Por Fabián Soberón |
La escritura es, antes que nada, un oficio. Y un oficio se aprende en el ejercicio cotidiano, en el trabajo esforzado y disciplinado o desordenado. Es decir, la escritura es una tarea que sucede en el tiempo,que existe en el tiempo.
La escritura no se agota en la inspiración o en la visita afortunada o furiosa de las musas, esas mujeres infieles. Es el resultado de un trato afanoso y muchas veces fracasado con las palabras. Un libro surge del trato demorado y rutinario, incluso, durante noches interminables o mañanas breves.
¿Cómo se escribe el primer libro?La respuesta a esta pregunta entraña una especie de contradicción en los términos. En general, los autores están desesperados por publicar y no consideran la lucha empecinada con las palabras. Es decir, un primer libro implica que el que está escribiendo su primer libro empieza a desarrollar un oficio y está en el inicio de la cuesta, en el valle; no en la cumbre. El recién iniciado aún no tiene oficio. No lo tiene como sí lo tiene el que ha cursado la vida entre las maderas de una carpintería o aquel que ha lidiado con los caños de la plomería. Entonces, ¿cómo puede desarrollar un oficio en poco tiempo? ¿Qué sucede con la lucha empecinada? Y si no se empieza a desarrollar un oficio, ¿lo podrá tener en el intento inicial?
El primer libro es el resultado de ese cruce impostergable: alguien escribe el primer libro como si ya tuviera el quehacer que entrega el tiempo. Pero en la realidad de los hechos, mientras escribe advierte que la escritura es un arduo quehacer. Frente a esta paradoja, lo que mejor resulta es esperar. Es decir, no publicar el primer libro escrito o publicar la versión enésima de un borrador perenne.
Un escritor es, antes que nada, un lector. Y el que escribe un primer libro es un lector que se pone a prueba con un ejercicio nuevo, incipiente, el trato con la escritura.
Un primer libro está hecho de dudas, de tentativas, de espera, de expectativa por algo lanzado hacia el futuro. El primer libro es menos una súbita búsqueda ciega que un primer hallazgo lento y sentido.
Escorial, de Gabriel Gómez Saavedra, es el resultado de un trabajo afanoso y demorado con el sonido, el ritmo y la sintaxis de la lengua.
Una de las virtudes del primer libro de Gabriel Gómez Saavedra es que escribe su arte poética sin escribir un poema sobre este asunto y sin cantar a los cuatro vientos que ha encontrado su “tono”, su música furiosa o calma en las amplias arenas del oficio.
En ese sentido, su libro no es ni ampuloso ni pretencioso. Hay un tono sereno y honesto que recorre sus líneas. A la vez, Escorial contiene un modo indirecto de mirar el mundo. Lo barroco no está en la forma o en el verso sino, quizás, en el punto de vista, en la lupa indirecta para encarar lo cotidiano. Esa mirada distorsionada y precisa acaricia los versos y convierte al libro en un proyecto, al menos, inusual.
El Escorial es el nombre de un municipio español. Pero también es un conjunto de escoria o de basura. Esa materia inmunda, la basura como forma del desperdicio, es el tesoro o la música de fondo que suena como bajo continuo en los poemas de Gómez Saavedra.
Gómez Saavedra expurga la materia de la palabra y busca, en esa calculada investigación, un modo de entender el mundo y la poesía. A Gómez Saavedra no le interesa ni la tradición ni la pura y mera innovación. Le interesan ambas. Toma del pasado lo que le sirve y escribe poemas que remiten, lejanamente, a las búsquedas populares de la canción. Toma de las innovaciones vanguardistas la ruptura sintáctica y rítmica y construye con eso una manera quebradiza de escandir los versos. Obtiene con esa operación las líneas abstractas de una música muda.
Escorial es un poemario atípico que alcanza su forma en un cruce acertado. Fusiona dos estéticas, dos maneras de encarar el mundo: la milimétrica mirada del observador melancólico y la mirada extraviada y distorsionada del vanguardista. En ese cruce inusual, se abre Escorial.
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¿Qué es un poema en el “excesivo prosaísmo” del mundo contemporáneo? ¿Cómo suena un poema en el ruido huidizo y desopilante del presente?
La poesía ha encontrado sus modos de circulación. Hay que decir la verdad de Perogrullo: la poesía no avanza por los canales oficiales. La poesía existe porque se inventa para sí misma los circuitos.
Un poema es un invento de la lengua así como un ensayo es un invento de la conciencia o como un teorema matemático es un invento de la razón. Hay algo de tercainvención en el poema, unrumor de artefacto autónomo. Y de ahí le viene la lucha con la realidad, con la recarga de realidad virtual o realidad real que vivimos día a día. Un poema es un artefacto fascinante y utópico, desplazado, marginal y perfecto. Y un artefacto es un artificio. Es decir, un poema crea una zona inexistente, una zona utópica, del mismo modo que un teorema matemático lo crea. Poema y teorema inventan un futuro y se fundan en esa invención dislocada del presente. Por eso la poesía es la zona utópica del mundo moderno. Ya sabemos que hay poesía en una ciertacanción o en una pintura abstracta o en una fotografía o en el cine de Eisenstein. Pero el poema es la concentración de la poesía y, por ende, es uno de los pocos artefactos autónomos de nuestro mundo. Es esa invención díscola que va en contra del excesivo prosaísmo del mundo contemporáneo, como dice David Lagmanovich. Lo más parecido a un poema es el concepto de “idea” de Platón o un teorema matemático. De ahí que al lector no entrenado le resulte difícil leer o desentrañar un poema.[1]
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Gabriel Gómez Saavedra ha escrito poemas que surgen del cruce de la idea de artefacto puro y de la inmediata realidad cotidiana. Son artefactos anfibios: tienen idea y mundo, algo de realidad y algo de artificio. Y de ese cruce extraño surge su particularidad, su hallazgo.
Gabriel Gómez Saavedra ha pergeñado un libro diferente en las letras provinciales: no sólo escapa al canto pop de la sirena noventista, sino que abre una puerta a una combinación oportuna y precisa. El libro yuxtapone la amable forma de lo cotidiano y la abstracción rupturista. Lo vivido es visto con la lupa quebrada de la lengua y la tradición es atemperada desde la clave de la ruptura.
El libro escapa a los dictámenes de la moda, de las capillas –o casillas– literarias. Sigue un camino que tiene antecedentes en Groppa, Sylvester y Castilla y que reinaugura con temprano sello personal. Con el pan sanguchero de la Avellaneda tocado por un verbo sincopado, con la rutina del ingenio azucarero vista desde la sintaxis del experimento, Gómez Saavedra arma un rítmico mundo verbal.
Este es el primer libro de Gabriel Gómez Saavedra. No lo parece. Dueño de un tono indirecto y voraz, recorre las experiencias rurales y citadinas en la penumbra de la vanguardia, con la rara linterna de la modernidad.
Leer Escorial es respirar aire fresco y, a la vez, escuchar la música nocturna de Antonio Berni en los suburbios tucumanos.
Decir de un primer libro que no parece el
primero es muy bueno. Pero mejor es decir esto y a la vez que genera enormes
expectativas sobre la poesía futura[2].
Este es el caso de Escorial.
[1]La poesía es un género marginal, despreciado por el mercado capitalista. ¿De qué está hecho un poema? Es evidente que no solo de palabras. Hay algo que escapa al orden vigente, el poema cifra algo que se fuga de la sociedad, el poema encarna una expresión privada, intima, el poema es un hecho que logra evadir las presiones de lo social y de lo políticamente correcto. El poema es, en cierta medida, una figura utópica, desobediente. ¿Por qué sobrevive la poesía en el prosaísmo monetarista en el que estamos sumergidos? Sobrevive porque los productos del mercado solo se miden en términos de rédito económico y la poesía está fuera del círculo, es literalmente excéntrica. Un poema es un punto díscolo, una línea fuera de eje. La pregunta ¿cuánto cuesta un poema? es una pregunta ridícula. Quiero decir: un libro de poemas tiene un precio pero el poema, lo poético, no responde a la demanda estrictamente económica, excede esa demanda.
[2]Gabriel Gómez Saavedra publicó Siesta en 2018. ¿Por qué elige la siesta? ¿Qué voces hablan en las calles de la provincia? Los poemas se mueven. Y están hechos con las imágenes de la infancia, el azul abandonado del dolor y la tormenta. Al poeta lo asaltan las figuras transformadas por el ojo lírico, intimo. Gómez Saavedra ha pasado la prueba y genera una nueva posta: arma un sendero en prosa desde la reflexión sobre sus propios pasos y pergeña unos poemas que exaltan el cercano lugar alejado por la distancia del lirismo. A la vez, amplía su búsqueda con una bifurcación formal. ¿Qué nos deparará el futuro libro de Gómez Saavedra, no el tercero sino aquel en el que ya importa el número?
El barrioZavalía, la lluvia obscena, los insectos, la camiseta de Atlético, los lapachos, los inundados pobres, Amaicha: la realidad provinciana está entre las palabras y las nubes. Pero la clave del libro no está en la geografía sino en el desenfoque que mejora las cosas (los poemas sobre las cosas y las penas). El desenfoque está compuesto por ese lirismo que serpentea en las imágenes. Poemas hechos de verbos torcidos, metáforas estudiadas, lluvia golpeada y la cara de Dios que pasa sin por qué. El poeta ha asumido –como todo poeta– la humedad del suelo y el sinsabor del aire y ha inventado un orden cierto: el fuego y el agua de la poesía, una vez más.
La mano y el ojo de Gabriel Gómez Saavedra anotan y desenfocan (o enfocan con la mirada delo poético) y esa mirada altera sutilmente el mundo y nos entrega el poema en prosa, ese orden transfigurado y utópico.
Este libro está disponible para su compra en la Tiendita
Datos del libro reseñado: Escorial, de Gabriel Gómez Saavedra (Editorial Huesos de Jibia, 2013)
Nació en Tucumán, Argentina. Es Licenciado en Artes Plásticas y Técnico en Sonorización. Se desempeña como Profesor en Teoría y Estética del Cine y Comunicación Audiovisual en la UNT. En 2014 obtuvo la Beca Nacional de Creación otorgada por el Fondo Nacional de las Artes. Colaboraciones suyas se difunden en publicaciones nacionales e internacionales. Integra las antologías Poesía Joven del Noroeste Argentino (compilada por Santiago Sylvester, FNA, 2008), Narradores de Tucumán (compilada por Jorge Estrella, ET, 2015) y Nuestra última Navidad (compilada por Cristina Civale, Milena Caserola, 2017), así como el diccionario monográfico La cultura en el Tucumán del Bicentenario, de Roberto Espinosa (2017). Fue traducido parcialmente al portugués, al francés y al inglés. Libros publicados: la novela La conferencia de Einstein (1ª edición en 2006; 2ª edición en 2013); en el género relatos: Vidas breves (1° edición en 2007; 2° edición en 2019) y El instante (2011); en el género crónicas: Mamá. Vida breve de Soledad H. Rodríguez (2013), Ciudades escritas (2015) y Cosmópolis. Retratos de Nueva York (2017); y el volumen 30 entrevistas (2017). Como director de cine, realizó los documentales Hugo Foguet. El latido de una ausencia (2007), Ezequiel Linares (2008), Luna en llamas. Sobre la poeta Inés Aráoz (2018), Alas. Sobre el poeta Jacobo Regen (2019) y GROPPA. Un poeta en la ciudad (2020). Con los músicos Fito Soberón y Agustín Espinosa, editó el disco Pasillos azules (AERI Records, 2019).