Suscribirme

ISSN 2684-0626

 

Aquí podés hacer tu donación a La Papa:

Libros Tucumán es una librería especializada en literatura de Tucumán ubicada en Lola Mora 73, Yerba Buena – Tucumán.

 

 

 

 

 

Los sueños

Por María Gabriela Cisterna |

De nuevo, sueño que mato. No sé quién es, pero veo que hay mucha sangre. He cometido un asesinato sangriento. No sé si las causas son: la novela que estoy leyendo, los policiales que veo antes de dormir o el deseo reprimido de años.

Después de matar, con la sangre todavía en las manos y la oscuridad gris que nos rodea, al cuerpo y a mí, pienso que puedo salir impune de esta. Que solo me han visto personas que son un recuerdo dentro de mi cabeza, nadie de afuera se va a enterar. Y yo jamás sería asociada a este tipo de crimen sangriento.

La caída de la noche era pesada, pegajosa y de un gris sucio, los semáforos siempre en rojo se veían esfumados por la humedad de la llovizna, como la imagen de la foto tomada con el celular en los días que está empezando el invierno. Quizás como el tipo de foto que yo saco con mi celular en esos días sucios, medio deprimentes. Me gusta la mugre del aire del lugar en que vivimos. Un poco como Seattle en mi imaginación, escenario perfecto del crimen y vampiros. Aunque, la verdad sea dicha, no tengo recuerdos previos al asesinato, ni del asesinato mismo, solamente la imagen posterior del recuerdo. Estoy arrodillada, difuminada también, y me levanto viendo el cuerpo muerto al frente mío. Me veo desde afuera, ¿mi alma se fue a un viaje astral? De la primera vez que di un beso tengo un recuerdo parecido, desde afuera, pero todavía hoy nadie me cree y nunca más me ha vuelto a pasar. Quizás al muerto lo quiero tanto como quise a ese desconocido. Soy más el tipo de asesino pasional que premeditado, de la muerte que se comete arrastrado por el sentimiento y después uno se encuentra bañado en sangre y no sabe bien de quién ni cómo. En fondo del cerebro hay un pensamiento que pelea por acercarse a la superficie consciente, sabemos bien a quién quisiéramos matar. ¿A quién purgarías primero si pudieses? Es el sentimiento contenido de años y las palabras que no llegamos a expresar nunca. Palabras que no pueden salir porque tampoco uno se las acuerda. Hay algo que quiero decir, pero no sé que quiero decirlo. Un pensamiento impronunciable por lejano.

Me siento en paz como asesina y en lo único que puedo pensar es cómo salir impune, no me parece una posibilidad tan lejana. Tengo que irme y confiar en la falta de tecnología del país tercermundista en el que vivo, no como en los policiales. Porque huellas quizás haya, pero no hay en principio ni motivo ni arma. Un motivo escondido durante años no puede crear un lazo causal ahora. No hay justicia en el universo si lo crea. Sobre todo, nunca he dicho que mi motivo fuese personal. Después de ver tantas series policiales, siempre me vislumbro como asesina y nunca como detective. Supongo que eso dice algo de mí. Pienso en mil formas de evadir una capacidad racional-instrumental casi absoluta. Pero a tanta racionalidad solo la vence la pasión desenfrenada. Sin causa, sin motivo. El único asesino que no se descubre es el que piensa en la muerte, pero la comete sin premeditación. Matar a cualquiera o poner a alguien preciso en una posición cualquiera para matar.

Las sábanas me pesan sobre el cuerpo mientras rememoro el sueño que he tenido. Es demasiado temprano para que decida levantarme de la cama, prefiero quedarme en el hueco calentado por mi carne y las colchas dobladas que apilo encima mío. No abrir los ojos, pensar. El tiempo de duermevela es el más creativo de todos los tiempos. Hay veces que llego a tener certezas místicas, que bien despierta pierden todo el peso de la develación onírica. Acurrucarme y pensar cómo evadir la culpa por el asesinato que he cometido.

Por alguna razón, que atribuyo a las partes del sueño que no logro acordarme, intuyo que mi mamá sabe algo y me pregunto muy en serio si me entregaría o me ayudaría a esconderme. Si no hubiese necesidad de esconderme, porque nadie me ha visto actuar, ¿me entregaría igual? ¿Cómo se sentirá tener una hija asesina? No creo que se sienta de ninguna forma en particular, a lo sumo como la enorme dimensión de mi vida que ella desconoce de mí porque ya soy grande. Como otra de las trivialidades o actividades que no sabe que hago, de los lugares a los que fui y que ella no conoce, una cosa más, como las personas que maté y que ella no tiene idea. Elementos que no suman demasiado a la imagen que ya se haya formado de mí en los años que nos conocemos.

Tengo que cambiar las sábanas pronto porque la calidez de acurrucarme ya se mezcla con el olor pesado que genera mi cuerpo.  Detesto cambiar las sábanas y puedo acumular fluidos, que cuando me voy a dormir ya se han condensado en olores, durante semanas (si entramos en confianza quizás admita que durante meses). ¿Cómo huele un asesinato? El perfume del muerto se esfuma y es el color activando mis sentidos más que otras impresiones. Pero en medio del sueño siento algo un poco ácido, ¿la sangre cambia de aroma conforme a la dieta del muerto? No todos mis muertos huelen ácido. El cuchillo estaba limpio antes de ser empuñado.

Con algo tengo que alimentar mis sueños nocturnos, que son muerte y yo tengo que darles vida. Mi ciudad les da de comer, con violencia y sopor. Pero la mañana avanza y tengo que hacer demasiadas cosas antes que la noche llegue de nuevo. Se hace cada vez más tarde para salir de la cama, y yo sigo cansada y dolorida. Me pesan los brazos, las piernas, el aroma ácido no se me despega de la nariz. Dios, dame un poco de paz. Me decido: salgo de la cama de golpe, corro al baño. Frente al espejo, de pies a cabeza, estoy bañada en sangre.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *