Por Lucas Cosci |
En una simplificación deliberada de ciertos efectos, se puede afirmar que hay ciudades que fundan poéticas y poéticas que fundan ciudades. París de Baudelaire, Buenos Aires de Borges, Dublín de Joyce, son ejemplos de lo primero. Coma la de Rulfo, Macondo de García Márquez, Santa María de Onetti, lo son de lo segundo.
Está claro que se trata de un proceso circular, pero ese círculo debe tener un principio.
Queda entonces preguntarnos, aquí, en el NOA, ¿cuál es la relación entre nuestras ciudades y su representación literaria? ¿Hay una poética de la ciudad o la ciudad es el efecto de una poética? Preguntas que no tienen mayor pretensión que instalar un eje de discusión para pensar nuestra literatura.
En mi lejana juventud, mis primeras experiencias como lector no han sido precisamente de lo que se llama “literatura regional”. Se trataba, más bien, de autores argentinos y universales; aquellos que caen en nuestras manos para interpelarnos con un designio. Con el tiempo, he tenido oportunidad de conocer algunas voces de la región consagradas por el canon. Tengo que admitir, sin embargo, que el resultado ha sido una experiencia frustrante. Los textos resultaban ajenos, exóticos, como escritos en otro planeta. ¿En qué planeta? Un planeta desolador, autista. Un planeta que llevaba nombres como “Norte pencoso”, “Tolvanera” o “Reflejos del salitral”, un planeta de “sol y soledad”, de sal y distancias, de ranchos y de represas, que no formaban parte de la experiencia de un chico citadino. Yo era de Santiago Capital. Mi mundo, como el de tantos, transcurría entre las calles, plazas y bares de mi ciudad.
Así, no obstante,con el tiempo llegaría a conocer y a valorar cierta literatura de fuste escrita en estas latitudes, aunque tengo que reconocer que no me sentía del todo involucrado como lector. Siempre quedaba un efecto de ajenidad y distancia, en convivencia con una vaga sensación de culpa, de deber no resuelto.
Los escritores y poetas consagrados en aquel tiempo poco hablaban de la ciudad. Hablaban, más bien, de hombres y mujeres de “tierra adentro”, y ese “adentro” resultaba cada vez más impenetrable. El canon habia delimitado con toda nitidez un vector geocultural para la literatura santiagueña: la experiencia de la tierra, la vida rural y sus dramas, los Shalakos de Jorge Washington Ábalos, los Ñaupas de Clementina Rosa Quenel, los Changos de Blanca Irurzun. Nuestra literatura estaba llamada a reflejar la experiencia muda de un Santiago quichuista y pardo, un Santiago de distancias y salitrales, de leyenda y de quebrachal. Sospecho que en otras provincias del Noroeste se vivía, y quizás se vive aun hoy, una realidad similar.
Pero aquel planeta estaba lejos, muy lejos; y dejaba afuera a una creciente población urbana de lectores ávidos, que nada sabíamos de ese mundo. Una población que crecía al calor de la modernización y la expansión demográfica en la capital de la Provincia.
Se daba entonces una situación de ruptura entre sociedad y representación literaria.
Esta disociación puede ser leída en el marco de ciertas exigencias desde políticas centrales de principio de siglo para que Santiago –y en general el Noroeste–se constituyera en “reserva identitaria” nacional –como lo interpreta mi comprovinciano Alejandro Auat en un estudio sobre los hermanos Wagner–; una especie de cantera simbólica para el abastecimiento de divisas que nos identificaran como nación.
Sin embargo, hacia fines de los ochenta, algunos narradores como Carlos Manuel Fernández Loza, Dante Fiorentino, Alberto Alba, empezaban tímidamente a hablar de y desde la ciudad, aunque en voz baja, con referencias muy sutiles. Quizás en la poesía también se daba un balbuceo urbano, aunque también solapado y quedo.
Va a ser en el año 1991, cuando en el Nuevo Diario de Santiago del Estero, se inicia la publicación semanal de unas extrañas notas de tono narrativo, cuyo tema casi excluyente era la Ciudad de Santiago del Estero y su mitología urbana. Se trata de la serie conocida con el nombre de “Zoco de la Buri Buri” de Jorge Rosenberg, que sigue saliendo hasta el día de hoy y que es leída todos los domingos por un importante segmento de lectores.
A medio camino entre literatura y periodismo, entre ficción y realidad, entre narración y poesía, el “Zoco” es un juego literario que, como todo juego, involucra de manera casi personal al lector. Invita a ser parte de su círculo, a revivir viejas emociones vinculadas a lugares y símbolos de nuestra ciudad. Es un convite casi irresistible.
El nombre de esas notas –sobre el que no voy a detenerme en estas páginas y cuya exegesis ya ha sido ensayada por muchos–remite a un juego infantil de palabras que aluden a cierta burla o fiasco. Con el tiempo estos textos ganarían creciente popularidad y serían publicados sucesivamente, además del diario,en seis libros sucesivos, desde el año 1996 hasta el presente. El Zoco, entonces, pasaría a ser una joya preciada de la literatura popular santiagueña.
¿Qué ciudad describe esta poética? Un Santiago que no existe ya, o que nunca existió o que solo existe como construcción emocional en la memoria de los santiagueños. La popularidad de estos textos da cuenta de una fibra muy íntima de los lectores, que se ha visto tocada por su magia. Algo no dicho en los discursos instituidos encontraba su eco y su palabra.
¿Qué incidencias tendrían en la literatura santiagueña estos notas tan leídas y celebradas por los vecinos?
Me animo a decir que esta publicación marcaría un quiebre, un antes y un después en la producción literaria de esta tierra. Porque después del Zoco, los santiagueños no escribimos de la misma manera. Hay un nuevo territorio que progresivamente ha sido conquistado y –por qué no–, inventado por la literatura.
¿Qué es lo que ha cambiado? El Zoco de la Buri Buri va a marcar un giro hacia la vida urbana y un creciente proceso de des-ruralización de la representación literaria. Con gracia, con humor, sobre todo con nostalgia, y con un infaltable guiño de melancolía, los escritos de Rosenberg impensadamente habilitarían a la ciudad como escenario, como horizonte y como tema para una nueva literatura en ciernes.
No podía ser de otro modo. Los escritores y poetas sentíamos el peso de una ciudad enmudecida, pero que pedía su palabra, que incitaba a una nueva poética. Al mismo tiempo había un límite duro en el mapa semántico de nuestra tradición, fuertemente marcado por reglas implícitas del campo literario. Lo urbano entraba dentro de una zona de exclusión y era demasiado audaz transgredirlo desde los géneros convencionales. Era necesaria la invención de un género marginal, vago, ruptural, que tuviera un poco de todo, pero que al mismo tiempo gozara de la frescura y la espontaneidad de lo cotidiano. Así, desde la contratapa de un diario menor de provincia, los textos de Rosenberg empezaban a hablar de cosas y lugares que eran parte de la vida de lectores desprevenidos: el Cine Splendid, El Rincón de los artistas, el Parque de los grandes espectáculos o el Bar y Billares El Tokio. Lugares de una ciudad que ya fue, pero que “ocurre en el presente imperfecto”. El “presente imperfecto” es acaso el tiempo verbal de la memoria, donde todo sigue sucediendo una y otra vez,de manera indefinida. Es un Santiago mítico que el autor descubre como un arqueólogo en los estratos inferiores de las representaciones de los vecinos. Está ahí, como las vasijas de los Wagner, a escasos centímetros de la superficie, con una solidez superior a la realidad del presente.
Pero mi interés aquí no es hablar del Zoco en sí mismo, sino de sus efectos en la producción literaria posterior. De manera progresiva,va a operar un giro de adentro hacia afuera: desde la interioridad telúrica hacia la exterioridad urbana, va a recuperar la palabra hundida en la densidad de tierra adentro para desplazarla hacia el afuera de la ciudad, sus calles y lugares públicos. Un afuera que está lleno de interioridades, atravesado de adentramientos, pero que tiene una visibilidad perspicua para los lectores que habitan este espacio.
Entonces, el pago va a ser reemplazado por la ciudad.
Una vez que esta operación está vigente con éxito, los santiagueños nos sentimos habilitados a narrar y poetizar este nuevo territorio que se abría frente a nosotros como una promesa. Primero, la ciudad de la memoria; después nos volcaríamos a una ciudad del presente o, incluso, hacia una ciudad posible, o supuesta, no siempre presente como referencia explícita, aunque sí como perspectiva, como punto de vista o como clima. Desde entonces, una nueva literatura se abre paso entre las calles. Supongo que un proceso similar, pero con características propias, se daría en otras ciudades del Noroeste.
Un hecho que da cuenta de este proceso es la publicación por parte de la editorial Barco Edita de un Antología con el título “Cuentos de la Ciudad Vieja” en el año 1997. Se publica seis años después del nacimiento del Zoco en las páginas de un periódico ya un año de la aparición de El libro del Zoco I. Es decir, podemos sospechar que esta antología sale a la luz, cuando el Zoco de la Buri Buriya es un efecto tangible en el campo literario. La intencionalidad explícita de antologar la ciudad es un indicador de que estamos ya en el giro hacia la vida urbana. La propuesta editorial tiene una manifiesta intención de visibilizar la des-ruralización del campo literario. Son quince relatos, compilados por Alberto Tasso, con prólogo de José Andrés Rivas. La ciudad vieja es aquella narrada en “presente imperfecto”, que había consagrado Rosenberg en su escritura. Por eso Rivas cierra su prólogo con las siguientes palabras: “Porque en rigor de verdad esta vieja ciudad, a pesar de que se empeñaron tanto en fundarla y en discutir quién la fundó, nunca existió. Ni está compuesta por los ilusorios límites de su cartografía. Sino que, como la literatura, solo existe por las ilusiones, los fracasos, los recuerdos, de los hombres y las historias que se entrecruzan en ellas, como si fuesen las calles y las esquinas de algún barrio”.
Esta ciudad, la mía, hoy por hoy es edificada días a día, página tras página, por escritores y poetas que recogen las ilusiones, los fracasos, los recuerdos de miles de santiagueños que quizás nunca han conocido aquella lejana Ciudad Vieja de la que hablan estas historias, pero que forman parte de este presente imperfecto en el que vivimos.
Pero volvamos a nuestra pregunta del principio. ¿Qué relación existe entre ciudad y representación literaria en nuestro Noroeste? A lo mejor podríamos decir, para el caso de Santiago, que hubo una ciudad preexistente, cuyo enclave estaba en la fantasía de los santiagueños, y que ha generado una poética que la representa. Pero esa poética se vuelve sobre ella y la diversifica en un archipiélago de textos que hoy se escriben bajo el cielo de este extraño, hermoso lugar en el mundo.
Fotografía: Ana Lucia Silvesti
Ana Lucía Silvesti nació en la provincia de Santiago del Estero, capital. Admirada por las artes, específicamente por el cine, a los diecisiete años se fue a estudiar la Licenciatura de Cine y Televisión en la Provincia de Córdoba Capital. Fue allí en dónde descubrió la fotografía como su gran pasión por lo que, bajo esta línea su formación se fue profundizando cada vez más. Actualmente se encuentra en la etapa final de una investigación sobre cine, para recibir su título final de grado.
Vive en la provincia de Santiago del Estero. Es doctor en Filosofía por La Universidad Nacional de Córdoba. Docente e investigador en la UNSE y en la UNT. Autor de libros de ficción, entre los que se encuentran Faustino (novela, 2011), La memoria del viento (cuentos, 2012), 1958, estación Gombrowicz (novela, 2015), Ciudad sin Sombras (Novela, 2018); y del ensayo El telar de la Trama. Orestes Di Lullo, narrativa e identidad (2015). Es autor del blog El cuaderno de Asterión, en línea desde el año 2009, donde publica artículos literarios y de actualidad política
Un placer leerte Lucas. Una escritura que anticipa quizas otra gramatica vinculada a las narrativas artesanales que cuentan, te cuentan, y «nos» cuentan en la mismidad, incesantemente, en circulos, como lo señalas. Felicitaciones.
Así es mi querido Lucas, el campo literario se ha des-ruralizado.
Muy buen artículo.
Excelente. Un placer leerte!
Interesante analisis del siempre lúcido y no menos comprometido,Lucas. Saludo este avance critico en la busqueda por entender de que esta hecha la litratura provincial. Abrazo entusiasta, mi querido.
Gracias, Juan, sé que compartes alguna ideas de este análisis y te invito a profundizarlo en textos y debates.
Muy lindo el artículo Lucas, muchas gracias por acercarnos estos aspectos de la literatura provincial, hay mucho para indagar, saludos!
Bueno e diagnóstico .la partida. Ciudad está e ebullicion y cambio. E monte desapareció e místerio. Asesinaron la lechuza. E campo se metió adentro la Ciudad.quiza u empeño y pretensión generoso de formas desarmadas e la letanía. Los quebrachos ya no están. Los trenes tampoco! No somos la ciudad de la furia. Nose qué queda de esta ciudad vieja.!