosis, de un ir más allá del propio cuerpo, o de la especie. “Está en la orilla con todo su cuerpo. Lo toca, lo palpa, lo aprehende.”, leemos en “Lluvia”. La mujer (¿mujer?) que se convierte en pájaro, la que se pierde en su memoria, son todos personajes que descubren algo o que devienen otra cosa.
Este libro no es sobre Odiseo, el héroe que renuncia a escuchar el canto mortífero de las sirenas, porque sabe que no escucharlas es la única forma de regresar a Ítaca, de no sucumbir ante un canto que provoca un desconocimiento de sí. Odiseo es prudente. Este libro no es sobre Odiseo, es sobre la tejedora. O mejor, sobre los cuadernos de esa tejedora. Porque podemos pensar que Penélope no teje, Penélope, en realidad, escribe y reescribe y esa escritura está llena de agujeros, como un tejido. ¿Sobre qué escribe?
Lo interesante es que siempre la voz que cuenta en estas microficciones narra lo que sucede sin sorpresa, como algo dado, incontenible. ¿Pero es que hay, acaso, otra manera de contar eso que se contempla? Las voces cuentan (prefiero hablar de voces y no de narradores por esa cercanía de los textos de Liliana Massara a la poesía), como al pasar, sobre esos estados y sobre esos devenires que, agarrados a lo cotidiano, pertenecen sin embargo a los territorios de los sueños, del amor, de la pérdida de sí, de la melancolía.
La microficción es un género que permite una narratividad que privilegia la semántica del vacío. La brevedad, la extrema condensación de los elementos narrativos hace que las historias nunca estén completas, y que giren alrededor de un hueco que no termina de nunca llenarse, porque las interpretaciones pueden ser infinitas. Si la novela, como género de la Modernidad, aloja el mundo en sus páginas, las microficciones abren una hendija por donde todo corre el riesgo de perderse. Solo quedan unas pocas palabras, unos cuantos hilos que sostienen y a la vez señalan y marcan los agujeros. Penélope teje y desteje el tapiz.
Odiseo es el hombre de la técnica y de la razón. Penélope teje. Penélope es la tejedora que escribe y se asoma por eso a lo irrevocable.
Cuadernos de Penélope nos invita, entonces, a descubrir en lo cotidiano los destellos de lo insondable. Liliana Massara, como una tejedora, nos señala el canto de las sirenas, y nos muestra de qué manera se vinculan las transformaciones, la seducción y la cultura. Para oír las sirenas hay que salirse del pensamiento, o buscar otra forma de pensamiento, salirse de los límites de la cultura, asomarse al abismo.
Nació en Salta, en 1982. Es Licenciada en Letras por la Universidad Nacional de Salta y Doctora en Humanidades por la Universidad Nacional de Tucumán. Ejerce la docencia y participa de proyectos de investigación sobre la literatura del NOA en la Facultad de Humanidades de la UNSa y en la Facultad Regional Multidisciplinar Tartagal.
Una lectura con oficio de lectora, profunda, en la que vuelvo a mirar el tejido de las palabras.
Gracias Verónica
Muchas gracias, Lili. Un placer, realmente, leer tu libro.