Por Diego Puig |
A menudo me llama la atención, desde mi muy sui generis sociología de la literatura, el contraste que parece haber entre el uso de las redes sociales por parte de los escritores de distintos “circuitos literarios”. Twitter es la red social de Huneif Kureshi (el autor de Intimidad, que postrado en un sanatorio italiano despacha cada día de este verano hilos de literatura del yo), de Stephen King (a quien le gusta pelearse con uno de los hombres más ricos del mundo y dueño del antro: Elon Musk) y de la plana mayor del establishment literario argentino. Facebook y más reciente o modernamente Instagram son los reinos de los regionalistas o los localistas. Pero fue justamente en Twitter, a mediados de Febrero, donde un twitero famoso, @buensalvaje, un personaje más del palo de la política y de las ciencias sociales, el otro reino selvático y temático de esta red social, escribió lo siguiente a propósito de la serie en modo falso documental de Netflix, La tierra según Philomena Cunk. En dos twits, dice: “está muy bien la parodia de netflix de las docuseries onda history channel: el mundo según philomena cunk. la musiquita, los planos de dron al pedo, el zoom sobre pinturas famosas, todas las señas de ese género, pero lo más interesante y gracioso es otra cosa: es la idea del aplanamiento total del pasado, la desaparición total de la idea de pasado, de poder pensar en épocas donde casi nada era igual y que sin embargo estuvieron hechas por personas. la mina todo el tiempo pregunta si los egipcios de las pirámides todavía están vivos”.
Perdón por esta larga y digresiva introducción –y perdón por todas las digresiones que se vienen– pero les juro que voy a algún lado con esto. Lo que me gusta de los twits de @buensalvaje es la idea de aplanamiento y de cómo el pensamiento debería ser lo contrario, el antídoto, la antítesis de cualquier aplanamiento. Pensar debería ser, en mi no tan humilde opinión, ir contra todos los lugares comunes, los clichés, los estereotipos que tenemos o se nos ocurran. Paradójicamente, esto no quiere decir que el punto de partida para pensar no puedan ser justamente estereotipos, lugares comunes y clichés, que en la literatura, como en la vida misma, abundan, abruman, casi casi que nos tapan.
Uno de esos puntos de partida –estereotipos, bah– para pensar la literatura tucumana son “las señoras de Barrio Norte”. Aman a Borges y/o a Cortázar, leyeron mucho García Márquez (casi casi que ahí se terminan sus “lecturas”), son un poco latinoamericanistas: aman al derechista Vargas Llosa y a Jorge Fernández Díaz, defensores del Macrismo y paladines del más rancio conservadurismo. Las señoras de Barrio Norte desconocen por completo toda la literatura argentina desde 1960 para aquí. Pero cuando leen o escriben “literatura tucumana”, favorecen las florituras, los volados, cierto barroquismo pintoresco de emociones y deseos prohibidos, muy en línea con la SADE que presidió su amado y distinguido Borges.
Otro estereotipo es el literario o culto Jipi con Boreal (o Asunt, o Subsidio, o Prensa o mejor ya sin cobertura social) que abunda en Barrio Sur, lectores altamente politizados que empezaron su romance con la “literatura” leyendo a Eduardo Galeano, y si son un poco más sofisticados: Pedro Páramo de Juan Rulfo, pero hoy se dejan iluminar, imbuir de belleza y de letras con la prolífica producción de las editoriales independientes argentinas.
¿Es posible usar semejante aberración de lugar común para hablar de lo que pasa en las galaxias literarias –tanto en lectura como en escritura– de Barrio Sur y de Barrio Norte en Tucumán? Nótese por favor mi absurda generalización y el estrepitoso pasaje falaz de señalar una parte por el todo. ¿Pero qué, si ahí, en esta murga de doxa y de caricaturas más o menos mordaces, existe un germen de verdad, un punto de partida para pensar algo nuevo, algo distinto sobre las cuatro avenidas de San Miguel y sus alrededores? ¿Algo contra el aplanamiento al estilo Cunk?
Esta nota supuestamente era sobre las distintas dinámicas, prácticas, gustos y preferencias literarias en los senos de los dos campos que separa la 24 de septiembre: diferencias en grupos etarios: Barrios Sur es más joven, la juventud de Barrio Norte está interesada en otras cosas como el último brioche de Amar es comer, o migra al sur a leer o están tapados por el bosque de lectores y escritores mayores; diferencias en grado de politización, el conservador (por no decir busista barrio norte, aquí no merece mayúsculas) que prefiere a su literatura “apolítica”, más susceptibles a las virtudes y belleza del lenguaje, de los recursos técnicos mientras que en el sur, las prefieren negras, liberadas y zurdas, el mismo sur que a su vez agradece más lo experimental y por experimental tal vez se refieran a una literatura más expresiva que formal, quizá más literatura del yo y/o más representativa del modo duro de la vida que de la belleza del lenguaje y los barroquismos técnicos.
Por si todavía no queda claro, si me apuran, suscribo a grandes rasgos estas caracterizaciones. Pero quedarme ahí también implicaría un aplanamiento de mi pensamiento, como una Philomena Cunk que cree que su realidad es la misma que la de los egipcios que construyeron las pirámides. Para salirme de esta doxa ridícula, voy a intentar con la ayuda de estos dos estereotipos revertir el aplanamiento de mis propias ideas, pero no quiero hacerlo diciendo que no hay que generalizar, ni que soy un snob o un soberbio o que “Nueva York, grandioso pago, casas más, casas menos igualito a mi Tucumán” (?).
Primero, las damas de Barrio Norte: señoriales y clásicas, podríamos calificarlas de tradicionalistas. La política se oculta (apenas; Borges y Vargas Llosa, o sea…) o se disimula porque pasa a un segundo plano, en favor de aspectos formales como el lenguaje o la técnica, aspectos que podríamos considerar elitistas y para algunas almas sensibles a los modos de la forma, opresivas, incluso tiránicas. ¿Pero qué es acaso la literatura sin forma ni técnica? ¿Un posteo de Facebook? Hablar del lenguaje, de la técnica (los aspectos formales de un texto) es de lo más difícil cuando hablamos (de) literatura, pero es también justamente hacerle justicia a la particularidad de la literatura. ¿Qué queda si excluimos de ella el estilo, los vocablos como rancio (¡ja!) o bayut, hierática, atrabiliario, circunfleja o plúmbeo? ¿Qué hay cuando aplanamos por evasión, omisión o por descuido, al narrador, al yo poético, cuando no lo construimos, cuando los tiempos verbales, el tiempo, se reducen al presente simple y al pretérito definido o indefinido? ¿No es acaso una gran mentira decir que para escribir solo hace falta papel y lápiz (o un procesador de texto o un celular, ponele)? Sin lecturas, sin técnica, sin lenguaje tampoco hay literatura. Porque veamos qué pasa cuando la juventud necesita correr libre, sin ataduras de estilo y técnica, o solo con conciencia política.
La bandera de la libertad que blande la juventud, a menudo, para emancipar pueblos y mentes empieza con la liberación de la más formal de las formas: la tradición, especialmente la tradición formal o técnica. La juventud suele tener aspiraciones más revolucionarias, que aplicadas a la forma, se traducen en un mayor experimentalismo. Como si en el pasaje de un texto como artefacto a dispositivo, los aspectos técnicos-formales hubieran perdido importancia. Pero cuando no se conoce la tradición técnica, cuando apenas se la presiente, ¿cómo se revela uno contra ella, cómo se la trasciende? Muchas veces, como los nenes de cinco años se revelan contra sus padres o abuelos severos: diciendo teta-culo-pedo. Y si de ejemplos trillados se trata: Picasso tal vez fuera el más prodigioso de los pintores figurativos de su generación, pero solo con el dominio de la figura pudo deconstruirla para llegar al cubismo. A menudo, la rebeldía sin técnica es bardo o apenas barro. Porque ¿cómo puede el artesano despreciar el aspecto artesanal de su arte? Ese que le fue transmitido, no por un tutorial o la inspiración divina (todas esas influencias culturales tan laxas que no se pueden identificar coherentemente), sino por un maestro, a menudo, un ancestro. Todo arte tiene un aspecto general y grandilocuente que es el de las ideas, pero luego necesita, exige, la orfebrería del artesano: la disciplina, el método, de la técnica. El artista no se muestra (no se revela) en sus ideas mal terminadas o inconclusas, así como no se deja de ser artesano sin una mirada más amplia y única.
Entonces, ¿y si en la técnica está justamente la libertad (no la opresión) para el que trabaja su metier? ¿Si en ese trabajo con el lenguaje y la técnica está la posibilidad de ganarse el mango, de trascender lo banal y liberar el arte que la praxis encierra?
Dato interesante: Barrio Sur paga más y mejor los talleres de escritura y de lectura. Tal vez, porque, como me dijo una voz autorizada que trabajó en los circuitos literarios de Barrio Norte y de Barrio Sur, los jóvenes proletarios del sur reconocen el trabajo y el valor de estas actividades, mientras que la supuesta opulencia de Barrio Norte es, en verdad, (¿un poco?) más rata para con el arte, la literatura y las destrezas técnicas que estas requieren y que esas lectoras admiran. ¿Regatea el artesano a quien le reconoce un talento colega, sus conocimientos y su praxis?
Pero hablemos un poco de las ambiciones políticas progresistas explícitas en mi imaginario (y sesgado) Barrio Sur. Tal vez por necesidad material, ideología plebeya y/o proletaria o por pura juventud, aquí la política suele primar por sobre la técnica, pero con aditamentos muy siglo XXI. Ideas como que lo personal es político, o que la libertad empieza por uno, o que las minorías oprimidas, las disidencias, llevan la batuta del cambio, hacen que mucho de lo político de estas literaturas, de estas escrituras y lecturas, tengan una fuerte impronta de autoficción, de literatura del yo. El yo, “mi experiencia”, como la base de toda formulación política. Y desde esa famélica y lúgubre base, por pura magia de la literatura y transmutación del individuo al grupo, se llega a lo político. Así, a menudo, la necesidad de expresarse y/o de identificarse se convierte en la estrategia de las letras revolucionarias actuales. Más libre de forma y de técnica para combatir a las fuerzas tradicionales y su opresión. Y ¿más política por ser más disruptiva desde la expresividad de un sujeto singular que se va plegando cada vez más en un onanismo que lo aleja de lo social y de lo político? (Recuerdo un tuit que decía que si se elimina la barra espaciadora o se limita el uso del Enter desaparecería el noventa por ciento de la poesía contemporanea y otro del crítico Maximiliano Crespi que apuntaba: “Me gustaría volver a 2010, la época en la que uno podía quejarse de que los escritores argentinos tenían POCA imaginación. Ahora directamente no tienen nada de nada y no hay a quién le importe”. Y más recientemente: “Los buenos escritores no necesitan contarte su vida privada (a los lectores); tienen la prosa y la imaginación: con eso nos cautivan.” En la misma línea Nicolas Mavrakis nota que “en una sociedad desprendida de cualquier criterio unívoco acerca de la realidad, la ucronía es el material cotidiano de masas indolentes de narcisistas digitales y políticos de toda índole, además de un recurso entre escritores de ficción”.
Como los perros que se muerden la cola, lo clásico y tradicional también puede encontrar en la técnica un potencial liberador. Y como en los argumentos circulares, en algunos ámbitos lo político se camufla en disquisiciones estéticas que tienen tanto potencial revolucionario como las ansías políticas de la literatura del yo, que a su vez se pliega tanto sobre sí misma que pierde todo potencial liberador. Porque el sujeto que necesita expresarse suele pensar que todo lo personal es político aunque existe todavía hoy la vida privada, íntima de las personas y la elección de dejar fuera de la arena pública, fuera del ágora aspectos personales cuando estos no pueden traducirse a términos sociales. Y porque no todo lo personal es interesante, necesario o universalizable.
Esta manera circular de intentar romper cualquier aplanamiento, de insuflar si no volumen, textura y matices al menos extensión y desarrollo hasta que las ideas se van mordiendo sus propias colas cuando las empujamos y las seguimos hasta sus próximas consecuencias, tiene especial sentido aplicada al libro que he estado leyendo, además de twitter, este verano: Tres novelas de época de Alan Pauls (Historia del llanto, Historia del pelo, Historia del dinero), editada por la más Barrio Norte de las editoriales argentinas: la filial local de Random House.
Con movimientos serpenteantes, espiralados pero finalmente circulares, Pauls va explorando una vida, las emociones de un artista, los vínculos, la historia, la política y la economía argentina de los últimos cincuenta, sesenta años. Alan Pauls, el escritor argentino más maravilloso de su generación, tiene 63 años, es el perfecto candidato para un club de lectura en Barrio Norte: afrancesado, babélico, de una prosa tan barroca, alambicada al punto de volverse ríspida hasta que uno se acostumbra a ella, pero que va desplegando por los vericuetos más extravagantes una historia personal y político-económica, que lo hace mucho más político que gran parte de la literatura comprometida del presente y entonces se vuelve ideal para Barrio Sur, hasta que Barrio Sur y Barrio Norte no se pueden separar ni distinguir en sus Trés novelas de época y uno queda parado en la mitad de la 24 de septiembre un poco mirando dónde empezó y un poco hacia dónde seguir. Pero como en toda circularidad, uno nunca termina igual que como empezó, por más que uno haya vuelto al punto de partida.

Nació en Tucumán en 1982, pero se siente más o menos tucumano porque vivió gran parte de su vida fuera de la provincia. Es autor de la novelas Nadar sin luz (Ed. Milena Caserola, 2013) e It girl (Gerania Editora, 2020) y de los libros de cuentos Vírgenes infinitas (Ed. Mulita, 2018) y El problema de la luz (Gerania Editora, 2022). Actualmente sus escritores favoritos incluyen a Jhumpa Lahiri, John Cheever, Federico Falco, María Gainza, Rafael Pinedo, Hebe Uhart, Fogwill, Mavis Gallant, Lucia Berlin y Magalí Etchebarne. Dicta talleres de escritura y de lectura (con ¿excesivo? entusiasmo) online.