Por Paula Bustos Paz
Siempre ha sido una puja constante el intentar cercenar los difusos límites de la literatura, qué es, qué no es. La urgencia de plasmar estilos como unicidad irrevocable de una fiereza intelectual no ha hecho más que generar polémica. Esta viva llama de extrañeza, confusión, deleite y descontento es la que actualmente se enciende en voces de una “narrativa catamarqueña hoy”, como bien lo han reflejado los hacedores del emergente sello editorial Maíz Rojo. Como hijxs rebeldes, un grupo de amigxs, hasta entonces desconocidxs, decidió dar vida a un gran cadáver exquisito chorreante de escritos colectivos y vomitivos. Lejos de los grandes padres que forjaron la unión y la hermandad entre versos y prosa andariega, algunxs de lxs colaboradorxs de Espacio Menesunda quitan el hollejo de lo telúrico y ritualizan la urbanidad del devenir escritural desde noviembre de 2018.
El juego de identidades dispares fue una conditio sine qua non que permitió no tan solo visibilizar la escritura local actual, sino también dar cuenta de la creación por la creación misma. Sin otro manifiesto más que su actuar constante, las voces de Menesunda calan en las redes y se encuentran y re-encuentran con los ecos hermanos. Experimentar la lectura en mascaradas dio pie para que muchxs de lxs asiduxs colaboradorxs hayan comenzado a tomar en serio sus propuestas, comprometiéndose cada vez más con ese ida y vuelta que se teje entre el boca en boca. Sin tapujos ni pudores, los escritos rebalsan de una efervescencia continua; pareciera ser que el incordio es su eje predilecto: mientras más molesto y chocante sea, más crítica y polémica genera. Y es justamente eso lo que se busca, la incomodidad de un morbo placentero, la satisfacción de lo mal llevado, la complicidad de la mala palabra tras el reto del academicismo intolerante. Es ahí, en el lugar donde las comas y los puntos no existen, donde los extensos párrafos se traducen en la necesidad de un llamado de atención. Se prioriza el contenido antes que la forma, se aduce el goce o el padecimiento, el efecto… en efecto.
“Si estás atado a “esto”, por/ voluntad propia./ Y entendiste que mi locura es/ también la de algún “vos”./ Y que esto mío es también tuyo […]/ ¿Habrás comprendido nada o sentido mucho?/ ¿Habrás amado algo o escrito en vano?” escribe Víctor Ruzo, enraizando casualmente el leitmotivde todx escribiente, ese feedback que emerge de la necesidad de quien le pone voz a lo que otrxs no se animan a gritar o leer. Un sinfín de inimaginables temáticas son las que se cruzan en las voces actuales. Nihil novum sub sole, es cierto, no hay nada nuevo debajo del sol, pero lo certero es que gusta la decoración de nuevos versos, la edificación de la prosa fresca. El anecdotario y la visceralidad del relato es lo que impacta; inmiscuirse en el juego de los roles prohibidos, explotar la verosimilitud de nuestra faceta más oscura, de la más romántica, tergiversar adrede. Es la versatilidad de lxs autorxs lo que encandila y llama la atención. Voces como las de Maximiliano Guzmán Pineda (Edén Bernárdez) y Emiliano Garriga renuevan la narrativa de unos cuentos cargados de aventuras que rozan desde la aparente y pacífica cotidianeidad de sus personajes hasta el relato más reflexivo y esquizofrénico.
Irónicamente, Minerva Di Barbaro, seudónimo tras el que colabora A. Sofía Perea Acosta, excusa su ausencia en narrativa aludiendo que “su padre siempre le dijo que es por haber nacido entre montañas altas, y ella cree que tiene razón”. Es ese y no otro el hilo que tensa y atraviesa a nuestrxs poetas y escritorxs; ellxs no padecen de dismorfofobia literaria, sino todo lo contrario. Es ese creacionismo el que emancipa a lxs hijxs de sus padres, el que levanta la bandera de la cinemática escritural del “hoy” que no busca generar una oda al costumbrismo ni a la admiración de los bellos paisajes de Catamarca tras versos que se vuelven zambas o vidalas. “Somos campo, somos desierto,/ somos la espuma tibia del café./ Y el meandro de tu letra/ vibra, se incrusta y juega/ con mi resistencia”, rezan unos versos de Julia Tiraboschi. La transmutación es lo que acontece, la metamorfosis sobre los cimientos del ayer.
Las voces de estxs poetas emergentes buscan romper con el panóptico de las buenas costumbres que muchas veces oficia de yugo. Es el híbrido caleidoscópico de la pluralidad el que refuerza y anima a experimentar la escritura suelta, una suerte de automatismo psíquico innato. Sin tanta técnica metódica, sin tanta medición exacta, se reivindica la ruptura y se promueve la laberíntica tarea del catador literario. Allá, lejos, en las orillas de la marginalidad, la confusión y el desacato se reúnen en Espacio Menesunda, un lugar en el que el “mal del siglo” es una constante; un semillero experimental cuyo propósito no es más que el de distorsionar la tan normalizada tranquilidad de las letras catamarqueñas.
Nació en Catamarca, Capital, en 1993. Es Profesora en Letras
egresada de la Universidad Nacional de Catamarca y estudiante de las carreras Licenciatura
en Letras y Profesorado en Filosofía. En noviembre de 2018 creó Espacio Menesunda, un sitio
web para compartir escritos, ilustraciones y proyectos musicales de manera colectiva, del cual
también participa bajo un pseudónimo. En marzo de 2019, en el marco de una feria llevada a
cabo por la Facultad de Humanidades de la UNCa, expuso una serie de autorretratos
titulada El yo lírico; en diciembre del mismo año fue invitada a participar del ciclo de
lectura Voz Profana, en el que dejó de lado su histórico anonimato. El desarticularse de todo
rigor académico le permitió generar esta faceta de escritora, mundo en el que todavía se está
encontrando.
Bien amigos de Menesunda no cierren la ventana,que siga el aire fresco