Por Gabriel Gómez Saavedra |
¿Se podrá recordar el desierto como una instantánea?, es la pregunta que flota en estos poemas de Guillermo Siles. La voluntad de los ojos recubre las imágenes con envoltorios de seda que, al abrirse, siempre descubren una rajadura que ha dolido en silencio sobre las superficies: “nadie como vos en la risa hambrienta / de lo bajo / ni en la majestad de nombrar / lo atroz y su belleza / las cosas que la arena / de este indómito desierto / va borrando”.
Designio
¿No ves
la hierba crece al amparo de tus ojos?
¿Por qué mirar
hacia otro lado?
Los campesinos
piden agua y pasto tierno
pronto
habrán de morir
los animales
el campo estará seco.
¿Dónde buscar el reflejo de otros ojos
nacidos de la lluvia?
(de El sabor de la fruta)
*
Los recuerdos y las cosas
No es verdad
que recuerdes,
haces que recuerdas
para alterar sin culpa
el orden estatuido
de las cosas o
el moroso acontecer
de un tiempo que huye
repartido en otras nadas.
No es verdad
que recuerdes
la piel de los duraznos
o el color de las uvas
de sol tenue
protegidas por sus hojas
la voz
de una mujer sabia
sin saberes
los cuartos de una casa
en la que ya
no habita nadie.
No es verdad
que recuerdes,
haces que recuerdas
para dar pruebas de fe
sobre la caducidad
de los inviernos
la frágil condición
de la experiencia
y su memoria.
(de El sabor de la fruta)
*
El elefante
a Cecilia Molina
En el corazón de África
septentrional he visto
a un elefante pintar un elefante.
Han dispuesto lienzo y caballete
para que el animal trabaje
con paciencia
como un pintor
de la plaza en Montmartre.
En cada trazo delicado
recibe auxilio de su domadora
que le coloca los pinceles
en la trompa y lo acaricia;
con fina motricidad
e infalible memoria
él recuerda las líneas
que darán forma a su silueta.
Mientras el público aplaude
cada avance de la obra
el paquidermo mira de frente
y saluda
con alegría bonachona,
al tiempo que mueve
la trompa y las orejas
como si no oyera el estruendo
del instinto mudo
ni quisiera abandonar
su condición de artista.
Nunca sabremos si adquirió
aptitudes para soportar la fama
que quizás lo hacen sentirse amado
entre la gente,
nunca sabremos por qué
no se rebela ni regresa
al interior de la selva
para unirse a la manada.
Pero aunque mi elefante
salude con orgullo
o acotada alegría
tiene los ojos apenados de un niño
que ha perdido todas las batallas.
(Inédito)
*
Dicen que puedo ver tu herida
pero no puedo sentir tu dolor
que no es posible caminar sobre la cuerda
floja del lenguaje
si ajusta el hambre en la garganta
porque el dolor no sólo se resiste
al lenguaje
sino que además lo destruye.
No conocemos
ni siquiera imaginamos
la áspera textura de la soga
sobre el cuello de un niño
las puntas de la nada
que aprietan su estómago.
No importan las edades
el número
o la etnia.
En la radio
en la TV
en las redes dijeron
que han muerto niños
en un paraíso sin árboles,
sin frutos ni animales
arrasado por topadoras
y agrotóxicos
Para esos niños no existió Adán
tampoco Eva
ni el relato de un mesías.
No habrá redención
para los que
seguimos vivos
contemplando
sin dios.
(Inédito)
*
El muro
Leopoldo Brizuela in memoriam
dulce gracia del día
no te escondas
posteando la mañana va
mientras recorro muros virtuales
para hallarte
y no hay ninguna lucecita verde
en tu perfil que conecte a la vida
no hay
quién dirá ahora la frase mordaz
o soltará la risa cruel que iluminaba
el cerco de las horas
la punzante ironía
del “no me cites maldito”,
“mi erudita de Burruyacú”,
“mi sabio de Rumi Punco”
te divertían esos “títulos de nobleza”
te gustaban los topónimos indianos
el Norte con su gracia
coplera, los aires de la zamba
y del gato
nadie como vos para alterar
los géneros y hundirme al son
de un fado con saudade
en el lomo visible de Inglaterra o Lisboa
nadie como vos seguirá el hilo musical
la letra de una canción amada
que se ahoga
una ristra de recuerdos
de chat, los de una vieja
vendedora de remedios
y de ropa en Los Zazos
te reías del cartel fotografiado:
“botiqin y butic”
no era un invento
nadie como vos en la risa hambrienta
de lo bajo
ni en la majestad de nombrar
lo atroz y su belleza
las cosas que la arena
de este indómito desierto
va borrando.
(de El cauce y la costumbre)
*
En el golfo de Nápoles
En un barco cuyo nombre
no recuerdo
cruzamos de Sicilia al continente
una noche duró la travesía
de Palermo a Nápoles
sobre el oleaje
de aquel golfo inocente
nos acompañaban una chica española
y otra griega
tocadas por la vara de la perfección
que a veces roza y huye.
Todavía asoma intacto el rostro,
los modales retraídos de la griega
hablaba poco y para animarla
entre la diversión de música
y de tragos, le digo:
“si tuviese tu belleza
dejaría el turismo por el cine”.
La música y las risas llegan
al hueso de la noche, el ritmo
cada vez más zafado invita
a seguir algún compás
no sé si ella o yo
quien lo dijo primero
pero ya estamos en el centro
de la escena contagiando
a los viajeros
entre conversaciones y tragos
para fumar salimos a cubierta
mientras el mar nos mira
de pronto divisamos
un faro entre rocas pequeñas
y una constelación de estrellas,
a lo lejos, lo hermanan en la luz.
Arroja el humo al aire
y me habla con simpleza:
gracias por los halagos
el momento de alegría
primera vez que bailo
después de largo tiempo
estoy de duelo
mi hermana y su novio ya no están
tuvieron un accidente
iban en motocicleta
fue en la ruta
muy cerca de Atenas.
(de El cauce y la costumbre)
*
Cielo de sol
Te mostré cómo es un cielo
entre montañas
la ascensión del humo
hasta las cumbres
cuando agita el tiempo de la zafra.
Te hablé de cómo ruge el viento
y la voz se apaga ondeando lejos
cuando agosto enciende el valle
y la maloja pende
sobre la costra llagada de la tierra.
Una tarde te enseñé
los tarcos en el parque,
cómo caen las flores
sobre el intenso verde
y sus veladuras lilas
enturbian el color
después de un aguacero.
Pero aquel valle no era tu valle
ni las montañas tus montañas.
Adentro de tus ojos
adentro de tu boca
no se había posado aún
la riqueza de lo visto
ni la dulzura de nombrar
lo que sucede
con la complacencia
del invierno.
En la ciudad
espero con urgencia
el día en que las palabras
vuelvan a rozar
la superficie de las cosas
bajo un cielo de sol
un camino sin sombra.
(de El cauce y la costumbre)
*
El desamor
En la luz de un verano
dijo que no me amaba.
Sus palabras tuvieron
la eficacia del rayo
que cayó dos veces
en el mismo sitio.
Primero
fulminó un tarco,
la cerca de ligustro,
el pasto circundante.
Después midió
la magnitud del daño
y se deshizo
en un ligero resplandor
sin estruendos ni luces.
Dijo que no me amaba,
en otra estación del año,
y le creí.
La vegetación del jardín
ha reverdecido
desde entonces
no volví a verlo.
(de El cauce y la costumbre)
*
Razones
mi amigo el negro
pega gritos cuando habla
y él entiende que es algo inevitable:
trabajó en una fábrica
a un nivel extremo de ruido
a esta razón le opongo otra
y quiero imaginar que así sea
nació entre montañas de fuego
donde el viento ruge sin cuartel
y no da tregua al silencio
ese hecho tal vez justifique
la costumbre de hablar
en voz alta
para escuchar el sonido
de las palabras sacudidas
por la intensidad
del viento.
(de El cauce y la costumbre)
*
El arte de perder el tiempo
perder el tiempo
es un arte como todo
nadie sabe como vos
cultivar con precisión
el arte de perder el tiempo
tardes como el rayo,
noche y día
nada hay que no se escape
entre tus manos
o en las falanges de las horas.
Las uñas del minuto
pulverizan
filosas
amores en segundos.
Tarde escuchaste el latido
de otro corazón
que ruge a puma,
frente al río
una bomba estalla
a cada rato y vuelan
en milimétricas partículas
cronómetros, relojes
todas las formas de medir
arena
en tu desierto.
(de El cauce y la costumbre)
*
Guillermo Siles (San Miguel de Tucumán, 1967)
Es doctor en Letras y profesor de Literatura argentina contemporánea. Publicó artículos en revistas y compilaciones nacionales y extranjeras. Es autor de El microrrelato Hispanoamericano. La formación de un género en el siglo XX (2007). Compiló volúmenes de crítica: La pequeña voz del mundo y otros ensayos de poesía (2007), con María Eugenia Bestani y Representaciones de la poesía argentina contemporánea (2011), entre otros. Editó y prologó Obra Poética, de Hugo Foguet (2010). Dirigió volúmenes especiales de RILL N° 21 y N° 22: Poética, poesía y escrituras íntimas (2016 y 2018). Es co-editor de Poesía sin música (2017), que reúne poemas del compositor Pepe Núñez. En poesía publicó El sabor de la fruta (2008) y El cauce y la costumbre (2020). Integra las antologías Poesía Joven del Noroeste argentino, de Santiago Sylvester y Poetas Siglo XXI, de Fernando Sabido Sánchez. Una selección de sus poemas apareció en la revista Hablar de poesía N° 12 (2006).
*
Imagen: S/t [197?] (colección privada de Florencia Lencina), de Carlos Alberto Lencina
Carlos Alberto Lencina (Provincia de Tucumán, 1936 – 2016)
Técnico electricista y fotógrafo aficionado. Se crío en el sur de la provincia para luego instalarse en San Miguel de Tucumán. Fue miembro de la Marina Argentina donde aprendió el oficio de electricista. Al regresar del servicio militar obligatorio terminó sus estudios y se dedicó a la reparación de aparatos electrónicos, principalmente de radios y televisores.
Hace unos años, su hija Florencia logró rescatar del archivo familiar diferentes fotos que fueron, en su mayoría, tomadas con una Mamiya 48 mm.
Concepción, prov. de Tucumán, 1980. Publicó la plaqueta Huecos (Ediciones Del Té, 2010), y los libros Escorial (Editorial Huesos de Jibia, 2013), Siesta (Ediciones Último Reino, 2018) y Era (Falta Envido Ediciones, 2021). Entre otras distinciones, ganó el Premio Municipal de Literatura San Miguel de Tucumán – Género Poesía (Región N.O.A.) y fue seleccionado por el Fondo Nacional de las Artes como becario del programa Pertenencia: puesta en valor de la diversidad cultural argentina.
La levedad de los pequeños instantes
atraviesa raudo el pensamiento.
Gracias por la lectura, Marx.
Muy buena seleccion Gabriel.
Buenos poemas de Guillermo que conducen a las cosas y estados simples y no tanto de la vida.
Willy sabe hacerlo.
Gracias por tu lectura, Liliana.
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