Por Pablo Toblli|
¿Vivir poéticamente es posible? ¿Rebasar los límites estériles de lo real es la misión del poeta? ¿O su contrato termina con el último verso puesto en una pantalla o un papel?
Existió siempre la discusión de que si la poesía es más que un género literario. Sobre esto, en general, se han erigido dos posturas. Los más cautos no ensalzan a la poesía más allá de la discursividad del poema, mientras que los más idealistas dicen que la poesía es un poema y más, es un paisaje, una idea, un estado, un instante, una gimnasia de la sensibilidad. Con lo cual se han empezado a discutir los límites de la poesía y hasta el compromiso ético del poeta con el mundo.
Yo escribo poesía, y siempre he luchado con ser lo más sincero, consecuente y consistente con lo que hago y con lo que soy. Una especie de unidad y armonía anacrónica, quizá, para estos tiempos, por su escaso practisismo y antifugacidad.
Cuando uno piensa así son muchos los miedos y riesgos que un poeta debe afrontar. Contrariamente, cuando crecí, y fui abandonando la primera juventud -en la que ya escribía poesía- me surgió eso que se supone que uno se plantea cuando recién descubre que quiere hacer arte: “el ser del artista”. Siempre me pregunté por esta problemática, pero ahora que tengo 32 años me lo pregunto más a menudo. Y quizá sea porque uno comienza a definirse más, y tiene que decidir dónde debe permanecer, bajo qué coordenadas decide ser y morir. Sospecho que la escritura y la lectura, a medida que con mayor frecuencia y profundidad se la practica, más nos reclaman que nos vayamos a vivir con ellas.
Creo que animarse a vivir poéticamente, intentando cambiar el mundo, no siguiendo los moldes que creímos eran nuestro lugar, es un desafío que–contrariamente a lo que se cree- el poeta debe tomar ya siendo un adulto. Entender esto para un artista tucumano es mucho más importante,creo, porque existe una ilusa y falaz creencia que ser un escritor es ser publicado por las grandes editoriales. Y esto no tiene nada que ver con ser un escritor. Hacer literatura no tiene nada de hermandad con las urdimbres pestilentes del poder que también contaminan las aguas del arte. Y, sin dudas, resulta muy desolador y hasta emblemático de lo impostado que un narrador o un poeta abandone su política existencial y escrituraria porque no es publicado en Anagrama, o porque no gane el premio Herralde.
Hoy, más que nunca, pienso que ser escritor es mucho más que imprimir un libro o hacer una presentación. Ser escritor es una forma de vida, un esquema perceptivo, una estructura de sentimiento y una manera de pensar las cosas que es muy difícil llevarlas a un papel o a una pantalla si previamente el escritor no se abrió a tal gimnasia de la sensibilidad.
La escritura implica un proceso de entrega, no quiere decir que no podamos escribir nada mientras nos dedicamos a otras cosas también, sino que sin dudas cuanto más nos entregamos y nos abrimos al mundo y más sensibles somos a los que nos motiva artísticamente, más, indudablemente, tendremos cosas para decir.
En este punto, David Lapoujade se pregunta en su libro Las existencias menores (2017) por aquellos momentos en los que ciertas formas de existencias consideradas menores por ser menos perceptibles en la vorágine, y hasta consideradas inexistentes, son las que definen la verdad de un sujeto: “¿Cómo un ser, en el límite de la inexistencia, puede conquistar una existencia más “real”, más consistente? ¿Mediante qué gesto? ¿Cuál es el “arte” que permite a las existencias acrecentar su realidad? Sin duda, son las existencias más frágiles, más próximas a la nada, las que reclaman con fuerza devenir más reales. Todavía hace falta ser capaz de percibirlas, de captar su valor y su importancia. De modo que antes de plantear la cuestión del acto creador que permite instaurarlas, es preciso preguntarse qué es lo que permite percibirlas” (Lapoujade, 2017: 38). Es decir, que lo poético o el acercamiento a otras formas de existencias más ligadas a la escritura de poesía tiene que ver con lo imperceptible, con aquello que no advertimos fácilmente entre las distracciones de la rutina de un hombre común.
Lapujade se interesa en este libro por aquellas existencias oprimidas, que son consideradas material de desechos para el gran sistema. En este sentido, analiza a Gregorio Samsa, el gran personaje Kafkiano que de repente empieza a sentir la sociedad como algo que le es ajeno, cuya subjetividad se reformula simbólicamente en una cucaracha, que comienza a cuestionar el trabajo rutinario y gris que hacía hasta el momento y las relaciones laborales vacías. Lapoujade, entonces, se pregunta por las existencias que le demandan todo a su mundo y con el que ya no pueden negociar nada, porque así, como Gregorio, han caído en shock de todo lo que ese gran Otro social les ha vampirizado y velado.
De esta forma, Lapujade dice que un alma no puede existir apartada de un todo a la manera de Gregorio Samsa, sino que debe ser testigo de otras existencias que lo hagan ser: uno es en tanto asiste simbólicamente a través de otras existencias. Y algo menor, como un instante, o unas hojas de un árbol pavoneándose sutilmente, pueden hablarnos de quiénes somos dentro de un corte temporal. Y quizá, mucho más que el bigpicture de la gran urbe, la poesía -en su todo- puede decirnos eso.
Es Licenciado en Letras por la UNT. Publicó los libros de poemas Nace en lo próximo (Ediciones Magna, 2015), Lucero de ruinas (Ediciones Último Reino, 2017) y el libro de ensayo Una lectura del imaginario poético de Tucumán (2000-2020) (Fundación Artes Tucumán, 2022). Es editor de La Papa Revista y redactor en Indie Hoy. Nació en Tucumán, en 1987. Su e-mail es pablotoblli@gmail.com, por cualquier contacto.