Samuel Cortéz |
Durante el mes de marzo de este año en la provincia, se dio el totalmente atípico caso de apertura de tres espacios culturales nuevos. La sala “Armando Diaz” en el Cadillal y en San Miguel de Tucumán: “Puerto cultura” y “Casa Lujan”. Estas dos últimas, después de recorrer todos los pasillos angostos y lacerantes de la burocracia, y luego de largos procesos de resistencias con enormes esfuerzos físicos y económicos. En los tres casos, además, como parte de proyectos de subsidios del Instituto Nacional del Teatro (INT).
En particular voy a contar sobre Casa Lujan, espacio por el que tuve la oportunidad de pasar y ser parte en algún elenco hace unos años. Casa Luján en si no es una sala nueva de teatro, sino que gracias a un subsidio pudo realizar la compra de la propiedad a los distintos herederos con las ansias de reforzar el faro cultural que ya son en la zona. Cesar Romero (actor, director y formador) es su cabeza y su rostro, atrás de él lo secunda su grupo de trabajo y familia.
El espacio funciona desde el 2004, cuando comenzaron a darse algunas clases de teatro en lo que hoy sería la entrada del lugar, desde ese arranque no ha parado de formar estudiantes de teatro principalmente y de producir obras y muestras. Por esto es que la apertura de Casa Lujan se respira como un soplo otoñal de reconocimiento y justicia para un lugar que lleva años aportando al mundo de las artes en la provincia y, más aún, en el popular barrio de Villa Luján.
Casa Luján es en sí misma una oda a su propio nombre. Antes que nada es desde su arquitectura una casa más de barrio típico. Un hall pequeño de recibimiento, una cocina comedor y al costado tres cuartos (dos de ellos vestuarios), un salón grande y un fondo gigante. Esto vuelve al lugar acogedor desde la entrada, se siente como un guarecerse, y la impronta familiar de Cesar cubre hasta las paredes en detalles con objetos y cuadros viejos, que contrastan con las nuevos arreglos y cambios de los que está siendo parte la casa, lo que le otorga cierto aire estrafalario a algunos sectores.; pero que si se mira en detenimiento se observa siempre un cuidado preciso, como si cada cosa estuviese elegida para ocupar ese espacio y no otro, casi como si hubiera ya una historia que contar en el orden de las cosas, un estilo del lugar que le aporta toda una impronta identitaria propia.
Para quienes disfrutamos de ir a distintas salas de teatro, esa característica de identidad que tienen algunas pocas salas, es vivida como un verdadero regalo. Hay una comodidad y hospitalidad que no se siente en las grandes salas ni en los circuitos más comerciales y que muchas veces en estos espacios más pequeños o descentralizados se agradece.
Charlar con César, de manera distendida, completa el cuadro visual e imaginativo de casa-hogar que la fachada entrega. En sus palabras figuran todos los estudiantes, obras de teatro y formadores que han sido el aire que ha respirado la Casa en estos, ya bastantes, años de andar. Pero no solo el cuerpo de los artistas transita el largo terreno, sino que entre las esquinas del interior, en los camarines, debajo de la cama, en la cocina al lado del lavamanos, en el baño, en cada rincón de la sala y más que nada en el fondo, en cada uno de esos lugares habitan muchos y muchos fantasmas ocultos. Buenos convivientes con el paso del tiempo. Casa Luján además de casa para artistas, es la morada donde el arte conversa con almas de otros tiempos y energías que asustan e inspiran, y que por ende acostumbran por terminar siendo parte en las puestas teatrales que se producen en el lugar. Los trabajos terminan por estar cargados de un color siempre muy personal y subjetivo de sus hacedores, pero también de una mística que le es medular al espacio.
Como en todas las salas del mundo, la llegada de la pandemia supuso para la casa un cierre por un larguísimo tiempo con el acarreo de tensiones y ansiedades que se generaron para todo el sector; pero a esto en Casa Luján se sumó la incertidumbre por los tiempos en las gestiones y los plazos de vencimiento de los subsidios. Demasiada presión y angustia, en pleno encierro, que César se vio obligado a buscar como descargar. Y lo hizo con sobrada disciplina, constancia y devoción, llenándose las manos con tierra. Casi como si fuese un ritual terapéutico y sagrado.
Para quienes tuvieron la oportunidad de asistir a la inauguración del lugar lo que más maravilla, entre las transformaciones en proceso, es la reconstrucción del fondo, devenido en patio trasero. Tantos meses de encierro y trabajo que dejan de saldo un patio mucho más largo que ancho, bien de casa vieja de barrio, con senderos en el suelo y distintos canteros plagados de malvones, amarantos, cactus, filodendros y alocasias cuidadas con manos que parecen profesionales. Dos árboles gigantes dibujan en el suelo sectores de hermosas sombras para los días calurosos, un lapacho al ingreso del patio con una copa perfecta y al fondo una palmera gigantesca. Por los bordes el verde de las lechugas y rúculas prontas a ser cosechadas se corresponden a la zona de huerta, zona decorada con unas luffas que reptan por la medianera. Entre medio de tanto verde, por entre las plantas, desperdigados se aparecen restos de teatro como si fueran los frutos del tupido paisaje: una máquina de escribir, una tina vieja convertida en estanque y cabezas de toro con cuernos enormes son algunos de los objetos que embellecen aún más y recuerdan siempre que en ese sitio, sobre todo, se hace teatro, se aprende a actuar y se vive el arte con la intensidad del que está pronto a salir a escena.
Con el paso de distintas obras, de elencos de otras provincias y de otros docentes y alumnos, lo teatral fue creciendo como musgo sobre la superficie del inmueble dibujando los relieves de la casa con su sello, sus reliquias sin valor aparente y sus relatos por contar. Los recuerdos de las muestras de talleres, los objetos de las obras viejas, las plantas (cada una de ellas), el vestuario y todo lo que se ve en el espacio, con los varios y bellos animales que viven en el lugar, son para César puntas de historias, comienzos de cuentos que no tiene problema en contar haciendo gala de sus dotes de actor. Historias que tienen mucho de familiar, de real y gran parte de ficción, maquillaje narrativo propio de los teatreros. Es que en este hogar todo está servido para la actuación, para inspirarla, provocarla -en sus dos sentidos- y embellecerla. Por eso lo personal y lo ficcional han tenido límites muy difusos en muchos grupos a lo largo de los años; es que pareciera que no hay muchas más posibilidades al entrar a la casa que la de actuar, la de arrancar una situación dramática, aunque eso se lleve a cuesta a los propios actores. César mismo no sale del rol y no puede dejar de actuar aún en sus nuevos papeles. No se describe ni a él ni a su grupo de trabajo como administradores del lugar, expresión bastante gélida para nombrar lo que se hace en los centros culturales; se sienten más bien actuando, representando personajes de una obra, de una ficción mayor. Actúan de albañiles, de carpinteros, de serenos, mucho de jardineros, de brujos y chamanes y van mutando de rol en rol al ritmo de los cambios de la casa, que sigue con modificaciones y con proyectos de más refacciones en el corto plazo.
Al momento de la publicación de estas palabras, las condiciones epidemiológicas nos vuelven a impedir la presencialidad en las salas de teatro y recrudece aún más lo golpeado que viene el sector cultural. Es por eso que espero que la situación se revierta con la mayor celeridad posible porque, tal como lo evidencia Casa Luján, las salas durante la pandemia no perdieron el tiempo y siguieron trabajando con los vientos en contra por mejorar sus condiciones, por embellecerse, por reenamorarse de ellas mimas para enamorar al público tras las restricciones. Además, que en el corto periodo del que venimos, donde se pudo volver a asistir físicamente al teatro, las salas estuvieron llenas (está claro que recibieron mucho menos público por las medidas sanitarias) demostrando la avidez de los espectadores. Por eso con un nuevo día se acrecienta aún más el deseo de poder volver a disfrutar de manera plena de las salas nuevas y viejas o, como en este caso, vieja y nueva a la vez. Ojala pronto el público, que como los alumnos en buena medida son de la zona, pueda disfrutar del patio lujanero, con un cerveza en la mano mientras conversa con otros espectadores y con los fantasmas locales sobre la obra de teatro que juntos acaban de ver, al lado del papacho macho que crece en el cantero central.
Imagen 1: Casa Luján, por Florencia Zurita.
Imagen 2: Patio de Casa Luján, por Matías Chilo.
(1989, Tucumán). Psicólogo. Actor. Espectador asiduo.
Excelente escrito. He tenido oportunidad de asistar un par de veces a Casa Luján y dada mi ignorancia en la materia, que me hizo asociar durante mucho tiempo a las obras de teatro llevadas a cabo en grandes teatros, como el Alberdi o el San Martin, ha sido gratidficante disfrutar de una obra en una sala con ambiente hogareño como muy bien describís.