Sobre la poesía de Mario Melnik
Por Gabriel Gómez Saavedra |

Escribe Ricardo E. Molinari en el poema “Estas cosas”: “No sé, quizá me esté yendo de algo, de todo, de la mañana, del olor frío de los árboles o del íntimo sabor / de mi mano (…)” y el lector se convierte en testigo de la siguiente escena: el cuerpo inerte del poeta arrastrado por la corriente del río, visto, desde la orilla, por el propio poeta, y perseguido por éste, porque en esa dirección caen los astros y el cielo es tan limpio que dice verdades.
La poesía sin poeta o la del poeta impalpable es la que elige Mario Melnik para desarrollar su obra incluida en los libros: Palabrara (1999), De sentido en sentido (2008) y Un latido en la voz del viento (2014). Una elección de estilo, no por artificio ni por abuso de ars poética, sino con la conciencia y certeza de que rastrear y cazar el objeto lírico debe hacerse con la técnica del camuflaje: el cazador anula su subjetividad para integrarse al ambiente de la presa y reducir, al máximo, el margen de error cuando se encuentre frente al blanco.
Las armas de Melnik son varias, pero aquí se nombrarán sólo a tres: la palabra, la piedra y el viento. Quizás porque a éstas vuelve, una y otra vez, con la confianza ciega de su factura. Confianza que nace en la evidencia de que todas han sido probadas, antes de ser parte del poema, en el espíritu del poeta. Y dejaron en éste una herida que es medalla y recordatorio de lo inútil de su carne; lo que importa y persiste, es otra cosa.
La primera arma, la palabra, nos llega con la voz del poeta temblándole las manos por portarla. Hay algo interminable en ella que nunca podrá rodearse, y algo que ella nombra siempre por última vez. Es el arma del iniciado —pareciera decirnos Melnik—que creemos conocer desde siempre, pero que siempre nos engaña con su morfología inapropiable. Melnik la empuña con respeto y afirma: “Se es tan breve que una palabra enceguece y consuela”, y comparte su mecánica y poder:
Cuando el follaje del abismo se estremeció a la luz del sol, la palabra sintió que ella era el desierto, que sólo ella estaba sola.
Y tuvo miedo de no estar en esa imagen, de unirse a la vida por un silencio que sólo ella podía forjar o desarmar.
Entonces quitó el sudor de su rostro y emprendió nuevamente el ascenso.
La segunda, el arma de la piedra, es también casa y refugio del poeta. El estilo de Melnik es el de la voz vulnerable ante la fuerza de la poesía, y por eso necesita un refugio seguro para no ser comido por la frustración. La piedra da techo y un dónde parapetarse y ver venir, por ejemplo, entre otras energías, a la memoria con su carga a cuestas:
La memoria cae
de lleno en el latido
alguien la espera.
El eco ofrendó
su pan y el silencio
le dio su casa.
Casa de la palabra
reverberar de piedra
en el aire.
Piedra para conocer el silencio y construir la imagen lírica que transita el tiempo; siendo su presente un fragmento del pasado y así, sucesivamente:
Mi sed y mi hambre echan raíces
en una piedra rota y son el calor y el frío
en la palma de una piedra rota.
Piedra que también es un heraldo vallejiano, acunando el mensaje de los sueños de los que intentan seguir existiendo:
El viento encuentra su ala si duerme
en una piedra rota.
Con estas armas, Melnik entra a la cacería de su objeto poético. Con la palabra nace a la revelación de que la poesía siempre está un paso adelante del poeta: “La palabra, como ayer, vuelve a repetirse indefectiblemente” y, con la piedra, se construye el suelo y la seguridad desde donde recepta las cajas chinas que se le abren al sentido; donde se siente capaz de hablar de su universo, esa “música que viene de lejos / y que piedra sobre piedra apaga / la sed de la noche”.
Al llegar al viento, tomamos contacto con el arma más misteriosa del poeta. Éste se muestra como una entidad (a veces con una presencia más marcada, otras, insinuada entre los motivos de los poemas) que representa la fuerza que despeja la maleza de la conciencia y deja, frente al autor, las cosas más claras. Así puede nombrarlas sin riesgo a errar su esencia y la comunicación de las mismascon el lector. El viento es el arma del poeta maduro, que absorbió toda la experiencia de su mundo interno y externo, logrando la simbiosis de ambos:
El viento va urdiendo la hojarasca a voces
y sin huella que lo nombre habrá de perderse lejos.
Pero un latido se queda.
Alguien quiere ser una palabra y quedarse (…)
Salvo por Palabrara, donde comulga con esa metapoesía de Roberto Juarroz o Antonio Porchia, la obra posterior de Mario Melnik puede inscribirse, como bien lo hace notar Tamara Mikus en su trabajo sobre Un latido en la voz del viento[1],en filiación estética con el grupo de poesía norteña “La Carpa” y la poseía de las décadas del 1940 y 1950 que se escribió en el país:
Es la poesía de Melnik verdadera portadora de los postulados neo-románticos,de las dimensiones perseguidas por «La Carpa» –belleza, afirmación y vaticinio– e incluso, de la influencia surrealista que tuvo repercusión en las décadas del cuarenta y del cincuenta, entregado a la defensa de una concepción sagrada de la vida, la libertad, la subjetividad y la expresión de sus impulsos vitales.
Sin olvidar el paso de Melnik por la producción literaria local posterior a la última dictadura, que dejó en la historia a agrupaciones de jóvenes poetas como JO. E. TUC. y Polymnia —mostrando lazos hacia poetas como Juan Gelman o Armando Tejada Gómez—, lo dicho anteriormente ubica a Melnik en cercanía con autores locales como Guillermo Orce Remis o, más aquí en el tiempo, Javier Foguet. Y esa cercanía también se extiende hacia el perfil bajo que mantiene en el pequeño mundo social de la literatura tucumana.
Retomando con las tres armas analizadas en estas líneas, sólo queda mencionar que la estrategia de Melnik para tomar la presa de su poesía, es la de revertir los roles. El poeta se vuelve presa y es anulado por la poesía para cumplir con su cometido: no ser más que una voz imperceptible que traslada la atención hacia lo que de verdad importa: la palabra suspendida en un aire sin intervenciones. Como esos seres de leyenda que pueblan la Laguna del Tesoro —ese lugar del Aconquija al que Melnik le escribió— que sólo se muestran cuando el silencio llega al atardecer, sin ninguna profanación.
Imagen:S/t (2020), de Rossana Medina.
[1]Mikus, Tamara: Palpitando el paisaje. Construcción del espacio en Un latido en la voz del viento de Mario Melnik,Tucumán, Instituto Interdisciplinario de Literaturas Argentina y Comparadas, UNT, 2018.
N. del A.: Se agradece la colaboración de Tamara Mikus y Verónica Juliano.
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Mario Melnik (Concepción, Tucumán, 1958)
Es profesor de inglés y traductor. Fue miembro de JO. E. TUC. y Polymnia, y participó en las antologías editadas por estos colectivos. Publicó Palabrara (1999), De sentido en sentido (2008) y Un latido en la voz del viento (2014).

Concepción, prov. de Tucumán, 1980. Publicó la plaqueta Huecos (Ediciones Del Té, 2010), y los libros Escorial (Editorial Huesos de Jibia, 2013), Siesta (Ediciones Último Reino, 2018) y Era (Falta Envido Ediciones, 2021). Entre otras distinciones, ganó el Premio Municipal de Literatura San Miguel de Tucumán – Género Poesía (Región N.O.A.) y fue seleccionado por el Fondo Nacional de las Artes como becario del programa Pertenencia: puesta en valor de la diversidad cultural argentina.