Suscribirme

ISSN 2684-0626

 

1/4 KILO
1/2 KILO
1 KILO
5 KILOS

«está comprobado que una comunidad que apoya su literatura tira menos papeles en el piso»

Libros Tucumán es una librería especializada en literatura de Tucumán ubicada en Lola Mora 73, Yerba Buena – Tucumán.

 

 

 

 

 

“Me parecía que yo tenía la obligación, el deber de vivir una vida de película”

Entrevista a Diego Puig

Por Pablo Toblli |

La primera novela de Diego Puig, publicada por Milena Caserola, es uno de los debuts narrativos más memorables de la década pasada en la literatura joven de Tucumán, y una obra que supo nombrar el mandato de heroísmo y exitismo que marcó a una generación que hoy supera los 30 años. Con motivo de la celebración, conversamos con su autor sobre el contexto de emergencia de la obra, los personajes excéntricos y absolutos, la ambición literaria, el escritor inocente y la autobiografía, entre otros temas. 

—Son diez años de tu novela debut, Nadar sin luz. Nos remontemos a comienzos de la década pasada, en donde todavía no teníamos la grieta política y cultural, el progresismo tenía sus ecos de esplendor, la alta literatura, la imaginación o el preciosismo literario todavía gozaban de prestigio y la literatura del yo daba sus primeros pasos en el under de Tucumán. ¿Qué tan consciente de tu contexto literario fuiste al escribir tu primera novela publicada? ¿Qué tipo de influencias internas o externas te jugaban al momento de escribir y decidir publicar?

Primero, te quiero agradecer que estés celebrando el cumpleañitos número diez a Nadar sin luz. Yo no llevaba la cuenta y un poco uno no espera, o no tiene muchas expectativas de que sus libros sigan siendo leídos, comentados o incluso celebrados diez años después. Es un enorme halago y una gran alegría. No sé cuál será el porcentaje de libros que tienen este honor, pero definitivamente es bajo. Así que muchas gracias.

Ahora vamos por el final de tu pregunta. Me genera sensaciones mezcladas la expresión “decidir publicar”, yo que tengo guardados manuscritos y que voy dosificando su publicación entiendo así el concepto de decidir publicar, pero al mismo tiempo es un concepto irrisorio porque los que verdaderamente deciden publicarte, cuando sos un escritor profesional, son las editoriales, no vos. Un poco que escapa a uno entonces la parte gruesa de esa decisión. Y por último, si te sabés escritor, publicar es un mandato, no hay decisión ahí.  Siempre supe que iba a escribir y ahora me doy cuenta que siempre supe que iba a ser un escritor profesional y para un escritor profesional no hay decisión en publicar, es un hecho.

Al mismo tiempo que tenía esas certezas, esas seguridades, era muy ignorante y muy inconsciente, temerario incluso. De literatura argentina sabía muy poco, casi nada. Creo que tenía más influencias del cine, la televisión, incluso el periodismo de espectáculos y la crítica de cine y de moda. A mí me marcó mucho En busca del tiempo perdido de Marcel Proust, sobre todo los tomos dos y tres. Pero igual de importante fue La edad de la inocencia de Martin Scorsese y el cine de Wong Kar-Wai y la frescura de un director de cine arte de culto como Olivier Assayas y también me marcaron mucho Beverly Hills 90210 y Sex And The City, La extraña dama y Ally McBeal. Y algunas novelas de Sidney Sheldon. Así que consciencia del contexto literario, casi cero. Sí había leído El pasado de Alan Pauls y me habían gustado mucho pero mucho las líneas sobre una clase de tenis donde Rímini, el protagonista,  tiene una erección guiando el cuerpo de su alumna. Para distraer se queja de las pulseras de ella, una mujer de mediana edad, casada, y le pide que se las saque. Y ella le contesta, “¡Pero si son de oro!”. Ese tal vez era mi contexto literario y la idea, vaga, difusa y completamente ridícula, sin ningún fundamento, de que iba a refundar la novela argentina con Nadar sin luz

—Existe el imaginario de que los escritores en sus primeros libros son bastante autobiográficos, bajo esa movilización inicial de que sólo se puede escribir si la existencia es lo suficientemente excitante, dolorosa o de mucho desgaste. En tu caso, ¿qué anhelos, qué susurros de eso que podríamos llamar la realidad te movilizaron a escribir tu primer libro? O al revés, ¿con tus primeros escritos o primeras lecturas sentiste que había como un desborde de lo estrictamente literario hacia algo más vivencial, a querer vivir como en las obras que leías o escribías porque estos eran productos más acabados, más heroicos, más excitantes, en suma, más lindos que la vida misma? 

Lo pienso en otros términos. Había un tema que es las grandes esperanzas para la vida de uno, ser una joven promesa, tener un destino de grandeza y que todo falle, el colapso, el derrumbe, la decadencia sin jamás alcanzar el punto más alto. Yo a los 26 años sentía que mi vida ya estaba arruinada, jaja, que no estaba destinado a esas grandes cosas y empecé a escribir Nadar sin luz con esa estructura narrativa en mente que se correspondía con ese estado anímico, pero que justamente lo contradecía porque buscaba superarlo; al fin de cuentas yo iba a refundar la novela argentina, jaja. Pero lo que vi fue una estructura narrativa que se ajustaba a algo que estaba viviendo. Recuerdo tener muy claramente, antes que cualquier cosa, el arco dramático, el arco narrativo. Los momentos o instancias de la trama. Que después terminó variando cuando decidí cuatro partes con voces diferentes, algo más coral, pero de alguna manera fui fiel a ese arco dramático, pero ajustado a lo que tenía (o cómo) tenía ganas de escribir en ese momento y no a un ideal narrativo. 

Al mismo tiempo siempre creí que mi vida era de película, con banda de sonido y todo. Así que andá a saber qué vino primero si el huevo o la gallina. Porque también me parecía que yo tenía la obligación, el deber de vivir una vida de película. Pero la novela también me ayudó a poner en palabras y a imaginar escenarios alternativos para mi vida: un perdón en el medio de la novela y otro hacia el final, la inexorable sensación de pérdida de control cuando el destino no se despliega como se suponía y tal vez las formas en que alguien puede ser amado, deseado y las respuestas que uno le da eso. A fines del 2008 y todavía en el 2012 cuando la terminé de corregir, cuando tenía entre 26 y 29 años, todavía era muy inocente o idealista sobre algunas cuestiones de la vida. Por las dudas, tuve dos alter egos en la novela: Lautaro y Anita y algo del orden de la fantasía romántica que yo tenía para mi vida ya empezaba a resquebrajarse. Tal vez Nadar sin luz haya marcado y a la vez también haya sido marcada por el comienzo de la pérdida de esa inocencia. 

—Me gustaría que conversemos un poco más sobre ese costado de escritor inocente. En esa candidez juvenil hay muchos escritores novatos que se obnubilan con sus primeras influencias literarias y no pueden tomar distancia. ¿Nadar sin luz está muy definido por tus lecturas de ese momento o más bien por la experiencia de vida? ¿Quiénes eran tus modelos literarios en aquel momento?

Era un lector muy ignorante. Soy un buen lector, pero bastante ignorante de autores, sin conocimientos profundos de estéticas y tradiciones literarias. Mis lecturas son muy sui generis, muy arbitrarias pero siempre leo con curiosidad. Muy temprano en mi formación lectora me casé con Marcel Proust y no quise leer muchos más clásicos. No recuerdo qué estaba leyendo por la época en que escribí la novela, salvo La carretera de Cormac McCarthy y acababa de descubrir a Cheever, y Una criatura adorable de Truman Capote. La idea de que El pasado de Alan Pauls era la refundación de la novela argentina fue importante, no sé si tanto desde la estética o como influencia literaria. No sé, tal vez sí o algunos detalles. Eduardo Muslip con Phoenix también fue una lectura importante. Pero recién años más tarde leería Opendoor de Iosi Havilio, El año del desierto de Pedro Mairal o Era el cielo de Sergio Bizzio. Siempre tuve una afinidad natural con John Cheever y luego con Jhumpa Lahiri, con la literatura anglosajona en general. J. M. Coetzee, Virginia Woolf y algunos franceses como Emmanuel Carrère y las últimas líneas de Ampliación del campo de batalla de Houellebecq. Después vendría Jonathan Franzen. Pero tal vez la influencia más pura en Nadar sin luz fueron los diálogos depurados, casi esqueléticos de McCarthy en La carretera, eso sí fue muy consciente, esa influencia. Decidí que yo quería escribir diálogos un poco esquemáticos, más estructurados por el sentido, por lo que quieren decir los personajes que por el habla o la conversación natural. Creo que por mucho tiempo mi santísima trinidad fueron Proust, Cheever y McCarthy. Después para reinventarte como escritor necesitás un nuevo panteón. 

—En Nadar sin luz hay una confluencia de diversos registros, hay mucho uso de la descripción paisajística, hay remansos poéticos. Hay como una ambición “arty”, como una pretensión de alta literatura, pero balanceada. ¿Coincidís? Me llamó la atención esto porque uno de los peligros de un escritor debutante es querer manejar muchas técnicas y lo que puede pasar es que uno termina escribiendo con palabras rimbombantes, pero cuando uno escarba eso no hay nada, sino sólo oraciones altisonantes puestas una atrás de otra. No pasa eso en tu novela. ¿Tuviste otros intentos fallidos antes de decidirte a publicar Nadar sin luz? ¿Cómo lograste ese balance en el estilo?

Yo siempre quiero escribir alta literatura, jaja, o literatura en serio, o Literatura así con mayúsculas. No quiero y nunca quise otra cosa. Pero en relación a eso que vos señalás, yo tengo una intuición muy natural sobre la escritura literaria. Hay cosas que no sé cómo me las enseñaron, si es que me las enseñaron o si las aprendí. Tal vez siempre estuvieron ahí, vino así de fábrica. Es lo que algunos llamarían talento. Lo veo en los talleres que dicto, cuando alguien no tiene talento porque no tiene esa intuición, eso de ver qué le falta o le sobra al texto, cómo resolver una historia o un problema que se presenta en la escritura, no ven posibilidades o sus opciones para narrar son increíblemente limitadas. Hay algo que no está ahí y con el tiempo mejoran, pero te das cuenta que no está ahí, que mejoran pero no se les hace carne, no es ellos, es algo impostado o algo superficial, no tienen versatilidad, flexibilidad, no tienen verdadero margen de maniobra, no pueden adaptar o adaptarse, tienen una fórmula que aplican y nada más. El talento es la parte mística de la escritura, lo que produce la alquimia en el arte.  

Ahora esto no quiere decir que no cometiera errores o tuviera algunos delirios o confusiones que la práctica fue corrigiendo como, por ejemplo, tener muchos personajes y no querer ponerles nombre, jaja. Cada vez que aparecía el posesivo “su” era un quilombo.  Hubo un borrador del primer capítulo que fue un poco delirante en ese aspecto; pero no, lo primero que escribí en mi vida básicamente fue Nadar sin luz y unos guiones de cine y de televisión. El de televisión era muy bueno, un El diablo se viste a la moda argentino, existencialista y decadente. Estaba en un compu que murió ahogada y me olvidé la contraseña del mail de yahoo donde estaba el back up y nunca la pude recuperar.

—Me da la sensación de que en las novelas de juventud hay personajes más absolutos, más definidos, sin tantos matices: entusiastas, oscuros, enigmáticos o eufóricos. Tienen ideales claros, formas de vivir que entusiasman sobre todo a la juventud, y esto seduce al lector y al escritor por qué no. Así es un poco Lautaro, el personaje de Nadar sin luz: refinado, culto, con una juventud peculiar y de cierto éxito. ¿Coincidís? ¿Cómo seguir escribiendo o entusiasmarse después de estas experiencias literarias que te invitan a un modelo tan absoluto?

Para mí fue natural abandonar esa fase absoluta, esencialista, tan romantizada. Porque me di cuenta de que me interesaba más la complejidad, los matices, las contradicciones y la multicausalidad. A medida que uno crece, madura, se pone más viejo, los extremos o los personajes muy definidos pierden atractivo. Ya no me interesa esencializar a los personajes. Ahora prefiero pensarlos en relación a un contexto definido. Son ellos y sus circunstancias, ¿no? Pero para mí Lautaro no era tan cool porque era más bien un padeciente. Pero al mismo tiempo los demás lo querían y lo celebraban aunque él no pudiera verlo ni sentirlo.   

—Hay lectores que construyen el mito de autor en esa distorsión de los límites entre realidad-ficción que hablábamos más arriba. ¿Te gustaría que te recuerden de esa manera, o cómo? ¿Qué tanto hay de Lautaro en Diego Puig?

Hoy casi nada, jaja. La batalla entre la luz y la oscuridad, nada nuevo bajo el sol.

Me gustaría que recuerden mis libros porque son buenos, porque los disfrutaron, porque tuvieron lindas experiencias estéticas, valiosas. Porque encontraron una imagen o un pasaje o una idea que cada tanto vuelve y les hace compañía.

Y a mí que me recuerden como un tipo alegre, bueno, simpático, y comprometido con el mundo literario de Tucumán y de Argentina. Alguien que creyó en aportar algo para construir un circuito literario más grande, más inclusivo, diverso, de excelencia y más próspero. 

—¿De qué manera sentís que tu primer libro perdura hoy en tus búsquedas literarias o de otra índole?

No sé, en mi escritura miro más para adelante, no tanto hacia atrás. Amo Nadar sin luz, tal vez sea mi libro favorito de los que escribí pero es un punto de partida, no un principio rector. Me gusta no saber tanto sobre el futuro, no pensarlo tan determinado por el pasado, quiero creer que lo que se viene va a responder al momento en el que lo esté escribiendo. Y me da un poco de tristeza ya no ser capaz, no poder sostener esa intensidad del lenguaje. No lo llamaría una búsqueda, pero cada tanto extraño no tener esa intensidad. Igual con un libro así ya es suficiente, jaja. 

 —Para cerrar, ¿te arrepentís de algo de Nadar sin luz, o quisieras cambiar algo?

Es una novela muy ansiosa. Podría haberme tomado más tiempo para desarrollar algunas ideas o situaciones, pero tampoco hoy sabría cómo hacerlo diferente. Leo la novela y me gusta. Creo que el primer capítulo de los cuatro es mi menos favorito. Amo el dos y el tres, están perfectos así como están. Y el delirio del cuarto que no fue muy popular en su momento, a mí me sigue gustando. Te copio algo que me mandó por mail Juan Terranova, a quien le debo mucho junto a Maximiliano Tomas por la publicación de Nadar sin luz:

Nadar sin luz será un ícono gay mayor como Madonna, irónico y no irónico, elegante y arrebatado, siempre rítmico. (El ritmo de la prosa me parece una cosa hermosa, la textura del libro es muy bella).

Pensado así no hay nada que quiera cambiar.


Fragmento de Nadar sin luz

En una extensión verde regada por el sol de invierno, Lautaro arreglaba una hilera de arbustos de rosas. Lautaro guapo y de buen gusto. Un buen gusto revelador opacado por su inaccesibilidad, por la incapacidad de desempacar, desplegar, desarticular el todo que se revolvía en su fuego lento; espeso y sazonado. Sus ojos ya batían desexistencia; un vacío insondable de melancolía y miedo punzante, como el que goce que no goza. Me acerqué por el otro lado de la hilera de rosas a su silencio soleado, frente a él, separados por las plantas. Mi falda larga lamía el césped bien cortado, reproduciendo el sonido de una cuchilla…


Diego Puig nació en Tucumán en 1982. Es autor de las novelas Nadar sin luz (Milena Caserola, 2013) e It girl (Gerania Editora, 2020) y de los libros de cuentos Vírgenes infinitas (Ed. Mulita, 2018) y El problema de la luz (Gerania Editora, 2022).

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *