Por Martín Aguierrez |
Universal delicia,
no esperabas
mi canto,
porque eres sorda
y ciega
y enterrada.
Pablo Neruda, Oda a la papa
Siempre me gustó el remolino que forma la cáscara a medida que el cuchillo le quita el abrigo a las cosas. Una trenza larga que requiere la maestría de la mano para que el remolino continúe y rebote en el piso. Las papas se acumulan en el cajón del patio. Mi abuela las separaba del resto de las verduras y las disponía a la intemperie. Una casa especial para las papas, condenadas al exterior por los sedimentos de tierra, una costra de barro que la hacía apta para la supervivencia. Imagino el corredor andino que las trajo a la casa de la infancia y ese camino está lleno de bucles que emulan los remolinos en el piso de la cocina, fragmentos torcidos de desamparo.
Cuando corto, los girones larguísimos desaparecen y emerge el borde estridente de las cosas. Cuando corto, el bucle se pierde y me enfrento a un sistema de amputaciones que saca la tierra del medio y desecha la cáscara. Comenzar es cortar y la mano me pide que agarre el pelapapas y dé inicio a la masacre del remolino porque los chicos tienen hambre; y con hambre no hay memoria, ni abuela, aunque sí una costra gigante de barro que sedimenta la garganta.
Siguen las papas en el exterior. Extranjeras, entran y salen, ensucian la casa y nos recuerdan que somos polvo. Con pelapapas en mano, me aboco a la tarea de desgarrar ese recuerdo y poner el polvo en otro lugar. Podar la larga raíz que entró tierra adentro y penetró hasta macerar. Quizá el barro que se asienta en la bacha de la cocina y que salpica la vista con capas truncas de cáscaras muertas, arme otra metáfora del mundo y del tiempo; ya no como remolino que rebota en seco y expande el eco del desamparo sino como segmento corto y fugaz, rápidamente olvidable, que amputo con premura para soportar la intemperie.
Se inicia la masacre. El pelapapas con su ruido de acero entierra la papa. Me sumerjo en lo automático del movimiento y a medida que deshago la piel espesa del tubérculo, los gestos de la abuela mueren, la memoria familiar es un ruido sordo. Canto, corto y dejo que emerja el borde filoso del mundo. Ya no hay tierra sino el sabor del óxido de las cosas que se mueren.
Martín Aguierrez (San Salvador de Jujuy, 1987) es Licenciado de Letras por la Universidad Nacional de Tucumán y Becario Doctoral del CONICET. Forma parte del colectivo Chubascos, grupo creativo que coordina encuentros y talleres de lectura. Publicó Palimpsesto profano: la escritura de Washington Cucurto (IIELA-Facultad de Filosofía y Letras de la UNT) en el año 2016 y artículos académicos en revistas de especialidad tanto del país como del exterior. Asimismo, ha prologado libros de poesía y narrativa de autores tucumanos.
Tan bello, pensé en la reina batata de María Elena Walsh. Las imágenes me encantaron.
Reina batata bien podría ser un tema libre a futuro. Amo las asociaciones posibles. Amo la cadena de enunciados que no tiene fin!
Esta es la papa de pelar papas. Y tantas imagenes que son recuerdos compartidos de infancias de casa de abuela y cajón de verdura.
Tema libre que se me vino por mi abuela: la papada
¿Querés escribirlo, Majo? Bienvenido el tema y vos, por supuesto.
Muy lindo texto, Martín.