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ISSN 2684-0626

 

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«está comprobado que una comunidad que apoya su literatura tira menos papeles en el piso»

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“Lo que hoy se hace llamar ‘autoficción’ ha dejado voluntariamente de asumirse como literatura”

Entrevista a Maximiliano Crespi

Por Diego Puig |

Una de las voces más relevantes de la crítica literaria de su generación, Maximiliano Crespi, es una máquina de producir preguntas y reflexiones incómodas para una literatura argentina actual muchas veces encallada en las normas de un mercado endogámico, anquilosada por modas triviales y de una autocomplacencia por lo general carente de imaginación y de rigor técnico. En estas semanas, Crespi está presentando su último libro Ficción y transgresión. La literatura rioplatense en el siglo XXI, el sexto de su autoría en cinco años, al que define como “un libro doble. Somos dos autores: Mathías Iguiniz y yo, aunque cada uno escribió su texto por separado. Él se encarga de reseñar una buena porción de lo más estimulante de la literatura uruguaya actual. Mi ensayo trabaja alrededor de los proyectos narrativos de Pablo Farrés, Ariana Harwicz y Carlos Godoy”.

De la literatura que le interesa rescatar y pensar dice: “En cada caso, veo la afirmación de una búsqueda que se realiza con evidente tenacidad y a contrapelo de lo que es la demanda oficial. Como si la literatura fuera ese espacio en que las pulsiones, conformadas por diferentes grados de presencia de las “dos fuerzas primordiales” (Eros y Thanatos), permitiera hacernos ver con mayor claridad la arbitrariedad y acaso también el absurdo naturalizado de ciertas exigencias normativas y punitivas que organizan lo social.”

Reacio a la conversación banal, el ensayista, investigador y docente universitario nacido en Oriente, sudeste de la provincia de Buenos Aires en 1976 y egresado de la Universidad Nacional del Sur (Bahía Blanca) y doctorado en Letras Modernas por la Universidad Nacional de La Plata, habló con La Papa sobre literatura del yo y autoficción, sobre la falta de imaginación, la crítica literaria y la actualidad de la literatura argentina.        

Un poco demasiado: notas sobre el chantaje del presente plantea los problemas de leer y de escribir literatura desde las claves pequeñoburguesas y bienpensantes del capitalismo actual. En este sentido, la literatura del yo tan popular en los últimos años utiliza la victimización o el sufrimiento del autor-protagonista para chantajear emocionalmente al lector y para mercantilizar una moral progresista funcional al capitalismo. ¿Este paradigma o estas condiciones materiales de producción se relacionan con la falta de imaginación actual en la literatura?  ¿Podés dar algún ejemplo de cómo la imaginación da batalla contra estas tendencias mortíferas para la lectura, la crítica y la escritura?

Tengo la impresión de que gran parte de la cultura contemporánea está enredada en la fantasía de los beneficios de la gestión “uno mismo”. La ilusión voluntarista del emprendedurismo que resuena en el slogan de Barbie: “¡Puedes ser lo que quieras ser!”. Esa lógica, que es la lógica comercial del capitalismo de plataformas, segmenta la forma de la existencia en una intimación emotiva a la vez que reduce el sujeto al diseño de una imagen empatizable y la alteridad a un público con el que habría que empatizar. Como si no existiera el malentendido… En ese contexto, la literatura del yo —no toda, pero sí gran parte de lo que hoy se hace llamar “autoficción”— ha dejado voluntariamente de asumirse como literatura en un sentido moderno, es decir, como una forma de una negatividad respecto de la lógica hegemónica y normativa de la cultura. Tampoco se piensa ya como una experiencia (tensada entre la lengua y la imaginación) que se materializa en estilo. Ha vuelto a caer en la emboscada transitiva. Se ha convertido, más bien, en un canal donde se pone a circular una serie de relatos de experiencia concebidos para un consumo habitualmente forzado por el chantaje. Por eso, la competencia se empieza a dirimir cuantificando el drama que se consigna en ella y se empiezan a ver como sospechosas las autoficciones que narran una vida que no roza el martirologio. Como si el valor de la literatura se jugara ahí…

Pero la cuestión de la pobreza en el estado de la imaginación es sin duda lo más preocupante. No hay desafío a lo posible; todo se enmarca en una referencia casi lineal a la imagen de la realidad. Preocupa porque no sólo esa carencia se acusa en ese tipo de negocio que se hace llamar literatura de autoficción, sino que se extiende incluso a géneros como el fantástico y la ciencia ficción.   

Quiero decir: la “literatura” de Dolores Reyes y la de Pola Oloixarac, por poner dos ejemplos ideológica y estéticamente opuestos, son efectos de un mismo estado de la imaginación. De la misma pobreza…

Al terminar Un poco demasiado sentí que no estaba siendo justo con la descripción. Que, si bien caracterizaba la generalidad de una producción de mercado editorial, no hablaba por todo lo que se está escribiendo actualmente. Así que empecé a escribir un libro describiendo y tratando de comprender tres proyectos literarios que, lejos de eso, producen lo que podría llamarse una “literatura del ello”. Ese trabajo acaba de salir con la editorial uruguaya Libros del Inquisidor. Es mi manera de decir que no todo está perdido. O, por lo menos, que si eso que llamamos literatura no está extinto ya en este tiempo, hay que empezar a buscarlo por ahí. 

Sos docente, crítico, investigador. Desde tu trabajo y experiencia, ¿cómo se hace para leer literatura mejor? ¿Y para que más lectores lean mejor?

Docente, crítico, investigador. Como dice Alfonso Berardinelli, todo se puede dividir en tres: tipos, categorías, funciones. La deidad cristiana, la deidad hindú, la Galia de Julio César, la dialéctica de Hegel. Lo que la división muestra no es la fuerza sino la fragilidad. O mejor aún: la desesperación ante la fragilidad.

Lo que la formación ofrece son herramientas para la profundización de la lectura. Modelos de análisis, disposición de enfoques, principios constructivos para la elaboración de la lectura. Armas que sólo a veces consiguen imponerse al terrorismo del gusto y el sentido común que cristalizan en el “Like”. A ellas el lector debe recurrir para salvarse de la tontería de los autores que ama, para poder amarlos no desde la adhesión sino desde la comprensión.  

La generación que marcó la literatura argentina de los últimos veinte años (Samanta Schweblin, Federico Falco, Selva Almada, Mariana Enríquez) ha alcanzado cierta madurez y escritores más jóvenes ya aparecen en el horizonte. ¿Vos crees que las realidades, las condiciones materiales y las sensibilidades de esa generación son lo suficientemente similares con las generaciones que están empezando o han empezado a escribir hace poco al punto de que pueden leerse con las mismas claves? ¿Qué claves del presente creés que van a ser determinantes en lo que leamos en los próximos años?

Esa generación goza todavía de cierta hegemonía. Ha dejado atrás a otra, más sofisticada, en la que residualmente cada tanto aparecen textos de Aira, de Bizzio, de Pauls. Pero a su vez empieza a ser aterrorizada por la emergencia de voces que empiezan a desestabilizarla. Podría citar media docena de nombres, pero preferiría no hacerlo porque todavía no veo ahí una coherencia generacional sino fenómenos aislados, erráticos, discontinuos.   

¿Se puede hacer literatura del yo sin victimización ni chantaje bienpensante? ¿Existen ejemplos de literatura del yo que transciendan o escapen de las condiciones capitalistas actuales?

Eso es algo que dejo en claro en Un poco demasiado: una cosa es la literatura del yo y otra la autoficción actual. La literatura del yo incluye, por dar un ejemplo, el corpus de textos que Alberto Giordano estudia en El giro autobiográfico. Escari, Link, María Moreno, Gandolfo, Cozarinsky, Pauls: toda una literatura que llevaba no el yo a la demanda de la imagen, sino que lo producía contra la demanda de la imagen. Había ahí incluso una provocación desde lo frívolo que era poéticamente desafiante y políticamente incómoda para la demanda bienpensante.

Lo que se hace ahora bajo el rótulo de autoficción es otra cosa. Por supuesto que se puede percibir ahí un arco de matices y apuestas de valioso trabajo literario. No son los que venden 50.000 ejemplares, por supuesto. Son trabajos silenciosos que no acompañan el texto con el discurso oportunista, estereotipado, simplificador, extorsivo, demagógico. Los nombres de Mauro Libertella, Dolores Gil o Flavio Lo Presti dan una pauta de que se puede hacer una autoficción que se quiere literatura.

En Tres realismos. Literatura argentina del Siglo 21 (2020) analizás el realismo de derecha, el realismo pseudo-progre y el realismo infame. ¿Estás categorías determinan completamente tu experiencia de lectura o incluso en las categorías más cuestionables encontrás buena literatura o experiencias satisfactorias de lectura?

Es una pregunta interesante. Me lleva a pensar si la autoficción de Belén López Peiró, por ejemplo, no es de hecho la continuidad, por otros medios, de lo que en las primeras décadas del siglo fue el realismo progresista construido alrededor de las víctimas (directas o indirectas) del terrorismo de Estado en Argentina. 

Lo que determina una lectura es siempre la formación teórica y la composición ideológica de la perspectiva. Diría que las categorías descriptivas que propongo en mis lecturas son efectos y no causas de los sentidos que voy descubriendo. Esas categorías no valoran la literatura como buena o mala (a menos que se trabaje sobre la distinción barthesiana); trazan un mapa descriptivo posible. Puede haber otros, sin duda.

¿Sirve para algo la categoría literatura argentina del interior? 

No creo que la categoría sirva para nada, salvo para distinguirla de lo que sería la literatura argentina del exterior (Fresán, Caparrós, Pron, etc). Porque si se piensa con relación a un supuesto centro capitalino muchos de los nombres de esa generación (Almada, Falco, Busqued, Lamberti, Castagnet, Godoy, Erlan, Sosa Villada, Ronsino, Bitar, etc) no se formaron donde se los reconoce. Pero lo que sí sirve es estar atentos a la literatura que se realiza en esa suerte de terra incognita. Me consta que ahí he descubierto mundos nuevos. Y en este punto quiero dar algunos nombres para sumar a los que mencionaba antes: Mariano Quirós, Eloísa Oliva, Mariano Granizo, Ana Llurba, Fabio Martínez, Belén Davil, Juanjo Conti, Rosario Spina, Sergio Gaiteri, Eugenia Campero, Agustín Ducanto, María Bohtlingk, y la lista podría seguir.

¿Qué es lo que más te entusiasma de la literatura argentina en la actualidad? 

Que aun cuando parece hundida en una complacencia indolente, hace surgir proyectos insólitos y estimulantes como los de Pablo Farrés, Ariana Harwicz, Carlos Godoy, Yamila Bêgné, Francisco Bitar, Paula Puebla, Lucila Grossman…


Maximiliano Crespi es ensayista, investigador y docente universitario. Publicó: Viñas crítico (2009), La conspiración de las formas (2011), Función crítica y políticas culturales (2013), Los infames. La literatura de derecha explicada a los niños (2015), El objeto total (2018), Pasiones terrenas (2018), La revuelta del sentido (2019), Tres realismos. Literatura argentina del siglo 21 (2020), Un poco demasiado. Notas sobre el chantaje del presente (2022) y Ficción y transgresión. La literatura rioplatense en el siglo XXI (2023).

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