Por Mario Flores |
Dentro de veinticinco años nuestra canción va a ser un clásico.
Y los niños y niñas de todas las escuelas / la van a cantar en coro
en los recreos / y en los actos escolares.
Pablo Espinoza (“Clásicos”, Muchacha Indie, 2014)
Recuerdos del Año del Gallo Rojo. Un día de invierno de 2017, durante una presentación en la Biblioteca Provincial de Salta, me atreví a denominar a Almadegoma Ediciones como una “editorial de mochila”. Por dos motivos:
a. Su presencia, exclusivamente en ferias y festivales (y no en librerías), establecía un itinerario de reconocimiento personal (como quien va a un enfrentamiento bélico, con su mochilla llena de molotovs y libros escritos por desconocidos). Es el editor quien está del otro lado del stand, quien conoce a fondo los títulos que integran el catálogo y puede otorgar información precisa sobre cada uno de ellos: no un ser humano tercerizado que debe ir hasta el último cajón recóndito de la librería a buscar ejemplares de editoriales independientes que desconoce (porque la vidriera está reservada para los sellos de la industria monopólica). Lo que al principio puede interpretarse como una “limitación” (la imposibilidad de hallar un ejemplar preciso en un local cualquiera de cualquier cadena de librerías del país o, cuando no, en los supermercados llamados Ferias Internacionales del Libro, supuestas mecas de paso obligatorio que otorgan legitimidad) se revela entonces como una apuesta estética e identitaria que provee al libro de un cuidado que no podría obtener en las estanterías comerciales ajenas: se establece un circuito de difusión minuciosamente pensado, de acuerdo a las condiciones de accesibilidad y rentabilidad, y el análisis sobre las posibilidades de lectura. Algo que sólo puede determinarse si un catálogo está compuesto por decisiones literarias y editoriales, sin dejar al azar el comportamiento y funcionalidad que puedan tener estos dispositivos textuales: su carácter de diseño y compaginación, y el diálogo entre las diversas búsquedas (u obras) que conforman ese metaverso editorial.
b. Una mochila está confeccionada para ser llevada en la espalda de una persona. Almadegoma Ediciones es un proyecto de publicación y experimentación literaria dirigida por una persona. Pablo Espinoza (San Salvador de Jujuy, 1983) es artista plástico y poeta. Pero el rol de editor está necesaria e íntimamente relacionado con los dos anteriores: es el editor quien selecciona y emprende las tareas de realización y publicación, a través de una labor que me gusta llamar entrecruzamiento para la conformación de obra. Algo que en los sellos más ortodoxos puede denominarse curaduría, evaluación editorial o, por qué no, dirección artística. Pero Almadegoma Ediciones no es (nunca fue) un sello ortodoxo. Punk, disruptivo y artesanal, pocos proyectos editoriales llegan a ser considerados (por lectores, editores y autores) como precursor, emblemático y de culto. ¿Cómo decidir por quién apostar a publicar y por qué? ¿Cómo propiciar que esa apuesta dialogue con las líneas estilísticas que plantea el sello? Y ¿cómo sostener a través del tiempo (14 años), en medio de un recorrido por ferias y festivales de poesía de todo el país (sin mencionar los proyectos alternativos que involucran distintos soportes digitales y transmedia), que se mantenga intacto ese sabor gracias al cual uno pueda decir “este es un libro de Almadegoma”?
El futuro huele a libros hechos a mano. Almadegoma Ediciones nació a mediados de 2007 como un proyecto artesanal de autopublicación. En una entrevista transmitida por Monoambiente Editorial, en julio de 2020 y en medio de la Fase 1 del Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio, Pablo Espinoza responde, además de lo que motivó la fundación del proyecto, sobre el mecanismo de selección de autores y lo que puede considerarse un sello que identifique a una publicación como un libro de Almadegoma, dos posibles pilares para entender el funcionamiento de su catálogo y los leitmotivs que se ejecutan en su diseño, además de los ámbitos por los que eligió circular.
Sobre la decisión de publicar libros de amigxs o sobre las circunstancias que llevaron al hecho de que muchos conocidxs, de una forma u otra, arribaran al catálogo de la editorial, dijo: “El único criterio que tendría que importar es que los textos a publicar estén buenos”. En total, Almadegoma Ediciones cuenta con doce títulos, incluyendo poemarios individuales, antologías físicas y digitales (más algunos títulos descatalogados que han quedado atrás en el tiempo y no fueron reimpresos). Si bien, en esos títulos se encuentran nombres clave y probablemente (hoy) esperables dentro de la incipiente literatura alternativa del NOA, nadie puede negar que sean producciones excelentes. No sólo la calidad de los textos y el talante literario de quienes están detrás de las páginas se luce, sino que su mayor logro reside en ese diálogo de convergencia entre diseño, estructura poética y montaje visual. Nadia Sol Caramella, Claudio Rojo Cesca, Fabián Mamaní, Elizabeth Soto, Fernanda Salas, el mismo Pablo Espinoza y un tal Mario Flores, consiguen albergar sus versos con soltura en paisajes multicolor de profunda tradición animada, apocalíptica y de alternativa retrofuturista.
Los nombres antologados en la serie Quince Minutos Con Vos (de siete tomos), incluyen a Rosario Bléfari, Eloísa Oliva, Marcelo Díaz, Natalia Romero, Sebastián Realini, Sofía de la Vega, Álvaro Méndez, Anna Pinotti, Daiana Henderson, Meliza Ortíz, Pilar Carranza, Belén Cianferoni, entre otros. Cualquier sello editorial independiente, de las grandes capitales o de pueblos perdidos en “el interior”, puede sentir libre admiración y sorpresa ante semejante listado.
Sobre la posibilidad de un sello característico, Pablo Espinoza decía que “con el tiempo se fue dando lo que sería una especie de línea editorial, línea poética, que vos lees los textos y les encontras una línea en común (no porque todos tengan el mismo rango etario), se fue dando porque responden a esa línea del lenguaje, una búsqueda poética. No hay gente que quiera descubrir el sentido de la vida en un poema: es una poesía fresca».
Las condolencias son para los muertos. No considero que se le deba el sentido pésame a Almadegoma Ediciones, como si de un cúmulo de huesos de dinosaurio se tratara (nada más lejano, en vista de los magnánimos dinosaurios radiactivos que Pablo Espinoza suele incluir en collages y visuales digitales). Si bien el contexto de pandemia estableció el freno de actividades (sobre todo, ferias, giras de presentaciones y lanzamientos de nuevos títulos) y acentuó condiciones de extrema lejanía que hacen más difícil el acceso a material que circula por fuera de las grandes redes marketineras, su cese puede deberse a razones más personales que profesionales. En la cuenta de Instagram @almadegoma_ediciones puede leerse, a modo de sutil despedida, el siguiente mensaje:
“Oficialmente Almadegoma Ediciones queda en suspenso (no quiero decir que es el fin porque es más doloroso, pero por ahí va la cosa). La poesía necesita una difusión activa. Gracias a quienes acompañaron el proyecto desde siempre. Gracias a lxs lectorxs y autorxs que creyeron en esto. Gracias eternas. Por favor, cuídense y cuiden a quienes tengan cerca”.
Debido a que el comunicado está posteado en Instagram y yo no tengo Instagram, me enteré del mismo a poco más de un mes de su publicación original. Sin embargo, considero que las condolencias son para los muertos y, a lo sumo, el lamento para los deudos. Probablemente, quienes no cuenten con algún ejemplar de Almadegoma Ediciones en sus bibliotecas. Por ustedes sí, lo siento, ya que os habéis perdido de la oportunidad de conservar objetos únicos, diagramados con precisión de artista, hojas impresas y dobladas en casa, cada libro irreproducible, sin la posibilidad de que se consideren clones offset exactos embalados en masa, que después juntan polvo en anaqueles anónimos. Por el contrario, mi sorpresa se debe a que ese pequeño texto de despedida, está acompañado por una de las ilustraciones originales que Pablo Espinoza hizo para el libro Cuando llegue el fin de los tiempos (publicado en aquel invierno de 2017). Ese brazo robótico casi enterrado, casi obstinado por mantenerse en la superficie, atestiguando una poderosa tecnología (un poderoso arte), que estuvo aquí mucho tiempo antes que nosotros. Y pudimos aprender de esa tecnología, de ese modo de producir, de crear objetos hermosos, vivos y prestos a infinitas lecturas y nuevas perspectivas.
En esa presentación (en la que también estuvo Daniel Medina compartiendo un texto titulado “Notas sobre poesía postapocalíptica”), Pablo Espinoza comenzó diciendo: “El hecho de ser una editorial pequeña, y que se mueve casi exclusivamente por ferias hace que, al momento de elegir a quién edito, elijo a alguien cuyo material me convenza, me guste, y que sea un material que yo esté dispuesto a ponerle el cuerpo en ferias y eventos, que va de viaje; así que eso fue una forma disimulada de decir que me gusta mucho cómo escribe Mario; y bueno… eso; este libro viene en formato EP con poemas de Mario, en la voz de él, musicalizados por Fernando Kronchyman, que es mi hermano, con el que también estamos llevando un proyecto paralelo de música y poesía (Wawa-ShyShy Records); y bueno… eso es todo por mi parte, ahora me voy a hacer de público…”. Una última frase que parece muy apropiada para esta nota en este momento.
En el estadío actual, en el que el lloriqueo poético autorreferencial (muy similar a la queja literaria constante de quien se le enfrió la comida porque pasó demasiado tiempo haciendo stories del plato), nos entrega tomos y tomos de monólogos discursivos escupidos por imprentas prepagas, que se disfrazan de proyectos así llamados autogestionados, la desaparición de Almadegoma Ediciones es una mala noticia para quienes continúan en busca de aquel territorio border e insurgente, artesanal y de tiradas especiales. Donde los monstruos ya no están debajo de la cama, sino que viven en cada página.
Mario Flores
Martes 14 de junio de 2022
Año del Tigre
(Tartagal, 1990) es escritor y editor. Recibió el Premio Literario Provincial de Salta en Categoría Cuento por Necrópolis (2018). Publicó las novelas Hikaru (2018), Cacería (2022) y El poder de los elementos (2022), todas a través de Editorial Nudista. En 2023 publicó Paisajes radioactivos: Frontera, crisis y estética del caos en la literatura de Tartagal, 1992-2022, su primer trabajo de no ficción.
No todo lo que se escribe es publicable, y por eso, existen los karaokes, las redes sociales, los medios de auto locaciones, etc, para que los que no somos elegidos espontáneamente por un público, igualmente nos creamos especiales. Renegar de eso, es bastante ingenuos, de modo que, concuerdo totalmente con Mario Flores.