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ISSN 2684-0626

 

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«está comprobado que una comunidad que apoya su literatura tira menos papeles en el piso»

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Las partes y el todo

Sobre Y así, de Martha Acosta

Por Gabriel Gómez Saavedra |

mitá de mí

se abraza a mí

la lluvia del lenguaje

la puerta falseada

por colores

Susana Thénon

Un cuerpo poético duerme una bomba en su pecho, largo tiempo; se habitúa a ella, la acuna como un huevo dentro del cual su voz resuena lo más fiel posible a su imagen, hasta que estalla y las partes del cuerpo, exorbitadas, salen a flotar en una rotación suave y permanente.

Este movimiento imprime Martha Acosta en Y así (Ruinas Circulares, 2013), desde el primer poema, y no lo abandona hasta el final.

Acosta recurre a esta fluidez afirmando que el desmembramiento de cada poema se sostiene por la particularidad de sus fragmentos. Los fragmentos tienen protagonismo por sí mismos y la lectura pide atención fiel a estos, ya que el poema no se llega a percibir completo si antes no se escucha a las voces sueltas de dichas partes, tanto lineal como simultáneamente: “Desconectar // albergue – pecho / de / albergue – vientre // Transformar en mitades separadas // Y que tu voz sea un tajo entre dos ejes // Tu cabeza resbala fragmentos // Y susurra tu voz entre tres bocas”.

El concepto de la obra podría confundirse con un neovanguardismo, por la distribución gráfica de muchos de los versos, pero la verdadera apuesta es hacia una sintaxis fragmentaria en el lenguaje, porque al desplazamiento lo da la sonoridad, y no lo visual, de la voz principal del cuerpo poético. En la primera parte del poemario, titulada “En el fragor que canta”, esa voz se ve complementada de la otredad del entorno y las voces que la rodean y conviven con ella: “Echo a andar entre rostros que son /  mi rostro, / y el rostro en tres cuartos de la luna / recién aparecida / exactamente sobre mi cabeza / se traslada conmigo y / con los otros”; mientras que en “Hálito”, la segunda parte, la otredad toma una entidad propietaria, adueñándose de la voz que ahora suena alienada pero, a diferencia de lo que se lee, por ejemplo, en poemas como los de Molino rojo (1926) de Jacobo Fijman, donde la otredad es una presencia protagónica (“Ahora el Otro está despierto; / se pasea a lo largo de mi gris corredor, / y suspira en mis agujeros, / y toca en mis paredes viejas / un sucio desaliento frío.”), en Y así ésta se materializa desde la invisibilidad: “[NADIE HAY   HAY NADIE] / en este existir sin vida ejercida // El entorno: cotidiana agonías / sin-palabras por su sin-sentido”.

 Martha Acosta es dueña de una obra que, como afirma Irene Gruss, “desdice o insiste pero nunca repite”, y ha plagado este poemario de la complejidad y el movimiento del lenguaje con que habla un espíritu al reconocerse fuera del tiempo, en libertad o bajo la sujeción de fuerzas que intentan quitarle subjetividad.


Imagen: tapa de Y así.

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