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ISSN 2684-0626

 

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Página sobre página XXXII

Por Diego Puig |

Hay un epígrafe que adoro en uno de los libros más hermosos que leí en mi vida.

El epígrafe abre Tierra desacostumbrada de Jhumpa Lahiri y es este: 

La naturaleza humana no dará fruto, al igual que la papa, si se planta una y otra vez, durante demasiadas generaciones, en la misma tierra agotada. Mis hijos han tenido otros lugares de nacimiento y, hasta donde alcance mi control sobre su fortuna, echarán raíces en tierra desacostumbrada.

Nathaniel Hawthorne

La aduana

Me encanta que la cita de Hawthorne ponga en un mismo plano la naturaleza humana y el cultivo de papas. La idea de un terreno fértil, además de aportar color y belleza, abre una serie de preguntas que a mí me interpelan un montón: ¿Cuál es o dónde se encuentra la tierra desacostumbrada en la que resulta mejor sembrar La Papa?

Es una pregunta muy propia de la literatura, del arte, de la gestión y del periodismo cultural: ¿Qué es tierra fértil? ¿Cuándo la tierra se agota? ¿Hay tierras más fértiles que otras? ¿Cómo procuramos tierras desacostumbradas?    

Podría seguir así por un buen rato: ¿Qué textos y temas son tierra desacostumbrada y cuáles son tierra agotaba? ¿Qué lectores darán frutos y cuáles no?

Una misión fundante de La Papa Online – revista de la que con orgullo formo parte— es acercar la literatura, la cultura y las artes tucumanas, del norte y del país a docentes, lectores legos pero interesados o curiosos, al público general. Se trata de una idea que en la práctica no es para nada sencilla: los lectores de La Papa Online, en su gran mayoría, son lectores formados, asiduos consumidores de literatura, arte y periodismo especializado. No hay tantos lectores legos entusiastas que quieran descubrir eso que La Papa ofrece, eso a lo que no están acostumbrados aunque podría serles útil. Sin embargo, no deja de parecerme una misión de una belleza y de una necesidad absoluta, aunque a mi entender, no por las razones que generalmente se esgrimen.

Permítanme una idea: la importancia de la literatura, de la lectura y de las artes en general está en posibilitar la conversación, la buena conversación. Una buena conversación se basa en la curiosidad, las preguntas abiertas, la generosidad y la escucha activa. Se construye con argumentos tentativos e hipótesis, con la capacidad de ir revisando nuestras premisas y nuestras verdades parciales en la medida que escuchamos al otro. Una buena conversación está hecha de porosidades.

La psicoanalista y escritora Alexandra Kohan identifica en la doxa un grave problema para la comunicación en la actualidad. Siguiendo a Roland Barthes dice: “La doxa petrifica el pensamiento, detiene las ocurrencias, aplasta la agudeza; resulta en el agobio del sentido repetido, cifra la violencia de la opresión –Barthes la compara con Medusa—. ‘La doxa es la opinión común, el sentido repetido como si nada’, dice también.” Y luego Kohan agrega esta cita de San Agustín, “el que opina, piensa saber lo que efectivamente ignora”. Vivimos en los tiempos del célebre “hablemos sin saber”, solo porque nuestra opinión nos parece importante. ¿Qué clase de conversación es posible así: sin dudas y sin conocimiento? Porque el verdadero conocimiento es por naturaleza poroso, inestable, incierto, provisorio, parcial. 

https://www.eldiarioar.com/opinion/opinar-no-cuesta_129_7838208.html

Y permítanme otra idea: Hay dos formas de leer que son antagónicas, aunque también pueden ser complementarias. Una es la lectura extractiva: tratar al texto como una cantera de la que se obtienen recursos: información, ideas, vocabulario, escapismo, entretenimiento, datos. La otra manera de leer trata al texto como un organismo vivo, uno al que el lector le infunde vida con su lectura. Esta lectura vital establece una relación entre texto y lector donde conversan, se interpelan, se responden, se estimulan, construyen sentidos y pensamientos, forman experiencia, despiertan sus emociones, los sentidos, el placer de la palabra…  Así, el lector conversa con el texto o con el autor, conversa consigo mismo y también conversa con otros lectores y otras personas sobre eso que leyó o leyeron.   

¡Dios! No me alcanzan las palabras para describir lo importante que es conversar. Y lo aburrida que me resulta la vida sin buenas conversaciones. Sin interlocutores ávidos, sin nuevas ideas que confronten, enriquezcan y estimulen mis pareceres. Conversaciones fértiles, podríamos llamarlas. No el páramo desértico que corrobora todo lo que ya sabemos, lo mismo que digo o pienso siempre, la repetición, ese hartazgo. Tierras agotadas.  

A mí denme siempre el encuentro con el otro, un otro nuevo y diferente o al menos lleno de dudas y de hipótesis. Busco el interés por lo desconocido y la curiosidad, la construcción compartida de sentidos, la diversión, la compañía de la mirada fresca. No me caben dudas de que la literatura que facilita y enriquece la conversación es lo mejor que nos puede pasar, aún más en estos tiempos egocéntricos, sordos y torpes, de mucha soledad, de pésima conversación, de gente que no sabe escuchar, no sabe seducir, no sabe callar a tiempo, no sabe calcular el diferencial entre el interés propio y el interés del interlocutor, el interés común. ¿Cómo no sentirnos solos si ya casi nadie sabe conversar? ¿Cómo no quedarnos solos así?

Es, en el sentido fundamental del interés por el otro y de la curiosidad intelectual, de la seducción y de la pregunta, del vivir un movimiento inestable, incierto, abierto y arborescente como la realidad misma, que la literatura y la lectura brillan y cobran su mayor sentido.

¿Somos los colaboradores de La Papa buenos conversadores? ¿Ayudamos o contribuimos a que nuestros lectores lo sean? ¿Es esta tierra fértil? ¿Hay algo que podamos hacer para conquistar tierra desacostumbrada?    

No sé ustedes, pero yo no aguanto las ganas de que el club de buenos conversadores se expanda y encuentre tierras desacostumbradas para seguir plantando muchas, muchas más papas.  


Obra visual: Rubén Pereyra

Sumario de noviembre 2021

Entrevistas: Entrevista a Marcos Rosenzvaig, por Mónica Cazón

¿Ydeai?: Contrafáctico, por Santiago Garmendia y Juan Carlos Ceballos.

Comentario de libros: Escribir un vidrio a punto de agrietarse:  Río de gelatina de Eduardo Rosenzvaig, por Martín Aguierrez.

La solapa: La gran Roberta Innamico en La Papa online y la gran felicidad que necesito compartir con ustedes, por Diego Puig.

Comentario de libros: Sobre Improlijas memorias, de Carmen Perilli, por María Jesús Benites.

Lugares: De peñas y cafés literarios. El viejo bar “Los cabezones”, una historia para contar, por Lucas Cosci.

Comentario de libros: Una lectura para “Marzo”, de Guillermo Orce Remis, por Gabriel Gómez Saavedra.

Había una vez: Historia de burbujas, por Ana García Guerrero.

Comentario de libros: Sobre Los irreales, de Alba Vera Figueroa, por Lía Chambeaud.

Comentario de libros: Poetizar sin maquillaje ni imposturas, por Guillermo Siles.

Entrevistas: Un mensaje de esperanza, por Fabián Soberón

Comentario de libros: Lo inimaginable imaginado, por Pablo Campos.

Comentario de libros: Sobre Querido Eichmann, de Marcos Rosenzvaig, por Mónica Cazón.

Letras en teatro: Memoria azul, por Cecilia vega.

Comentario de libros: Caía y no dejaba de caer, por Nicolás Jozami.

Ensayos: Enantiodromia (parte 2), por Gabriel Amos Bellos.

Una respuesta a “Página sobre página XXXII”

  1. Marcela Estrada dice:

    Entusiasmo contagioso que se suma a la curiosidad y la frescura con las que propone y explora textos diversos. Disfruto descubro aprendo crezco leyendo con Diego

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