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ISSN 2684-0626

 

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El instante acrecentado

Por Pablo Toblli |

La fuga es un tema descuidado en la poesía contemporánea, sin embargo, Gustavo Lujan logra, en su poemario Quedarse con la luz, recuperar aquello que sólo pocas cosas en el mundo pueden darnos, que es la necesidad de cierta alteridad temporal, espacial y existencial. En este sentido, los poemas de este libro logran sustraernos de un yo rutinario, logrando un entendimiento con lo inesperado, como lúcidamente advirtió René Char, configurando lo que él llama una retórica del misterio: “Me tiro de espaldas sobre la hierba seca, / el ramaje desnudo de los árboles / esconde una secreta caligrafía.” Así abre Gustavo su libro, sobre el pie del hallazgo pleno. 

En este punto, el poemario trama una urdimbre desde la cual las preguntas, los suspensos, los atisbos de luz en la sombra trazan el mapa de una sensibilidad despojada de ciertos automatismos ligados a la vida de las insípidas urbes, entonces, el poeta se enfrasca en un idilio que tiene como única camarada identitaria a la naturaleza, estableciendo una simbología a partir de la que el sujeto habita, directamente la existencia, en esta crónica poética de viajes: “Los árboles estiran sus miembros leñosos / hacia lo profundo de la luz / […] para perforar el canto estático de las horas / ese pedacito de cosmos: tumba y templo.”

Gustavo transita magistralmente su hecho poético, busca incansablemente entre lo sagrado de la naturaleza. En esta insistencia, el poeta se construye como un auténtico develador de formas otras, crea una gran potencia de pensamiento y percepciones agudas que colman la inmensidad, en un gesto que ni él mismo pareciera advertir; el yo recupera cierta inocencia que se emparenta, sin dudas, con aquello que Diana Bellesi definió como el verdadero  devenir revolucionario de la poesía, “la alerta por el alma de lo humano a punto de perderse”: “Vos sabes que el mundo / fue y me será hostil / me lapida la indiferencia, / la injusticia es como una lepra / que asedia mis sonidos, / […] me murmuras en la brisa / una canción de cuna, / para los tímpanos heridos / de mi humanidad.” 

Los poemas de este libro componen pasajes e imaginerías sublimes, con un yo que se funde en la naturaleza en un gesto de exquisito fuguismo de viajero, que desmantela y socava el tufo temporal y revierte una existencia siempre a punto de eclosionar, constituyendo un tiempo en el que el lector quiere permanecer y eternizar, en estas líneas, instantes de atisbos primordiales, como si el tiempo fuera otra cosa y no algo que nos apremia. Gustavo entiende y siente lo que Gaston Bachelard nos dice a cerca de la poesía, la cual se percibe en un instante de revelación y de discontinuidad, que siempre está enmarcado en un intervalo subyugante de silencio: “En las modulaciones de la sombra, / soy el atestiguante / de que la luz en celo es solo instante. / […] Arriba de mí mismo, / adentro de mí mismo, / invento la mirada.”

Por otro lado, el mismo Bachelard nos advierte que todo buen poema posee un tiempo vertical, en el que se valoriza o desvaloriza algo, en una pincelada en la que el poeta y el lector se sienten ascender o descender, sin embargo, el autor de Quedarse con la luz realiza un curioso oxímoron que atraviesa todo el poemario, y desafía y amplía el tiempo Bachelardiano del poema: no opta por la fragmentación y la cavilación existencial más lacerante, no desciende hasta los abismos de la locura más lóbrega y descuartizante, sino que administra los pequeños haces de luces puras que le dejan las sombras intermitentes de los árboles. Es por ello, que el escritor que ya conoció los más dolorosos y reveladores descensos, elije siempre volver a escribir y no quedarse en una postura inmadura de poeta adolescente, tratando de mostrarnos una obertura desde la cual llegar a algo con este oficio estrambótico y, muchas veces, a pérdida que es escribir poemas: “Están aquellos que atan los transparentes destellos del cielo en las sombras / yo, / que soy una bestia, / un animal corrompido por la piedra y la bruma… / Elijo escribir.”

Gustavo, al final de su libro, nos cuenta que su escritura no pretende ser original ni innovadora, sin embargo, nos enseña lo más importante de la poesía, que es construir el mundo, a pesar de todo, con un puñado de lugares e instantes bellos en los cuales permanecer un poco más.  

Imagen: Quedarse con la luz de Gustavo Luján. Editorial Lago, 2018.

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