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ISSN 2684-0626

 

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«está comprobado que una comunidad que apoya su literatura tira menos papeles en el piso»

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Página sobre página XXXIV

Por Maira Rivainera |

La música del lenguaje nos canta los discursos que tarareamos acostumbrados. Parece una proposición poética y en verdad, la música del la escritura es un oficio solitario ha pasado de boca a oreja durante largos lapsos de dislocación entre las palabras y los hechos. Una de las definiciones de humanidad es que se es ser social pero una realidad comunitaria es que se funciona cual fiera semántica. Hay quienes ponderan el tamaño del mundo de cada cual resulta proporcional a la extensión del vocabulario que posee para poner en forma el espíritu y abrirse o mostrarse o enseñarle algo de sí (no algo verdadero, algo) a otros. 

En caso de que fuésemos seres sociales, qué tipo de no existencia estamos siendo cuando nos cae mal el sucio que come en la vereda, el mugriento que fuma los dedos rotos en el umbral de una puerta, la alarma que nos acecha cuando pasa la moto escuchamos gira uno desciende y perdemos o entregamos algo. Pero la escritura se toma por oficio de solitarios, ascetas de la polis, reacios a la ciudad. Hay esa pregunta automática de entrevistador inquiriendo al artista del lenguaje si piensa en el lector o no; el otro siempre: en un lector seguro, pero en cuál no sé. O bien: en uno con tal tal y tal atributos. O: en los que vendrán. En los que no existen. En otro como yo. La voluptuosa identidad de escritor que toma en consideración al lector, inclusive ha adquirido la forma conceptual de meta-escritura o autoconciencia. Por ejemplo ahora yo podría preguntarme e introducir en la oración quién, cuáles y cuántos van a pasar por estos párrafos antes de ir a ojear los títulos para ver si clickean algún seguir leyendo.  

Pero introducir la realidad de la lectura para el que lee rompe el pacto de silencio de la letra. Cuando yo leo sé que leo, sé que alguien lo ha escrito, ¿por qué necesitaría saber yo el que escribe sabe existo o si sabe o no qué hace? ¿sé yo si existo, me siento considerado en la partícula íntima de identidad cuando un texto rasga la página y me atraviesa ese filo del grito con firma del autor que quiso dirigirme una palabra directa y ¡oh, paradoja! solamente ha calado en el cuerpo callado del arrullo del lector escuchándose la voz haciéndose nueva al descubrir la idea, para redundar en Yo escritor soy una persona viva y recuerdo a usted –un tú general que me anula en la particularidad incógnita del estima de mí hacia mí misma – que soy Alguien? 

El acto perpetuo de la escritura a secas sucede cuando escribiendo por fin se accede a ese recóndito otro mundo dentro de éste, que contaba el poeta. No es un acto solitario en la medida en que ninguna voz ha aprendido a hablar sino con palabras ajenas, en el instante de la firma se consolida la ficción de que habría alguna propiedad del cuerpo sobre las palabras. El que lee tampoco está solo pero no en compañía de quien haya trazado esas grafías que ahora recorre, leer es ir a la multitud. Levantar la palanca y poner a andar la máquina de los sentidos que se sostienen en ese acto cotidiano de charlar. Eso que es lengua viva y quiere cristalizarse en enciclopedias para transgredir la fugacidad temporal del sonido del habla, sostiene la ficción de que quien escribe piensa y que quien piensa ha estado solo. Quien escribe ha sido multitudes y tomado prestada la palabra. 

La Papa hace consistir en cada número esa idea de que habemos unos cuantos, queremos saber en qué andamos, pero quizá no sean sino páginas en blanco arrojadas al viento en busca de que algo de ese barullo de las calles e interiores de ambiente se estampe y una vez que cese el candor de las direcciones, levadas las velas, unas y otras impresas apiladas sobre el piso los papeles queden dispuestos al paso para un encuentro fortuito. 


Sumario mayo 2022

Comentario de libros: Los restos que vuelven, por Marcos Urdapilleta.

Ensayos: ¿Cuántos libros de literatura del NOA hay en tu biblioteca?, Por Cecilia Rocabado.

Comentario de libros: El espejo y el camino, por Lucas Cosci.

Comentario de libros: Tratado sobre lo intratable: ajustes “Sobre la distorsión”, de José González, por Héctor Chaile.

Comentario de libros: Antiheroína, por Gabriel Gómez Saavedra.

La Contratapa: “La buena literatura tiene que funcionar como una lámpara, no como un espejo”. Entrevista a Nicolás Mavrakis, por Diego Puig.

Comentario de libros: Otro libro de minitahs (Umas, 2018) de las Topas bajo la lluvia, por Belén Navarro.

Autores: Serie autores a contrapelo IX, por Gonzalo Roncedo.

¿Ydiai?: Pesadilla filosófica en cuatro actos para grupo teatral en crisis, por Santiago Garmendia.

Comentario de libros: Los bultos o de cómo se transforma la memoria, por Susana Rodríguez.

Entrevistas: «No basta la existencia de editoriales para que exista un campo literario». Entrevista a Mario Lavaisse, por Fabián Soberón.

Literatura infantil/juvenil: Los niños y niñas en la guerra, por Mónica Cazón.

Ilustraciones: Batalla perdida, por Maximiliano Torres.

Ensayos: Equinoccio, por Lucas Cosci.

Comentario de libros: Indómita luz de la memoria. Rebelión y resistencia, por Guillermo Siles.

Lugares: Bitácora de unos días en la montaña, por Cecilia Vega.

Comentario de libros: Veintiuno por veintiuno, por Pablo Campos.

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