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ISSN 2684-0626

 

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«está comprobado que una comunidad que apoya su literatura tira menos papeles en el piso»

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Tema libre: La pequeña saga de Papa Negra

Por Guillo Monti |

Siempre se dijo en Villa Alem que Papa Negra era un buen tipo, por más que haya pasado un par de temporadas en la Bombonera por robo a mano armada. Pero eso fue mucho después de aquel Papa Negra adolescente que conocimos. Ese Papa Negra noventoso miraba el mundo con inocencia, sin importarle que nadie supiera su nombre porque, a fin de cuentas, lo de Papa Negra no le caía tan mal. Con el tiempo nos enteramos de que se llamaba Horacio.

Una vez que fue eyectado del San Francisco, víctima de un boletín despiadado, Papa Negra había peregrinado por la legión extranjera de varios colegios. Nadie pudo comprobar si terminó el secundario. Él decía que sí, pero al analítico jamás lo mostró. Lo de Papa Negra era el fútbol, aunque la puerta del club del barrio -Tucumán Central- permaneció cerrada para él. Papa Negra jugaba muy bien,  al parecer el problema fue que no accedió a los requerimientos de un tal Laprida, que manejaba las inferiores en todos los sentidos. Papa Negra –cuentan sus íntimos, que eran pocos- rechazó un avance de Laprida en el vestuario con una extraordinaria patada en los huevos.

El anecdotario de Papa Negra es interminable en Villa Alem. El Flaco Risso contaba un episodio fundacional de la leyenda de Papa Negra. Estaba la barra jugando al truco bajo una mítica morera de la calle Florida cuando pasó la camioneta de la cana y los levantó a todos por averiguación de antecedentes. A fines de los ochenta la Policía tucumana era la misma de la dictadura y las prácticas no habían variado, así que el sexto truquero se resignó a acomodarse en la caja de la F-100 blanca y sin identificación que manejaba el inolvidable sargento García (no es cuento). Doblaron por La Plata y Papa Negra, sentado en el cordón de la vereda, miró sorprendido a la delegación. “¿Dónde van?”, preguntó. “¡A jugar al fútbol!” le gritaron. Así que Papa Negra ensayó un pique fenomenal, aprovechó el freno en la esquina y se zambulló en la camioneta de un salto. Así de injusta fue la primera experiencia de Papa Negra en una seccional.

Quien lo haya bautizado Papa Negra es un maestro del descriptivo arte del apodo. Porque lo que lo caracterizaba era una costra de mugre perenne e innegociable. Papa Negra tenía una cuestión personal con la higiene y era una lástima. Así como la papa revela la suavidad de un marrón té con leche cada vez que la acarician bajo el caño y el agua se lleva la suciedad, Papa Negra era un chico bien parecido, no diremos rubio ni de blanca palidez, pero con cierto aire a Pablo Rago. Daba la sensación de que Papa Negra era una causa perdida para su mamá, que hace rato había desistido de insistirle con el jabón. De todos modos, el entramado familiar de Papa Negra era demasiado complicado: padre ausente, hermano siempre “de viaje”, hermana madre cuasi adolescente. Y así.

El ídolo de Papa Negra era Carlos Horacio Salinas, “Semilla”, a quien no había visto jugar. Campeón con Boca, crack irredento, Salinas era el ángel caído de Villa Alem. El hombre que todo lo tuvo y todo lo perdió. Papa Negra conocía esa historia de gloria y de ocaso y sentía adoración por las gambetas de “Semilla” que habitaban en su imaginario, porque YouTube todavía era cosa de ciencia ficción. Así que cuando “Semilla” le propuso hacerse unos pesos robando una carnicería, Papa Negra no pudo decirle que no. Lo demás es historia conocida: justo cuando “Semilla” berreteaba la persiana del negocio, los faros de un patrullero lo desnudaron, implacables. Para Papa Negra, la misión de hacer de campana fue demasiado. El sueño lo había vencido.

Una respuesta a “Tema libre: La pequeña saga de Papa Negra”

  1. Fredy dice:

    Es Mí Hermano. Decente. No tocaría jamás lo que NO le pertenece

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